Il Pirata, una de las primeras óperas de Vicenzo Bellini, se
estrena en el Teatro Real, en coproducción con el Teatro alla Scala de Milán. Melodramma en dos actos. Música de Vincenzo
Bellini (1801-1835). Libreto de Felice Romani, basado en la obra Bertram, Ou le
Pirate (1822) de Justin Séverin Taylor, traducida al francés por Charles
Maturin. 12 de diciembre, 2019.
Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán, el 27 de octubre de
1827. Nueva Producción del Teatro Real, en coproducción con el Teatro alla
Scala de Milán.
Equipo Artístico
Director musical Maurizio Benini
Director de Escena I Emilio Sagi
Escenógrafo I Daniel Bianco
Figurinista I Pepa Ojanguren
Iluminador I Albert Faura
Director del Coro I Andrés Máspero
Reparto
Ernesto, George Petean
Imogene, Sonya Yoncheva
Gualtiero, Javier Camarena
Itulbo I Marin Yonchev
Goffredo I Felipe Bou
Adele I María Miró
Fueron dedicadas todas las funciones de Il Pirata en el Real a la
soprano Montserrat Caballé, que la
difundió reiteradamente, con mucho
éxito, aunque no se debe olvidar que en la tradición belcantista de esta
composición, hay que incluir también la versión, memorable, que hicieron Franco
Corelli y la inefable artista María Callas.
Difícil propuesta de un joven Bellini, catanese, para esta
concepción lírica, toda fogosidad, toda ardor, representante de la historia de
una isla, la suya, Sicilia, por donde, en realidad, pasaron numerosos pueblos a
instalarse, saquear, descubrir y desorganizar un equilibrio que históricamente
hasta la actualidad, no ha dejado de ser, ambiguo y esotérico aunque
parcialmente difundido.
Argumento marinero, como el Otello verdiano, bucanero,
necesariamente inestable, como opinan los omniscientes del gremio musical,” aquí
se ha destacado su influencia en Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti. También se ha analizado la forma en que Bellini recicló música propia en esta ópera, así como su uso de "un estilo compositivo más conscientemente
innovador" y su mayor participación en la elaboración del libreto, en
comparación con esfuerzos precedentes donde él mostraba una mayor deferencia
hacia los libretistas elegidos por el empresario de la ópera napolitana y los
correspondientes textos. Además, un comentario del
siglo XIX ha observado la influencia musical de Il Pirata en la temprana ópera de Richard Wagner Das Liebesverbot”.
Estamos reseñando una ópera que rara vez se representa en la
actualidad, por la evidente dificultad de cubrir con cierta seguridad, los dos
roles protagónicos, el de Gualtiero, un tenor especial y el de la soprano,
también muy exigido. De hecho en las estadísticas ad hoc, aparece con solo 5
representaciones para el período 2005-2010. Así que el Teatro Real y su
dirección artística, pueden apuntarse el tanto con holgura.
Aunque también belcantista, la ópera del siciliano está lejos del
movimiento lúdico de Rossini y sus finales felices, el “lieto finale” al uso.
Hay aquí una arquitectura onírica, fantasmal, nocturna bien fundada, gótica,
con una base novelística en el Bertram or The castle of Saint-Aldobrand (1816)
de Charles Robert Maturin, que recuerda las penumbras tenebrosas y frustrantes,
el dramma assoluto de la mítica Cumbres Borrascosas de Emily Bronté.
Una potente
construcción escénica y musical a medias velada, lejos de la armonía y el
equilibrio por lo desestabilizador del argumento y las peripecias, crueles, de
los personajes.
Se plantea entonces un escenario realmente inmisericorde, perdido
para la felicidad desde el comienzo, con un crescendo que desemboca, al final,
en la tragedia intuida y la “profecía autocumplida” de la que hablan tan a
menudo los psicólogos y expertos de la psiquis. Il Pirata abre paso con su
dramaturgia a las futuras creaciones de Donizetti como Anna Bolena o Il Corsaro
verdiano (el tema del pirata malo sin redención, pero muy sugerente y seductor,
encandila a unos y otros y dio luz a todo un género literario y
cinematográfico, además. ¡Ay Emilio Salgari, ¿dónde moras en estos tiempos
ramplones y faltos de ilusión y entrega desinteresada? Vuelve…
Llenos de matices los roles principales de Javier Camarena,
Gualtiero, un tenor con la exigencia de
unos agudos a los que tiene acostumbrado a su público, elegante a pesar de la
bravuconería rasa que se le supone a un Sandokan de los mares, aterrizado donde
no debe, aquí crecido en lo actoral, con un
desarrollo escénico que convence y una voz siempre en excelentes
prestaciones, aunque se percibiera o casi se intuyera, un microsegundo de
abandono en la primera parte de la ópera.
