lunes, 22 de diciembre de 2025

LA ORQUESTA Y CORO NACIONALES DE FRANCIA, LLAMATIVO CONCIERTO CON DIRECTOR Y SOLISTAS DE LUJO EN EL TEATRO DE LOS CAMPOS ELÍSEOS

PROGRAMA

SERGUEÏ RACHMANINOV

Les Cloches, op. 35

Pausa

SERGUEÏ RACHMANINOV

Symphonie n° 3 en la mineur, op. 44

El concierto presentado por Saskia de Ville se retransmitió en directo en France Musique y está disponible en francemusique.fr

CAST

MARINA REBEKA, soprano

PAVEL PETROV, tenor

ALEXANDER ROSLAVETS, bajo

CHŒUR DE RADIO FRANCE

AGNIESZKA FRANKÓW-ŻELAZNY directora del coro

ORQUESTA NACIONAL DE FRANCIA

Luc Héry, concertino


La Orquesta Nacional de Francia (ONF) propuso cinco encuentros con la música vocal y sinfónica del compositor ruso Rachmaninov.  Comenzaron el 11 de diciembre con las Danzas sinfónicas y terminarán con la Rapsodia de Paganini el 16 de abril. En esta ocasión se trata de una velada que comienza con Las Campanas op. 35 (título en ruso: Колокола), un poema sinfónico, que incluye coro y solistas, Inspirado en la tenebrosa literatura, fantasmal y onírica de Edgar Poe, fue compuesto entre 1912 y 1913 por el compositor y pianista ruso Serguéi Rachmaninov. Es una sinfonía coral para soprano, tenor, barítono, coro y gran orquesta.

El punto de partida, como explica la especialista del programa de mano, Laetitia Le Guay, es bastante curioso. En 1912, Rachmaninov recibió una carta aconsejándole leer un poema de Edgar Allan Poe, traducido por Constantin Balmont (quien "organizó el texto a su manera") para ponerlo en música. En cuanto lo leyó, al compositor se le ocurrió la idea de una sinfonía vocal en cuatro partes. Solo tras la muerte del compositor se supo quién era el autor de esta carta anónima: Maria Danilova, una violonchelista que no creía que su sugerencia fuera aceptada.

El estreno tuvo lugar el 30 de noviembre de 1913 en San Petersburgo bajo la dirección del compositor y Les Cloches recibió una acogida tremenda. En la presentación de la obra en el concierto de la Filarmónica de Moscú el 8 de febrero de 1914, Rachmaninov obtuvo un éxito inusual. Al final de la sesión, le entregaron coronas de laurel, flores y regalos, mientras el público le brindaba una ovación poco frecuente.

La partitura, que pasa por cuatro estados climáticos bien marcados, evoca las etapas de la vida del ser humano: según Vladimir Jurowski, el primer movimiento representa la edad de la infancia, el segundo de la juventud, la tercera guerra y la cuarta muerte. Son, por tanto:

Allegro ma non tanto, con voz de tenor – Las campanas de los trineos

Lento, con voz de soprano y luego coros - Las dulces campanas nupciales

Presto, con coros - Las campanas de alarma atronadoras

Lento lúgubre con voz de bajo-barítono: Las campanas de hierro melancólicas

Es importante recordar que esta obra fue compuesta entre 1912 y 1913, un año antes de la Primera Guerra Mundial. El tercer movimiento parece anunciar esta guerra y de hecho se enmarca en las habituales narrativas musicales de los compositores eslavos: la patria, la nostalgia, los amores imposibles, la muerte o ese sentimiento inconmensurable y poco definible conocido como “el alma rusa”. El compositor fue prohibido posteriormente en la URSS, debido a que "Esta música emana de un emigrado, un enemigo declarado de la Rusia soviética: Rachmaninov.

La composición de la Sinfonía n.º 3, que se desarrolló en la segunda parte,  se inició después de finalizar la Rapsodia sobre un tema de Paganini y las Variaciones sobre un tema de Corelli. A finales de abril de 1935 llegó a su recién construida Villa Senar en el Lago Lucerna en Suiza con la idea de escribir una sinfonía. Después de muchos retrasos, Rajmáninov llegó a los Estados Unidos justo a tiempo para los últimos preparativos del estreno de la obra, que se celebró en Filadelfia el 6 de noviembre de 1936 con la interpretación de la Orquesta de Filadelfia bajo la dirección de Leopold Stokowski. Y la primera publicación tuvo lugar en Nueva York en 1937 a cargo del editor Charles Foley.

