miércoles, 4 de junio de 2025

RICCARDO MUTI: HOLÍSTICO CON MOZART, BEETHOVEN Y LA ORQUESTA CHERUBINI EN RAVENNA (SÍNDROME DE STENDHAL)

Ravenna Festival. Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, Riccardo Muti director. Giuseppe Gibboni violín. Palazzo Mauro De André. 31 de mayo, 2025

Programa

Ludwig van Beethoven,“Coriolano”, ouverture in do minore op. 62

Wolfgang Amadeus Mozart, Concerto n. 4 in re maggiore per violino e orchestra K 218

Ludwig van Beethoven, Sinfonia n. 7 in la maggiore op. 92

Hay a quienes les parece razonable ir en coche a tomar un café a la vuelta de su casa. Otros se trasladan a miles de kilómetros en una ráfaga de tiempo para escuchar y ver a Riccardo Muti dirigir a su orquesta. Como dice el refrán, “sobre gustos no hay nada escrito”.

La noche era de primavera pero casi calurosa. Todo el mundo nombraba ese día el “concierto de Muti” en la ciudad, fabricada y declinada a base de oropeles y oro, encajes, terciopelos y piedras que hablan de otros resplandores: Ravenna, capital de imperios, los recuerda en la Emilia Romaña, ampliamente devastada por fenómenos meteorológicos meses atrás, se viste ahora de gala para disfrutar de una velada especial. La mitad del Palazzo Mauro De André escrutaba a la otra mitad y el desfile era digno de la exposición de Dolce Gabbana en Roma, más de calle “naturalmente”, como diría el maestro napolitano. Daba comienzo el Festival Ravenna 2025 y no había nada mejor que hacer “in loco”. Y disfrutarlo a conciencia. Se comenzó algo tarde para dar entrada a las miles de personas que llenaban el espacio multifuncional.

Se olvidan por un rato los lidi ravennati veraniegos, la tumba de Dante Alighieri, Gala Placidia y su Mausoleo, San Vitale, y todos los monumentos que hacen hablar una ciudad de bicicletas pero con algo de espartano en el trato, retraída y sin embargo amable. Los dos días siguientes, Riccardo Muti daría alma a los “Cantare amantis est” un evento único, irrepetible: coros de todas las tesituras y proveniencias geográficas, amateurs y profesionales con público, celebrarían a Verdi en un acto comunitario de un altísimo valor simbólico y fraternal. Es otra llamada de auxilio, de reflexión, a la cultura (habría que recordar el discurso de Muti en la Cámara de Diputados después del himno italiano en los 150 años de la Reunificación italiana) esperando poder, idealmente, cambiar los terremotos, las bombas y las guerras por la recuperación y el respeto de la esencia de la vida humana. En esa línea de trabajo y compromiso, la elección de Beethoven y Mozart también tiene un significado potente y evidente.

La primera parte se abre con la Obertura de Coriolano en do menor, op.62. El primer tema recuerda el temperamento áspero del protagonista, un tema en do menor, utilizado a menudo por el compositor alemán, con una atmósfera tempestuosa a la que se opone, como segundo motivo, la ternura femenina de la conmiseración y de la sabiduría, en mi bemol mayor. El desarrollo expresa este dualismo y concluye con un “renunciamiento” sobre tres débiles sonidos pizzicato de la cuerda: se presenta al héroe vencido por su destino con una importante utilización de los silencios para crear tensión.

La orquesta afina, se concentra, suena fantástica en un contexto que no es el tradicional teatro diseñado para conciertos o lírica. Sin embargo, la sala está a la altura preparada ad hoc y da paso a todo tipo de público con unos precios que sonrojarían a otros muchos teatros europeos llenos de pretensiones y pocos resultados.

Sorprendente la labor del maestro Muti: no solo dirige, sino que aprovecha claramente cada instante para indicar, corregir, animar, llevar el dedo a una oreja, para diseñar la estructura musical, el efecto total, la afinación ideal, la “armonía” de conjunto de la que no deja de hablar. Cada encuentro con el público es por lo tanto, una oportunidad y una obligación para seguir mejorando. En un excelente estado físico, como se vio en las convocatorias de los coros verdianos, vestido ahí más “casual”, donde llegó dando saltos y fue recibido como una estrella del rock.

Aquí, su habitual traje negro cruzado, una cabeza imponente aleonada que marca doctrina capilar y un empaque, un empuje corporal, con unas manos que dibujan todo el tiempo la actuación y las prestaciones de los jóvenes profesionales de la Cherubini, que corona el corpus, soberbia.

Para terminar la primera parte, el Concierto para violín n.º 4 en re mayor, K. 218  compuesto por Wolfgang Amadeus Mozart en 1775, en Salzburgo, que presenta la típica estructura rápido-lento-rápido, y dio lugar al lucimiento del joven violinista multipremiado Giuseppe Gibboni, en perfecta concordancia con el espíritu orquestal al mando de un director que comulga con su formación, como si fueran todos de su propia familia. Y en realidad, lo son, por la frecuentación, el esfuerzo indesmayable y la voluntad de producirse como conjunto.

