Roberto Devereux, de Gaetano Donizetti. Libreto de Salvatore
Cammarano, basado en la tragedia Elisabeth d'Angleterre (1829) de Jacques-François
Ancelot. Teatro
Real de Madrid. Jueves 24 de septiembre, 2015
El Teatro Real
inaugura su 19ª temporada lírica con uno de los títulos más pasionales y
arrebatadores de Gaetano Donizetti. Estrenada en el Teatro San Carlo de Nápoles,
el 28 de octubre de 1837 y en el Teatro Real de Madrid, el 5 de marzo de 1860.
Producción de la Welsh National
Opera de Cardiff
Coro y Orquesta
Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo/Orquesta Sinfónica de Madrid)
Dirección musical: Andriy Yurkevych
Dirección de escena: Alessandro Talevi
Escenografía y figurines: Madeleine Boyd
Iluminación: Matthew Haskins
Coreografía: Maxine Braham
Dirección del coro: Andrés Máspero
Cast
Elisabetta,Maria Pia Piscitelli,
El duque de Nottingham, Ángel Ódena
Sara, duquesa de Nottingham,Veronica Simeoni
Roberto Devereux, conde de Essex, Ismael Jordi
Lord Guglielmo Cecil, Juan Antonio Sanabria
Sir Gualtiero Raleigh:,Andrea Mastroni
Se podría
comenzar la reseña sobre esta emocionante ópera, con la frase que Felipe II le
dirigió en Don Carlo de Verdi a otra Elisabetta, esta vez de Valois: “Perchè
sola è la Regina?”
Efectivamente,
la vida de Isabel I de Inglaterra es la historia de una soledad. Decapitada su
madre Ana Bolena por su padre Enrique VIII, que recompensó con el cadalso a
muchos nobles y consortes que no siempre ni mucho menos, demostraron ser
culpables de los crímenes por los que había sido condenados.
Con esos
antecedentes, la personalidad de la “reina virgen”, apelativo habitual desde su
reinado que en modo alguno respondía a la realidad, creó un territorio de sangre,
paranoias y terror, que prefiguraban épocas posteriores de grandes matanzas en
Europa y que continuaban como en una cadencia sangrienta y natural, el modo de
gobernar y estar en el mundo del más terrible de los Tudor. La dinastía se
acabaría con su hija Isabel y tendría que dejar paso en el trono inglés al hijo
de su odiada prima María Estuardo, también enviada a la muerte por la condena
firmada de su puño y letra.
Estos temas tan
peculiares donde la familia entronca con la inseguridad y la muerte, no con el
Eros, en vez de convertirse de por vida en un puerto seguro, habrían fascinado
a Sigmund Freud y fueron material de estudio y composición para el atribulado
Donizetti.
Tal vez,
recreando la existencia agrietada y fallida de una reina despiadada, exorcizaba
y sublimaba sus propias angustias, que culminaban en 1837, el año del estreno
de Roberto Devereux, con la muerte y la consiguiente pérdida de sus padres, su
esposa y sus tres hijos.
La música de
Donizetti es aquí como una representación de Jano: mirando al pasado rossiniano
que lo inscribe en la geografía más delicada del bel canto y hundiendo la pluma
en el futuro del melodismo que se abrirá paso en pocos años con la inspiración
fulgurante de Giuseppe Verdi.
En la última y espectacular
aria de Roberto Devereux, una de las óperas del periodo Tudor (Anna Bolena,
María Stuarda e Il Castello di Kenilworth), su protagonista, la reina Isabel I de
Inglaterra, exclama: “No reino, no vivo”.
Entre estos dos ejes, grandes
temas siempre de la ópera, se mueven las pasiones de unos personajes que
resbalan entre las intrigas palaciegas y sus afectos. (Habría que citar otra
frase célebre, la del aria de Rigoletto, cuando exclamaba: “Cortigiani, razza
damnata…”). Todos, incluso al final Nottingham, piden la cabeza de Roberto.
Escrita en el periodo de
madurez del máximo representante del romanticismo italiano, la ópera alcanza un
gran virtuosismo vocal y proclama la afirmación donizettiana de la supremacía
de la voz en el género.
La puesta en escena de
Alessandro Talevi, el director de origen sudafricano que se ha movido tanto
entre los grandes teatros líricos como en los escenarios del teatro más
experimental, la sitúa en un tiempo indeterminado, resaltando el juego de
claroscuros, pero incidiendo en las marcas propias del teatro isabelino, las de
un Shakespeare o un John Ford (“Lástima
que sea una…) aggiornati.