La sinfonía consta de tres movimientos:

I. Lento – Allegro moderato – Allegro, en la menor

II. Adagio ma non troppo – Allegro vivace, en do sostenido menor

III. Allegro – Allegro vivace – Allegro (Tempo primo) – Allegretto – Allegro vivace, en la mayor

Contiene solamente tres movimientos, pero el central asume el papel dual de movimiento lento y scherzo, lo que supone una innovación sinfónica para Rajmáninov. La obra emplea la forma cíclica, con un sutil uso de los temas combinados, como viene siendo usual en las obras del maestro ruso, con referencias al canto llano Dies irae. Se trata de una obra de transición.

 Respecto al contorno melódico y el ritmo es su sinfonía más expresiva, particularmente en los ritmos de la última danza. El estilo ruso, evidente desde el comienzo con el canto de estilo ortodoxo, es un recordatorio de las raíces del compositor como un hombre que había sido desprovisto de ellas. La música está llena de tristeza y angustia. La melodía y armonía casi siempre se vuelven hacia sí mismas en vez de hacia afuera sin ningún sentimiento de alegría. Es posible que “Si hubiera una sola obra que expresara el dolor que Rajmáninov sentía al estar en el exilio, es esta”, escribió un crítico admirador.

Esta sinfonía sentó precedente por su gran economía de sonido en comparación con sus predecesoras. Su estilo más libre, puede recordar en un principio a la Rapsodia sobre un tema de Paganini. El profundamente trágico primer movimiento, representa un derrumbe con reminiscencias de Mahler en su gran impresión e inexorabilidad. Aunque Rajmáninov mantiene un equilibrio que finalmente se transforma en un poderoso finale.

La producción musical de este compositor fue revaluada durante la década de 1970, lo que hizo que la sinfonía se haya visto desde una perspectiva más favorable en esa época y se haya interpretado en salas de concierto y grabado con frecuencia.

El director rumano de la formación en cuestión (ONF), Cristian Măcelaru, ha querido en esta ocasión exhibir el enorme poder de la orquesta y el coro, que dieron una tonalidad casi trágica y melancólica a esta velada en el Teatro de los Campos Elíseos, sobre todo en vísperas de las Fiestas de Navidad y Fin de año occidentales (la población de París es multicultural, con razas, religiones y culturas muy diferentes).

Queda así en parte en un  segundo plano en la velada, el esfuerzo de la presentación de unos cantantes excepcionales. Especialmente Marina Rebeka, que se ha convertido en una diva de facto, siempre presente en las mejores salas del mundo y con un repertorio fantástico y diferente. El lunes anterior a París, se desplegó con gran éxito en el Ciclo de Lied del Teatro de La Zarzuela de Madrid y a los 3 días, defendió en la capital francesa una parte que le deja pequeño desempeño en el recital. Sin embargo, su versión “nupcial” de Les Cloches dejó de nuevo aflorar su timbre diamantino, la voz ancha, solvente y caudalosa, el fiato interminable, la escuela vocal, el saber estar y más en el escenario, aunque sentada, y la gracia con la que llevó un vestido blanco roto con lentejuelas, que hacía referencia a su participación en Las dulces campanas nupciales. Por cierto, las campanas y su sonido, el simbolismo que entrañan, forman parte de la historia rusa y de su música a través de los tiempos. Religiosa, profana a la vez y militar, de Pascua también.

Igual de solventes el tenor bielorruso Pavel Petrov, sereno, contenido, eficaz y claro (había sobretítulos en francés e inglés, con idioma original ruso), que ganó el Concurso Operalia de zarzuela en 2018 y se ha ganado ya un lugar en reconocidos escenarios líricos.

Alexander Roslavets, el bajo ruso, recuerda los instrumentos vocales que han fascinado a Occidente en la historia de la ópera. Serio, potente vocalmente, de técnica cuidada, sin esforzarse, cumplió también una parte breve, pero de manera contundente.  

En cuanto a La Orquesta Nacional de Francia, es la “garante de la interpretación francesa por su dinamismo y su patrimonio y legado”. Heredera de la tradición interpretativa de la música francesa, ha intentado crear un repertorio propio a través de estrenos de obras de los más grandes compositores contemporáneos: Pierre Boulez, Olivier Messiaen, Henri Dutilleux, Edgar Varèse o Iannis Xenakis Ha grabado muchos discos y obtenido muchos premios. A Sergiu Celibidache, primer director invitado desde 1973 a 1975, le siguió Lorin Maazel. Desde 2008 a 2016, el director italiano Daniele Gatti ha sido el director musical de la orquesta.

