jueves, 18 de junio de 2015

“FIDELIO” EN EL TEATRO REAL DE MADRID

Ópera en tres actos de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Libreto de Joseph von Sonnleithner, revisado por Stephan von Breuning y Georg Friedrich Treitschke, basado en el libreto de Léonore, ou L’Amour conjugal (1798) de Jean-Nicolas Bouilly.
Jueves 11 de junio de 2015.
La Junta de Amigos, a través de las donaciones de sus miembros, patrocina la producción de "Fidelio"
 Ficha Artística

Dirección musical: Hartmut Haenchen
Dirección de escena, escenografía, figurines e iluminación: Pier'Alli
Coreografía: Simona Chiesa
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
Coro Intermezzo/Orquesta Sinfónica de Madrid
Dirección del coro: Andrés Máspero

Florestan: Michael König
Leonore: Adrianne Pieczonka
Rocco: Franz-Josef Selig
Marzelline: Anett Fritsch
Jaquino: Ed Lyon
Don Fernando: Goran Jurić
Don Pizarro: Alan Held


Fidelio fue estrenada en el Theater an der Wien, el 20 de noviembre de 1805 (primera versión), el 29 de marzo de 1806 (segunda versión) y en Kärntnertortheater, en su versión definitiva, el 23 de mayo de 1814.

La producción de Fidelio, de Ludwig van Beethoven, con dirección de escena, escenografía, figurines e iluminación de Pier'Alli, producida por el Palau de les Arts "Reina Sofía" en 2006, en el coliseo madrileño, sustituirá la nueva producción inicialmente prevista.

Esta iniciativa es fruto de un acuerdo entre el Palau de les Arts "Reina Sofía" y el Teatro Real por el cual, el coliseo valenciano acogerá la producción de Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba, dirigida por Emilio Sagi, estrenada en el Real en julio de 2006.

“La ley moral en nosotros y el cielo estrellado sobre nosotros”. Nadie más indicado que el propio Beethoven para expresar sus sentimientos respecto a su única ópera, Fidelio, nacida a mitad de camino entre las comedias domésticas del siglo XVIII y las grandes pasiones románticas que dominaron el resto del siglo XIX.
En esta obra, que el compositor de Bonn consideraba “el hijo que me ha costado los peores dolores, el que me ha causado más penas; pero por ello también el más querido”, quintaesencia de su genio musical, la redención de un prisionero por la fidelidad y el valor de su esposa se transforma progresivamente, en lo dramático y musical, en un canto colectivo a la libertad y la esperanza del ser humano que recoge el ideario ilustrado de su autor.
Esta ópera única en todos los sentidos se convierte, hoy más que nunca, tras un siglo XX destrozado por dos guerras mundiales y un siglo XXI cuajado de ideologías sanguinarias, en la utopía de aquellos que claman por esos mismos valores todavía por conquistar.
Fidelio rompe una lanza a favor de un rol femenino desconocido en otras óperas, aunque nunca sobren las personalidades de las Toscas en el repertorio lírico. Esta vez el travestismo tan habitual en la herencia de la Cammerata Fiorentina da paso no a juegos eróticos y galantes sino a la devoción de una mujer por el amor y el derecho de un marido proscrito. El disfraz aquí es la única posibilidad de entrar en las mazmorras para salvar al amado.
Inspirado por el perfume de la salada y sanguinolenta estela del Terror de Robespierre, en las postrimerías destructoras de la Revolución Francesa, sería reiterativo repetir que “Fidelio es un canto a la libertad”, a la indisoluble voluntad del ser humano por defender sus creencias. Hoy más que nunca y a pesar del paso de los siglos, el arte, la vida, las ideas, las religiones, vuelven a ser perseguidas y destruidas, como glosó ejemplarmente en el cine Alejandro Amenábar en su Ágora, retratando a los sempiternos parabolanos de la Historia.
Beethoven dedicó un tiempo hermoso a este proyecto operístico, movilizando en gran parte tonalidades mayores y luminosas, como resplandor del final feliz que abre las puertas de la cárcel de prisioneros políticos.
Como escribe José Luis Téllez en su excelente reseña en el programa de mano, “Fidelio ha creado su propio público, lo crea en cada representación y lo seguirá creando allí donde se encuentre un espectador con inquietud cultural y conciencia política”.
Lejos quedan los recuerdos de las direcciones de Claudio Abbado y Daniel Baremboim en el Teatro Real, donde esta vez el proteico florentino Pier ´Alli lleva sobre sus hombros la responsabilidad de gestionar el trabajo de actores, la escenografía, la iluminación y los figurines, en un auténtico despliegue de potencial renacentista.
Harmut Haenchen intenta no emular a los grandes excelsos, insuperables, pero sí sobrellevar el cometido de la dirección musical, decidiendo además intercalar, antes de la escena final, el tercer y cuarto movimiento de la Quinta Sinfonía, como una metáfora del camino de la oscuridad carcelaria hacia las luces de un nuevo día y un orden político salvador y respetuoso.
Por momentos, el  volumen de la masa orquestal suena plano y en ocasiones excesivamente forte, poniendo en un aprieto a los cantantes que se esfuerzan por hacerse oír.
Entre el reparto vocal, Adrianne Pieczonka, soprano canadiense que da vida a Leonora, tiene una buena voz aunque le falte más enjundia escénica dadas las circunstancias del rol que le toca defender.
El Rocco de Franz-Josef Selig está bien conseguido, porque es uno de los bajos más versátiles del momento. Tiene una voz con muchas posibilidades y una actuación ideal como un buen padre y un carcelero que se apiada de la suerte de los condenados.
En el papel de Marzelline, la deliciosa Anett Fritsch, que contrasta en vitalidad y frescura en la primera parte con una Leonora deprimida y como ausente, ajena completamente a sus requiebros y expectativas. Se la oye muy bien, incluso en momentos concertantes, en que la atención se debate entre el resto de los cantantes y la amplitud sonora de la orquesta de Haenchen.
El Jaquino de Ed Lyon es simple como su personaje, pero con una voz de tenor bien timbrada y una agradable línea de canto. Su trabajo, aunque pequeño se recuerda, sobre todo en sus intervenciones con Marzelline y Rocco.

