La corte de Faraón. Opereta bíblica en un acto y cinco cuadros, con libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios y música de Vicente Lleó. 2 de febrero, 2025.
Se estrenó en Madrid en el Teatro Eslava el 21 de enero de
1910. Producción actual del Teatro Arriaga, Teatro Campoamor y Teatros del
Canal (2012).
Ficha Artística
Dirección musical, CARLOS ARAGÓN
Dirección de escena, EMILIO SAGI
Escenografía, DANIEL BIANCO
Vestuario, GABRIELA SALAVERRI
Coreografía, NURIA CASTEJÓN
Reparto
Lota, MARÍA REY-JOLY
Reina, MARÍA RODRÍGUEZ
Sul, ENRIQUE VIANA
Raquel, ANNYA PINTO
Ra, AMPARO NAVARRO
Sel, AMELIA FONT
Ta, LETICIA RODRÍGUEZ
El gran faraón, ENRIC MARTÍNEZ-CASTIGNANI
José, JORGE RODRÍGUEZ-NORTON
El general Putifar, RAMIRO MATURANA
El gran sacerdote, JOSÉ MANUEL DÍAZ
Selhá, JESÚS GARCÍA GALLERA
Seti, RAFAEL S.
LOBETO.
Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de La
Zarzuela. Coro del Teatro de La Zarzuela, director: Antonio Fauró.
Los principales cantantes fueron Julia Fons y el tenor Antonio González interpretando respectivamente a Lota y El Casto José, en el estreno en el Teatro Eslava . Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente.
Efectivamente, La corte de Faraón es una zarzuela que vio la
luz en Madrid en el mencionado teatro el 21 de enero de 1910. En ella se fusionan
elementos de opereta, zarzuela, revista, e incluso cuplé. Encuadrada dentro del
género denominado "sicalíptico", famoso por sus diálogos llenos de
insinuaciones y connotaciones sexuales, canciones de aroma picante y enredos de
corte vodevilesco, estuvo de moda
durante el primer tercio del siglo XX. Algunos la consideran una “astracanada”,
excesiva pero se ríen mucho.
Esta obra de carácter humorístico, está ambientada en Egipto y sus referencias musicales la convierten en algunos momentos en una parodia de la Aida de Verdi (“Ritorna vincitor”…, del primer cuadro). Pero Putifar no es Radamés y en esta nueva versión del 2025, quien espere encontrar respeto al original y un enfoque tradicional de una ya nada propuesta respetuosa y formal a comienzos del XX, no debe visitar La Zarzuela.
En unos tiempos aciagos, con guerras, vueltas al pasado más cavernícola en la política internacional, imágenes de barbarie y latrocinio que parecían superadas para siempre y una climatología inclemente en todo el planeta, (¿habrá comenzado ya la nueva glaciación? porque en la meseta estamos congelados) el público tiene derecho a compartir una ventana a la alegría y a una cierta “nonchalance” (despreocupación) que le ayude a sobrellevar el siglo XXI y sus efectos nocivos. Hay otros, más felices, solares, luminosos, despreocupados y esos están siempre en el coliseo de la calle de Jovellanos. En esta sala hay mucha seriedad y hasta la comicidad se toma al pie de la letra, porque el resultado y la factura suelen ser de excelencia.
La acción se sitúa en Egipto, durante la época de los
faraones y la partitura, versátil, muy pegadiza, cuenta con fragmentos que son
del dominio de todas las audiencias castizas. Por ejemplo, el dúo de Lota y
José: "Yo soy el casto José…"o los cuplés babilónicos: "Son las
mujeres de Babilonia", también el vals del juicio: "Para juzgar y
sentenciar". O el pasaje que se convierte aquí en el núcleo y el gozne alrededor
del cual gira buena parte de la producción con la actuación estelar de Enrique
Viana. Sobresalen los roles de Lota, mujer de Putifar (barítono, guerrero fiero
y triunfante), insatisfecha en su ardoroso amor (soprano). El Gran Faraón,
monarca de Egipto y gran bebedor (tenor). La Reina, esposa del Faraón (soprano
bufa), José, el deseado joven amado por todas las mujeres disponibles de la
corte (tenor), el Gran Sacerdote, sumo jefe del templo de Apis (bajo) Raquel,
confidente y amiga de Lota (soprano), Sul, cupletista y bailarina babilónica
(soprano).
A partir de la "première" hubo posteriores versiones, como la que en 1944 se filma y estrena una ambiciosa adaptación al cine mexicano dirigida por Julio Bracho, aunque tal vez la más conocida versión de esta zarzuela en España e Hispanoamérica sea la película homónima, dirigida en 1985 por José Luis García Sánchez e interpretada, en sus papeles principales, con muchísimo éxito, por Ana Belén, Antonio Banderas, Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez, Agustín González y el dúo humorístico Martes y Trece (Josema Yuste y Millán Salcedo). En cuanto a salas de teatro son famosas las versiones que se realizaron en el Eslava y en el teatro Martín de Madrid.
Destacan además las presentadas por la compañía
teatral Xexil Body Milk en Torrelaguna en 1987 y 1997. Hay también una famosa producción
discográfica de Parera e interpretada por Miguel Ligero Rodríguez en los años
cincuenta.