La joven directora del coro aquí, a cargo de una masa vocal imponente, como la orquesta, ya que desbordaban el escenario del teatro, Agnieszka Franków-Żelazny (nacida el 24 de marzo de 1976 en Głubczyce) es polaca y profesora de artes musicales y directora artística de muchos conjuntos conocidos en su país entre otras varias actividades. Dirigió con autoridad y fue recompensada por el director y el público cuando salió con todos a saludar.

En esta oportunidad, al frente de la magnífica velada, con un sentido exquisito de los planos sonoros, la elegancia en cada momento de las interpretaciones, el entendimiento y la comunicación con los intérpretes con gestos pequeños,  exultante, el director Cristian Măcelaru. Nacido en Timișoara (1980) es además violinista y el menor de una familia de 10 hijos. Măcelaru se convirtió en director musical de la ONF el 1 de septiembre de 2020, un año antes de lo previsto originalmente. En septiembre de 2022, la ONF anunció una extensión del contrato de director rumano hasta el año 2027. Su relación con la orquesta de la que es titular se ve y se oye fluida y natura, pero exigente.

Se podría concluir después de esta exhibición de calidad, entrega y esfuerzo, que el concierto resultó un hallazgo de repertorio (hay que explorar caminos menos socorridos en salas de prestigio para públicos de todo tipo), de audiencia ( la sala al completo) y no hay que olvidar(siempre se hace)  el papel de todos los equipos que, además de los estrictamente musicales, hacen posible que todo discurra como la seda: entre ellos, los responsables de la tienda que vende libros y cds escogidos, el disponible Café con champán y macarons ad libitum. Y todos aquellos que hacen amable el control “vigipirate” (de seguridad) a la sala, a veces tan molesto y tan mal gestionado. Hacen que el tiempo de espera de entrada al teatro se convierta en una charla entre amigos y en preámbulo de lo que podrá disfrutarse luego: una velada amable, cuidada, concebida con talento y con afecto. Voilà.

Alicia Perris   

VERSION AL ITALIANO

L’ORCHESTRA E IL CORO NAZIONALI DI FRANCIA, CONCERTO IMPRESSIONANTE CON DIRETTORE E SOLISTI DI LUSSO AL TEATRO DEGLI CHAMPS-ÉLYSÉES

PROGRAMMA
SERGEJ RACHMANINOV
Le Campane, op. 35

Intervallo

SERGEJ RACHMANINOV
Sinfonia n. 3 in la minore, op. 44

Il concerto, presentato da Saskia de Ville, è stato trasmesso in diretta su France Musique ed è disponibile su francemusique.fr.

CAST
MARINA REBEKA, soprano
PAVEL PETROV, tenore
ALEXANDER ROSLAVETS, basso

CHŒUR DE RADIO FRANCE
Agnieszka Franków-Żelazny, direttrice del coro

ORCHESTRA NAZIONALE DI FRANCIA
Luc Héry, primo violino

L’Orchestra Nazionale di Francia (ONF) ha proposto cinque appuntamenti dedicati alla musica vocale e sinfonica del compositore russo Rachmaninov. Il ciclo è iniziato l’11 dicembre con le Danze sinfoniche e si concluderà il 16 aprile con la Rapsodia su un tema di Paganini. In questa occasione si è trattato di una serata che si apre con Le Campane op. 35 (titolo originale russo: Колокола), un poema sinfonico con coro e solisti, ispirato alla letteratura cupa, fantastica e onirica di Edgar Allan Poe, composto tra il 1912 e il 1913 dal compositore e pianista russo Sergej Rachmaninov. È una sinfonia corale per soprano, tenore, baritono, coro e grande orchestra.

Il punto di partenza, come spiega Laetitia Le Guay nel programma di sala, è piuttosto curioso. Nel 1912 Rachmaninov ricevette una lettera che gli consigliava di leggere una poesia di Edgar Allan Poe, tradotta da Konstantin Balmont (che “organizzò il testo a modo suo”), per metterla in musica. Dopo la lettura, al compositore venne l’idea di una sinfonia vocale in quattro parti. Solo dopo la morte del compositore si scoprì l’autrice di quella lettera anonima: Maria Danilova, una violoncellista che non credeva che il suo suggerimento sarebbe stato accolto.

