A propósito de Félix El loco
Félix
Hubo una vez un bailaor de nombre Félix Fernández, al que apodaron
El Loco. Debió de nacer en algún lugar de la provincia de Sevilla, allá por los
últimos años del siglo diecinueve, en el seno de una familia muy pobre. De cómo
transcurrieran su infancia y su adolescencia, no nos ha quedado memoria cierta;
pero es fácil imaginar que el niño Félix debió de crecer en la calle, entre
juegos y miserias; lejos de los libros, los números y las escribanías. Y qué
duda cabe de que habría compartido su anónimo destino con el de tantos otros
desheredados de la fortuna que, en aquellos años tristes de la historia de
España, se veían obligados a recorrer los campos andaluces en busca de un
jornal o mendigando un cacho de pan duro con aceite; de no ser porque, un día,
el baile flamenco se cruzó en su camino.
Probablemente, Félix conocería el flamenco de una manera natural:
en las fiestas familiares, en las gañanías, durante las faenas de la trilla o,
quizá, presenciando la actuación de algún cantaor de renombre en el transcurso
de una celebración religiosa. Lo cierto es que, hacia 1915, nos encontramos con
el joven Félix Fernández convertido en un afamado bailaor que goza del mejor
cartel en los más populares cafés cantantes de la época. En uno de ellos, el
“Novedades”, conocería Félix a las personas que iban a cambiar radicalmente el
curso de su vida.
Aquella noche, Félix acababa de bailar la farruca con la fuerza
contenida de un volcán a punto de entrar en erupción. Todavía resonaban los
gritos de admiración y los aplausos de un público entusiasta cuando Félix fue
reclamado desde una mesa para ser presentado a unos ilustres extranjeros.
Aquella noche, Félix conoció a Diaghilev, el gran empresario ruso amigo
personal del Rey de España; a Massine, coreógrafo, y a Tamara Karsavina,
primera bailarina de los Ballets Russes. Diaghilev estaba preparando su nuevo
proyecto para los escenarios de todo el mundo: un gran ballet de tema español,
en el que participarían el compositor Manuel de Falla y el pintor Pablo Picasso
y que llevaría por nombre El sombrero de tres picos.
No acaba de quedar claro si lo que Diaghilev ofreció a Félix
Fernández fue un trabajo como maestro de baile para la compañía, con el fin de
que le transmitiese un cierto “aire español” a sus maneras dancísticas clásicas;
o si se llegaron a acordar que Félix bailase el personaje del Molinero, el
primer papel masculino de la obra. Lo cierto es que el 22 de julio de 1919, la
noche del estreno en Londres de El sombrero de tres picos, fueron Massine y
Karsavina la pareja protagonista.
¿Y Félix? Había desaparecido unos días antes de esa noche, sin
dejar rastro. Pero nos lo podemos imaginar vagando perdido por el laberinto de
las calles londinenses; rodeado de gente a la que no entiende, que habla una
lengua que él no conoce; escondiéndose en cualquier oscuro rincón, hambriento,
temblando de miedo y de frío: lamiéndose las heridas de su desesperación, de su
fracaso.
La policía lo encuentra en la iglesia de
Saint-Martin-in-the-Fields: algunos vecinos, escandalizados, han dado el aviso
de que un hombre andrajoso, casi desnudo, baila como un poseso en el interior
del templo. La escena no deja lugar a dudas. La policía lo detiene y lo
conducen al sanatorio de Epson. El internamiento es inmediato. El diagnóstico
médico, irrefutable: esquizofrenia catatónica.
Félix Fernández muere en 1941. Entre la fecha de su ingreso en el
manicomio y la de su fallecimiento, las pistas sobre su vida se borran hasta
desaparecer. Pero de lo que si tenemos seguridad es de que los de su encierro
en Epson debieron ser veintidós años terribles para Félix. Veintidós años
larguísimos; en el transcurso de los cuales los momentos de locura se
alternarían con otros de insufrible lucidez. Debieron ser veintidós
interminables años de dolorosa convivencia de Félix con su fracaso como
artista, con los fantasmas de un pasado que le atormentarían sin compasión; con
el deseo nunca hecho realidad de volver a esa Andalucía suya de la que, tal
vez, nunca debió salir.
Veintidós años con una única obsesión: la de bailar, bailar y
bailar, hasta ser capaz de protagonizar esa farruca, esa danza perfecta por la
que él, Félix Fernández, sería recordado por los siglos de los siglos.
El loco
El ballet
El Loco es un ballet en dos partes, inspirado en la peripecia
artística (existencial, por ende) de Félix Fernández García (Sevilla, 1893 –
Epson, Gran Bretaña, 1941): una leyenda subyugante y subyugadora en sí misma:
su pasión (casi) religiosa por el baile; su desentrañamiento, siguiendo los
pasos de Diaghilev, Massine y los Ballets Russes, en Londres; su profundo
desgarro interior, al no participar en el estreno londinense de El sombrero de
tres picos; su huida, su locura, su muerte en el olvido del asilo de Epson.
Una fabulación autobiográfica que nunca existió: todo nos llega
desde la memoria distorsionada de Félix; desde la confusión de su recuerdo
fragmentado, obsesivo; desde su mirada esquizofrénica sobre un mundo extraño,
enemigo.
