Aída. Ópera en 4 actos. Libreto de Antonio
Ghislanzoni. Música de Giuseppe Verdi. Intérpretes: El rey: Carlo Cigni.
Amneris: Elena Babouri. Aída: Hui He. Radamés: Jorge de León. Ramfis: Marco Spotti.
Amonasro: Andrzej Dobber. Un mensajero: Riccardo Botta. Sacerdotisa. Elena
Rossi. Director musical: Omer Meir Wellber. Dirección de escena: La Fura del
Baus (Carlus Padrissa y Álex Ollè). Asistente a la dirección escénica:
Valentina Carrasco. Vestuario: Chu Uroz. Orquesta, Coro y Cuerpo de Baile de la
Arena de Verona. Director del Coro: Armando Tasso. Directora del Cuerpo de
baile: María Grazia Garofoli. Arena di Verona. 18 julio de 2013. 21.15 horas.
Un poco de historia: el 24 de diciembre de 1871
debutó en El Cairo, con ocasión de la apertura del Canal de Suez, un proyecto
anglofrancés, donde tuvo un papel preponderante Lesseps, familiar de la
Emperatriz Eugenia, las más clásica y famosa de las óperas verdianas.
En 1861 el Jedive (virrey de Egipto) comisionó al
livornés Pietro Avoscani el encargo de proporcionarle un espectáculo para la
ocasión. Se da la circunstancia de que a este proyecto faraónico no fue ajeno
el conocido egiptólogo francés Auguste Mariette, padre de la especialidad en
tierras del Nilo, que había escrito los bocetos literarios de Aída.
Mariette, por su parte, contrató a Camille du
Locle, director de la Opéra Comique de París, para que buscara un compositor.
Por razones de amistad con este círculo, Verdi aceptaría finalmente ocuparse de
la partitura por la astronómica cifra de 150.000 francos de aquellos tiempos.
La Guerra Franco-prusiana que somete a Francia
durante un tiempo compromete el buen curso de la historia de esta ópera,
mientras Verdi contacta con Antonio Ghislanzoni para trabajar en el libreto y
se ocupa de la música en su finca de Sant´Agatha.
El día de Nochebuena de 1871, pues, se estrena
finalmente Aida en El Cairo, a mayor gloria del compositor italiano, a quien el
Jedive, encantado, condecoró, nombrándolo Comendador de la Orden Otomana. Solo
dos meses después, en febrero de 1872 , se representó en Milán, con un cast de
primer orden, en el que figuraba también, la soprano Teresa Stolz, muy cercana
por entonces al corazón del maestro.
Cien años de la Arena di Verona
Las velas que se iluminaron en la Arena la noche
del 18 de julio de este año, acompañando la espera para el comienzo de Aída,
recuerdan a todos que la obra maestra de Verdi había sido representada en el
mismo lugar el 10 de agosto de 1913.
A La Fura del Baus le tocó en suerte la renovación
de ese espíritu entre histórico y arqueológico que llena todavía el antiguo
espacio. Allí los romanos, habían ideado
el “panem et circenses” como una forma de distraer y contener al pueblo. En
esos tiempos, gladiadores, fieras y otras muestras de “greatest hits” de la
época entre las antiguas piedras, inauguraban para la historia, el concepto de
espectáculo que no difiere tanto en esencia, de lo que imaginamos y disfrutamos
hoy, si no tenemos en cuenta la sangre derramada, claro.
En un contexto postindustrial, puesto al día, a
mitad de camino entre las películas de Indiana Jones y La guerra de las
galaxias, el grupo teatral catalán no pierde oportunidad de ocupar todo el
espacio de la Arena y ésa parece ser sobre todo la consigna: el hecho
operístico también está entre el público, aparece por los vomitorios, se trepa
al cielo de Verona con unas grúas donde se balancean contorsionistas más
propios de un circo que de un escenario operístico y se desafía y se compite
con la propia naturaleza, que exhibe esta noche una luna llena en todo su
esplendor.
