domingo, 28 de julio de 2013

LA AIDA DE VERDI EN NUEVA PRODUCCION EN LA ARENA DE VERONA



Aída. Ópera en 4 actos. Libreto de Antonio Ghislanzoni. Música de Giuseppe Verdi. Intérpretes: El rey: Carlo Cigni. Amneris: Elena Babouri. Aída: Hui He. Radamés: Jorge de León. Ramfis: Marco Spotti. Amonasro: Andrzej Dobber. Un mensajero: Riccardo Botta. Sacerdotisa. Elena Rossi. Director musical: Omer Meir Wellber. Dirección de escena: La Fura del Baus (Carlus Padrissa y Álex Ollè). Asistente a la dirección escénica: Valentina Carrasco. Vestuario: Chu Uroz. Orquesta, Coro y Cuerpo de Baile de la Arena de Verona. Director del Coro: Armando Tasso. Directora del Cuerpo de baile: María Grazia Garofoli. Arena di Verona. 18 julio de  2013. 21.15 horas.

Un poco de historia: el 24 de diciembre de 1871 debutó en El Cairo, con ocasión de la apertura del Canal de Suez, un proyecto anglofrancés, donde tuvo un papel preponderante Lesseps, familiar de la Emperatriz Eugenia, las más clásica y famosa de las óperas verdianas.
En 1861 el Jedive (virrey de Egipto) comisionó al livornés Pietro Avoscani el encargo de proporcionarle un espectáculo para la ocasión. Se da la circunstancia de que a este proyecto faraónico no fue ajeno el conocido egiptólogo francés Auguste Mariette, padre de la especialidad en tierras del Nilo, que había escrito los bocetos literarios de Aída.
Mariette, por su parte, contrató a Camille du Locle, director de la Opéra Comique de París, para que buscara un compositor. Por razones de amistad con este círculo, Verdi aceptaría finalmente ocuparse de la partitura por la astronómica cifra de 150.000 francos de aquellos tiempos.
La Guerra Franco-prusiana que somete a Francia durante un tiempo compromete el buen curso de la historia de esta ópera, mientras Verdi contacta con Antonio Ghislanzoni para trabajar en el libreto y se ocupa de la música en su finca de Sant´Agatha.
El día de Nochebuena de 1871, pues, se estrena finalmente Aida en El Cairo, a mayor gloria del compositor italiano, a quien el Jedive, encantado, condecoró, nombrándolo Comendador de la Orden Otomana. Solo dos meses después, en febrero de 1872 , se representó en Milán, con un cast de primer orden, en el que figuraba también, la soprano Teresa Stolz, muy cercana por entonces al corazón del maestro.

