Adivinar la vida y la obra operística de Agostino
Steffani, aventurero, diplomático y posible castrato, enigma de su época, forma
parte del penúltimo periplo de la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli. A dúo
con la escritora Donna Leon y su novela Las joyas del paraíso, la artista
italiana indaga una vez más en la música
barroca, tan de moda en la actualidad, que cuenta con más de 3oo años de
historia.
Bartoli realizó una fina selección de arias de ocho
óperas del maestro de Padua, casi todas inéditas, con oberturas sorprendentes y
algunos fragmentos instrumentales de otras creaciones. Las arias de Steffani no
cuentan con la forma da capo que era habitual en el barroco del siglo XVIII:
por lo general son más cortas, pero muy variadas.
El espectáculo del día 13 de diciembre: el Auditorio Nacional no estuvo a la altura de la magnificencia de la diva: no proporcionó entradas a esta cronista musical, que tuvo que conformarse con una localidad cara y regular, cerca de los bancos del coro, pagada de su bolsillo, por lo que “disfrutó” del concierto viendo a la mezzo de espaldas. El jefe de sala, haciendo poco honor al buen criterio que se le supone y a las normas generalmente aceptadas en los grandes coliseos de todo el mundo, permitió el acceso a la sala de los que llegaban tarde (algo habitual en los foros madrileños), no en el intermedio sino entre la ejecución de las propias obras, con lo cual se dio la circunstancia de que la cantante tuvo que compaginar la primera parte de la velada con un despliegue vocal maravilloso, mientras seguía con la mirada atónita a los que iban lenta y torpemente ocupando sus butacas, muy próximos, como si la historia no fuera con ellos.
El Auditorio no dejó sacar fotos ni después de la función, en el saludo, pero tampoco las envió a la prensa, con lo que incluso los críticos de los periódicos más importantes publicaron unas reseñas desvaídas y faltas de emoción, sin imágenes. Una lástima, sobre todo teniendo en cuenta la expresividad gestual de Cecilia y su entrega y fotogenia conocidas. Esto no es de recibo, además de que se trata de un teatro con algunas programaciones exclusivas y elitistas, como sus carísimos ciclos de abono de Ibermúsica, Juventudes Musicales y otros, solo aptos para economías generosas con un público de una media de cincuenta años. ¿Qué queda para los alumnos de los conservatorios y los colegios que podrían asegurar el recambio generacional en el disfrute y la práctica de la música? Tampoco caben en estas propuestas los aficionados sin posibles.
Bartoli es una cantante superdotada: poseedora de varios premios Grammy y con una trayectoria única, desde que hace 13 años grabara su disco dedicado a Antonio Vivaldi. Su técnica es privilegiada, su fiato, la musicalidad, los pianissimos, el fraseo y su desempeño en el canto de coloratura, demuestran una capacidad sin igual para comunicar emociones, incidiendo en el temperamento de los compositores y personajes.
El espectáculo del día 13 de diciembre: el Auditorio Nacional no estuvo a la altura de la magnificencia de la diva: no proporcionó entradas a esta cronista musical, que tuvo que conformarse con una localidad cara y regular, cerca de los bancos del coro, pagada de su bolsillo, por lo que “disfrutó” del concierto viendo a la mezzo de espaldas. El jefe de sala, haciendo poco honor al buen criterio que se le supone y a las normas generalmente aceptadas en los grandes coliseos de todo el mundo, permitió el acceso a la sala de los que llegaban tarde (algo habitual en los foros madrileños), no en el intermedio sino entre la ejecución de las propias obras, con lo cual se dio la circunstancia de que la cantante tuvo que compaginar la primera parte de la velada con un despliegue vocal maravilloso, mientras seguía con la mirada atónita a los que iban lenta y torpemente ocupando sus butacas, muy próximos, como si la historia no fuera con ellos.
El Auditorio no dejó sacar fotos ni después de la función, en el saludo, pero tampoco las envió a la prensa, con lo que incluso los críticos de los periódicos más importantes publicaron unas reseñas desvaídas y faltas de emoción, sin imágenes. Una lástima, sobre todo teniendo en cuenta la expresividad gestual de Cecilia y su entrega y fotogenia conocidas. Esto no es de recibo, además de que se trata de un teatro con algunas programaciones exclusivas y elitistas, como sus carísimos ciclos de abono de Ibermúsica, Juventudes Musicales y otros, solo aptos para economías generosas con un público de una media de cincuenta años. ¿Qué queda para los alumnos de los conservatorios y los colegios que podrían asegurar el recambio generacional en el disfrute y la práctica de la música? Tampoco caben en estas propuestas los aficionados sin posibles.
Bartoli es una cantante superdotada: poseedora de varios premios Grammy y con una trayectoria única, desde que hace 13 años grabara su disco dedicado a Antonio Vivaldi. Su técnica es privilegiada, su fiato, la musicalidad, los pianissimos, el fraseo y su desempeño en el canto de coloratura, demuestran una capacidad sin igual para comunicar emociones, incidiendo en el temperamento de los compositores y personajes.
La soirée estuvo pletórica en dedicatorias a la mezzo
en el espacio que dejaban sus arias y el Auditorio estalló en aplausos y vivas
luego de las tres propinas de Haendel con las que cerró el concierto. “Deja la
espina y coge la rosa”, cantaba Bartoli y fue lo que hizo carne en este nuevo
“Sacrificium” (en el sentido arcaico de ritual religioso) de su carisma y su
virtuosismo.
Además, numerosos aficionados enamorados del “estilo
Cecilia” hicieron pacientemente cola para que la artista firmara programas y
cds al final del concierto. Engalanada en la función con un vestido que
destacaba por su color azul verdoso en seda salvaje, sujeta la abundante
cabellera oscura por una hebilla sencilla hacia atrás, para los autógrafos se
arropó con una coleta y traje de chaqueta negro y sobrio, muy francés.
Su facilidad
para la comunicación con los presentes, su dulzura y su risa contagiosa y fresca hicieron la
delicia de todos. Un concierto único para una cantante a la antigua usanza:
llena de magia y “finezza”. Un regalo de fin de año anticipado, de verdad.
Alicia Perris
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