GISELLE, Ballet en dos actos, Théâtre des Champs-Elysée, Lunedi 26 décembre, 2022
Marius Petipa, según Jules Perrot y Jean Coralli | coreografía
Adolphe Adam | música
Tetiana Bruni | decorados y vestuario original
Malva Verbytska de la casa Malva Florea | vestuario nouveau design
Kostyantin Sergieiev | maestro de baile
Orquesta Prométhée
Dmytro Morozov | dirección
Natalia Matsak / Kateryna
Alaieva | Giselle
Sergii Kryvokon / Oleksii Potiomkin | Albrecht
Iryna Borysova / Kateryna Kurchenko | Myrtha
Con Tymofiy Bykovets, Maksym Bilokrynytskyi, Daria Manoilo,
Kostiantyn Pozharnytskyi, Sergii Lytvynenko, Kseniia Ivanenko, Petro Markishev
y cuerpo de baile de la Ópera nacional de Ucrania.
Entre sus principales versiones coreográficas, la de 1841: París (Carlotta Grisi, Lucien Petipa y Adèle Dumilâtre), 1884: San Petersburgo (Jules Perrot y Marius Petipa), 1910: París (Michel Fokine para los Ballets russes de Serguéi Diáguilev) o la de 1932: París (Serge Lifar).
Uno de los roles cumbres del ballet romántico, en su estilo, ha
conocido interpretaciones que dieron de por sí celebridad a grandes bailarinas
del siglo XX. Entre ellas deben mencionarse Anna Pávlova, Tamara Karsávina,
Galina Ulánova, Alicia Markova, Yvette Chauviré, Margot Fonteyn, la genial
italiana Carla Fracci, recientemente desaparecida, Natalia Makárova, la
argentina Olga Ferri, Alicia Alonso, prima ballerina del Ballet de Cuba, o la
también argentina Marianela Nuñez entre otras. Famosos Albrechts incluyen a Lucien
Petipa (creador del papel), Vaslav Nijinsky, Mijaíl Barýshnikov, Rudolf Nureyev, Erik Bruhn,
Julio Bocca, Roberto Bolle y otros muchos.
Cuando se ha visto bailar a Olga Ferri en el Teatro Colón de Buenos
Aires, muchas veces, a Alicia Alonso en el teatro de la Zarzuela de Madrid o a
Rudolf Nureyev con Margot Fonteyn o Natalia Makarova en el antiguo Covent
Garden de Londres, puede pensarse que se ha visto todo, que ya no habrá más
Giselles, ni más sorpresas de arte y de danza.
Pero no es así. Ahora el ballet de Ucrania trae a París, al Théâtre des Champs-Elysées, no solo la vida, sino también, detrás, más lejos, los fulgores de la guerra brutal, bárbara, de la invasión rusa en el país del este.
El Teatro de los Campos Elíseos es un tradicional reducto de la música clásica en París, junto con la Sala Pleyel, Sala Favart del Teatro Nacional de la Opéra-Comique, la Cité de la Musique, el Teatro del Chatelet y la Sala Gaveau para música de cámara.
La Orquesta Nacional de Francia tiene como sede este teatro. El 29 de mayo de 1913 tuvo lugar en el teatro el célebre y escandaloso estreno de La consagración de la primavera de Igor Stravinsky. Orquestas sinfónicas tales como la Orquesta Filarmónica de Viena, la Orquesta Filarmónica de Múnich, la Orquesta Filarmónica de Nueva York, la Orquesta sinfónica de la Radiodifusión bávara y la Orquesta Real de Concertgebouw frecuentan o han frecuentado esta sala.
Emocionante velada en el teatro de la Avenida Montaigne, al lado
del plácido y poblado Hotel Plaza Athénée (donde se alojaba Cristina Onassis
hace décadas o por donde deambula Emily in Paris) público de todas las edades y
todas las condiciones, amantes del ballet, turistas encontradizos, patriotas o
defensores de las causas justas que en este caso tienen el emblema del arte y
el movimiento. Arqueólogos del disfrute.
