La del manojo de rosas. Sainete lírico en dos actos. Música de Pablo Sorozábal. Libreto de Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño. Producción del Teatro de la Zarzuela (1990), 30 de noviembre, 2024.
Dirección musical, Alondra de la
Parra
Dirección de escena, Emilio Sagi
Director del Coro, Antonio Fauró
Elenco (primer cast): Vanessa
Goikoetxea, Manel Esteve, Gerardo López, Nuria García Arrés, Jesús Álvarez,
Ángel Ruiz, Milagros Martín, Enrique Baquerizo, Francisco Pardo, Ricardo Rubio,
Alberto Ríos, Alberto Camón, Francisco Díaz, Román Fernández-Cañadas y
Francisco Rivero y otros actores, figurantes y bailarines.
Lugar de estreno, Teatro Fuencarral, el 13 de noviembre de 1934
Con todas las localidades
vendidas para las diez funciones y la sala al completo de verdad, se asiste a
una reposición eficaz de esta zarzuela, que Emilio Sagi en la dirección de
escena convirtió en uno de sus éxitos consagrados acompañado de magníficos
equipos técnicos, vocales y actorales.
El compositor al que se debe La del manojo de rosas, Pablo Sorozábal Mariezcurrena, nacido en San Sebastián, Donostia, el 18 de septiembre de 1897 y fallecido en Madrid, el 26 de diciembre de 1988 es uno de los más destacados autores de obras sinfónicas y del género lírico (zarzuela y óperas chicas) del siglo XX. Muchas de sus composiciones se han podido ver en el madrileño Teatro de La Zarzuela. Entre sus principales y más conocidas aportaciones cabe destacar Katiuska, la mujer rusa (1931, Barcelona), Adiós a la bohemia (1933, Madrid), en la que trabajó con Pío Baroja, La del manojo de rosas (1934, Madrid), La tabernera del puerto (1936, Barcelona), Black el Payaso (1942, Barcelona), Don Manolito (1943, Madrid), entre otras.
El dotado músico vasco, revisó y
rescató obras del siglo XIX como Pan y toros (de Barbieri) o Pepita Jiménez (de
Albéniz), obteniendo un gran éxito artístico, pero no económico. Su longevidad
le hizo ser testigo de las nuevas corrientes musicales, más volcadas hacia
otros géneros. La que fuera su última producción, finalizada en septiembre de
1988, fue Variaciones para quinteto de viento, compuesta cuando el Quinteto de
Viento Pablo Sorozábal le pidió permiso para adoptar su nombre.
Desgraciadamente, murió sin poder estrenar la que él mismo consideró su mejor obra: la ópera Juan José, que fue finalmente estrenada en versión de concierto en el Kursaal de San Sebastián el 21 de febrero de 2009.
Es muy probable y así lo dicen
los conocedores y cronistas del Teatro de la Zarzuela, que La del Manojo de
Rosas, sea una de las producciones más emblemáticas y populares de esta sala
céntrica capitalina, que ahora sigue cumpliendo años y en vigor.
En su estreno, en septiembre de 1990, fue muy bien recibida por parte del público y de la crítica y así ha continuado, engarzando delicias y éxitos de afluencia. Han sido numerosas las constelaciones de cantantes, artistas, técnicos y público que han compartido sus glorias y que lo convirtieron ya en el título más conocido de Pablo Sorozábal.
Para ordenar en parte la trama,
podríamos decir que los personajes de la obra son Ascensión, señorita venida a
menos y florista, enamorada de Joaquín (soprano lírica), Joaquín, mecánico y
señorito enamorado de Ascensión (barítono lírico), Ricardo, señorito metido a
aviador y rival amoroso de Joaquín (tenor lírico), Capó, mecánico despistado y
celoso novio de Clarita (tenor cómico), Clarita, coqueta manicura de
aspiraciones cultas, novia de Capó (soprano cómica), Espasa, camarero del bar,
de aires cultos e hiperbólicos (actor), Don Daniel, padre de Ascensión y dueño
de la tienda (actor), Doña Mariana, madre de Joaquín y cuya debilidad son las
flores (actriz), Don Pedro Botero, padre de Joaquín y comerciante de chatarra
(actor).
