Folia. Ballet. Compagnie Käfig (director, Mourad Merzouki). Ensemble instrumental, Le Concert de l’Hostel Dieu. Soprano, Heather Newhouse. 25 agosto, 2.024. Auditorio Kursaal de San Sebastián. Quincena Musical.
Folia
Intérpretes
Compagnie Käfig
Le Concert de l’Hostel Dieu,
música
Mourad Merzouki dirección artística y coreografía
Franck-Emmanuel Comte, Grégoire Durrande, idea musical
Benjamin Lebreton, Caroline
Oriot, Mathieu Laville, Elvis
Dagier, Rémi Mangevaux,
Guillaume Ponroy escenografía
Yoann Tivoli iluminación
Pascale Robin, Nadine
Chabannier, vestuario
Preliminares
Fue un privilegio y un regalo conversar con este coreógrafo
francés en los despachos de la Mediateca del Instituto francés de Madrid, del
05 al 07 de febrero de este año.
Se habló de danza, de los Juegos Olímpicos y paralímpicos
2024, de la historia personal de alguien a quien a “los siete años su
padre, proveniente del norte de África, envió al circo para aprender y se
convirtió en acróbata”, de los estilos de danza, el hip-hop, el breakdance,
el parcours, de los compositores de música clásica, de la solidaridad y la
compenetración universal de artes y gentes, de la paz y de su “Folia”,
en el Centro municipal General San Martín de Buenos Aires el año pasado.
Es decir, de la vida y el compromiso personal y social (audio “live” al final de la reseña, de la entrevista de febrero mencionada antes, en francés).
Merzouki ya en 1989, cofundó la compañía Accrorap, desempeñando un papel fundamental en la legitimación del hip hop como género artístico auténtico en Francia. Posteriormente, en 1996, crea su propia compañía, Käfig, donde continúa explorando la fusión de las expresiones artísticas vinculadas al cuerpo, la voz y el movimiento.
Su nombramiento como director del Centre Chorégraphique National du Val-de-Marne en 2009 lo consolida como un líder en la promoción y sensibilización de este tipo de danza. Desde 2023, se dedica exclusivamente a su Compañía Käfig, ahora presentada en el Kursaal de San Sebastián, con su deslumbrante espectáculo Folia. (Foto de Alicia Perris, en el Instituto francés de Madrid, febrero, 2024).
Folia
La fusión artística representada en la obra de este creador polifacético refleja ideologías, armonizaciones emocionales y la capacidad del arte para trascender fronteras. La combinación de sus propuestas resuena junto con los valores los Juegos Olímpicos: excelencia, amistad y respeto, como un puente entre el arte y el deporte, demostrando cómo estas dos esferas pueden converger para crear un mundo más inclusivo y vibrante.
Según el breve programa de mano de la velada del Kursaal en
euskera y español, “este montaje de danza y música en vivo a caballo entre
el barroco y los ritmos callejeros, que toma por título el nombre de una danza
popular en la corte castellana del siglo XVII, nace gracias al mestizaje y al
encuentro entre Merzouki y Frank-Emmanuel Comte, líder del grupo Le Concert de
l’Hostel Dieu.
Hay una gran diversidad y una loca modernidad en el repertorio barroco entre los siglos XVII y XVIII. Algunas músicas pertenecen a un repertorio culto, como la música de Vivaldi y otras proceden de la danza, como las Tarentelles o las Chaconnes. Tomamos una tarantela, sampleamos partituras barrocas para reutilizarlas en bucle, añadimos música electrónica, lo fusionamos todo y bailamos. Lo importante es que ambos mundos se enfrentan, se deterioran, chocan y que se comuniquen entre sí”.
El resultado es una mezcla asombrosa de danza y baile
contemporáneo con música popular, barroca y hip hop; un espectáculo que “va in
crescendo [...] mezclando estilos, bailarines y músicos [...] para condensarse
al final en una espiral de energía irresistible", según Le Figaro”.