Cien años de la Arena di Verona
Las velas que se iluminaron en la Arena la noche del 18 de julio de este año, acompañando la espera para el comienzo de Aída, recuerdan a todos que la obra maestra de Verdi había sido representada en el mismo lugar el 10 de agosto de 1913.
A La Fura del Baus le tocó en suerte la renovación de ese espíritu entre histórico y arqueológico que llena todavía el antiguo espacio. Allí  los romanos, habían ideado el “panem et circenses” como una forma de distraer y contener al pueblo. En esos tiempos, gladiadores, fieras y otras muestras de “greatest hits” de la época entre las antiguas piedras, inauguraban para la historia, el concepto de espectáculo que no difiere tanto en esencia, de lo que imaginamos y disfrutamos hoy, si no tenemos en cuenta la sangre derramada, claro.
En un contexto postindustrial, puesto al día, a mitad de camino entre las películas de Indiana Jones y La guerra de las galaxias, el grupo teatral catalán no pierde oportunidad de ocupar todo el espacio de la Arena y ésa parece ser sobre todo la consigna: el hecho operístico también está entre el público, aparece por los vomitorios, se trepa al cielo de Verona con unas grúas donde se balancean contorsionistas más propios de un circo que de un escenario operístico y se desafía y se compite con la propia naturaleza, que exhibe esta noche una luna llena en todo su esplendor.
Transportes eléctricos, muchos espejos reflectantes y sobre todo, los animales tan esperados en la marcha triunfal, pero mecánicos, seguramente para salvarguardar la salud y el bienestar de los camellos y elefantes de verdad utilizados en otras épocas y por simples motivos crematísticos. Algunas indicaciones iconográficas aptas incluso para neófitos como los escarabajos, hacen que esta Aída guarde un sentido enigmático, según algunos críticos del foro, como Cesare Galla de “Il giornale di Vicenza”, aunque en realidad conserva bastante coherencia, en lo colosal, lo gimnástico, o cierto feísmo en medio de una voluntad de sorprender al espectador con los montajes típicos de La Fura.
Un toque sadomasoquista (en el trato de los prisioneros etíopes que no paran de arrastrarse o ser golpeados por los soldados de Radamés), unos globos luminosos que llevan entre las manos los integrantes del coro (que recuerdan a la película Prometheus, bastante actual), unos trajes que por momentos emparentan con el vestuario de los sacerdotes en el Auto de Fe de Don Carlo del compositor de Busseto.
Además, las sombras chinescas que reemplazan el agradable ballet a que las Aídas más convencionales y fieles al origen nos tienen acostumbrados, componen un contexto que, en general sorprendió al heterogéneo público del teatro y tal vez esa y no otros fueran  fundamentalmente el punto de partida y la intención estéticos de Carlus Padrissa y Alex Ollé y su equipo.

Hasta aquí la espectacularidad un poco descarnada y mecánica de todos los efectos de La Fura, para conmemorar el centenario en 1913 de otra Aída. ¿Y cuanto al corazón mismo del hecho operístico, la música, las voces, el canto?
El director israelí Omer Meir Wellber, debutante en la Arena, aunque no en Aída, hizo un gran esfuerzo para comprender las características del teatro “al aperto” más grande del mundo y su versión fue elegante y nítida, a pesar de lo que significaba dirigir a los cantantes, a los músicos e incluir en la propuesta todas las interferencias que un público a veces extremadamente lábil por bisoño o la “regia” podían crear.
El Radamés de Jorge de León gustó pero no entusiasmó y todos contuvimos el aliento en su “Celeste Aída” que sonó delicada y clara. Bien por Hue Hin, la soprano china que compuso una Aída polifacética, rica, llena de matices, con una voz que se imponía con soltura por momentos al tráfago orquestal y escénico. Menos bien la Amneris de Elena Gabouri, un poco estática y vocalmente poco flexible. Lo mismo podría decirse del Amonasro de Andrzej Dobber. El resto de secundarios, correctos en su papel de acompañantes.
Sea como fuere fue una noche para recordar. L´Ufficio Stampa (Oficina de prensa) se portó de maravilla, con su disponibilidad (Federica  Muraro) para facilitar entradas, material e información sobre Aída.  
La Plaza Bra de Verona, donde se yergue la Arena, bullía por momentos con gentes que paseaban, corrían, subían al tren que recorre la ciudad y los lugares más turísticos y, por supuesto, se preparaban afanosamente muy bien vestidos, para entrar al sector de las “poltronissime”, los asientos más destacados y elegantes del teatro.
Había mucha vida en la Verona que albergó una de las noches que festejaban el centenario del lugar. Entre todos los presentes, solo faltaban Romeo y Julieta, esforzándose desde el más allá literario donde los colocó Shakespeare, por seguir encandilando a los lectores, a los amantes del teatro y a los enamorados. O tal vez sí estaban, ocultos detrás de alguna columna, difuminándose para no ser vistos, entre las viejas piedras de la ciudad de los Montescos y los Capuletos, en alguna barcaza renacentista, cruzando para siempre, una y otra vez, las aguas metalizadas y oscuras del Adige. 

Alicia Perris
Fotos cortesía de la Fundazione Arena di Verona

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