Su espectro se expande con agilidad y eficacia entre los agudos y
los graves de un tenor lírico, temporalmente a la vez feroz e íntimo, elegíaco.
De Camarena este otoño se ha visto casi todo y se han escrito océanos de tinta.
Volverá y será esta vez una nueva primavera musical en el Real. Ya se lo echa
de menos.
Sonya Yoncheva en Imogène, tiene legato, cuerpo, fiato, técnica,
elegancia y belleza en el cuerpo a cuerpo y en lo teatral, maneja con soltura
un papel endiablado porque además, encausado en la geografía de las heroínas
sin futuro. Por momentos, algo ásperos sus agudos, que reconduce con rapidez. No
apto para interpretaciones feministas Metoo de la actualidad. Una pareja
especial para unas exigencias vocales sobrehumanas.
Muy a la altura la interpretación y el instrumento de George
Petean, un Ernesto algo encorsetado, tal y como demanda la rigidez de su rol y
su papel de gobernante despiadado, que defiende a Imogène, como otro patrimonio
dentro de todo lo que le pertenece por derecho y por matrimonio.
Excelentes los acompañantes, Marin Yonchev en Itulbo, el Goffredo
de Felipe Bou y la Adele de María Miró.
La orquesta alcanza momentos insinuantes llenos de referencias bajo
la dirección suelta, musical y cómplice de la batuta avezada del maestro
Maurizio Benini, con el acompañamiento de un coro fantástico, dirigido como es
habitual, por la elegancia y la sabiduría en todo lo que se refiere al uso de
la voz y el movimiento escénico de los cantantes por Andrés Máspero,
insustituible siempre. Buena y noble, carnosa y carnal madera operística.
Un lugar aparte merece la dirección de escena de Emilio Sagi,
también fogueado en mil escaramuzas teatrales, con la escolta chic, rica en
elementos, de los espejos y el palcoscenico de Daniel Bianco. Aquí pasa de
gestor a creador, una cualidad evidente que siempre lo acompaña. Espléndido. Junto
con la iluminación de Albert Faura, el vídeo de Yann-Loïc Lambert y los bonitos
figurines de Pepa Ojanguren, con despliegue del encaje en blancos y negros, y
alguna concesión a los uniformes de Alberto I de Mónaco, también navegante por
cierto o del vestuario castrense de los franceses de la película “J´accuse” de
Roman Polanski, de esperado estreno en España. (Parece que la traerán los Reyes
Magos, veremos).
Este equipo consigue embridar con éxito ese sentimiento “cheap” y
simplista, pobre, que provocan hoy en día numerosas producciones que se conocen
en todo el mundo. Lo supuestamente contemporáneo reducido a una manifiesta
amplitud de miras de todo tipo.
Excelentes los actores y los actores niños que le otorgan fluidez y
encanto a un desarrollo hostil y sinuoso como el que dibuja la creación de
Bellini. El Teatro Real programó, además, actividades complementarias con otras
instituciones, también museísticas de la capital, para amplificar la apuesta de
Il Pirata.
Del amor que construye e incendia y arrasa, podríamos sacar jugosas
conclusiones, como les gustaría a los clásicos. Como escribe Adrien De Vries,
“a la Radcliff”.
Sala completa. La audiencia respondió como debía y se esperaba: los aplausos, en
cascada, generosos, lógicos, en paralelo al esfuerzo de gigantes que realiza un
elenco simétrico, esforzado y lleno de talento. Con las últimas funciones de Il
Pirata nos vamos acercando a las Fiestas Navideñas. Que sean dulces y
compasivas para todos, hombres y animales y otros reinos. Ya saben hasta las
piedras tienen alma (por si acaso…) y que el 2020 nos reciba, si puede
ser, más sosegados y con más deseos de
confraternizar con todo/todos.
Alicia Perris
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