Los decorados, tradicionales, casi escolares, tienen el rastro del
óleo impregnado por la mano y el pincel del artista, bellos pero modestos los
trajes, muy evocadores sin embargo de aquellos figurines que aprendimos a amar
en las viejas láminas de los ballets Rusos de Diaghilev.
Nadie arrastraba y movía la capa en el escenario como el Albrecht
de Rudolf Nureyev, el bailarín usbeko, nuevo país al que París en su inmensa
transversalidad dedica dos grandes exposiciones, en el Instituto del Mundo
Árabe, inaugurada por el Presidente Macron y el de Uzbekistán y en el Museo del
Louvre, otro icono eterno.
Giselle es uno de los ballets más técnicos de entre los más
tradicionales. Hace algunas temporadas, el público parisino descubría a los
bailarines de la Ópera Nacional de Ucrania en la misma sala a la que vuelven
ahora en otras circunstancias. Entonces triunfaron y regresan ahora a la
capital francesa para las fiestas de fin de año con Giselle.
En apariencia todo discurre con normalidad en la Avenida Montaigne
de la capital: luces de fiestas y escaparates lujosos como la fachada Art-Déco
del propio teatro. Los solistas que se reseñan sin embargo, llegan de un
territorio en guerra, donde tienen que afrontar cortes de luz, calefacción y a
veces, alertas y bombas y la destrucción por todas partes. Se trata de otra
Europa.
Para bailar en Francia, la compañía tuvo que viajar durante 40 horas, en bus, perdieron un avión y se encontraron con decorados aparcados en algún lugar de una aduana. No son las mejores condiciones para ensayar un espectáculo. Además, los intérpretes podrían haber estado más cómodos en otros repertorios entre los que figura El lago de los cisnes, Romeo y Julieta, dos de las 24 piezas con que se producen habitualmente.
No pudieron cuadrar dentro del tiempo estipulado Cascanueces, y La
reina de las nieves exigía más tiempo de ensayos, así que ofrecen ahora Giselle,
que está llena de trampas donde podrían encallar los grandes buques del baile. Acrobacias
y agilidades y despliegue de gracia a cada momento. Trabajo de piernas, de pies
y de brazos, empuñados como verdaderas alas. Natalia Matsak y Sergii
Kryvokon y sus dobles acompañantes en los roles de Giselle y Albrecht se
lucen sobre todo en el segundo acto. Los músicos, el cuerpo de baile, bien
ajustado, las Willis, el personaje de la madre de Giselle, el pretendiente
desechado, las otras solistas, todos como una sola alma y una única figura, en
espejos replicantes que irradian los pasos dibujados con elegancia y limpieza, aporta
un toque de contención helada, como explican en el programa de mano.
Kostyantin Sergieiev, maestro de ballet,
vela sobre sus intérpretes mientras que el director Dmytro Morozov con su venerable cabellera frondosa y blanca, permanece
atento y diligente, al frente de la Orquesta Promethée.
Pero lo importante está en otra parte. Para estos artistas ucranianos en resistencia, estos quince días en París constituyen una especie de burbuja protectora. Algunos vinieron incluso con sus hijos. Vivir de su talento les proporciona una sensación de normalidad en una vida que no es la misma desde hace diez meses. Muy bien acogidos y resguardados, todos se han volcado en hacerles la estancia y las actuaciones, flexibles y cómodas.
Fantástica la disponibilidad de Prensa y Comunicación del Teatro
para acoger y recibir todas las peticiones. Ya no pasa en los mejores teatros
de algunos países de Europa. Aquí sí. Enorme gracias por abrir y mantener las
puertas de la belleza abiertas…disponibles.
Finalmente, ya no es cuestión únicamente de baile y de talento sino
de vivir, de supervivencia. Una vez más, París ha vuelto a ser la de siempre
con la necesidad de los artistas propios y ajenos, una fuente de generosidad,
una ofrenda, solidaria y luminosa. Hubo una ovación. Y aplausos, muchos,
merecidos.
Que 2023 nos sorprenda despiertos y curiosos ante lo que pueda
llegar y suceder. ¡Y que haya por fin algo de paz y de salud y oportunidades
para todos! Que así sea.
Alicia Perris
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