La prima esecuzione ebbe luogo il 30 novembre 1913 a San Pietroburgo sotto la direzione dello stesso compositore, e Le Campane ricevettero un’accoglienza straordinaria. Alla presentazione dell’opera al concerto della Filarmonica di Mosca, l’8 febbraio 1914, Rachmaninov ottenne un successo fuori dal comune: al termine della serata gli furono consegnate corone d’alloro, fiori e doni, mentre il pubblico gli tributava un’ovazione rara.

La partitura, articolata in quattro stati emotivi ben distinti, evoca le fasi della vita umana: secondo Vladimir Jurowski, il primo movimento rappresenta l’infanzia, il secondo la giovinezza, il terzo la guerra e il quarto la morte. Sono dunque:

  • Allegro ma non tanto, con voce di tenore – Le campane delle slitte
  • Lento, con voce di soprano e poi cori – Le dolci campane nuziali
  • Presto, con cori – Le campane d’allarme fragorose
  • Lento lugubre, con voce di basso-baritono – Le campane di ferro malinconiche

È importante ricordare che quest’opera fu composta tra il 1912 e il 1913, un anno prima della Prima Guerra Mondiale. Il terzo movimento sembra preannunciare il conflitto e si inserisce nelle consuete narrazioni musicali dei compositori slavi: la patria, la nostalgia, gli amori impossibili, la morte o quel sentimento immenso e difficilmente definibile noto come “l’anima russa”. Il compositore fu in seguito proibito in URSS, poiché «questa musica emana da un emigrato, un nemico dichiarato della Russia sovietica: Rachmaninov».

La composizione della Sinfonia n. 3, eseguita nella seconda parte della serata, iniziò dopo il completamento della Rapsodia su un tema di Paganini e delle Variazioni su un tema di Corelli. Alla fine di aprile del 1935 Rachmaninov arrivò nella sua appena costruita Villa Senar, sul Lago di Lucerna in Svizzera, con l’idea di scrivere una sinfonia. Dopo molti ritardi, il compositore giunse negli Stati Uniti giusto in tempo per gli ultimi preparativi della prima esecuzione, che ebbe luogo a Filadelfia il 6 novembre 1936 con l’Orchestra di Filadelfia diretta da Leopold Stokowski. La prima pubblicazione avvenne a New York nel 1937 a cura dell’editore Charles Foley.

La sinfonia è articolata in tre movimenti:

I. Lento – Allegro moderato – Allegro, in la minore
II. Adagio ma non troppo – Allegro vivace, in do diesis minore
III. Allegro – Allegro vivace – Allegro (Tempo primo) – Allegretto – Allegro vivace, in la maggiore

Pur avendo solo tre movimenti, quello centrale svolge un duplice ruolo di movimento lento e scherzo, rappresentando un’innovazione sinfonica per Rachmaninov. L’opera utilizza la forma ciclica, con un uso sottile dei temi combinati, come è consueto nelle opere del maestro russo, e con riferimenti al canto gregoriano Dies irae. Si tratta di un’opera di transizione.

Per quanto riguarda il profilo melodico e ritmico, è la sua sinfonia più espressiva, in particolare nei ritmi dell’ultima danza. Lo stile russo, evidente fin dall’inizio con il canto di impronta ortodossa, richiama le radici del compositore, di cui egli era stato privato. La musica è intrisa di tristezza e angoscia: melodia e armonia tendono quasi sempre a ripiegarsi su sé stesse, senza alcun sentimento di gioia. «Se ci fosse un’unica opera capace di esprimere il dolore che Rachmaninov provava nell’esilio, sarebbe questa», scrisse un critico ammirato.

Questa sinfonia segnò un precedente per la grande economia del suono rispetto alle opere precedenti. Il suo stile più libero può inizialmente ricordare la Rapsodia su un tema di Paganini. Il primo movimento, profondamente tragico, rappresenta un crollo con reminiscenze mahleriane per imponenza e inesorabilità, pur mantenendo un equilibrio che sfocia infine in un potente finale.

La produzione musicale di questo compositore è stata rivalutata negli anni Settanta, il che ha portato a considerare la sinfonia in una luce più favorevole, favorendone l’esecuzione nelle sale da concerto e le incisioni discografiche.

Il direttore rumeno dell’ONF, Cristian Măcelaru, ha voluto in questa occasione mettere in mostra l’enorme potenza dell’orchestra e del coro, che hanno conferito alla serata al Teatro degli Champs-Élysées un tono quasi tragico e malinconico, soprattutto alla vigilia delle festività natalizie e di fine anno occidentali, in una Parigi multiculturale.

