Exposición El crimen perfecto
Señala Jean Baudrillard que, si no existieran las apariencias, el mundo sería un crimen perfecto, es decir, sin criminal, sin víctima y sin móvil. Un crimen cuya verdad habría desaparecido para siempre, y cuyo secreto no se desvelaría jamás por falta de huellas. En un mundo donde cada vez se anuncian más incendios, más nevadas, más sequías, más inundaciones y una mayor deforestación no hay más crimen que quedarse mirando, sentados al borde de ese abismo.
Deberíamos empezar por preguntarnos si es posible que la civilización misma sea una trampa. Sociedades altamente civilizadas dejaron atrocidades como el circo romano, los sacrificios aztecas, las hogueras de la Inquisición o los campos de concentración nazis. Ronald Wright, en su Breve historia del progreso, advierte cómo los salvajes nunca llegaron a tanto. La civilización es un bien precario, máxime cuando unas destruyen y expulsan a otras sin cesar.
No está demás preguntarse de vez en cuando de dónde venimos, qué
somos y adónde vamos. Porque el progreso infinito, sin límites y sin final
aparente, provoca una suerte de paradoja: los problemas del progreso material
únicamente semejan poder resolverse con más progreso. La pregunta es si hemos
aprendido las lecciones del pasado y somos verdaderamente conscientes de cómo
muchas civilizaciones desaparecieron víctimas de sus propios éxitos.
Artistas como Alberto Baraya, Gabriela Bettini, Sandra Cinto, Christian García Bello, Mona Hatoum, Cinthia Marcelle, Susana Solano, Baltazar Torres o Françoise Vanneraud nos muestran cómo nuestro paraíso terrenal se ha convertido en un paraíso perdido, más allá de las apariencias. Esa suerte de naufragio nos concede la dimensión del mundo, una realidad que se desquebraja y con ella la utopía, como las grietas de una piscina. Pero lejos de ser un Apocalipsis sin Apocalipsis, el camino a la solución es ser consciente del problema. Porque es la falta de consciencia la que nos condujo a un aparente callejón sin salida, desde el accidente a escala planetaria a las catástrofes de la intimidad, que lejos de ser exclusivamente físicas se asientan en la dificultad de vivir esa condición interior.
Si algo puede aportar el arte es la capacidad que tiene para
cuestionar lo que nos rodea, para hacerse preguntas acerca del espacio y del
tiempo, para interrogar y cuestionar nuestra percepción del mundo. Solo así
podemos entender que en el crimen perfecto el crimen es la propia perfección, y
si extrapolamos esta máxima a nuestro mundo contemporáneo y sus ecosistemas
necesitamos empezar reconociendo que hemos sido al mismo tiempo asesinos y
víctimas de un crimen carente de motivación y de autor consciente,
culpabilizando siempre a otro que podríamos ser nosotros mismos. Únicamente
desde esta consciencia colectiva, dejando de asumir los hechos como si fuesen
irreversibles, podremos estrechar la paz con la naturaleza y con la vida para
evitar ese crimen perfecto y vislumbrar alternativas.
https://www.condeduquemadrid.es/actividades/el-crimen-perfecto
Organizado por MadBlue
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