El título no es un error: las hermanas Labèque a los dos pianos y la Orquesta Sinfónica de Madrid sonaban como tres.
Las pianistas de Bayona, son de una sorprendente capacidad para transformarse haciendo música. Alcanzaron fama internacional con su grabación de Rhapsody in Blue de Gershwin, pero también han colaborado con agrupaciones de gran prestigio internacional y con directores como Zubin Mehta, Simon Rattle, John Eliot Gardiner en performances más clásicas y trabajado con compositores contemporáneos como Luciano Berio, Pierre Boulez, Osvaldo Golijov y Olivier Messiaen, entre otros.
Semyon Bychkov, director de orquesta de San Petersburgo, posee un amplísimo repertorio sinfónico y ha dirigido en los grandes centros musicales del mundo, como el Covent Garden, el Teatro alla Scala de Milán, el Maggio Musicale Fiorentino, la Staasoper de Viena, obras de Mozart, Rossini, Bacri y Dutilleux, sin olvidar a Berlioz, Verdi, Wagner o Elektra, esta última en el Teatro Real, por ejemplo.
Esta nueva edición de Las Noches del Real, que prepara próximamente en el mismo ciclo recitales de Joyce DiDonato, Maurizio Pollini, Rufus Wainwright o la Missa da Requiem con varios cantantes de primera línea dirigidos por Teodor Currentzis, entre otras veladas, ofreció esta vez el Concierto para dos pianos nº 10 en Mi bemol mayor, K 365 de Wolfang Amadé Mozart (1756-1791), donde el lucimiento excepcional fue para las dos pianistas francesas.
Este único concierto para dos pianos de Mozart fue concebido por el compositor pensando en su hermana María Anna, conocida como Nannerl, una gran instrumentista. No se trata de una partitura que deje diferente, una composición más de un músico con un variado repertorio, sino una propuesta de virtuosismo extremo, con las partes solistas de una exigencia equivalente para las dos intérpretes. Tiene una perfección de relojería suiza, que las hermanas Labèque supieron poner de relieve de una manera superlativa. Son precisas, expresivas, certeras. Podríamos decir, hasta donde alcanzó la percepción auditiva de esta cronista, que no se les escapó una nota. ¡Y qué seguridad y qué técnica!
La compenetración entre las pianistas y el director fue total y el todo sonó como una prueba de maestría casi camerística y a la vez como una muestra del funcionamiento orquestal de la Sinfónica de Madrid, que sonó muy equilibrada, permitiendo escuchar cómo las diferentes constelaciones instrumentales y sonoras eran ejecutadas con absoluta maestría.
En
la segunda parte del concierto, la tensión y la alerta de público se elevaron
ante la audición de la emblemática Sinfonía alpina de Richard Strauss (Eine
Alpensinfonie) con connotaciones personales, verdadero camino iniciático en la
naturaleza con fantásticas repercusiones en la historia de creatividad musical
del compositor de Salomé, Elektra, Ariadne auf Naxos y tantos preludios
sinfónicos que le han granjeado un lugar destacado en el sinfonismo del siglo
XX.
Las
hermanas Labèque nos dedicaron una propina que volvieron a desgranar con una
perfección asombrosa pero luego de Strauss, el director optó, después de muchos
aplausos, con gesto serio y contenido, por dar por terminado el concierto.Hay un público enfervorecido por la calidad musical del programa ofrecido como el del sábado pasado en el Real que siempre desea más, pero esta vez fue suficiente y resultó precioso. Y redondo. Una lección apolínea.
Alicia Perris
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