Con esta obra se consagró
definitivamente el maestro Sorozábal como compositor, ya que en ella supo
reflejar el ambiente del Madrid de la época del estreno, conjugando sabiamente
los ritmos tradicionales del sainete, como el pasodoble, la mazurca o el chotis,
con otros como el fox- trot o la farruca, dándole un nuevo carácter y sentido,
más cercano a la modernidad, e incluso a la opereta. El propio compositor había
tratado de buscar nuevos medios como, por ejemplo, dotar a los números
musicales de un aspecto bailable.
Eran los años de la II República
y lejos parecía entonces, la intuición de la no tan imprevisible Guerra Civil.
España se abría al exterior como atesorando noticias, vivencias y realidades de
fuera, que nunca más volverían durante los 40 años de la autarquía y dictadura
de Franco.
Está claro que los paradigmas del
texto son patrones de conducta de esos tiempos, tales como la señorita con
pretensiones de buen matrimonio, el ridículo Don Juan de barrio, o el camarero
hiperbólico, favorable a la sobreactuación. Como es habitual en muchas obras
del género, se establecen estrechos vínculos con una geografía de lo
sentimental, pero se pueden apreciar ciertas pinceladas de conciencia social,
reflejando el ambiente político efervescente del momento.
En el estreno en su día,
participaron Luis Sagi Vela, tío del Emilio que dirige esta vez nuevamente la
escena y María Vallojera, quienes se consagraron como una de las grandes
parejas artísticas del momento, llegando a estrenar también Me llaman la
presumida, de los mismos autores, con música del maestro Francisco Alonso, con
igual éxito.
Destacan los números musicales,
en el acto primero, la Introducción, escena y presentación de Ascensión:
"Dicen las gentes del barrio", el Dúo de Ascensión y Joaquín -
Pasodoble: "Hace tiempo que vengo al taller" y el de Ricardo y Joaquín
- Chotis: "¿Quién es usted?".
Asimismo, la escuchada y
aplaudida Romanza de Ascensión: "No corté más que una rosa" y el dúo
cómico de Clarita y Capó - Fox-trot: "Si tú sales a Rosales", entre
otros pasajes vibrantes y en el acto segundo el dúo cómico de Clarita y Capó -
Farruca: "Chinochilla de mi Charniqué" y la Romanza de Joaquín:
"Madrileña bonita.
Por su parte, Emilio Sagi,
el director de escena, dibujó uno de los más distinguidos trabajos de su larga
y reconocida carrera. Así, estos años ha llevado la producción a otros once
escenarios del país como Valencia, Málaga, Oviedo, Bilbao, Santander,
Barcelona, Sevilla, San Sebastián, Valladolid, Santiago de Compostela, Pamplona
y a Roma y París con evidentes respuestas entusiastas de audiencias y crítica.
Logradísimos la escenografía de Gerardo Trotti y el vestuario multicolor
de Pepa Ojanguren, ambos ya fallecidos.
Buena dirección la del Coro del
Teatro de la Zarzuela, aunque no muy larga intervención, que llevó a cabo en
los momentos solicitados por la partitura el maestro Antonio Fauró y una
mención muy especial para la directora, Alondra de la Parra, que
consiguió que la formación sonara con un bello sonido de clarinete incluido,
como una sinfónica resultona y brillante, es decir, la Orquesta de la
Comunidad de Madrid (Titular del teatro de La Zarzuela). Atenta al volumen
sonoro, en consonancia con el de los cantantes.
