Desde
el 26 de septiembre de este año y hasta el 6 de enero de 2013, se puede
disfrutar en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre de Madrid, de la
exposición comisariada por Jean Michel Bouhours, que propone un sorprendente
“parcours” por el variado y complejo género del retrato en los diferentes
movimientos artísticos que atraviesan el siglo XX.
En
una selección muy cuidada de 80 obras maestras, que integran las colecciones
del Musée National d´Art Moderne- Centre Pompidou de París, se puede discernir
cómo el retrato compone una de las columnas vertebrales de la historia del
arte, donde se aúnan la tradición y los nuevos hallazgos de la modernidad,
anteriores a las vanguardias.
La
exposición abarca una etapa que discurre desde el retrato de Erik Satie de Suzanne
Valadon (entre 1892 y 1893) y termina con The Moroccan, de John Currin, firmado
en 2001. Afamados artistas-los más reconocidos de hecho- incorporan sus obras a
esta nueva propuesta francófila de la Fundación Mapfre (siempre sensible a la
seducción de Francia y su cultura inagotable). Son entre otros, Pablo Picasso,
Henri Matisse, Robert Delaunay, Antonio Saura, Jean Dubuffet y Joan Miró. Se
trata de un conjunto de óleos y esculturas exquisitas, congregadas por vez
primera en España.
Una
mención aparte merecen los artistas judíos presentados aquí, por el especial
interés que pueden suscitar en una publicación como Raíces, donde a menudo se
los cita, se los reseña y se los admira.
Hay
un interés pedagógico en este proyecto artístico de demostrar por qué entre los
estilos pictóricos derivados del academicismo, el retrato es aquél donde más
destaca la permeabilidad de la innovación formal del pasado siglo.
La
muestra sigue un orden cronológico, donde se rastrean no solo las
características creadoras de los artistas, sino también su contexto emocional,
histórico, político, la violencia, la barbarie y la tragedia de la condición
humana.
Coincidiendo
con el tiempo en el que se producen estas obras, irrumpen en la vida europea el
psicoanálisis, las pseudociencias como la fisiognomía (exploración de los
rasgos del rostro para evocar un determinado tipo de personalidad), las guerras
y sus matanzas y carnicerías, los colapsos económicos, los cambios traumáticos
de tipo de gobierno y territoriales con el fin de los grandes imperios tras la
Primera Guerra Mundial, la Shoah y los campos de concentración y finalmente, un
universo íntimo (en lo creativo) y social (en la comunicación con el entorno)
que ya nunca más volverá a ser el mismo.
La
geografía del retrato permite el desarrollo de una narración a través de la
búsqueda de lo personal e idiosincrático y entonces es inevitable recordar el
mito de Narciso o el retrato real de Dorian Gray que nos amenaza, como al
protagonista, desde la profundidad sombría de una habitación escondida a los
ojos del otro.
Algunos
de los retratados nos hacen sentir, como los modelos, o los autores, al borde
del colapso, de la ruptura, de la deconstrucción anímica y social. La
fotografía aportó desde el siglo XIX una nueva mirada sobre el quehacer humano,
y así el retrato pictórico adquiere una nueva vigencia y se redimensiona con
holgura. Y triangula una vivencia que se escurre entre el retratado, el pintor
y el espectador y las experiencias de todos ellos, en una armonía sin fisuras.
Alicia
Perris
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