In secondo piano è rimasto, almeno in parte, lo sforzo della presentazione di cantanti eccezionali. In particolare Marina Rebeka, ormai diva di fatto, presenza costante nei migliori teatri del mondo, con un repertorio vasto e originale. Il lunedì precedente a Parigi aveva riscosso grande successo nel Ciclo di Lied del Teatro de La Zarzuela di Madrid e, tre giorni dopo, ha affrontato nella capitale francese una parte che le offriva meno spazio rispetto a un recital. Tuttavia, la sua versione “nuziale” di Les Cloches ha messo nuovamente in luce il timbro diamantino, la voce ampia e generosa, il fiato interminabile, la scuola vocale, l’eleganza scenica – anche da seduta – e la grazia con cui indossava un abito bianco avorio con paillettes, in riferimento alle Dolci campane nuziali. Del resto, le campane e il loro suono, con il simbolismo che racchiudono, fanno parte della storia russa e della sua musica: religiosa, profana e militare al tempo stesso, anche pasquale.

Altrettanto valido il tenore bielorusso Pavel Petrov, sereno, misurato, efficace e chiaro (con sovratitoli in francese e inglese, in lingua originale russa), vincitore nel 2018 del Concorso Operalia nella sezione zarzuela, che si è già conquistato un posto in importanti palcoscenici lirici.

Alexander Roslavets, basso russo, richiama quegli strumenti vocali che hanno affascinato l’Occidente nella storia dell’opera. Serio, potente, tecnicamente curato e senza sforzo apparente, ha affrontato una parte breve ma con grande incisività.

Quanto all’Orchestra Nazionale di Francia, essa è la “garante dell’interpretazione francese per dinamismo, patrimonio ed eredità”. Erede della tradizione interpretativa della musica francese, ha cercato di creare un proprio repertorio attraverso prime esecuzioni di opere dei più grandi compositori contemporanei: Pierre Boulez, Olivier Messiaen, Henri Dutilleux, Edgar Varèse o Iannis Xenakis. Ha inciso numerosi dischi e ottenuto molti premi. A Sergiu Celibidache, primo direttore ospite dal 1973 al 1975, è succeduto Lorin Maazel. Dal 2008 al 2016 il direttore musicale dell’orchestra è stato l’italiano Daniele Gatti.

La giovane direttrice del coro, alla guida di una massa vocale imponente come l’orchestra – tanto da traboccare dal palcoscenico – Agnieszka Franków-Żelazny (nata il 24 marzo 1976 a Głubczyce), è polacca, docente di arti musicali e direttrice artistica di numerosi ensemble nel suo Paese. Ha diretto con autorità ed è stata premiata dal direttore e dal pubblico al momento dei saluti finali.

Alla guida di questa magnifica serata, con un senso squisito dei piani sonori, eleganza in ogni momento interpretativo, grande intesa e comunicazione con gli interpreti attraverso gesti contenuti ma eloquenti, il direttore Cristian Măcelaru si è mostrato in stato di grazia. Nato a Timișoara nel 1980, è anche violinista ed è il più giovane di una famiglia di dieci figli. Măcelaru è diventato direttore musicale dell’ONF il 1º settembre 2020, un anno prima di quanto inizialmente previsto. Nel settembre 2022 l’ONF ha annunciato il rinnovo del suo contratto fino al 2027. Il rapporto con l’orchestra di cui è titolare appare fluido e naturale, ma al tempo stesso esigente.

Si può concludere, dopo questa dimostrazione di qualità, dedizione e impegno, che il concerto è stato un successo sotto il profilo del repertorio (è necessario esplorare percorsi meno battuti nelle sale prestigiose per pubblici diversi), del pubblico (sala completamente esaurita) e non va dimenticato – come spesso accade – il ruolo di tutti i team che, oltre a quelli strettamente musicali, rendono possibile che tutto scorra alla perfezione: tra questi, i responsabili del negozio che vende libri e CD selezionati, l’accogliente Café con champagne e macarons ad libitum, e tutti coloro che rendono più umano il controllo di sicurezza “vigipirate”, talvolta tanto fastidioso quanto mal gestito. Essi trasformano l’attesa per l’ingresso in teatro in una chiacchierata tra amici e nel preludio di ciò che seguirà: una serata piacevole, curata, concepita con talento e affetto. Voilà.

Alicia Perris

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