Reparto. Narración: María José Suárez (mezzosoprano). Don Quijote: Alfredo García (barítono). Sancho Panza: Emilio Sánchez (tenor).Dulcinea, ventero, Montesinos, Condesa y Pedro Recio: María Rey-Joly (soprano).Bailarines: Laura Cuxart, Mar López, Pedro Aunión y Javier Ferrer.
Equipo Artístico y Técnico: Dirección de Escena:
Guillermo Heras. Dirección Musical: José Luis Castillo. Dirección del Coro: Félix Redondo. Coreografía: Mónica Runde. Escenografía:
Rafael Garrigós. Vestuario: Ana Rodrigo. Ensemble de la Jorcam y Coro de la
Comunidad de Madrid.
En La Mancha siempre fui feliz. Carretera arriba y carretera abajo para dar clases a los alumnos de Villarrobledo, una casa en medio de una viña y las perras como única compañía. Y el buen vino y el queso de la tierra. Un sol de justicia y un frío helador en invierno. Y Almagro, y el palacio renacentista de Viso del Marqués, La Rendondilla y otras lagunas de Ruidera y los ojos del Guadiana, la Fonda Peña y los calores estivales y la tierra roja manchega, fértil, indómita y carnal. Cuando no era el trabajo, iba de vacaciones. A galguear, como Don Quijote, por esos caminos de Dios sin fondo ni límites de La Mancha profunda. Y una copa de Yuntero blanco, frío, frutal, para amenizar la ruta y los encuentros.
¡Cómo no ir a ver y a escuchar este Don Quijote de Tomás Marco que agrega nuevas páginas a las sucesivas versiones que se hicieron del hidalgo, Peter o´Toole en una película y José van Dam acompañando el talento de Jacques Brel, entre tantas otras referencias?Esta propuesta es diferente. Más española, más realista, menos ampulosa. Un trasfondo pesimista golpetea en cada escena o tal vez sean nuestros ojos, que redescubrimos a Don Quijote en un momento en que España ha perdido su última batalla pero esperemos que no definitivamente la guerra.
En estos tiempos de desasosiego económico, político, financiero, con una presencia internacional desdibujada y poco favorecida, a este país le hacen faltan muchos Quijotes y muchos Sancho Panza. Más generosidad y más nobleza, esa de las de toda la vida. La actualidad de esta ópera por lo tanto no podría ser mayor ni más acuciante.
En La Mancha siempre fui feliz. Carretera arriba y carretera abajo para dar clases a los alumnos de Villarrobledo, una casa en medio de una viña y las perras como única compañía. Y el buen vino y el queso de la tierra. Un sol de justicia y un frío helador en invierno. Y Almagro, y el palacio renacentista de Viso del Marqués, La Rendondilla y otras lagunas de Ruidera y los ojos del Guadiana, la Fonda Peña y los calores estivales y la tierra roja manchega, fértil, indómita y carnal. Cuando no era el trabajo, iba de vacaciones. A galguear, como Don Quijote, por esos caminos de Dios sin fondo ni límites de La Mancha profunda. Y una copa de Yuntero blanco, frío, frutal, para amenizar la ruta y los encuentros.
¡Cómo no ir a ver y a escuchar este Don Quijote de Tomás Marco que agrega nuevas páginas a las sucesivas versiones que se hicieron del hidalgo, Peter o´Toole en una película y José van Dam acompañando el talento de Jacques Brel, entre tantas otras referencias?Esta propuesta es diferente. Más española, más realista, menos ampulosa. Un trasfondo pesimista golpetea en cada escena o tal vez sean nuestros ojos, que redescubrimos a Don Quijote en un momento en que España ha perdido su última batalla pero esperemos que no definitivamente la guerra.
En estos tiempos de desasosiego económico, político, financiero, con una presencia internacional desdibujada y poco favorecida, a este país le hacen faltan muchos Quijotes y muchos Sancho Panza. Más generosidad y más nobleza, esa de las de toda la vida. La actualidad de esta ópera por lo tanto no podría ser mayor ni más acuciante.
Con una coherencia enorme, el escenario resulta
preciso pero austero, el vestuario, italianizante y de evocación renacentista,
recurre a los tonos crudos con una profusión de tejidos orgánicos y nobles, la
coreografía que representan los bailarines es apropiada y desarrollada con
gusto y mimo. En buena parte de la obra, se evocan los ruidos de los animales y
la naturaleza, ¡claro, cómo no, en esas tierras! El movimiento en escena es
constante y recurrente, como la propia vida de los personajes, también como las
nuestras.
El montaje sostiene y acompaña una partitura que
resalta la percusión y la experiencia de lo cotidiano rural y campesino, más
allá de la literatura y el mito.
Fantástica como siempre la dirección de escena de
Guillermo Heras, que debería prodigarse mucho más, los músicos manejan como el
director de orquesta con mucha soltura una partitura que dista de ser fácil, la
dirección musical de José Luis Castillo es elegante y el coro suena muy bien.
La narración en la voz de la mezzo María José Suárez comenta toda la obra sin desmayar, afinada, mientras que Sancho Panza (el tenor Emilio Sánchez) que padecía una afección vocal, dejó patente su entrega y estuvo excelente. Su dicción es casi perfecta. María Rey-Joly es guapa, con una sugerente presencia escénica, una voz potente y segura y versátil en la diversificación de sus diferentes roles.
La narración en la voz de la mezzo María José Suárez comenta toda la obra sin desmayar, afinada, mientras que Sancho Panza (el tenor Emilio Sánchez) que padecía una afección vocal, dejó patente su entrega y estuvo excelente. Su dicción es casi perfecta. María Rey-Joly es guapa, con una sugerente presencia escénica, una voz potente y segura y versátil en la diversificación de sus diferentes roles.
El Don Quijote de Alfredo García goza de un
registro amplio, rico. Es una delicia, como él mismo, cuando me recibe al
acercarme a saludarlo en camerinos, contándome de sus próximas actuaciones en
Toronto, Boston y Mexico, a pesar de las cuales quedamos citados para una
entrevista más in extenso.
Su hidalgo es frágil, tierno, pero lleno de evocadoras emociones. Muere como en el libro, desencantado, apaleado, como un cuerdo, como probablemente mandaban los cánones de la época. Antes que nada la religiosidad del buen morir y la cordura al final del camino.
Su hidalgo es frágil, tierno, pero lleno de evocadoras emociones. Muere como en el libro, desencantado, apaleado, como un cuerdo, como probablemente mandaban los cánones de la época. Antes que nada la religiosidad del buen morir y la cordura al final del camino.
El público aplaudió entusiasmado y desde luego es
una pena que solo haya habido-para tanta dedicación y tanto esfuerzo- dos representaciones.
Don Quijote vive en cada célula del territorio
imaginario de España, aunque en el presente su lirismo parezca para algunos una
fantasmagoría trasnochada.
Como escribe el compositor de la obra, Tomás Marco,
(esta) “respeta y realza el texto cervantino sin criterio arqueológico sino con
una proyección de actualidad, extrayendo del mismo los pasajes caballerescos,
los humorísticos, los misteriosos y su profundo y pesimista convencimiento de
que el ser humano acaba siempre de la misma manera y que al final todo y todos
pasamos.”
Es humano, terriblemente humano…y nos calienta el
corazón.
Alicia Perris
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