viernes, 30 de agosto de 2024

RICCARDO CHAILLY, UN MAESTRO, CON LA ORCHESTRA FILAMORNICA DELLA SCALA DE MILÁN EN EL KURSAAL DE SAN SEBASTIÁN

 Obras de Piotr Illich Tchaikovsky (1840-1893) y Maurice Ravel (1875-1937). Quincena Musical de San Sebastián. 27 de agosto, 2024.  Riccardo Chailly, director

Primera parte

Piotr Illich Tchaikovsky, Sinfonía no. 5 en mi menor, op.64

I. Andante - Scherzo: Allegro con anima, en mi menor

II. Andante cantabile, con alcuna licenza, en re mayor

III. Valse: Allegro moderato con patrioso, en la mayor

IV. Andante maestoso - Allegro vivace - Molto meno mosso, en mi mayor → mi menor → mi mayor

Segunda parte

Maurice Ravel, Daphnis & Chloé: suites nº1 y nº2

Presente por tercera vez en la Quincena, en 1997 y 2003, ofreció sendos conciertos junto a la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam. En esta ocasión llega a San Sebastián con su actual formación, la Orchestra Filarmonica della Scala de Milán, escriben en las notas al programa en euskera y español.

En origen una orquesta de foso en el teatro de ópera más prestigioso del mundo, fue Claudio Abbado quien en 1982 le prestó otros vuelos e inició su actividad sinfónica. Riccardo Chailly por su parte, desarrolló su carrera al principio como asistente de Claudio Abbado en La Scala de Milán. En 1980 fue nombrado director musical de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín en 1980 y en 1988 de la Royal Concertgebouw Orchestra. De 2005 a 2016, estuvo al frente de la Gewandhaus de Leipzig y a partir de 2015 se convirtió en director musical de la Orchestra Filarmonica della Scala de Milán.

Estos cambios en formaciones de diferentes países, le otorgan al maestro milanés la soltura y la autoridad para abordar múltiples compositores y obras, lejos del encasillamiento del habitual repertorio italiano al que se le piensa sometido por cercanía y status. Su paleta es verdaderamente internacional.

En esta ocasión, dos autores cercanos en el tiempo, pero que navegan por océanos y narrativas musicales muy diversas, uno ruso y otro francés. En cuanto a lo que se refiere a la Quinta del ruso, en noviembre de 1888, luego del estreno, Tchaikovsky escribió a su hermano: "El sábado participé en un concierto de la Sinfónica Rusa. Estoy muy contento de haber podido demostrar, en público, que no pertenezco a ningún partido en particular".

La vida personal del compositor fue complicada, poco asumidas sus características psicológicas y personales de todo tipo y como creador siempre se vio en la tesitura de la elegir entre lo profundamente ruso aceptado y defendido por la mayoría y una mirada europeísta y cosmopolita de la que siempre fue defensor y representante.

La creación de la quinta sinfonía se corresponde con un período bastante fructífero para el compositor. Ven la luz en este lapso la Sinfonía n.º 4 en fa menor (1877), la ópera Eugene Onegin (1878), el Concierto para violín en re mayor (1878), y muchas otras.

Sin embargo, un matrimonio desastroso con una joven estudiante del Conservatorio de Moscú, Antonina Miliukova, tal vez con la voluntad de disimular otras inclinaciones en la época mal vistas y perseguidas, lo condujo al divorcio y al borde del suicidio, lo que tuvo su correlato en un declive de su actividad musical.

Precisamente en 1888 comenzó a componer de nuevo ignorando la enfermedad, la debilidad y superó su falta de confianza en sí mismo. Quería demostrarle al mundo que todavía tenía inspiración para componer obras significativas.

Sin embargo, Chaikovski encontró su cuarta sinfonía más genuina y profunda musicalmente que la quinta, que encontró falsa y llena de sentimientos superficiales. Con una geografía casi programática, tenía como tema el hombre contra su destino (o la providencia) así como la búsqueda de su definición, que desconocía. Fue solo después de una interpretación en Hamburgo en 1889, a la que asistió Brahms, que Chaikovski tuvo más aprecio por esta partitura.