Como se lee en el precioso libro -programa, “Hoy,
como explica Emilio Sagi, director de escena de esta producción, La
corte de Faraón que presentamos es de 2012, pero «me gusta retomarla cada
cierto tiempo porque es una de mis favoritas: divertida, llena de humor y
energía positiva, con abundantes diálogos cargados de ironía y crítica social,
además de sensualidad y sexualidad». La partitura de Lleó y el libreto de
Perrín y Palacios —en la versión adaptada por Sagi y Viana— «logran un
equilibrio perfecto para el disfrute tanto de quienes hacen el espectáculo como
de quienes lo contemplan».
En esta misma línea, el director musical, Carlos Aragón, destaca que «vamos a disfrutar y a hacer disfrutar a quienes vengan a verla». Agrega que, aunque la música de Lleó representa el final de una época, la Belle Époque, nos resulta «fresca, divertida y muy espontánea». A pesar de su toque claramente decadente, «su encanto reside en el ritmo español que salpica los cuplés y el garrotín». En definitiva, el resultado es una combinación entre zarzuela, opereta y revista que ha alcanzado gran fama. «Haremos una versión realmente bonita», asegura el maestro.
Entre los personajes principales, que actúan no solo cantan, Enric Martínez-Castignani es el Gran Faraón, que defiende con soltura y desparpajo, sobre todo en las actuaciones con su esposa, la reina, igual de desenfadada, una María Rodríguez coqueta, encantadora e insatisfecha que reclama su derecho al goce, como el resto del elenco femenino de la Corte. María Rey-Joly batalla con un desafío escénico muy activo que cuenta con una parte llena de altibajos, pero siempre está a la altura y es un valor seguro en cualquier prestación.
Ramiro Maturana convence como Putifar, pretencioso guerrero (mecanismo de defensa habitual) sin atributos sexuales , al igual que, Annya Pinto, como Raquel, solvente y segura, el tenor asturiano Jorge Rodríguez-Norton, que tiene una implicación importante, lo que le permite un adecuado lucimiento vocal y teatral, junto al que deben citarse acompañantes de valía de José Manuel Díaz como el Gran Sacerdote, el estupendo trío de viudas compuesto por Amelia Font, como Sent, Amparo Navarro, Ra, o Leticia Rodríguez como Ta, que fue muy aplaudido. No hay que olvidar tampoco la comicidad y la implicación de los esclavos de Putifar, Jesús García Gallera (Selhá) y Rafael Lobeto (Seti).
Y por fin, hay que mencionar la gran labor del esforzado Enrique
Viana, Sul, que envuelto en un traje sirena con reminiscencias de los
dorados y espejitos de Gustave Klimt (El beso y otros cuadros del Belvedere
vienés), compone una presentación llena de aportaciones muy propias. Todas muy
actualizadas (como “En Groenlandia, donde los pingüinos se ponen en la fila
de los pasaportes”, haciendo referencia a las últimas pretensiones del
reciente presidente norteamericano Trump sobre ese territorio danés). El teatro
vibró con sus ocurrencias y agradeció el momento- muy largo- que le ofreció el
maestro Viana con saber hacer y generosidad.
Viana, bella voz, comunica, maneja el traje, emerge del
sarcófago con resolución y firma un coro con la audiencia a propósito de la más
conocida de las partes de la Corte, el “Ay babilonio que marea…”. Se permite
unos gloriosos gorjeos en falsete y retoma con rapidez, situaciones, guiños y
las morcillas inventadas, alguna probablemente sobre la marcha.
Capítulo aparte merece la escenografía de Daniel Bianco, creativa,
espléndida, rigurosa en la ensoñación de un Egipto con carneros (Karnak),
momias, y los colores vibrantes que lo declinan. Especialmente, en este caso,
los azules egipcios (como el lingote encontrado hace poco en la Domus Aurea
romana de Nerón) y el dorado, símbolo de la realeza y el esplendor. Las suyas
son siempre colaboraciones donde destacan las proporciones y el concepto -clásico
también- de la ocupación de todo el espacio. Bianco participa a menudo en
creaciones de Emilio Sagi y en general, puede decirse que todos los elencos que
delinean el Teatro de La Zarzuela- también técnicos, personal de sala e
integrantes de las diferentes especializaciones- forman una gran casa pletórica
de ideas. Sin forzar y en un armónico corpus.
Lleno de objetos, en dos niveles al final, donde se escande
la vuelta a una realidad actual. Siempre en la fantástica envoltura del
vestuario de Gabriela Salaverri, miembro de la Academia de las Artes
Escénicas de España. A veces algo escueto, como en el caso del casto José o de
los bailarines que corrían desenfadados por el escenario, siguiendo una distendida
coreografía de Nuria Castejón, que algunos consideran, como el todo, de
una manera un tanto simplista, “gay”. También hubo un momento “circo”, con uno
de ellos colgado desde el techo en una cuerda, haciendo figuras. Acertada la Iluminación
de Eduardo Bravo. Y los bailarines, David Acero, José Ángel Capel,
Alejandro Lara, Daniel Morillo, Pedro Sánchez-Gamarra y Christian Sandoval.
Carlos Aragón bien a la batuta la Orquesta
de la Comunidad de Madrid (ORCAM) y muy atento e inspirado como suele Antonio
Fauró en la dirección del Coro titular de la Zarzuela.
El público, que agotó de nuevo las localidades para todas
las funciones, compensó con una cascada de aplausos, bravos y silbidos de
aprobación esta esforzada (en lo físico, en lo vocal) versión actualizada de un
clásico de siempre. No hubo ortodoxia, pero si una conexión mágica con todo lo
que sucedía en el escenario. Y eso no es poco.
Alicia Perris
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