María Stuarda, Música de Gaetano Donizetti (1797-1848). Tragedia lírica en dos actos. Libreto de Giuseppe Bardari, basado en la traducción de Andrea Maffei de la obra Maria Stuarda, de Friedrich von Schiller. Primer cast. 26 de diciembre de 2025.
Estrenada en el Teatro alla Scala
de Milán el 30 de diciembre de 1835. Estreno en el Teatro Real en coproducción
de esta sala con el Gran Teatre del Liceu, el Donizetti Opera Festival -
Bergamo, La Monnaie/De Munt de Bruselas y la Ópera Nacional de Finlandia
(Suomen kansallisooppera ja -baletti).
Equipo
artístico
Dirección
musical: José Miguel Pérez-Sierra
Dirección de
escena y vestuario adicional: David McVicar
Escenografía:
Hannah Postlethwaite
Vestuario:
Brigitte Reiffenstuel
Iluminación:
Lizzie Powell
Dirección de
movimiento: Gareth Mole
Dirección del
coro: José Luis Basso
Reparto
Elisabetta:
Aigul Akhmetshina
Maria Stuarda:
Lisette Oropesa
Roberto, conde
de Leicester: Ismael Jordi
Giorgio Talbot:
Roberto
Lord Guglielmo
Cecil: Andrzej Filonczyk
Anna Kennedy:
Elissa Pfaender
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y actores, bailarines y acróbatas (primer acto).
Como expresan en el entorno del Real, “el Romanticismo en la ópera es una de las épocas más ricas de la historia musical, no solo por la coincidencia de grandes compositores sino por la búsqueda de nuevos equilibrios entre la conciencia social, la necesidad personal de expresión y la complejidad del individuo. La figura de Gaetano Donizetti se inscribe durante la primera mitad del siglo XIX como la de un artista privilegiado, capaz de sintetizar la tradición heredada de Mozart o Rossini con la vanguardia del bel canto. La ópera con él no solo hablará de amores imposibles: también lo hará de cómo encajar el deseo personal con la propia moral dentro de un mundo que exige cumplir con las etiquetas. Buena parte de ese ideario romántico estará presente en su “Trilogía Tudor”, conformada por Anna Bolena (1830), Maria Stuarda (1835) y Roberto Devereux (1837)”.
Son paradigmas femeninos
complejos nada convencionales, que sobrevuelan sentimientos tan encontrados
como la inteligencia, la ira, la seducción o la belleza. Esta obra se
desarrolla en varias localizaciones en Inglaterra, marcadas por las evoluciones
y los fragmentos de los diferentes personajes. En el palacio de Westminster, la
reina, aunque consciente de las ventajas de una unión matrimonial con Francia
(la que nunca finalmente se casó y permitió- oh paradojas! -, que fuera su
heredero de la corona de Inglaterra y Escocia el hijo de la condenada María,
Jacobo) para su país, es atraída por el noble Leicester, y lo confiesa una
graciosa cavatina muy sugerente, “Ah, quando all'ara scorgemi”.
Leicester se conmueve por el
mensaje y la grandiosidad del retrato que representa a María, las rival 3 veces
casada, católica y bien armada monarca en sus reclamaciones reales,( “Ah,
rimiro il bel sembiante”). En el parque de Fotheringay, la reina escocesa,
acompañada por su criada Anna, evoca recuerdos felices de la vida que pasó en
la corte de Francia donde se crió (Oh, nube ! che lieve per l'aria ti aggiri).
Y probablemente una de las frases más significativas de la partitura, con los insultos
de María a su prima, a la que trata de “figlia impura di Bolena («hija
impura de Ana Bolena») y de bastarda”. La reina la condena a muerte
(¡lógicamente!) y el acto culmina con un magnífico sexteto.
Luego, En Fotheringay, María se
confiesa con su fiel Talbot en una famosa escena. La reina escocesa cree ver el
fantasma de su segundo marido: “Delle mie colpe lo squallido fantasma” Y
recuerda con dolor a Rizzio (“Quando la luce rosea”, asesinado por
Darnley y cuya sangre -dicen los guías del lugar- todavía espejea en el palacio
de Holyrood, en Edimburgo donde fue asesinado).
