Obras de Piotr Illich Tchaikovsky (1840-1893) y Maurice Ravel (1875-1937). Quincena Musical de San Sebastián. 27 de agosto, 2024. Riccardo Chailly, director
Primera
parte
Piotr Illich Tchaikovsky, Sinfonía no. 5 en mi menor,
op.64
I. Andante - Scherzo: Allegro con anima, en mi menor
II. Andante cantabile, con alcuna licenza, en re mayor
III. Valse: Allegro moderato con patrioso, en la mayor
IV. Andante maestoso - Allegro vivace - Molto meno mosso, en
mi mayor → mi menor → mi mayor
Segunda parte
Maurice Ravel, Daphnis & Chloé: suites nº1 y nº2
Presente por tercera vez en la Quincena, en 1997 y 2003,
ofreció sendos conciertos junto a la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam.
En esta ocasión llega a San Sebastián con su actual formación, la Orchestra
Filarmonica della Scala de Milán, escriben en las notas al programa en
euskera y español.
En origen una orquesta de foso en el teatro de ópera más
prestigioso del mundo, fue Claudio Abbado quien en 1982 le prestó otros vuelos e
inició su actividad sinfónica. Riccardo Chailly por su parte, desarrolló
su carrera al principio como asistente de Claudio Abbado en La Scala de Milán.
En 1980 fue nombrado director musical de la Orquesta Sinfónica de la Radio de
Berlín en 1980 y en 1988 de la Royal Concertgebouw Orchestra. De 2005 a 2016,
estuvo al frente de la Gewandhaus de Leipzig y a partir de 2015 se convirtió en
director musical de la Orchestra Filarmonica della Scala de Milán.
Estos cambios en formaciones de diferentes países, le otorgan
al maestro milanés la soltura y la autoridad para abordar múltiples
compositores y obras, lejos del encasillamiento del habitual repertorio
italiano al que se le piensa sometido por cercanía y status. Su paleta es
verdaderamente internacional.
En esta ocasión, dos autores cercanos en el tiempo, pero que
navegan por océanos y narrativas musicales muy diversas, uno ruso y otro
francés. En cuanto a lo que se refiere a la Quinta del ruso, en noviembre de
1888, luego del estreno, Tchaikovsky escribió a su hermano: "El
sábado participé en un concierto de la Sinfónica Rusa. Estoy muy contento de
haber podido demostrar, en público, que no pertenezco a ningún partido en
particular".
La vida personal del compositor fue complicada, poco
asumidas sus características psicológicas y personales de todo tipo y como creador
siempre se vio en la tesitura de la elegir entre lo profundamente ruso aceptado
y defendido por la mayoría y una mirada europeísta y cosmopolita de la que
siempre fue defensor y representante.
La creación de la quinta sinfonía se corresponde con un
período bastante fructífero para el compositor. Ven la luz en este lapso la
Sinfonía n.º 4 en fa menor (1877), la ópera Eugene Onegin (1878), el Concierto
para violín en re mayor (1878), y muchas otras.
Sin embargo, un matrimonio desastroso con una joven
estudiante del Conservatorio de Moscú, Antonina Miliukova, tal vez con la
voluntad de disimular otras inclinaciones en la época mal vistas y perseguidas,
lo condujo al divorcio y al borde del suicidio, lo que tuvo su correlato en un
declive de su actividad musical.
Precisamente en 1888 comenzó a componer de nuevo ignorando
la enfermedad, la debilidad y superó su falta de confianza en sí mismo. Quería
demostrarle al mundo que todavía tenía inspiración para componer obras
significativas.
Sin embargo, Chaikovski encontró su cuarta sinfonía más genuina
y profunda musicalmente que la quinta, que encontró falsa y llena de
sentimientos superficiales. Con una geografía casi programática, tenía como
tema el hombre contra su destino (o la providencia) así como la búsqueda de su
definición, que desconocía. Fue solo después de una interpretación en Hamburgo
en 1889, a la que asistió Brahms, que Chaikovski tuvo más aprecio por esta
partitura.