Muy cerca del escenario, era imposible no dejarse envolver
por el “caravansaray” (hablando de este espacio emblemático en la ruta de la
seda, con derviche aquí incluido, fascinante, hipnótico) de gentes dando
vueltas, saltando, deslizándose en grupos, en tercetos, o cada uno en lo suyo,
ropa cómoda, pies descalzos y también zapatillas de punta rosas del ballet
tradicional.
Difícil reconocer separadamente aquí y allí un movimiento, un gesto, un talante, tan ensamblado estaba el todo en un continuum perpetuo sin respiro, acuciante, arrollador.
Música y danza de todas las clases en compenetración circense, que evocan Le cirque du soleil, el Molière de Anne Mnouchkine o los caballos danzantes de las creaciones ecuestres de Bartabas, el magnífico jinete.
Hay también, un juego alrededor de un globo terráqueo, finalmente
destruido entre todos. Muy representativo y gráfico de los tiempos que corren.
La luz, ya tamizada, ahora más vibrante, un perfume “flou”
que lo arrebata todo, los rostros brillantes de luz y Heather Newhouse,
soprano canadiense, muy premiada y reconocida en varios continentes, que
cabalga a lomos de sus compañeros mientras canta en diferentes idiomas una
melodía sin fin electrizante aunque cada vez diferente. La amplificación quita
nitidez al sonido, pero tal vez se pensó originariamente la producción para
espacios abiertos o con una acústica menos ajustada que la del Kursaal.
La escenografía y la iluminación de Guillaume Ponroy y Yoann
Tivoli respectivamente, a mitad de camino entre El baile de Roman Polanski
y el Barry Lindon de Stanley Kubrick (1975) jugando a las cartas en actitud
displicente. Efectivamente, Merzouki es además, muy cinematográfico.
La voz forma parte del espectáculo y está perfectamente imbricada en él, como cada personaje, como la escenografía infantil y sorprendente de globos y artilugios que se abren y se cierran como en los cuentos para niños. La magia del círculo, porque Merzouki aúna saberes antiguos y contemporáneos, algunos más o menos rastreables, otros, poblados de secretos.
Hay camas elásticas, saltos mortales, estiramientos, flig-flags,
giros, encuentros imperceptibles, ligeros desencuentros, solo faltan los
trapecios. Cada partícula del escenario es una historia, cada bailarín y cada
música, enhebran un relato. Todos conforman una narrativa donde el cuerpo y sus
poderes es el amo.
Pero lo que se extrae de todo esto es una sensualidad apabullante, una vitalidad y una energía brutal poco común en la vida cotidiana o en la geografía del teatro, el canto y la música.
Poco visto también ahora y
sin embargo, viejo como la noche de los tiempos, aquí está el ser humano,
hombre o mujer en constante ir y venir, irradiando calor y sincretismo. En
perfecta comunión por unos instantes largos e intensos, los dioses y sus
criaturas, bellas y contundentes.
Al final, después de una gran labor imparable y agotadora, los
músicos del Concert de l’Hostel Dieu, cada uno era un triunfo, un
descubrimiento. Engalanados con trajes de época de Chabannier (¿siglo
XVIII tal vez, intemporales?, en color cognac rojizo y volantes y oropeles) y los
bailarines, con la cantante, se prepararon a recibir un aplauso de la audiencia
presente en estado de trance, como traspuesta.
Mourad Merzouki no estuvo presente en los saludos, aunque
uno de los bailarines parecía su alter ego, porque tal vez no había viajado a
San Sebastián, pero su corazón y su búsqueda de plenitud estuvieron toda la
noche en el escenario como un constante fuego incandescente.
Por su parte, todos los actores de Käfig, los ojos
brillantes, comunicando hasta el último minuto con el público, con gestos de
corazón, saludos y sonrisas. La noche fue una fiesta de color y confluencias.
Una función memorable que debería repetirse. En una ciudad
concebida especialmente en el siglo XIX, hermosa, elegante y seductora, también
pensada y vivida para los tiempos futuros.
Alicia Perris
Enlace del artículo con audio de la entrevista con Mourad Merzouki, de febrero 2024:
https://aliciaperris.blogspot.com/2024/02/mourad-merzouki-que-organizara-un.html
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