martes, 9 de julio de 2024

UNA MADAME BUTTERFLY DISCUTIBLE EN EL TEATRO REAL


Madama Butterfly. “Tragedia giapponese” en tres actos. Música de Giacomo Puccini (1858-1924).) Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, basado en la obra de teatro homónima de David Belasco, inspirada, a su vez, en un relato de John Luther Long y en la novela Madame Chrysanthème (1887), de Pierre Loti. Primer reparto. Teatro Real, 8 de julio, 2024.

Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán el 17 de febrero de 1904

Equipo artístico

Dirección musical: Nicola Luisotti

Dirección de escena: Damiano Michieletto

Escenografía: Paolo Fantin

Vestuario: Carla Teti

Iluminación: Marco Filibeck

Dirección del coro: José Luis Basso

Reparto

Cio-Cio-San: Saioa Hernández

F.B. Pinkerton: Matthew Polenzani

Sharpless: Lucas Meachem

Suzuki: Silvia Beltrami

Goro: Mikeldi Atxalandabaso

El príncipe Yamadori: Tomeu Bibiloni

El tío Bonzo: Fernando Radó

Kate Pinkerton: Marta Fontanals-Simmons

Yakusidé: Andrés Mundo

El comisario imperial: Xavier Casademont

El oficial del registro: Íñigo Martín

La madre de Cio-Cio-San: Elena Castresana

La tía: Debora Abramowicz

La prima: Legipsy Álvarez.

“Con honor muere, el que no ha podido conservar la vida con honor”. Cio-Cio-San, de Madama Butterfly (Giacomo Puccini)

En homenaje a Victoria de los Ángeles (1923-2005) en conmemoración del centenario de su nacimiento (1 de noviembre de 1923).

Madama Butterfly es probablemente de las óperas más representadas y se podrían citar varias versiones, en distintos lugares de Europa en los últimos años, hasta que el Festival de Aix-en -Provence de este verano echó las campanas al vuelo con una producción que cuenta como protagonista a una maravillosa Cio- Cio- San con Ermonela Jaho, que la cantó en el Real en 2019 y enamoró a todos, bien arropada por creadores como Ezo Frigerio en la escenografía o Squarciapino en el vestuario.

En Atenas, en el Teatro Odeón de Herodes Atticus se representó el verano pasado con protagonista oriental, lo que resulta una opción muy a menudo utilizada en el presente. Con la dirección escénica de Oliver Py. Fue otro éxito. Un milagro y una oportunidad dirigirse a pie en medio del corazón arqueológico de Atenas, allá por junio, fronterizo con el más festivo y comercial barrio de Plaka, a escuchar una ópera de Puccini.

La partitura del maestro de Lucca sigue un relato que narra la dura lucha entre dos civilizaciones irreconocibles y que la lucidez de Claude Lévi-Strauss, el antropólogo francés, describió, con una claridad meridiana, en dos párrafos a menudo citados: “Son casi países conquistados, que tienen que adaptar su cultura a las formas de vida occidental. La civilización occidental tiene recursos, sucursales, soldados y misioneros instalados en todo el mundo para imponer su modelo cultural”.

Es desgarrador seguir escuchando las mismas frases que desarrolla uno de los libretos más reaccionarios y terribles de la historia del género: las comparaciones que cita la joven esposa con el trato dado a las “mariposas pinchadas en tableros, en ultramar”, o la conversación “de hombre a hombre” que mantienen el cónsul norteamericano con el aprovechado y hedonista Pinkerton, entre otras “joyas” discursivas, son antológicas. Y la localización, Nagasaki, una de las dos ciudades de la bomba atómica en la II Guerra Mundial, ¿Una premonición?

También se produjo en 2019 en el Teatro La Fenice, Venecia, con Daniele Callegari en la dirección musical. Más tradicionalmente contada, la Butterfly de la tierra de Casanova también conquistó al público porque por otra parte La Fenice es una sala mágica, preciosa y con una acústica finísima.

En el pasado, en Argentina, la “prima” tuvo lugar el 2 de julio de 1904 en el Teatro de la Ópera, en Buenos Aires. Y en 1908 se estrenó en el nuevo Teatro Colón, representándose al menos durante 29 temporadas (y continúa). En Londres su primera audición se produjo el 10 de julio de 1905 en la Royal Opera House, el antiguo Covent Garden.

Una tercera lectura se presentó por primera vez en el Met el 11 de febrero de 1907 y contó con la presencia de Puccini y en esa ocasión cantaron Geraldine Farrar y nada menos que Enrico Caruso. En 1907, el maestro hizo su revisión final en una quinta versión, después de muchos intentos previos, que se conoce ya como la "versión estándar", la que de hecho se interpreta más a menudo en el mundo. Sin embargo, la original de 1904 también se da en algunas ocasiones.

