miércoles, 24 de julio de 2013

CORO DEL MAGGIO MUSICALE FIORENTINO EN FLORENCIA




Director: Lorenzo Fratini. Soprano: Sarina Rausa. Piano: Andrea Secchi. Con ocasión de los 80 años de la Fundación del Coro Maggio Musicale Fiorentino. Martes 16 de julio de 2013. 19.30 horas.
En el recoleto Claustro de Ognissanti (de Todos los Santos), abrazado el lugar por los dos hoteles con más tradición de Florencia, el Excelsior y el Grand Hotel Saint Régis, siempre bellos, siempre acogedores del viajero, se yergue este  claustro que inaugura espacio para ofrecer conciertos que se realizan en temporada estival en Florencia.
La ciudad de Leonardo, de Rafael, de Miguel Ángel, de la Farmacia de Santa maría Novella, que estuviera de moda por la filmación y el escenario del “Hannibal” y las peripecias del médico más famoso de los últimos años, asesino confeso, caníbal y erudito, se reviste ahora con los ropajes del “Inferno” de Dan Brown.


En este contexto, con la apertura hace dos años del Museo Gucci , Florencia sigue siendo una geografía de arte, de cine (todavía se exhibe a menudo “Una habitación con vistas”, esa cinta mítica sobre la ciudad de los Uffizi, los Médici y los Pazzi, aquellos conspiradores que acabaron mal) y, claro, de música.
La velada comenzó con las Mirjams Siegesgesang D. 942, para soprano, coro y piano de Franz Schubert, que sonó ajustada y equilibrada. El Coro del Maggio es potente, disciplinado y conforma una masa vocal impresionante. El Mirjams (Canto de victoria de Miriam), compuesto en  1828 a partir de una versión de Franz Grillparzer, que describe la fuga de los hebreos de Egipto a través del Mar Rojo y la destrucción del ejército del faraón, se divide en seis partes que se continúan sólidamente implantadas en la tonalidad de do mayor. Las que son para el coro recuerdan la amplitud de los oratorios barrocos más que una composición camerística, mientras el piano alude a la sonoridad de una gran orquesta.
La soprano Sarina Rausa, de una voz amplia y agradable, hace un excelente papel, nada fácil teniendo en cuenta el contexto de ese conjunto de voces acostumbradas a cantar en teatros de ópera o de concierto y a llevar a menudo, nunca mejor dicho, “la voz cantante”.
Muy solventes Andrea Sacchi al piano, elegante y buen acompañante y Lorenzo Fratini, el director del Coro del Maggio, nacido en Prato en 1973, de una trayectoria nutrida que ha trabajado junto a directores de orquesta como Oren, Maazel, Escehnbach, Steinberg o Roberto Abbado.


A continuación se pudo escuchar los Vier Quartette op. 92 para coro y pianoforte de Johannes Brahms, siempre con una cuidada dicción alemana y finalmente Gioachino Rossini puso el final a una noche  cálida y apacible en este rincón de Florencia, a dos pasos del Arno.
Como escribió Elisabetta Torselli sobre los Quartette: “La escucha habitual de Brahms reconoce en sus cuatro números, por su pequeñez, muchos pasajes de conducción métrico-rítimico, de armonía, del Brahms instrumental, sobre todo de cámara.
En cuanto a las composiciones de Rossini, después del extraordinario éxito de Guillermo Tell, claramente romántico, el compositor decidió abandonar el mundo de la ópera. Desde 1829 hasta su muerte en 1868, continuó componiendo mucho en París, en contacto con los amigos a los que recibía cerca de Passy. Rossini llamó a las composiciones que pudieron escucharse en el Claustro de Ognissanti “Péchés de vieillesse “(“Pecados de vejez”): a estos pertenece esta deliciosa narrativa musical, que pone de manifiesto la apabullante genialidad rossiniana, incluso cuando se enmascara detrás de un supuesto desencanto.
Muy bien conseguidos todos los números, pero algunos vitalistas y llenos de brío, como I gondolieri (Los gondoleros), La passegiatta (El paseo) o Il carnevale (El Carnaval), que sonó de maravilla y resultó elegido para una propina.

Como no podía ser de otra forma, dada la inclinación festiva de los italianos, a pesar de las crisis y a pesar de cierta seriedad que a menudo parecen exhibir los florentinos, hubo cóctel al terminar el concierto para festejar los 80 años, pero no nos quedamos. Las veladuras de luz del Arno al anochecer, cuando las sombras avanzan sobre el Ponte Vecchio, bien merecían, también, una “passeggiata” y un homenaje.
Alicia Perris
Fotos: Julio Serrano

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