Gibboni estuvo a la altura, destacando frases, matices, agilidades técnicas con un resultado precioso, bien delineado y muy mozartiano. Como no podría ser de otra manera. Después de unas cuatro salidas y merecidos aplausos hubo una propina que dio paso a la pausa. Como se explica en las notas, “no solo se trata aquí de la dificultad estrictamente técnica en una partitura de las más aplaudidas por la audiencia, sino de conseguir esa sutileza expresiva, esa fantasía donde se entremezclan los fulgores líricos con la evidente jocosidad rítmica. En suma, perfecto para el virtuosismo íntimo y cristalino de Giuseppe Gibboni, joven vencedor del Premio Paganini 2021 (con solo veinte años), miembro ya de pleno derecho del gotha de los mejores”.

La séptima sinfonía  de Beethoven es una obra que conmociona, llevando al oyente desde las simas más profundas del ser a las alturas de la emotividad, con una exigencia manifiesta en el sentimiento y en la escucha, siempre apasionante y enfervorecida, siempre al máximo. Luminosa y a la vez espejeante, oscurecida por instantes, fue definida como “apoteosis de la danza” por Wagner, intentando explicar el implacable dinamismo rítmico que la anima. La pieza fue muy bien acogida por el público y la crítica del momento y el Allegretto tuvo que ser repetido el día del estreno. En aquella época, el éxito público de Beethoven estaba en su apogeo. El crítico musical Theodor W. Adorno llegó a calificarla de "la sinfonía por excelencia".

Electrizante el cuarto y último movimiento, Allegro con brio, que retoma la tonalidad inicial, el compás de 2/4 y la forma sonata. Se piensa que puede representar una fiesta o la alegría del dios Baco, entre otros motivos. En su libro Beethoven and his Nine Symphonies, George Grove escribió: "La fuerza que reina a lo largo de este movimiento es literalmente prodigiosa, y recuerda a Ram Dass, el héroe de Carlyle, que tiene 'fuego suficiente en su vientre para quemar el mundo entero'". El tema principal es una precisa variante en compás dúplice del ritornello instrumental del arreglo del propio Beethoven de la canción popular irlandesa "Save me from the grave and wise", n.º 8 de sus Doce canciones populares irlandesas, WoO 154.

La Orquesta Cherubini, fundada por el maestro Muti en 2004, ha viajado por todo el mundo. Continuamente renovada, ha conseguido premios significativos y tocado bajo la batuta de directores como Gergiev, Nagano, Claudio Abbado o James Conlon entre un largo elenco de músicos de primera fila.

Hubo merecidísimos aplausos a los músicos y al maestro, que fiel a su contención conocida (el fuego va por dentro…), frenó las exageraciones habituales de la percusión en otras versiones y redondeó el sonido casi mágico, inasible y evanescente de todas las secciones de cuerdas, a las que exigió todo indicándoles expresamente la incisividad en ciertos pasajes señalados. Cuando terminó el concierto, para no perder su conocido buen humor particular, el maestro hizo un gesto gráfico muy expresivo, indicando que los presentes no debían pedir más y tenían que irse a casa. Genio y figura.

Muti sabe del poder de convocatoria social y del apaciguamiento de la música, de la búsqueda de la belleza que se transmutan, alquímicamente, en una lucha por la paz y la concordia para el ser humano. Constituyen hoy más que nunca una quimera, un fuego fatuo, pero intentarlo en estos tiempos diabólicos es ya una proeza. En Ravenna ha cumplido de nuevo con el mandato de transmisión del patrimonio musical y cultural italianos que le indicaron sus antecesores: los compositores, la Camerata del Conde de Bardi, los luthiers, los intérpretes y todos los apasionados de las enseñanzas de la musa Euterpe, la divinidad que “da buen ánimo, que da placer”. Muti, l´italiano.

Parece difícil plasmar en un relato el calor de los compositores y de los intérpretes, el aura privilegiada del lugar, lleno de vida, el talento, la entrega de los intérpretes y la estupefacción hipnotizada y rendida del público. Nadie de lejos recordará los avatares del viaje, largo, para llegar en peregrinación a Ravenna. Se evocará en cambio la noche plácida y cargada de emociones, y se soñará una y otra vez con el latido palpitante y dionisíaco en la despedida final, con un cielo estelado de corcheas y una luna turca acompañada por cientos de buenos deseos. Una celebración, un rito benéfico. A ver si puede ser…

Alicia Perris

El síndrome de Stendhal, también conocido como síndrome de Florencia, es un trastorno psicosomático que se desencadena ante la exposición a obras de arte, especialmente aquellas consideradas extremadamente bellas. Se manifiesta como una reacción intensa y abrumadora a la belleza, generando síntomas como un ritmo cardíaco elevado, palpitaciones, mareos, desorientación y, en algunos casos, incluso alucinaciones.

foto (©Marco_Borrelli)

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