En una de sus hojas de bocetos, el compositor detalla la
estructura de su futura sinfonía: “Introducción: Sumisión total al destino
o, lo que es lo mismo, a la ineludible predestinación de la Providencia.
Allegro: I. Murmullos, dudas, quejas, reproches a... II. ¿No es mejor lanzarse
de cabeza a la fe? El programa es excelente, siempre que logre llevarlo a cabo."
Estuvo Lleno de dudas mucho tiempo sobre la calidad de su trabajo (“demasiado confuso, demasiado compacto, carente de sinceridad…” escribe en una carta a su benefactora, Nadezhda von Meck). Afortunadamente, durante una interpretación en Hamburgo en 1889, la sinfonía finalmente disfrutó del inmenso éxito que se merece y en la actualidad es una de las obras más populares de Tchaikovski. Dedicada a Johann Theodor Avé-Lallemant, los expertos opinan que esta obra está íntimamente relacionada con el poema sinfónico Hamlet, ya que ambas fueron compuestas simultáneamente.
Al asomar la cabeza aleonada y el cuerpo robusto del
director italiano, se impone una situación como de “firmes”. Efectivamente,
Chailly tiene algo de marcial que cuadra rápidamente a la orquesta, dispuesta a
embeberse de los gestos claros, contundentes y muy serios para re-componer no
solo música, sino todo un clima en el que se sumergen los músicos, la sala y la
audiencia al completo. Difícil escapar a la autoridad del milanés cuando
levanta la batuta, cuando deja respirar entre movimientos y sus fragmentos (hubo
quien intentó un aplauso en medio de uno de ellos, en el segundo), cuando
reclama los pianissimi, se entretiene en algún rubato o dibuja un calderón.
Tchaikovsky está allí en toda su dualidad, febril, intenso, depauperado, frágil
luego levantisco. Se reconcilia el compositor- mal- con sí mismo y con el
mundo, sobre todo con la deidad inmisericorde, a quien sin embargo se entrega.
Un gigantesco fresco sinfónico, de increíble profundidad y
oscuro, como revelaba en una entrevista en alemán con Albrecht Mayer Chailly. Posee
una armonía del color sonoro, una escritura, un lenguaje técnico ab initio, un
sonido que recorre todo tipo de atmósferas en sus cuatro movimientos. Trepa
desde los sonidos más suaves y flexibles hasta los transparentes, para
conseguir, como el mismo maestro recuerda, “leggere con le orecchie”
(leer con las orejas”).
La Orchestra della Scala es un grupo casi perfecto, con una
pureza sonora, prístina, con una rotundidad única en las cuerdas, una línea
esbelta y elegante en los vientos y hasta una delicadeza en los timbales que
empastan a la perfección con el todo, y fueron por cierto, muy reconocidos por
el público al final. Indiscutibles sus actuaciones en representaciones líricas,
poco cuestionables tampoco sus incursiones meramente orquestales, con
compositores de todas las banderas.
La quinta es una composición desgarrada, pasional, pero
Chailly no cede con facilidad al sentimentalismo, mantiene el rigor del
pensamiento sobre las emociones desbocadas, aunque estas estén siempre
presentes.
Llovieron los aplausos ya en la pausa, a la que en la segunda parte un Maurice Ravel
con una extraordinaria orquestación, compleja, de una riqueza tímbrica
sorprendente, para lucimiento de la orquesta y su maestro.
Ravel pensó Daphnis & Chloé como una symphonie
choréographique (“sinfonía coreográfica”) cuyo guión fue adaptado por Michel
Fokine a partir de una novela del mismo título del escritor griego Longo
(finales del siglo II-comienzos del III d. C.). Como explica los recuperadores
del saber casi universal, “Se trata del descubrimiento del amor por parte de
dos jóvenes, un cabrero y una pastora, expuestos en su nacimiento y criados por
dos familias campesinas. Tras diversas peripecias (presencia de un admirador de
Cloe, Dorcón, y de una prostituta que tienta a Dafnis, Liceion; rapto de Cloe
por los piratas), se produce un final feliz con la boda de los protagonistas.
