Lo sport europeo sotto il nazionalsocialismo. Dai
giochi olimpici di Berlino ai giochi olimpici di Londra (1936 - 1948)
La mostra curata dal Mémorial de la Shoah di Parigi,
nell’anno delle Olimpiadi, vuole essere un momento di riflessione per
comprendere meglio il rapporto tra il nazifascismo e lo sport…
La huella judía en la región de Emilia Romania y el centro y norte de Italia a partir de Roma sobre todo, hace posible el mantenimiento de centros vivos de la cultura hebrea en esas zonas, con lugares que destilan historia, religiosidad, vivencias literarias o artísticas, como Bolonia, Soragna, o un poco más lejos, en la llanura padana, la Ferrara de los Finzi Contini, la inolvidable novela de Giorgio Bassani (1962).
El Museo Ebraico di Bologna propone durante casi todo el año visitas, actividades, cursos de lengua hebrea y ahora con esta muestra internacional y sus conferencias, consigue mantener el interés sobre los temas sensibles a la comunidad judía y al público de la ciudad en general y a sus visitantes.
En esta exposición la propuesta es demostrar cómo a través del desarrollo extraordinario de las prácticas y de la cultura deportiva, es posible leer toda la historia del siglo XX, sobre todo los capítulos más sombríos de esta narración, escritos en la época de los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados por el Tercer Reich, hasta la renovación olímpica que tuvo lugar después de la guerra con las Olimpiadas de Londres de 1948.
En efecto, durante aquel periodo en Europa se
afianzó una “nueva era del deporte”, sustentada por un control totalitario de
los deportistas o de los espectadores, una colaboración deportiva con el
ocupante, con políticas de exclusión de los atletas considerados indeseables,
de humillaciones y de innumerables violencias infligidas especialmente a los
campeones deportivos que debían sufrir las deportaciones. Y menos mal que
todavía no habían hecho su aparición en la escena olímpica los patrocinadores y
otras hierbas…
Para los gobiernos totalitarios y autoritarios, las competiciones deportivas internacionales representaban una oportunidad extraordinaria para reforzar la cohesión interna del estado, es decir, el sentido de la identidad nacional del pueblo, o para demostrar al resto de los países la propia fuerza y su superioridad.
Para los gobiernos totalitarios y autoritarios, las competiciones deportivas internacionales representaban una oportunidad extraordinaria para reforzar la cohesión interna del estado, es decir, el sentido de la identidad nacional del pueblo, o para demostrar al resto de los países la propia fuerza y su superioridad.
Asimismo, el deporte se consideró un potente
instrumento de rearme moral y físico para las minorías oprimidas, para los
partidarios de la resistencia y para algunos prisioneros en los campos de
concentración.
Hitler, en los Juegos Olimpicos de Berlín de 1936,
intentó maquillar la barbarie del régimen que ya comenzaba a despuntar, con una
operación de camuflaje propagandístico que desembocó en una gran recolección de
medallas para los deportistas alemanes y una cobertura “maravillosa” de los
juegos capitaneada por la realizadora Leni Riefensthal.
A pesar de la voluntad de capitalizar el supuesto
espíritu olímpico para lavar la imagen del Reich, algunos países como Reino
unido, Francia, España, Suecia, Checoslovaquia y Holanda propusieron el boicot
a Alemania. Solo España cumplió finalmente al decidir no enviar representantes
a los Juegos.
Uno de los mayores defensores del boicot fue
Jeremiah Mahoney, Presidente de la Federación Americana de Atletismo, teniendo
en cuenta que a esas alturas los judíos eran expulsados sistemáticamente de los
clubes y federaciones deportivas, a pesar de que una tiradora de esgrima judía,
Helene Mayer, pudo participar y llevarse una medalla de plata.
De todas formas, por entonces, el lema que ya se
aceptaba de forma habitual en el régimen nazi era “Juden sind nicht erwünscht”
(“Los judíos no son aceptados”).
Como parte del despliegue inaugural del Reich, una
orquesta de treinta trompetas dio la bienvenida a Hitler cuando éste entró en
el estadio. Richard Strauss dirigió un coro de tres mil personas que entonaron
el “Deutschland, Deutschland über Alles” y el “Horst-Wessel-Lied”, el himno del
Partido Nazi.