Duelo de reinas y partidarios por
el poder, la religión y las pasiones amorosas. Encabezado el reparto por Lisette
Oropesa, la soprano ahora instalada en Madrid de origen cubano, realiza una
magnífica recreación, en su mejor línea de expansión en el escenario, trémula,
conmovedora, altiva sin embargo. Todo lo en guardia que parece estar en las
distancias personales cortas como persona, se transforma en sublimación teatral.
Oropesa sabe cantar, con excelente técnica, agudos poderosos (salvo algún
desfallecimiento apenas percibido), fiato, expresividad y todas aquellas
habilidades que la convierten en una gran cantante belcantista.
Su antagonista, una eximia mezzo, Aigul Akhmetshina, defiende un rol amargo, antipático, con una gran carga dramática, preciosa factura y dignísima presencia escénica, solvente y clara en su ambigüedad psicológica. Muy bien.
El tenor jerezano Ismael Jordi
tiene tablas y voz para salir airoso de cualquier compromiso. Aquí lo repitió: posee
un instrumento dulce, insinuante, con notable línea de canto y admirable
presencia escénica. Se adecua perfectamente a sus partenaires femeninas, al
coro, fantástico, dirigido por el maestro Basso una vez más y a las
órdenes de un director José Miguel Pérez-Sierra, que ha sabido escuchar
y dejar oír a los cantantes, concertar palcoscenico y orquesta, aquí muy cómoda
bajo su batuta y versátil en tantos pasajes imprescindibles. Jordi, finalmente,
navegó con acierto entre las procelosas aguas de una intervención exigente en
lo dramático y en lo vocal.
El Talbot del italiano Roberto
Tagliavini volvió a recordarnos en España (actúa en muchos coliseos
importantes además) que es un bajo y un artista-joya, de esos que siempre están
a la altura, que redondean su impronta con galanura y eficacia. Siempre sobrio,
siempre elegante. Fue muy aplaudido. Andrzej Filonczyk, solvente y
sobrado actor y cantante como Lord Cecil, el acérrimo consejero de Isabel,
oscuro, dramático y previsible y muy adecuada también la Anna declinada por Elissa
Pfaender.
La nueva creación conceptual de David
McVicar, que firmó también no hace mucho una fantástica Adriana Lecouvreur
en el Liceu, demostró de nuevo que es un mago de la escena, comprometido,
creativo, siempre riguroso y respetuoso de las normas del buen gusto y el
sentido común artísticos. Escocés, como la propia Stuarda, resultó más que
adecuado para este nuevo desafío.
El director de movimiento Gareth
Mole contribuyó a un rendimiento escénico pensado para ser coral, como de
hecho resultó, un proyecto mancomunado e importante, completada por la
escenografía de Hannah Postlethwait, novedosa en su clasicismo. Bello
encuentro otoñal (primaveral ¿?) para la cita entre las dos monarcas, lúgubre
como esperable el momento muy largo del ajusticiamiento. El vestuario que
imaginó Brigitte Reiffenstuel es historicista, respetuoso, con un toque
de genialidad en las enaguas y el misal rojos de María, que exhibe como un último desafío a
las puertas del cadalso. Puro Eros...Lizzie Powell aporta una iluminación climática,
ensamblada con talento en el todo, en chiaroscuro.
Hubo otras intervenciones, como los asistentes a las distintas direcciones y la del fonetista Giovanni Tarasconi, a destacar por haber conseguido una pronunciación italiana inteligible en la gran mayoría de los casos y momentos.
Aunque no fue sino la penúltima
función del primer elenco, pareció una despedida vibrante: el público
entregado, ovaciones para todos, los protagonistas, los acompañantes y los
responsables de cada sección del teatro, completo, cada vez allá donde fue
necesario escandir la seriedad, el interés y la belleza.
Alicia Perris
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