Una de las condiciones de la
zarzuela es que se entienda y la dicción suene comprensible, circunstancia que
no siempre está disponible, a pesar de que la lengua vehicular sea el español,
con algunos dejes de otros tiempos y barrios en Madrid y el público sea, en
general, hispanohablante. En este caso, sobre todo en el caso de algunos
personajes, encontramos un verdadero diccionario del Madrid más popular, lleno
de dichos, chascarrillos a menudo en boca del “gracioso” de turno, un modelo
conocido en el teatro desde la antigüedad latina.
La del manojo de rosas es una
propuesta preciosista, de costumbres, donde no se toman “helados” sino
“mantecaos helados”, se comenta que “tiene carita de pena la del manojo de
rosas” o se habla de “un rato chanchi” o se despide a alguien con un “adiós calanubes”
o se le interpela a otro con el chulesco “¿Y a Usted quién le ha dado hachón en
esta cabalgata?”.
El barítono Manel Esteve, Joaquín, posee un bello instrumento, es expresivo, comunica de maravilla y se luce además como actor. Compone un notable dúo con la protagonista, por primera vez en este papel de Ascensión, la soprano Vanessa Goikoetxea, la joven enamorada que sin embargo no pierde de vista sus propuestas de tipo crematístico y de clase social, a las que en realidad supedita su elección amorosa.
Goikoetxea-Ascensión posee una voz si no poderosísima, sí seductora, fiato y bien delineada línea de canto. Se lució además como actriz y cuenta con una presencia muy sugerente en el escenario. Espasa, en la voz y actuación de Ángel Ruiz, resulta un atractivo personaje bisagra que abre paso al desarrollo de la acción, comenta, insinúa, juguetea con gracia con los significados y significantes (Ferdinand de Saussure escribía…), riquísimos, preciosistas del libreto. Buena voz y seguro desempeño.
La Clarita de la soprano Nuria
García Arrés, es avispada, elegante, y se desenvuelve con soltura, como así
deslumbran el vestuario y los bailes, y un decorado que recuerda el cinematógrafo
en blanco y negro, las fotos fijas y el encanto de lo primigenio. Se debe citar
siempre la coreografía muy bien ejecutada de Goyo Montero (En una reposición
de Nuria Castejón).
El tenor Jesús Álvarez Carrión
fue también eficaz y compuso un Capó en apropiada sintonía con el resto del
elenco, afianzado en lo vocal y en el resultado teatral. Muy al unísono con
Clarita en la farruca. Ricardo fue en la voz del tenor Gerardo López, certero,
y sagaz, como todos los artistas en general que colaboran para conformar un
espectáculo complejo donde no hay secundarios, sino integrantes de un todo
necesario y difícil de conseguir. Nadie está de más ni de menos y todos juegan
un rol fundamental en la producción, bien compactada.
Milagros Martín y Enrique Baquerizo declinan con mucha eficacia y encanto a los padres de Ascensión, doña Mariana y don Daniel. Hay que citar también a Ángel Burgos (un inglés) Abel Vitón (don Pedro), y Joseba Pinela (un camarero). Sin olvidar tampoco a los parroquianos 1 y 2, (Ricardo Rubio* y Alberto Ríos*) y los trabajadores (Alberto Camón*, Francisco Díaz*, Román Fernández-Cañadas* y Francisco Rivero*), «el del mantecao» (Francisco José Pardo*).
*Todos miembros del Coro Titular
del teatro de La Zarzuela. Colaboraron también casi veinte
bailarines-figurantes. Y último pero no el menos importante, Eduardo Bravo,
a cargo de la iluminación (integrante de la Asociación de Autores de
Iluminación). Hecho con mimo y dedicación, muy detallista el programa-libro
que lo contiene todo.
Una delicia todo, de la que, como
se pudo apreciar, todos fueron responsables. Y, como viene siendo habitual y
merecido, muchos, muchos aplausos resonaron en el coliseo madrileño.
Alicia Perris
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