Un ballet con música en directo es un lujo raro y
poco frecuente en los escenarios del mundo. El creador norteamericano hace esta propuesta para el
coliseo madrileño con una obra encargada por el Festival New Crowned Hope de
Viena, el Barbican Centre de Londres y el Lincoln Centre for the Performing
Arts de Nueva York.
Los grandes intérpretes de piano presentes en el
proyecto, que realizan una labor inigualable, Emanuel Ax y Yoko Nozaki,
acompañan al ballet vertebrado en dos partes: la primera ( Eleven) con el
Concierto para piano y orquesta nº. 11 en Fa Mayor, K. 413 y la Sonata para dos
pianos en Re Mayor, K. 448 (Double) y la segunda con el Concierto para piano y
orquesta no. 27 en Si Bemol Mayor, K. 595 (Twenty-seven).
La música del compositor austríaco suena delicada y
aguda, prístina, como un mecanismo infalible de relojería que sin embargo, no
pierde nada de calidez ni de compenetración con el baile. La directora musical,
Jane Glover, hace un gran trabajo de ensamblaje a cargo del desarrollo musical,
pero la verdad es que los bailarines se producirían también solos, sin música,
tan grande es su seguridad, su coherencia plástica, en ese dibujo de una línea
ondulante, teatral y gestual que engarza las tres obras de Mozart en un todo
perfecto.
Se podría decir que no hay solistas, incluso si
durante toda la velada el papel más activo está a cargo de unos pocos elegidos
que sin embargo no llevan el peso de la obra porque la danza aquí está
concebida como un conjunto sin fisuras, un movimiento perpetuo donde todos
insuflan el oxígeno de la vida y la belleza. Nada más lejos de la concepción
del baile clásico y academicista y sin embargo algún pas de trois evoca otros
lenguajes más ortodoxos desde la divergencia y algún corro recuerda las curvas
y la pasión de un sirtaki imaginado por Mikis Theodorakis.
Un vestuario evanescente, individual para cada
bailarín, de negligés, con un toque aquí y allí de cuento de hadas o de
escenario dieciochesco, envuelve una concepción del baile como lo hubiera
soñado la propia Isadora Duncan: una gestualidad libre, sin sujeciones, sin
zapatillas, con el pie desnudo libre y el propio hálito de energía como única
columna vertebral para sentir y diseñar el movimiento. La revisitación del
añorado mundo helénico. Tal vez un Delphos ligero y breve olvidado
descuidadamente desde alguna dimensión desconocida por Mariano Fortuny.
Fundado en 1980, el Mark Morris Dance Group fue
invitado ocho años después a convertirse en la compañía nacional de danza de
Bélgica, luego de la salida de Maurice Béjart y en 1991 regresó a Estados
Unidos convertida en una de las mejores del mundo.
El trabajo de este grupo se refleja en un espejo
donde también se nutre su maestro: el perfeccionismo relajado y atento, lleno
de motivación, con esa capacidad de seducción que hace artístico pero también terapéutico el
baile, como cuando se dedica a las sesiones para enfermos de Parkinson, una de las
ocupaciones habituales de los integrantes de la escuela del coreógrafo de
Seattle. También en Madrid impartieron una clase de danza gratuita para
enfermos de ese trastorno neurológico, a la que asistieron, el 3 de enero,
amigos, familiares y cuidadores, con el fin de colaborar en la vivencia musical
y psicomotriz de esos pacientes de una
manera estimulante y creativa.
Con anterioridad a las representaciones en un
encuentro-café con los periodistas el 28 de diciembre, en el Teatro Real, Mark
Morris se mostró colaborador y disponible. Como cuando salió a saludar con sus
bailarines después de la función, arrebujado en una camiseta en tonos pastel y
enarbolando al hombro un chal en plan “casual”. Habló de muchas cosas pero su
rostro se le iluminó cuando le preguntaron cuáles eran sus planes para el 2013.
Se dejó fotografiar, cortejar y abordar con elegancia y entonces exclamó: “Creo
que tengo de verdad muchísimas cosas que hacer. Debería irme de prisa a
trabajar…”.
Su reflexión y su idea del baile como expresividad
hacia adentro desbordándose sin embargo generosamente hacia el exterior, como
algo inefable, como una comunicación primigenia y genuina, le hubieran
encantado a la fulgurante y recordada Isadora. Y a nosotros nos ha sorprendido
también.
Alicia Perris
Foto: Julio Serrano
Rueda prensa Teatro Real
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