lunes, 19 de abril de 2021

BENAMOR, PRECIOSA, EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA DE MADRID


Benamor, opereta en tres actos. Música Pablo Luna, libreto de Antonio Paso y Ricardo González del Toro. Teatro de la Zarzuela. Domingo 18 de abril, 2021.

Nueva versión de Enrique Viana, estrenada originalmente en el Teatro de la Zarzuela, el 12 de mayo de 1923, (Edición de la Sociedad General de Autores y Editores © Herederos de Pablo Luna, Antonio Paso y Ricardo González del Toro, 1923).

Reparto:

Vanessa Goikoetxea (Benamor).

Carol García (Darío).

Enrique Viana (Abedul / Confitero / Pastelera).

Damián del Castillo (Juan de León).

Irene Palazón (Ninetis).

Gerardo Bullón (Rajah-Tabla).

Gerardo López (Jacinto / Eunuco / Elohim).

Francisco J. Sánchez (Alifafe).

Emilio Sánchez (Babilón).

Esther Ruiz (Cachemira).

Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela.

Enrique Viana, dirección de escena.

Escenografía, Daniel Bianco.

Vestuario, Gabriela Salaverri.

Iluminación, Albert Faura.

Coreografía, Nuria Castejón.

José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.

Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela, dirigido por Antonio Fauró.

Explican los archiveros ad hoc, que después de un siglo de su estreno, y ahora repuesta en gozosa versión en la sala de la calle Jovellanos, Benamor forma junto con El asombro de damasco y El niño judío, la denominada trilogía oriental de Pablo Luna. Desde el estreno de El niño judío, Luna no había tenido ningún otro éxito. Algunas obras como Muñecos de trapo, La mecanografía, Pancho Virondo, ¡Llévame al metro, mamá! El suspiro del moro, Una aventura en París (1920), Los papiros (1921), etc. se mantenían con dificultades en cartel.

Pero con Benamor el compositor aragonés obtuvo su deseado logro. Se trata de una obra basada en un cuento oriental con raíces modernistas. Con esta historia, Luna intentó volver a retomar las glorias de El niño judío. De acuerdo con algunas crónicas, como la de Floridor en el periódico ABC, el mayor éxito de su vida.


Esta propuesta tiene como inspiración un cuento oriental, Kisme, originalmente compuesto por Paso y Ricardo González y que contó en su estreno con prima donnas reconocidas como las mexicanas Esperanza Iris o Mimí Derba. Tiempo después el barítono Emilio Sagi Barba inmortalizó la canción española, “País del Sol”, introduciendo este número musical en uno de los grandes números de la lírica española. Benamor y El asombro de Damasco se hicieron merecedoras de ser interpretadas en teatros europeos y americanos.

Occidente siempre ha soñado con Oriente y durante siglos de convivencia desigual, este deseo de apropiación fue mutuo. En el cine, no solo en la literatura y en el ámbito musical, abundaron ab initio, escenografías, personajes y reminiscencias de Las mil y una noches, libérrimamente reinterpretadas. Oriente se convirtió en un locus amoenus imaginado, de evasión, no exento de la clásica búsqueda de otro tipo de vida y de belleza. Y ahí están las cintas como El ladrón de Bagdad, con sus colores hiperbólicos y la fascinante silueta de Douglas Fairbanks deslizándose por los alféizares de un palacio de cartón piedra con princesa y eunuco incluidos.

Benamor es una extensa y bella partitura, con una orquestación redonda, rica desde el punto de vista armónico que incluye elementos corales y de baile, presente siempre una línea clara, elegante y melódica. Entre sus pasajes más conocidos, el comienzo del Tercer acto, con Ninetis,  Benamor y las Odaliscas, el Paso del camello, la Danza del fuego, o los cuplés de Darío. Y todo relatado en un programa-libro lujoso y exhaustivo.

La gestión de los responsables del teatro de la Zarzuela es clara: recuperar todo el patrimonio zarzuelístico, atendiendo a las preferencias del público, pero también incluyendo trabajos que permanecían casi descatalogados de la programación. Así han sido devueltos a escena, composiciones como Farinelli, la peculiar Cecilia Valdés y tantas otras.

Si todas las defensas a ultranza de la sexualidad y el género alternativos y las diversas posibilidades de producirse en el lenguaje corporal y amatorio parecen haberse convertido en una conquista de las últimas décadas, la ambigüedad, el desarrollo libre del deseo, el desparpajo en la manifestación de una sensualidad evidente, no son un invento del Metoo ni de los LGTBI y otras siglas, se respiraban ya desde el siglo XVII en adelante, con sus miriñaques, sus lunares postizos y sus pelucones y las sorpresas a descubrir debajo de los faldones y las enaguas. Por otra parte, las máscaras, todas y el travestismo han nacido sobre los coturnos de los griegos (Aristófanes y otros) y la fanfarronería de los “miles gloriosus” (soldados fanfarrones) o Los gemelos, o en otras comedias de Plauto y Terencio. No se ha inventado nada que en el fondo no existiera ya, desde tiempos fundacionales, en la condición humana.….


Multiplicándose un  Enrique Viana polifacético en varios roles (Abedul, pastelero/a), y llevando la dirección escénica, gracioso, actualizando el texto del libreto con las  vicisitudes del ciudadano de a pie de hoy. Deslumbrante y fantástica la escenografía concebida por Daniel Bianco, también director artístico del teatro, permitiendo un conjunto al que se adapta como un guante, el vestuario colorista y fastuoso de Gabriela Salaverri y la coreografía de Núria Castejón, el todo poblando el escenario de movimiento y ligereza.

José Miguel Pérez-Sierra dirige con gusto y elegancia, esforzándose en la coordinación coreográfica, del canto, de los músicos, de los bailarines. Adecuada la iluminación y toda la labor que, detrás del escenario, realizan muchos profesionales anónimos, a quienes también la platea, reconoce a menudo su necesaria dedicación.  

Vibrante y llena de matices, con un instrumento bonito y excelente técnica y evolución escénica Vanessa Goikoetxea en el papel de Benamor y además muy bien el Darío de Carol García. Los roles acompañantes, muy ajustados en las prestaciones entregadas de un  Gerardo López pluriempleado como Jacinto, el eunuco y Elohim, Amelia Font como Pantea y  Emilio Sánchez en Babilón. Irene Palazón consigue prestarle a su Ninetis una picardía y un sabor peculiares, muy destacables, así como el personaje del Rajah-Tabla, que compone Gerardo Bullón. Francisco J. Sánchez (Alifafe) y Esther Ruiz (Cachemira) cierran un elenco compacto y bien avenido en lo teatral y en el desempeño vocal.

El teatro estaba bastante al completo, teniendo en cuenta la situación pandémica, pero las medidas sanitarias se cumplen, incluso con la ayuda del personal de sala, que tuvo que recordar ocasionalmente a algún supuesto despistado que se ajustara adecuadamente la mascarilla.

La audiencia festejó las ocurrencias cómicas, el buen hacer de los técnicos de la escena, los cantantes, los músicos, los bailarines, el coro, que estuvo a la altura, muy holgadamente, todo ese universo que se ve o se intuye dándolo todo para hacer posible que, el telón del Teatro de la Zarzuela, siga subiendo de nuevo con renovadas oportunidades para el género, el ballet y los conciertos, las charlas y por supuesto, los inefables y entrañables encuentros más en petit comité, realizados en el Ambigu.

Alicia Perris

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