Benamor, opereta en tres actos. Música Pablo Luna, libreto de Antonio Paso y Ricardo González del Toro. Teatro de la Zarzuela. Domingo 18 de abril, 2021.
Nueva versión de Enrique Viana, estrenada originalmente en el
Teatro de la Zarzuela, el 12 de mayo de 1923, (Edición de la Sociedad General
de Autores y Editores © Herederos de Pablo Luna, Antonio Paso y Ricardo
González del Toro, 1923).
Reparto:
Vanessa Goikoetxea (Benamor).
Carol García (Darío).
Enrique Viana (Abedul / Confitero / Pastelera).
Damián del Castillo (Juan de León).
Irene Palazón (Ninetis).
Gerardo Bullón (Rajah-Tabla).
Gerardo López (Jacinto / Eunuco / Elohim).
Francisco J. Sánchez (Alifafe).
Emilio Sánchez (Babilón).
Esther Ruiz (Cachemira).
Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela.
Enrique Viana, dirección de escena.
Escenografía, Daniel Bianco.
Vestuario, Gabriela Salaverri.
Iluminación, Albert Faura.
Coreografía, Nuria Castejón.
José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.
Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela,
dirigido por Antonio Fauró.
Explican los archiveros ad hoc, que después de un siglo de su
estreno, y ahora repuesta en gozosa versión en la sala de la calle Jovellanos,
Benamor forma junto con El asombro de damasco y El niño judío, la denominada
trilogía oriental de Pablo Luna. Desde el estreno de El niño judío, Luna no
había tenido ningún otro éxito. Algunas obras como Muñecos de trapo, La
mecanografía, Pancho Virondo, ¡Llévame al metro, mamá! El suspiro del moro, Una
aventura en París (1920), Los papiros (1921), etc. se mantenían con
dificultades en cartel.
Pero con Benamor el compositor aragonés obtuvo su deseado logro. Se trata de una obra basada en un cuento oriental con raíces modernistas. Con esta historia, Luna intentó volver a retomar las glorias de El niño judío. De acuerdo con algunas crónicas, como la de Floridor en el periódico ABC, el mayor éxito de su vida.
Esta propuesta tiene como inspiración un cuento oriental, Kisme,
originalmente compuesto por Paso y Ricardo González y que contó en su estreno
con prima donnas reconocidas como las mexicanas Esperanza Iris o Mimí Derba.
Tiempo después el barítono Emilio Sagi Barba inmortalizó la canción española,
“País del Sol”, introduciendo este número musical en uno de los grandes números
de la lírica española. Benamor y El asombro de Damasco se hicieron merecedoras
de ser interpretadas en teatros europeos y americanos.
Occidente siempre ha soñado con Oriente y durante siglos de
convivencia desigual, este deseo de apropiación fue mutuo. En el cine, no solo
en la literatura y en el ámbito musical, abundaron ab initio, escenografías,
personajes y reminiscencias de Las mil y una noches, libérrimamente
reinterpretadas. Oriente se convirtió en un locus amoenus imaginado, de
evasión, no exento de la clásica búsqueda de otro tipo de vida y de belleza. Y
ahí están las cintas como El ladrón de Bagdad, con sus colores hiperbólicos y
la fascinante silueta de Douglas Fairbanks deslizándose por los alféizares de
un palacio de cartón piedra con princesa y eunuco incluidos.
Benamor es una extensa y bella partitura, con una orquestación
redonda, rica desde el punto de vista armónico que incluye elementos corales y de
baile, presente siempre una línea clara, elegante y melódica. Entre sus pasajes
más conocidos, el comienzo del Tercer acto, con Ninetis, Benamor y las Odaliscas, el Paso del camello, la
Danza del fuego, o los cuplés de Darío. Y todo relatado en un programa-libro
lujoso y exhaustivo.
La gestión de los responsables del teatro de la Zarzuela es clara:
recuperar todo el patrimonio zarzuelístico, atendiendo a las preferencias del
público, pero también incluyendo trabajos que permanecían casi descatalogados
de la programación. Así han sido
devueltos a escena, composiciones como Farinelli, la peculiar Cecilia Valdés y
tantas otras.
Si todas las defensas a ultranza de la sexualidad y el género alternativos y las diversas posibilidades de producirse en el lenguaje corporal y amatorio parecen haberse convertido en una conquista de las últimas décadas, la ambigüedad, el desarrollo libre del deseo, el desparpajo en la manifestación de una sensualidad evidente, no son un invento del Metoo ni de los LGTBI y otras siglas, se respiraban ya desde el siglo XVII en adelante, con sus miriñaques, sus lunares postizos y sus pelucones y las sorpresas a descubrir debajo de los faldones y las enaguas. Por otra parte, las máscaras, todas y el travestismo han nacido sobre los coturnos de los griegos (Aristófanes y otros) y la fanfarronería de los “miles gloriosus” (soldados fanfarrones) o Los gemelos, o en otras comedias de Plauto y Terencio. No se ha inventado nada que en el fondo no existiera ya, desde tiempos fundacionales, en la condición humana.….
Multiplicándose un Enrique Viana polifacético en varios
roles (Abedul, pastelero/a), y llevando la dirección escénica, gracioso, actualizando
el texto del libreto con las vicisitudes
del ciudadano de a pie de hoy. Deslumbrante y fantástica la escenografía concebida
por Daniel Bianco, también director
artístico del teatro, permitiendo un conjunto al que se adapta como un guante,
el vestuario colorista y fastuoso de Gabriela
Salaverri y la coreografía de Núria
Castejón, el todo poblando el escenario de movimiento y ligereza.
José Miguel
Pérez-Sierra dirige con gusto y elegancia, esforzándose en la coordinación
coreográfica, del canto, de los músicos, de los bailarines. Adecuada la
iluminación y toda la labor que, detrás del escenario, realizan muchos
profesionales anónimos, a quienes también la platea, reconoce a menudo su
necesaria dedicación.
Vibrante y llena de matices, con un instrumento bonito y excelente
técnica y evolución escénica Vanessa
Goikoetxea en el papel de Benamor y además muy bien el Darío de Carol García. Los roles acompañantes,
muy ajustados en las prestaciones entregadas de un Gerardo
López pluriempleado como Jacinto, el eunuco y Elohim, Amelia Font como Pantea y Emilio Sánchez en Babilón. Irene Palazón consigue prestarle a su
Ninetis una picardía y un sabor peculiares, muy destacables, así como el
personaje del Rajah-Tabla, que compone Gerardo
Bullón. Francisco J. Sánchez (Alifafe) y Esther Ruiz (Cachemira) cierran un
elenco compacto y bien avenido en lo teatral y en el desempeño vocal.
El teatro estaba bastante al completo, teniendo en cuenta la
situación pandémica, pero las medidas sanitarias se cumplen, incluso con la
ayuda del personal de sala, que tuvo que recordar ocasionalmente a algún
supuesto despistado que se ajustara adecuadamente la mascarilla.
La audiencia festejó las ocurrencias cómicas, el buen hacer de los
técnicos de la escena, los cantantes, los músicos, los bailarines, el coro, que
estuvo a la altura, muy holgadamente, todo ese universo que se ve o se intuye
dándolo todo para hacer posible que, el telón del Teatro de la Zarzuela, siga
subiendo de nuevo con renovadas oportunidades para el género, el ballet y los
conciertos, las charlas y por supuesto, los inefables y entrañables encuentros
más en petit comité, realizados en el Ambigu.
Alicia Perris
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