Transportes eléctricos, muchos espejos reflectantes
y sobre todo, los animales tan esperados en la marcha triunfal, pero mecánicos,
seguramente para salvarguardar la salud y el bienestar de los camellos y
elefantes de verdad utilizados en otras épocas y por simples motivos
crematísticos. Algunas indicaciones iconográficas aptas incluso para neófitos
como los escarabajos, hacen que esta Aída guarde un sentido enigmático, según algunos
críticos del foro, como Cesare Galla de “Il giornale di Vicenza”, aunque en
realidad conserva bastante coherencia, en lo colosal, lo gimnástico, o cierto
feísmo en medio de una voluntad de sorprender al espectador con los montajes
típicos de La Fura.
Un toque sadomasoquista (en el trato de los
prisioneros etíopes que no paran de arrastrarse o ser golpeados por los
soldados de Radamés), unos globos luminosos que llevan entre las manos los
integrantes del coro (que recuerdan a la película Prometheus, bastante actual),
unos trajes que por momentos emparentan con el vestuario de los sacerdotes en
el Auto de Fe de Don Carlo del compositor de Busseto.
Además, las sombras chinescas que reemplazan el
agradable ballet a que las Aídas más convencionales y fieles al origen nos
tienen acostumbrados, componen un contexto que, en general sorprendió al
heterogéneo público del teatro y tal vez esa y no otros fueran fundamentalmente el punto de partida y la
intención estéticos de Carlus Padrissa y Alex Ollé y su equipo.
Hasta aquí la espectacularidad un poco descarnada y
mecánica de todos los efectos de La Fura, para conmemorar el centenario en 1913
de otra Aída. ¿Y cuanto al corazón mismo del hecho operístico, la música, las
voces, el canto?
El director israelí Omer Meir Wellber, debutante en
la Arena, aunque no en Aída, hizo un gran esfuerzo para comprender las
características del teatro “al aperto” más grande del mundo y su versión fue
elegante y nítida, a pesar de lo que significaba dirigir a los cantantes, a los
músicos e incluir en la propuesta todas las interferencias que un público a
veces extremadamente lábil por bisoño o la “regia” podían crear.
El Radamés de Jorge de León gustó pero no
entusiasmó y todos contuvimos el aliento en su “Celeste Aída” que sonó delicada
y clara. Bien por Hue Hin, la soprano china que compuso una Aída polifacética,
rica, llena de matices, con una voz que se imponía con soltura por momentos al
tráfago orquestal y escénico. Menos bien la Amneris de Elena Gabouri, un poco
estática y vocalmente poco flexible. Lo mismo podría decirse del Amonasro de
Andrzej Dobber. El resto de secundarios, correctos en su papel de acompañantes.
Sea como fuere fue una noche para recordar.
L´Ufficio Stampa (Oficina de prensa) se portó de maravilla, con su disponibilidad
(Federica Muraro) para facilitar
entradas, material e información sobre Aída.
La Plaza Bra de Verona, donde se yergue la Arena,
bullía por momentos con gentes que paseaban, corrían, subían al tren que
recorre la ciudad y los lugares más turísticos y, por supuesto, se preparaban
afanosamente muy bien vestidos, para entrar al sector de las “poltronissime”,
los asientos más destacados y elegantes del teatro.
Había mucha vida en la Verona que albergó una de
las noches que festejaban el centenario del lugar. Entre todos los presentes,
solo faltaban Romeo y Julieta, esforzándose desde el más allá literario donde
los colocó Shakespeare, por seguir encandilando a los lectores, a los amantes
del teatro y a los enamorados. O tal vez sí estaban, ocultos detrás de alguna
columna, difuminándose para no ser vistos, entre las viejas piedras de la
ciudad de los Montescos y los Capuletos, en alguna barcaza renacentista,
cruzando para siempre, una y otra vez, las aguas metalizadas y oscuras del
Adige.
Alicia Perris
Fotos cortesía de la Fundazione Arena di Verona
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