Gauguin y el viaje a lo exótico
Del 9 de octubre de 2012 al 13 de enero de
2013 Coincidiendo con la
celebración del veinte aniversario de su apertura, el Museo Thyssen-Bornemisza presentará, a partir del 9 de octubre, la exposición Gauguin y el viaje a lo exótico. Con la huida de Paul Gauguin a Tahití como hilo conductor, la muestra descubrirá de qué forma el viaje hacia mundos supuestamente más auténticos produjo una renovación del lenguaje creativo y en qué medida esta experiencia condicionó la transformación de la modernidad. Gauguin y el viaje a lo exótico recorrerá un itinerario que comienza con las experimentaciones artísticas de Paul Gauguin en los Mares del Sur y continúa con las exploraciones de artistas posteriores como Emil Nolde, Henri Matisse, Wassily Kandinsky, Paul Klee o August Macke, con el objetivo de dar a conocer la impronta de Gauguin en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX.
La exposición se ha
organizado en ocho capítulos con un itinerario cronológico y temático:
El recorrido arrancará
con la obra de Eugène Delacroix Mujeres
de Argel en un
interior (1849). Delacroix es uno de los primeros
artistas en viajar al
norte de África y también un precursor en el
modo de concebir la
obra de arte como producto de la
imaginación creadora.
El movimiento rítmico y el seductor
colorido de sus
representaciones de Oriente, serán un
precedente fundamental
para los artistas de la modernidad. Las
escenas de indolencia
femenina como Paran api (¿Qué hay de
nuevo?) (1892) del
periodo tahitiano de Gauguin reflejan la
influencia del pintor
romántico francés.
Idas y venidas, Martinica
La breve pero intensa
estancia de Gauguin, junto al pintor Charles
Laval, en Martinica en
1887, supuso un giro transcendental en su
carrera. Esta primera
experiencia artística ante la espesura
tropical y el encanto
de las gentes de la isla, cambiará
definitivamente su
lenguaje pictórico que tomará forma propia en
obras como el
famoso Idas y venidas, Martinica (1887)
que da
título a este
capítulo.
En Oceanía, Gauguin se
volcó en la representación de la deslumbrante
naturaleza y de la
cultura maorí, en proceso de desaparición. Con su
particular estilo
sintetista, construido mediante grandes superficies de
color y un profundo
contenido simbólico y mítico, pinta Matamoe (Muerte
con pavos reales)
(1892), Dos mujeres tahitianas (1899)
o Mata mua
(Érase una vez)
(1892). En todas ellas la exuberancia salvaje de la isla se
convierte en una
utópica Edad de Oro cargada de fragancias y
explosiones
cromáticas. Pero los trópicos son lugares en donde el
Paraíso y la perdición
están muy próximos y, tras un progresivo deterioro
de su salud física y
mental, las composiciones de Gauguin se vuelven
más misteriosas y
siniestras. El deseado Paraíso tahitiano se
convierte
en el Paraíso
perdido.
El mundo de la jungla
se convirtió en uno de los motivos
recurrentes de la
temática modernista. Ese universo bajo las
palmeras proporcionaba
un contrapunto que desbordaba los
límites del lenguaje
artístico vigente y un medio para superar la
crisis de valores
estéticos, morales y políticos. En las obras de
Paul Gauguin, Henri
Rousseau, Henri Matisse, Emil Nolde, Max
Pechstein, August Macke o Franz Marc la relación con la
naturaleza salvaje,
real o imaginaria, se convirtió en el modo
idóneo de recuperar la
inocencia y la felicidad, el verdadero
sentido del arte.
El artista como etnógrafo
La atracción por lo
exótico se pone de manifiesto en una nueva relación
de los artistas con la
etnografía. Como defendía el etnógrafo francés
Victor Segalen
(1898-1919): “no nos preciemos en asimilar las
costumbres, las razas,
las naciones, de asimilar a los demás; sino por el
contrario, alegrémonos
de no poder hacerlo nunca; reservémonos así la
perdurabilidad del
placer de sentir lo Diverso”. Gauguin y los pintores
expresionistas se
sintieron atraídos por la “incomprensibilidad eterna”, la
extrañeza irreductible
de las culturas exóticas, de sus costumbres, de sus
rostros, de sus
lenguajes. Muchacha con abanico (1902) de Gauguin o la
serie de Emil Nolde
sobre los nativos de los Mares del Sur (1913-1914)
revelan la mirada
“estética” que establecieron frente al Otro.
Gauguin, el canon exótico
Paul Gauguin, el
tránsfuga de la civilización, el artista mítico que se hizo
salvaje para encontrar
una nueva visión para el arte, se convirtió en los
primeros años del
siglo XX en el nuevo canon para los expresionistas
alemanes, los
primitivistas rusos y los fauves franceses. Mientras que
muchos de ellos, como
Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel o André
Derain estudiaron el
arte primitivo en los museos etnográficos, otros,
como Emil Nolde o Max
Pechstein, se embarcaron hacia tierras lejanas
en busca de lo
exótico. Por otra parte, las diversas exposiciones de
Gauguin que se
celebraron tras su muerte en 1903, sirvieron para dar a
conocer las
innovaciones de su pintura a las nuevas generaciones de
artistas.
La luna del sur
A comienzos del siglo
XX los artistas que viajaron al norte de África
perseguían un nuevo
lenguaje basado en la luz y el color. La
experiencia estética
de Wassily Kandinsky, durante un viaje a Túnez en
1905, le descubrió una
pintura de factura más experimental y un colorido
más brillante que
sería esencial para el desarrollo de la abstracción.
Diez años después,
August Macke y Paul Klee lograron la liberación de
la forma y del color.
El propio Klee, consciente de ello, dejó escrito en su
diario: “Cuando la
clara luna del norte se
levante, me recordará
esta noche como
reflejo mortecino y me
servirá una y otra vez
de advertencia. Será
como mi novia, como mi otro Yo. Un estímulo para encontrarme. Yo mismo, soy la
salida de la luna del
sur”.
La exposición se
cerrará con la estancia de Henri Matisse en la Polinesia
francesa en 1930 donde
coincide con el rodaje de Tabu (1931) del director de
cine expresionista
alemán F.W. Murnau. Si Gauguin había planeado su viaje
como una huida de la
civilización, Matisse lo había proyectado como un viaje de
placer, pero terminó
convirtiéndose en el punto de arranque de una nueva etapa
artística. Los
recuerdos y ensoñaciones de Tahití se tradujeron en las
experimentaciones de
sus años finales con los papiers découpés, reverenciados
como la culminación de
su carrera, y también en el último soplo de la utopía de
las vanguardias