Pero, también, un espectáculo que trasciende sustancialmente la
historia personal, la hagiografía; para convertirse en una reflexión vívida
sobre el artista y sus demonios, sobre los desencuentros del artista con la
realidad objetiva, sobre la eterna inadecuación entre el deseo y la realidad.
Y, sobre todo, un espectáculo de danza que tiene a la danza como
tema y eje de su discurso.
Sobre la locura
a.
Algunas acepciones de la palabra
‘Locura’: Cualidad o condición del loco.
‘Loco’: Que tiene alterado el juicio o la capacidad de razonar. Que
siente un amor o una pasión extraordinarios (por alguien o algo).
‘Con locura’: Muchísimo.
b.
La locura como herencia, como patología.
La Madre del Loco, que ríe y ríe: en su casa, por los campos, en el
manicomio.
Félix bailando delante del altar, en Saint-Martin-in-the-Fields.
Se levanta acta policial. ¿Nombre?: Félix Fernández García.
Profesión: Músico y bailarín. Diagnóstico: esquizofrenia catatónica.
Internamiento: Long Grove Hospital, Epson.
c.
La locura del artista: el arte, como acto de enajenación creadora.
El baile: pulsión dionisiaca, demoníaca; única, avasalladora, absorbente pasión
de vivir.
d.
La locura, resultado de la eterna dialéctica del hombre, del
artista: el conflicto entre realidad y deseo. La realidad transformada, en la
mente anhelante del artista: son gigantes, y no molinos. El inadaptado, el
apocalíptico Félix; perdido en un mundo inmensamente inabarcable. En su maleta
hecha de tablas, una farruca.
La locura del Loco ante su espejo: la asunción del verdadero
límite, de su dimensión real como artista. El metrónomo puede ser un látigo que
fustiga, inmisericorde, el fracaso.
e.
La locura como escapismo vital: para sobrevivir a la vida en la
locura.
Paco López
Dramaturgo
Elogio de la locura
La locura, en su justa medida, es un requisito indispensable para dedicarse a cualquier actividad artística; más aún, en un mundo y una sociedad como la actual, donde la cultura es la última en la escala de prioridades políticas, económicas y sociales.
Si además tenemos en cuenta que la danza es la última en la escala
de prioridades culturales, podemos llegar a la conclusión de que los que nos
dedicamos a esta actividad debemos estar rozando la esquizofrenia catatónica,
como Félix. Quizás por eso, cuando le ponen a uno delante un proyecto acerca de
la locura, se siente en su hábitat natural.
Es muy poco lo que hay escrito acerca de Félix y variadas las
versiones acerca de lo que le ocurrió realmente. Esto que, en principio,
pudiera parecer un lastre a la hora de construir la obra ha permitido, al
final, que las imaginaciones volaran y que el resultado no estuviera sujeto a
concreciones históricas ni a comparaciones efímeras.
"Hemos puesto
en pie una obra ante todo romántica, una historia de amor entre el hombre y la
danza.
Hemos dado un grito
desesperado y apasionado en tiempos de pocas pasiones y muchos gritos vacíos”.
Han pasado 18 años desde que escribí estas palabras que para mí
siguen vigentes, pero "El Loco" que hemos puesto en pie esta segunda
vez es muy diferente al que fue, y ha evolucionado, espero que para bien, al
igual que lo hemos hecho tod@s l@s involucrad@s en esta creación, a la que
hemos tratado de añadirle estos 18 años más de experiencia, vivencias y
conocimientos técnicos y artísticos.
Creo que "El Loco" que van a ver no ha sufrido cambios,
si no que los ha disfrutado.
Gracias a Paco López, casi pareja de hecho artística, por su
magnífico guión y dirección escénica. Siempre es un placer contigo.
Gracias a Manuel de Falla y a Pablo Picasso, allá donde estén.
Gracias a Mauricio Sotelo por plasmar la locura en un pentagrama con
tanta cordura.
Gracias a Cañizares por fusionar el flamenco del siglo XIX con el del
XXI con total naturalidad.
Gracias a Jesús Ruiz por envolverlo todo con tanta belleza.
Gracias a Nicolás Fischtel por "iluminarnos", casi
místicamente.
Gracias a Maribel Gallardo y repetidores del Ballet Nacional por su
impresionante trabajo de recuperación.
Gracias a todo el equipo técnico por su implicación.
Gracias a las bailarinas, bailarines y músicos que han derrochado
pasión, calidad y esfuerzo y que desde ahora ya son "mis niñ@s”.
Y sobre todo, gracias a Rubén Olmo por hacer posible este privilegio,
este sueño hecho realidad.
Espero que ustedes disfruten tanto viendo la obra, como yo he
disfrutado en su proceso de creación.
Javier Latorre
Bailarín, profesor y
Coreógrafo
EL LOCO
Ballet inspirado en la peripecia artística y existencial del
bailaor Félix Fernández ‘El loco’ y su desgarro interior tras seguir hasta
Londres a Diaghilev, Massine y los Ballets Russes para estrenar El sombrero de
tres picos.
Un espectáculo de danza sobre la danza. Una reflexión actual sobre
el artista y sus demonios. Un vívido elogio de la locura.
https://balletnacional.mcu.es/es/temporada/temporada-2022-2023/el-loco
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