En España, Madama Butterfly se estrenó en el Teatro del Bosc de Barcelona en agosto de 1907. En el Teatro de la Zarzuela se ofreció 18 veces entre 1965 y 1991. En 1968, fue protagonizada por Montserrat Caballé, Norma Lerer, Bernabé Martí (esposo de la soprano catalana) y Manuel Ausensi.

 


Según la información del Real, “El código civil japonés de 1898 –el Horei– establece el marco legal que rige las diversas facetas de la vida pública recogidas en el libreto de Madama Butterfly, y que incluyen el matrimonio, el repudio familiar, el divorcio o la adopción. El imperialismo, el mestizaje y la xenofobia constituyen también elementos de un engranaje narrativo que sortea los tópicos del orientalismo amable y condescendiente del siglo precedente e incardina la historia de Cio-Cio- San en unas coordenadas realistas”.

Sus especialistas refieren que se descubren en esta creación pucciniana, melodías auténticas japonesas como «Izuki Uta», «Echigo-Jishi», «Sakurá», «Miyasan, Miyasan» o el himno nacional japonés «Kimi ga yo»– suavizando las aristas del drama, pero sin menoscabo del fondo trágico –y sórdido– del que es probablemente su retrato femenino más conseguido y más profundo. En esta línea, Damiano Michieletto traslada la acción a un moderno barrio marginal de una gran ciudad oriental como denuncia de una realidad –el turismo sexual– que constituye la esencia misma de esta icónica ópera”.

Butterfly, hoy políticamente muy incorrecta (el libreto haría las delicias de los movimientos feministas actuales, aún de los menos exigentes, para pedir su completa aniquilación y olvido) es un hito en el repertorio operístico para compañías de todo el mundo. Y es sabida la peculiar relación que el maestro Puccini mantuvo con las mujeres. Aunque, y dicho en su defensa, tal vez no fuera muy diversa de la que exhibían los hombres de su status y su psicología en aquella época. No sé si valdrá como disculpa…En todo caso, Madama Butterfly es lo que es y lo que sigue representando.

Fue presentada además en los escenarios incluso por directores de cine, como por ejemplo, Ken Russell, Harold Prince y Anthony Minghella, autor de una controvertida puesta en escena en Londres y Nueva York.

Se trata de una partitura con muchas raíces, que cuenta con una destacada riqueza tímbrica. Hay una utilización de la escala pentafónica, con afluencia de elementos vinculados a la tradición occidental culta, como el fugato, un perfume de Massenet, la reminiscencia de otras óperas puccinianas como Tosca o Bohème y además la escala de tonos enteros y otras derivaciones cercanas a la música rusa.

Se consigue así una mezcla con efectos casi oníricos en el auditorio y una situación efímera e irreal en los paraísos artificiales donde situamos los occidentales las maneras, los usos y la identidad psicosocial de países como China, India, la antigua Indochina, o en este caso, Japón. En la actualidad, poco a poco van desplazando los ejes de poder tradicionalmente en manos de Occidente, hacia nuevas potencias emergentes que han conquistado los mercados y nuevos (viejos en realidad) modelos políticos, no siempre democráticos, claro. Por otra parte, el universo de las geishas es, desde siempre, una geografía aparte, tocada, “de oído” urbi et orbi.

El Teatro Real acoge en esta ocasión por primera vez una exposición de PhotoEspaña titulada Puccini fotógrafo, que revela la curiosidad y sensibilidad del compositor en la exploración del arte de retratar, afición que cultivó a lo largo de su vida. Aunque desgraciadamente hace tiempo que ya no hay retransmisiones gratuitas en televisión de sus óperas o grandes pantallas colocadas en la Plaza de Oriente para el gran público, que podría disfrutar de esta cultura no asequible en este lugar para todos los presupuestos.

Para el director de escena Damiano Michieletto “este mundo sonoro orientalizante que atraviesa toda la obra no necesita de ser reforzado con kimonos, biombos y abanicos japoneses que alejan, enmascaran y embellecen el terrible sufrimiento de la inocente Cio-Cio-San en su abnegado camino hacía madurez y el consciente suicidio.

En la producción concebida para el Teatro Regio de Torino, Michieletto despoja la ópera del esteticismo orientalista y sitúa la trama en la actualidad, en los suburbios de una bulliciosa ciudad asiática con carteles publicitarios y letreros de neón concebida por el escenógrafo Paolo Fantin, donde habita Cio-Cio-San, refugiada con sus sueños juveniles en una habitación de plexiglás”.