Sobre la supremacía de la raza aria, blanca, tan socorrida y agotada, algo tuvieron que decir y hacer también los delegados negros de Estados Unidos: Cornelius Johnson y Davis Albritton, afroamericanos y triunfadores en las competiciones y el mítico Jesse Owens, que dejó sobreimpresa en la historia su victoria, lenitiva y consoladora para tantos postergados y perseguidos, en los Juegos Olímpicos organizados por el Fürher. Hitler nunca aceptó darle la mano a Owens, que había conseguido cuatro medallas de oro y ese gesto también forma parte de su formidable leyenda negra.
Sobre la supremacía de la raza aria, blanca, tan socorrida y agotada, algo tuvieron que decir y hacer también los delegados negros de Estados Unidos: Cornelius Johnson y Davis Albritton, afroamericanos y triunfadores en las competiciones y el mítico Jesse Owens, que dejó sobreimpresa en la historia su victoria, lenitiva y consoladora para tantos postergados y perseguidos, en los Juegos Olímpicos organizados por el Fürher. Hitler nunca aceptó darle la mano a Owens, que había conseguido cuatro medallas de oro y ese gesto también forma parte de su formidable leyenda negra.
Bajo estos aspectos, la muestra sobre “El deporte
bajo el Nacionalsocialismo”, comisariada por el Memorial de la Shoah de París,
en el año de las Olimpiadas, intenta ser un espacio de reflexión para
comprender mejor el vínculo entre el Nazifascismo y el deporte.
Una exposición de estas características se presenta
por primera vez en Italia, en Bolonia, en colaboración con la Fondazione
Carisbo, en Casa Saraceni en via Farini 15, del 6 de noviembre hasta el 21 de
diciembre de este año.
Desde que en el
año 776 a.C. y hasta el 395 d. C., cuando fueron clausurados por el
emperador romano Teodosio, que se había enrolado en la religión cristiana, por
considerarlos paganos y fuera ya de lugar en el nuevo contexto histórico, los Juegos Olímpicos representaron, desde sus
lejanos días fundacionales en Olimpia, en el valle del Alteo, muchos ideales:
el acatamiento a los dioses, en especial a Zeus, el intento de desarrollar en
armonía el cuerpo y el alma, la búsqueda de la amistad entre los pueblos .
Los theócolos, los altos sacerdotes helenos que
conservaban los altares y organizaban los ritos, creían que los únicos premios
merecidos por los atletas, que debían ser hombres, libres y griegos, eran el honor y la gloria. Y tener derecho a
figurar en un registro de conmemoraciones de triunfos olímpicos.
Mucho cambió la consideración de estos eventos en
el siglo XX. Verdaderas puntas de lanza de la afirmación de la supremacía de
unas razas sobre otras, de unos modelos políticos sobre los de sus vecinos
ocupados y exterminados y en fin, como el intento de sintetizar la metáfora
clara del derecho a la opresión y al sojuzgamiento del otro, del diferente o
del más débil.
Por esta razón, hacia el fin de año en Bolonia,
políticos italianos, representantes de la Shoah en París como Jacques Fredj,
embajadores de varios países, universitarios, periodistas de prensa y
televisión y hasta representantes de Yad Vashem de Israel como Robert Rozett,
se dan cita para revisar y actualizar aquel viejo adagio del Barón de Coubertin
cuando proclamó en Atenas, en 1896, “citius, altius, fortis” y todas sus
consecuencias y correlatos históricos, políticos y morales.
El maratón, la última prueba olímpica, nació en
homenaje a Filípides, que corrió 42 kilómetros para anunciar la victoria de los
griegos en la batalla del Peloponeso y luego expiró, no sin antes pronunciar la
célebre palabra: Niké! (¡Victoria!).
Por su parte, el rey de Grecia, hace 116 años,
cuando se volvieron a inaugurar los Juegos en la edad moderna, exclamó: “Lo
esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien”.
¿De verdad? Habría que habérselo preguntado a Jesse Owens.
Alicia Perris
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