En una de sus hojas de bocetos, el compositor detalla la estructura de su futura sinfonía: “Introducción: Sumisión total al destino o, lo que es lo mismo, a la ineludible predestinación de la Providencia. Allegro: I. Murmullos, dudas, quejas, reproches a... II. ¿No es mejor lanzarse de cabeza a la fe? El programa es excelente, siempre que logre llevarlo a cabo."

Estuvo Lleno de dudas mucho tiempo sobre la calidad de su trabajo (“demasiado confuso, demasiado compacto, carente de sinceridad…” escribe en una carta a su benefactora, Nadezhda von Meck). Afortunadamente, durante una interpretación en Hamburgo en 1889, la sinfonía finalmente disfrutó del inmenso éxito que se merece y en la actualidad es una de las obras más populares de Tchaikovski. Dedicada a Johann Theodor Avé-Lallemant, los expertos opinan que esta obra está íntimamente relacionada con el poema sinfónico Hamlet, ya que ambas fueron compuestas simultáneamente.

Al asomar la cabeza aleonada y el cuerpo robusto del director italiano, se impone una situación como de “firmes”. Efectivamente, Chailly tiene algo de marcial que cuadra rápidamente a la orquesta, dispuesta a embeberse de los gestos claros, contundentes y muy serios para re-componer no solo música, sino todo un clima en el que se sumergen los músicos, la sala y la audiencia al completo. Difícil escapar a la autoridad del milanés cuando levanta la batuta, cuando deja respirar entre movimientos y sus fragmentos (hubo quien intentó un aplauso en medio de uno de ellos, en el segundo), cuando reclama los pianissimi, se entretiene en algún rubato o dibuja un calderón. Tchaikovsky está allí en toda su dualidad, febril, intenso, depauperado, frágil luego levantisco. Se reconcilia el compositor- mal- con sí mismo y con el mundo, sobre todo con la deidad inmisericorde, a quien sin embargo se entrega.

Un gigantesco fresco sinfónico, de increíble profundidad y oscuro, como revelaba en una entrevista en alemán con Albrecht Mayer Chailly. Posee una armonía del color sonoro, una escritura, un lenguaje técnico ab initio, un sonido que recorre todo tipo de atmósferas en sus cuatro movimientos. Trepa desde los sonidos más suaves y flexibles hasta los transparentes, para conseguir, como el mismo maestro recuerda, “leggere con le orecchie” (leer con las orejas”).

La Orchestra della Scala es un grupo casi perfecto, con una pureza sonora, prístina, con una rotundidad única en las cuerdas, una línea esbelta y elegante en los vientos y hasta una delicadeza en los timbales que empastan a la perfección con el todo, y fueron por cierto, muy reconocidos por el público al final. Indiscutibles sus actuaciones en representaciones líricas, poco cuestionables tampoco sus incursiones meramente orquestales, con compositores de todas las banderas.

La quinta es una composición desgarrada, pasional, pero Chailly no cede con facilidad al sentimentalismo, mantiene el rigor del pensamiento sobre las emociones desbocadas, aunque estas estén siempre presentes.

Llovieron los aplausos ya en la pausa, a la que  en la segunda parte un Maurice Ravel con una extraordinaria orquestación, compleja, de una riqueza tímbrica sorprendente, para lucimiento de la orquesta y su maestro.

Ravel pensó Daphnis & Chloé como una symphonie choréographique (“sinfonía coreográfica”) cuyo guión fue adaptado por Michel Fokine a partir de una novela del mismo título del escritor griego Longo (finales del siglo II-comienzos del III d. C.). Como explica los recuperadores del saber casi universal, “Se trata del descubrimiento del amor por parte de dos jóvenes, un cabrero y una pastora, expuestos en su nacimiento y criados por dos familias campesinas. Tras diversas peripecias (presencia de un admirador de Cloe, Dorcón, y de una prostituta que tienta a Dafnis, Liceion; rapto de Cloe por los piratas), se produce un final feliz con la boda de los protagonistas. El guión del ballet presenta una visión lineal de la obra clásica, si bien muy simplificada y con grandes sincretismos”.