Alan Held, estadounidense de nacimiento es un bajo barítono reconocido que defiende un Don Pizarro cruel y sin matices (¿será para vincularlo al conquistador español homónimo del Perú y leyenda verdaderamente negra?).De complexión fuerte, tiene una buena afinación y debuta por vez primera en el coliseo madrileño.
Goran Juric compuso un Don Fernando adecuado en lo vocal y en lo actoral, ya que se notan sus estudios en la Academia de Música de la Universidad de Zagreb, que hizo extensivos a una especialización en lengua y literatura italianas.
Finalmente el Florestán de Michael König pudo haber tenido más matices, más “nuances”, como dicen los franceses. Desde su aria del comienzo del segundo acto, parecía algo forzado, menos eficaz en el registro agudo. Pero su vínculo musical con Leonora queda a salvo, como su propia vida y ese matrimonio que es el motivo conductor de toda la obra pensada y sentida por Beethoven, el padre de esta su única ópera.
Andrés Máspero sigue imperturbable y fantástico como director, en  su manejo de un coro que siempre está a la altura, sobre todo en esta ocasión en sus dos intervenciones más significativas, especialmente en la culminación de la luz que vence definitivamente al mal y las tinieblas.
El público agradeció el esfuerzo de la orquesta bajo la batuta de Haenchen, el de los cantantes y el coro y una escenografía que brilló especialmente contando con el apoyo tecnológico en la segunda parte.
Se trata de una representación digna, equilibrada, contenida, ya que al fin y al cabo se trata de música alemana y lejos quedan de aquí las fiorituras belcantistas o italianas en general, que tanto disgustaban a Beethoven.
Se aplaudió bastante y bien, en una noche capitalina cuyo “venticello”, como aquel famoso de “La calunnia”, vino a recordarnos que el verano, en principio madrugador y adelantado,  todavía no ha acabado de desflorarse sobre la villa.
Alicia Perris

No hay comentarios:

Publicar un comentario