El clima, helador, oscuro y
sombrío, está anunciando el drama desde el comienzo, donde la araña,
transfigurada ad nauseam en una evidente mantis religiosa teje la tela de
destrucción donde tropezarán sobre todo aquellos que más la han defendido y los
que ella más ama.
Los vestidos, de telas ricas y
lustrosas, con un largo Chanel, no desentonan sin embargo con la estética de la
época, aunque no pertenezcan a ella. El cuero, a menudo negro, el látex y la
ropa con un perfume que hubiera deleitado al Divino Marqués, insisten en la
tragedia que recorre toda la ópera.
En la dirección
musical Andriy Yurkevych, experto en el repertorio belcantista, navega con
suavidad y estilo en una partitura que se abre con la obertura que evoca
paradójicamente el himno inglés (God sabe the Queen!) y deja un difícil
territorio al despliegue vocal de los cuatro protagonistas.
Discreto el
papel del coro pero siempre eficiente a las órdenes de Andrés Máspero, en una
ópera donde las pasiones, contenidas, no pasan de los dúos, los tríos o el
toque discreto, al fondo, de la orquesta.
Maria Pia
Piscitelli compone una reina con muchos matices teatrales, habitados por sus
vaivenes, sus celos, su ira y una omnipotencia, que por momentos la despoja de
cualquier cercanía a la condición humana. Tiene una voz bonita, que sabe
manejar y convence. Son emocionantes y sobrecogedores su dúos con el Devereux,
frágil y rendido al destino que engalana Ismael Jordi, el tenor, con una forma
de estar en el escenario convincente, arropada por unos pianissimi y unos
agudos de ensueño.
Encarnando esas
pasiones viscerales que van enredando y asfixiando a los cuatro personajes, una
araña simbólica va tomando cuerpo en la escenografía oscura y delirante
diseñada por Madeleine Boyd, autora también de los figurines de la ópera.
El barítono
Ángel Ódena que ya cantó en muchos teatros de manera soberbia otros papeles de
ópera italiana, como el Germont de Traviata por ejemplo, tiene una voz
imponente y una actuación segura y sin fisuras. Se convierte en el marido
celoso que desdeña ahora al amigo que cree que lo ha traicionado, aunque en
ningún momento queda en duda la pureza y la honra de su mujer, Sara, que aunque
enamorada de Roberto, Conde de Essex, guarda celosamente la virtud, como una
heroína de Lope de Vega o un Calderón de la Barca, de aquellas que encandilaban
a los públicos austeros del Siglo de Oro español.
Veronica
Simeoni, en su papel de esposa fiel y enamorada sin esperanza, Sara,transmite
con una voz bien centrada y muchos matices, la ternura de la mujer mujer, en
contra del paradigma de la fémina dominatrix y devoradora de hombres que
defiende la reina.
Juan Antonio
Sanabria como Lord Guglielmo Cecil y Andrea Mastroni en el rol de Sir Gualtiero
Raleigh, el tenor canario y el bajo italiano de Milán, respectivamente,
enmarcan con mucha soltura el esfuerzo y la mayor continuidad de sus compañeros
protagonistas en escena.
Bruno
Campanella, gran especialista del repertorio belcantista, que dirigió la pasada
temporada en el Teatro Real la opéra-comique La fille du régiment, también de
Donizetti, cambia ahora de registro y bien, para la interpretación de esta
tragedia lirica del mismo compositor, en la que está al frente, una vez más,
del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Coincidiendo con
las funciones de Roberto Devereux el coliseo madrileño ha organizado una serie
de actividades paralelas que permitirán al público acercarse a la ópera de
Donizetti desde diferentes perspectivas, como una exposición de vestuario en el
Museo del Romanticismo de Madrid o varios encuentros con especialistas en esta
ópera.
Un comienzo de
temporada muy cuidado, a cuyo estreno el día 22 asistieron los reyes de España
y casi todo aquel considerado “alguien” en los ámbitos de actuación que
importan en el foro.
E finalmente,
abbiamo qui l´opera da un altro punto di vista, da un´altra prospettiva.
Alternativa a quella tradizionale. L´occasione per far scoprire quanto l´opera
sia divertente e appassionante sopratutto. Música per portarli altrove e farsi
così rapire dalla loro belleza. Veramente un regalo…
Alicia Perris