Es más interesante dejar a Michieletto que se autodefina, ofreciendo una mirada alternativa que podría calificarse -para resumir- de feísta: nada es lo que se recuerda y espera encontrar en esta producción tan querida y conocida del público. A la par anduvo el vestuario de Carla Teti, que ya no se fabrica “su misura”, adecuándolo al estilo de la obra y/o a las características físicas de los cantantes: parecen compradas las prendas en un tenderete de barrio y no tienen gracia ni novedad, ni estilo. Algunas hacen referencia a marcas muy reconocibles y exhibidas.

Si la idea es la crítica a estos modelos de abuso y depredación de toda la vida, sobre todo en los países más pobres y necesitados por parte de los más ricos y pudientes, tal vez la escena, el teatro, no sean el lenguaje más apropiado para exhibirlo o no solo.

Habría que concienciar al viajero pudiente y desconsiderado, controlar el tráfico sexual desde las propias agencias de viaje- las hay- que venden la pedofilia y el comercio de los cuerpos indefensos o que no tienen otros modos de subsistir como parte del descubrimiento de la gastronomía local maltratada, la visita a la carrera a los sitios arqueológicos o el nulo contacto con los habitantes de los “lugares por descubrir”, que forman parte del decorado del turista brutal y sin moral.

Con la educación y el respeto hacia el mundo y el resto de los seres vivos (también se maltratan vegetación, animales, tradiciones, danzas, y son millones los que forman parte de este universo impresentable). Como si el otro fuera un hermano, no un enemigo potencial o imaginado.

Algunos gozan perversamente, otros ganan mucho dinero. O ambas situaciones. Y las audiencias que van al teatro se quedan traspuestas. Abuchean, como en este caso o protestan con más o menos disimulo. Esta Butterfly, de hecho, gustó poco.

Nicola Luisotti, el director musical, está acostumbrado a lidiar con diferentes propuestas teatrales, algunas poco agradecidas como esta. La batuta ha sido aquí de “amplio espectro”, destacando planos y colores orquestales, aunque alguien comentó que dirigía a una especie de “banda de música”.

Hay para todos los gustos…Luisotti es un maestro que solventa todo y está acostumbrado a las características y condiciones de esta sala, sus gestores y su audiencia. Conseguida la labor de la Orquesta y muy eficaz el Coro dirigido por José Luis Basso.

Saioa Hernández, ha crecido vocalmente y compone una sugerente japonesa que navega muy bien por las demandas vocales de su parte, frasea correctamente, exhibe fiato confiable, comprensible dicción y dice con claridad. Transita por los cambios psicológicos de un personaje versátil y complejo, de alguien que, desgraciadamente al final, para completar los desafueros de escena, se suicida de un disparo y no con la katana familiar de rigor, cargada de simbolismo.

Matthiew Polenzani, tenor norteamericano, posee un elegante sentido musical, amplio instrumento, sensibilidad, y compone muy holgadamente un rol desagradable. Bonita presencia escénica.

La mezzosoprano Silvia Beltrami demostró gran empatía con su rol, dulce, y entregado al destino de Butterfly. Un instrumento adecuado, buena línea de canto y fiato. Es un papel bisagra importante aunque parezca secundario dentro de la gradación vocal y teatral de la ópera". Fue muy aplaudida, como en general, todos los cantantes de la velada, correspondiente al primer elenco.

El Sharpless de Lucas Meachem, otro cantante norteamericano, trata de apagar los fuegos de la historia nefasta y previsible, sabedor de las reglas del juego, famoso por sus Figaro, estuvo a la altura, seguro, amable, bella voz.  

Goro fue defendido como suele sólido, generoso, amplio, por el tenor Mikeldi Atxalandabaso, que siempre está a la altura.  Igual también el acompañamiento del príncipe Yamadori, Tomeu Bibiloni, un notable tío Bonzo a cargo de Fernando Radó.

En un pequeño papel como Kate Pinkerton pero convincente, Marta Fontanals-Simmons y Yakusidé, la responsabilidad lograda de Andrés Mundo. El comisario imperial representado por  Xavier Casademont, el oficial del registro que canta y actúa es Íñigo Martín. Además, la madre de Cio-Cio-San, eficiente Elena Castresana. La tía, Debora Abramowicz y la prima, Legipsy Álvarez.

A la salida, mucha gente. El calor sube por el asfalto de la Plaza de Oriente (no existen las casualidades) pero su arboleda, insultante y benéfica, secular, opaca los efectos agobiantes del estío madrileño. Pensando tal vez en la posibilidad de un Oriente más feliz y más justo, humano, volviendo a escuchar los acordes de Puccini, la vida pasa, sigue y se nos va cada vez a pasos más agigantados.

Alicia Perris

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