domingo, 10 de mayo de 2015

CHARLES AZNAVOUR HOY EN VIVEMENT DIMANCHE Y EL JUEVES PASADO EN MADRID CON UN RECITAL DE CASI DOS HORAS



Cuando era jovencita, hace un cierto tiempo, acompañaba las esperas amorosas y la preparación de tumultuosos e imposibles exámenes con La Bohéme, Venecia sin ti y todas las canciones que en vinilo, sonaban por entonces de este armenio francés y universal, que a los casi 91 años, se vino a Madrid el pasado jueves y dio una lección de lo que es ser abuelo o mejor, bisabuelo, antes un público de cuatro mil personas en el Barclays Center (Palacio de Deportes).
Con un buen equipo de músicos, siempre pendientes del cantante y una gran eficiencia musical, aunque el sonido fuera mejorable, a nadie pareció importarle, Aznavour fue desgranando los nuevos éxitos de su último disco, que lleva por título una palabra que resuena como un símbolo, “Encores” (todavía).
El artista, comprometido con la causa armenia y la reivindicación  de que Turquía asuma de una vez después de cien años, la matanza de 1.300.000 personas de ese etnia, continúa un camino tachonado de vida.


Cuando mucho antes de su edad, los mayores acostumbran ya a demandar, a quejarse, acusados de una hipocondría feroz e insolidaria, por sus enfermedades reales e imaginarias, cuando en muchas ocasiones la enfermedad es la vejez que no es tal (todos padecemos de algo e incluso nos medicamos profusamente para continuar) este hombrecillo pequeño y enjuto da ejemplo de civismo, moralidad y encanto.
Lo suyo es la música desde que, como chófer de Edith Piaf, empezó una andadura que en 1976 deslumbró con “Il sont tombés”, denunciando el holocausto armenio como una prefiguración y un ensayo general de la posterior carnicería nazi de la II Guerra Mundial.
Sus canciones hablan del amor y de sus transeúntes, a menudo perdedores, abandonados, desahuciados por sociedades inmisericordes que los consideran “losers” como explica en el programa de hoy de Michel Drucker en TV5Monde.
Los gitanos (¡qué aires tan reconocibles en tantas culturas de Centroeuropa estos suyos!), los emigrantes (canción con la que empezó el recital de la velada del jueves), los homosexuales, a quienes reivindicó “avant la lettre”, hace décadas. Y por todas partes, rezumando nostalgia, ternura, la pasión y sus desgracias, motor del universo.
Sus canciones de verdaderos incunables de pérdidas, pero también de reencuentros, de éxtasis amoroso, de seguir pese a todo adelante porque la vida golpea pero también concede y llama a veces a la fiesta, al goce.


Este domingo, a las dos en punto de la tarde, hizo su aparición ante un asombrado Michel Drucker (aunque creo que en realidad este hombre, jaleado en tantos acontecimientos periodísticos desde hace décadas no se sorprende nunca) y fue presentando a sus amigos, que concurrieron a la invitación del programa, envueltos en la luz que irradia Aznavour y su buen karma.
Les brigands, una “troupe” fantástica que hace operetas por todo el territorio francés y que cantó con gracia “El sable de papá” de La Grande Duchesse de Gerolstein de Jacques Offenbach, cómo no, otro superviviente. Y Kendji Girac, un jovenzuelo delicioso con una estética vocal arabizante que agradeció infinitamente al maestro su espaldarazo televisivo.
Y también estuvo Luc ferry, un filósofo que habló de su libro sobre la cultura griega de la Antigüedad y sus misterios.
Para las dos convocatorias se impuso el negro, pero en vivo el jueves pasado, se liberó de su chaqueta oscura y dejó ver unos tirantes muy festivos, mientras estrujaba un pañuelo inmaculado para escenificar la desesperación de La Bohème. Unas cuentas espontáneas de la primera fila se lo arrebataron en un abrir y cerrar de ojos.
Las cosas están muy mal en el planeta y Usted se hace cargo y lo sabe muy bien maestro. El jueves por la noche y hoy domingo en un felicísimo bis (una palabra que a Usted no le gusta) nos dejó claro que el momento vital no está ni en el arrepentimiento y la claudicación ante el pasado ni en los planes para el futuro incierto, sino en un presente acuciante y fogoso que nos reconcilia a la vez con el “tempus fugit” y con el “carpe diem”.
Gracias por ofrecernos una imagen de una vejez cumplida y gozosa, lejos de las patéticas lamentaciones de los que no solo derrochan su mayoría de edad sino también el resto de su existencia. Porque nada tiene la vida comprada ni asegurada, nunca, y todos vamos a partir, ¡ah!, pero hasta entonces, ¡brindemos por la vida!
Tal vez en estos tiempos insolidarios de zozobra y fin de ciclo deberíamos pedirle, cuando ya no sabemos a quién encomendarnos (y tal vez se cumpla por una vez un deseo, un milagro), “Emmenez-nous au pays de merveilles…” (“Llévenos al país de las maravillas”). A ver si puede ser.

Alicia Perris

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