Cuando era jovencita,
hace un cierto tiempo, acompañaba las esperas amorosas y la preparación de
tumultuosos e imposibles exámenes con La Bohéme, Venecia sin ti y todas las
canciones que en vinilo, sonaban por entonces de este armenio francés y
universal, que a los casi 91 años, se vino a Madrid el pasado jueves y dio una
lección de lo que es ser abuelo o mejor, bisabuelo, antes un público de cuatro
mil personas en el Barclays Center (Palacio de Deportes).
Con un buen equipo de
músicos, siempre pendientes del cantante y una gran eficiencia musical, aunque
el sonido fuera mejorable, a nadie pareció importarle, Aznavour fue desgranando
los nuevos éxitos de su último disco, que lleva por título una palabra que
resuena como un símbolo, “Encores” (todavía).
El artista,
comprometido con la causa armenia y la reivindicación de que Turquía asuma de una vez después de
cien años, la matanza de 1.300.000 personas de ese etnia, continúa un camino
tachonado de vida.
Cuando mucho antes de
su edad, los mayores acostumbran ya a demandar, a quejarse, acusados de una hipocondría
feroz e insolidaria, por sus enfermedades reales e imaginarias, cuando en
muchas ocasiones la enfermedad es la vejez que no es tal (todos padecemos de
algo e incluso nos medicamos profusamente para continuar) este hombrecillo pequeño
y enjuto da ejemplo de civismo, moralidad y encanto.
Lo suyo es la música desde
que, como chófer de Edith Piaf, empezó una andadura que en 1976 deslumbró con “Il
sont tombés”, denunciando el holocausto armenio como una prefiguración y un
ensayo general de la posterior carnicería nazi de la II Guerra Mundial.
Sus canciones hablan
del amor y de sus transeúntes, a menudo perdedores, abandonados, desahuciados
por sociedades inmisericordes que los consideran “losers” como explica en el
programa de hoy de Michel Drucker en TV5Monde.
Los gitanos (¡qué
aires tan reconocibles en tantas culturas de Centroeuropa estos suyos!), los
emigrantes (canción con la que empezó el recital de la velada del jueves), los
homosexuales, a quienes reivindicó “avant la lettre”, hace décadas. Y por todas
partes, rezumando nostalgia, ternura, la pasión y sus desgracias, motor del
universo.
Sus canciones de
verdaderos incunables de pérdidas, pero también de reencuentros, de éxtasis
amoroso, de seguir pese a todo adelante porque la vida golpea pero también concede
y llama a veces a la fiesta, al goce.
Este domingo, a las
dos en punto de la tarde, hizo su aparición ante un asombrado Michel Drucker
(aunque creo que en realidad este hombre, jaleado en tantos acontecimientos
periodísticos desde hace décadas no se sorprende nunca) y fue presentando a sus
amigos, que concurrieron a la invitación del programa, envueltos en la luz que
irradia Aznavour y su buen karma.
Les brigands, una “troupe”
fantástica que hace operetas por todo el territorio francés y que cantó con
gracia “El sable de papá” de La Grande Duchesse de Gerolstein de Jacques Offenbach,
cómo no, otro superviviente. Y Kendji Girac, un jovenzuelo delicioso con una
estética vocal arabizante que agradeció infinitamente al maestro su espaldarazo
televisivo.
Y también estuvo Luc
ferry, un filósofo que habló de su libro sobre la cultura griega de la
Antigüedad y sus misterios.
Para las dos
convocatorias se impuso el negro, pero en vivo el jueves pasado, se liberó de
su chaqueta oscura y dejó ver unos tirantes muy festivos, mientras estrujaba un
pañuelo inmaculado para escenificar la desesperación de La Bohème. Unas cuentas
espontáneas de la primera fila se lo arrebataron en un abrir y cerrar de ojos.
Las cosas están muy
mal en el planeta y Usted se hace cargo y lo sabe muy bien maestro. El jueves
por la noche y hoy domingo en un felicísimo bis (una palabra que a Usted no le
gusta) nos dejó claro que el momento vital no está ni en el arrepentimiento y
la claudicación ante el pasado ni en los planes para el futuro incierto, sino
en un presente acuciante y fogoso que nos reconcilia a la vez con el “tempus
fugit” y con el “carpe diem”.
Gracias por ofrecernos
una imagen de una vejez cumplida y gozosa, lejos de las patéticas lamentaciones
de los que no solo derrochan su mayoría de edad sino también el resto de su
existencia. Porque nada tiene la vida comprada ni asegurada, nunca, y todos
vamos a partir, ¡ah!, pero hasta entonces, ¡brindemos por la vida!
Tal vez en estos
tiempos insolidarios de zozobra y fin de ciclo deberíamos pedirle, cuando ya no
sabemos a quién encomendarnos (y tal vez se cumpla por una vez un deseo, un
milagro), “Emmenez-nous au pays de merveilles…” (“Llévenos al país de las
maravillas”). A ver si puede ser.
Alicia
Perris
No hay comentarios:
Publicar un comentario