El guión del ballet presenta una visión lineal de la obra clásica, si bien muy
simplificada y con grandes sincretismos”.
Ravel comenzó a trabajar en la partitura en 1909 por encargo
de Serguéi Diáguilev y se estrenó en el Théâtre du Châtelet de París por los
Ballets Rusos el 8 de junio de 1912, bajo la dirección de Pierre Monteux, con
coreografía de Michel Fokine y escenografía de Léon Bakst. Los legendarios
Vátslav Nizhinski y Tamara Karsávina bailaron los papeles protagonistas.
Concebida para una gran orquesta, es adecuada para una
formación de excelencia como la grupo scaligero. Cuando Diáguilev llevó el
ballet a Londres en 1914 omitió el coro original, lo que causó el enfado de
Ravel, que envió una colérica carta al periódico The Times.
La música en una primera instancia, una de las más ardientes
del compositor. Por esa razón aquí probablemente entronca la elección de exponerla
junto a la quinta del compositor ruso. La obra es considerada como de las más
logradas de Ravel y posee armonías extraordinariamente exuberantes, típicas del
impresionismo musical.
Así, Daphnis & Chloé está compuesta para una gran
orquesta formada por Instrumentos de cuerda: primeros violines, segundos
violines, violas, violonchelos, contrabajos, 2 arpas., Instrumentos de
viento-madera: 1 flautín, 2 flautas, 1 flauta en sol, 2 oboes, 1 corno inglés,
1 clarinete en mi bemol, 2 clarinetes en si bemol, 1 clarinete bajo en si
bemol, 3 fagotes, 1 contrafagot. Instrumentos de metal: 4 trompas en fa, 4
trompetas en do, 3 trombones, 1 tuba y un grupo potente de instrumentos de
percusión con timbales, tambor, tamborín, castañuelas, crótalos, platillos,
bombo, pandereta, gong, triángulo, tam-tam, celesta, juego de campanillas,
eolífono y xilófono.
Se trata de una constelación lumínica de sfumature y variaciones
que parecen no terminar nunca. Chailly embriaga el Kursaal con “nuances” que
van desde una casi dureza tímbrica a unas alternancias de tempi que crean
diferentes atmósferas. Misteriosas, danzantes o amorosas, lánguidas, sin miedo
a caer en los excesos. Sigue teniendo una concepción musical más estricta y
apolínea que dionisíaca. Eso también lo distingue y forma parte de su marca. Y
como dirían en su divisa Sarah Bernhardt, “Et quand même…” (Y a pesar de
todo…”).
Lo único discordante, las localidades en la parte más alta del Kursaal, trepando entre las filas, en la “summa cavea”. La gran creación arquitectónica de Rafael Moneo tiene una pendiente imposible que enmudece al visitante, peor que la sensación de moverse por entre las lajas dislocadas del Teatro Romano de Mérida o las pendientes del Odeón de Herodes Ático de Atenas.
El mérito de haber disfrutado del complicado lugar corresponde
a las empleadas de Prensa de la Quincena Musical. Solicitada la acreditación
con mucha antelación, una de ellas, a la que se dirigió la petición, se olvidó
de contestar y la otra, denegó la acreditación por falta de y méritos y
condiciones ad hoc (como es público y notorio cada institución o teatro tiene sus
peculiaridades). Total: a la hora de comprar entradas de pago, estaba casi todo
vendido, menos las más alejadas del escenario. Audición aceptable, visibilidad
muy deficiente por la distancia. Un logro verdaderamente y un “regalo” inesperado
de Prensa de la QM, para recordar…
Lo que importa sin embargo de verdad: hubo una propina
operística y muchísimos aplausos al terminar el concierto. Fue una velada sin
máculas a pesar del personal encargado de las acreditaciones, electrizante.
Fuera de nuevo el aire del mar y las olas se aunaban en el
eco de las sonoridades pasadas para ir al encuentro de la música atesorada dentro.
Alicia Perris
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