Ravel comenzó a trabajar en la partitura en 1909 por encargo de Serguéi Diáguilev y se estrenó en el Théâtre du Châtelet de París por los Ballets Rusos el 8 de junio de 1912, bajo la dirección de Pierre Monteux, con coreografía de Michel Fokine y escenografía de Léon Bakst. Los legendarios Vátslav Nizhinski y Tamara Karsávina bailaron los papeles protagonistas.

Concebida para una gran orquesta, es adecuada para una formación de excelencia como la grupo scaligero. Cuando Diáguilev llevó el ballet a Londres en 1914 omitió el coro original, lo que causó el enfado de Ravel, que envió una colérica carta al periódico The Times.

La música en una primera instancia, una de las más ardientes del compositor. Por esa razón aquí probablemente entronca la elección de exponerla junto a la quinta del compositor ruso. La obra es considerada como de las más logradas de Ravel y posee armonías extraordinariamente exuberantes, típicas del impresionismo musical.

Así, Daphnis & Chloé está compuesta para una gran orquesta formada por Instrumentos de cuerda: primeros violines, segundos violines, violas, violonchelos, contrabajos, 2 arpas., Instrumentos de viento-madera: 1 flautín, 2 flautas, 1 flauta en sol, 2 oboes, 1 corno inglés, 1 clarinete en mi bemol, 2 clarinetes en si bemol, 1 clarinete bajo en si bemol, 3 fagotes, 1 contrafagot. Instrumentos de metal: 4 trompas en fa, 4 trompetas en do, 3 trombones, 1 tuba y un grupo potente de instrumentos de percusión con timbales, tambor, tamborín, castañuelas, crótalos, platillos, bombo, pandereta, gong, triángulo, tam-tam, celesta, juego de campanillas, eolífono y xilófono.

Se trata de una constelación lumínica de sfumature y variaciones que parecen no terminar nunca. Chailly embriaga el Kursaal con “nuances” que van desde una casi dureza tímbrica a unas alternancias de tempi que crean diferentes atmósferas. Misteriosas, danzantes o amorosas, lánguidas, sin miedo a caer en los excesos. Sigue teniendo una concepción musical más estricta y apolínea que dionisíaca. Eso también lo distingue y forma parte de su marca. Y como dirían en su divisa Sarah Bernhardt, “Et quand même…” (Y a pesar de todo…”).

Lo único discordante, las localidades en la parte más alta del Kursaal, trepando entre las filas, en la “summa cavea”. La gran creación arquitectónica de Rafael Moneo tiene una pendiente imposible que enmudece al visitante, peor que la sensación de moverse por entre las lajas dislocadas del Teatro Romano de Mérida o las pendientes del Odeón de Herodes Ático de Atenas.

El mérito de haber disfrutado del complicado lugar corresponde a las empleadas de Prensa de la Quincena Musical. Solicitada la acreditación con mucha antelación, una de ellas, a la que se dirigió la petición, se olvidó de contestar y la otra, denegó la acreditación por falta de y méritos y condiciones ad hoc (como es público y notorio cada institución o teatro tiene sus peculiaridades). Total: a la hora de comprar entradas de pago, estaba casi todo vendido, menos las más alejadas del escenario. Audición aceptable, visibilidad muy deficiente por la distancia. Un logro verdaderamente y un “regalo” inesperado de Prensa de la QM, para recordar…

Lo que importa sin embargo de verdad: hubo una propina operística y muchísimos aplausos al terminar el concierto. Fue una velada sin máculas a pesar del personal encargado de las acreditaciones, electrizante.

Fuera de nuevo el aire del mar y las olas se aunaban en el eco de las sonoridades pasadas para ir al encuentro de la música atesorada dentro.

Alicia Perris

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