Teatro musical de cámara, con piano solo.
El caballero avaro
ÓPERA
EN UN ACTO
Música
de SERGUÉI RACHMAMINOFF
Libreto
basado en el drama de ALEKSANDR PUSHKIN
Ficha Artística
Dirección
musical y piano
BORJA
MARIÑO
Dirección
de escena
ALFONSO
ROMERO
Escenografía
CARMEN
CASTAÑÓN
Vestuario
GABRIELA
SALAVERRI
Iluminación
FÉLIX
GARMA
Vídeo
PHILIPP
CONTAG-LADA
Reparto
IHOR
VOIEVODIN (Barón), JUAN ANTONIO SANABRIA (Alber), ISAAC GALÁN (El duque),
GERARDO LÓPEZ (El prestamista), JAVIER CASTAÑEDA (Un sirviente)
2 de
octubre de 2022 · 12:00 h.
“Si todas las lágrimas, la sangre y el sudor causados por
el oro que aquí se guarda fueran regurgitados por la tierra, bien podría
producirse un segundo Diluvio…” Alexander Pushkin”.
El caballero avaro’, la ópera más oscura de Rachmaninoff, es
un relato musical moralizante con personajes exclusivamente masculinos, sin mujeres, que narra la historia de un padre rico y tacaño
cuya relación con su hijo acaba destruida por la avaricia. En la visión
escénica de Alfonso Romero, el hijo
simboliza la salud y el padre la enfermedad. Aunque habría que matizar porque
no hay caracteres literarios ni humanos puros.
Formato de cámara para una gran representación
aparentemente modesto en una sala repleta con un aforo siempre escaso, porque
la Fundación March atrae un público variopinto y la calidad de la oferta, muy
diversa, es impecable. El libreto de esta ópera de Sergei Rachmaninoff (1873-1943) estrenada en 1906 en el Teatro del Bolshói
está basado en una de las ‘Pequeñas tragedias’ (1830) del icono de la
literatura rusa Alexandr Pushkin
(1799- 1837). Al estreno le faltó el impulso del bajo ruso Fedor Chaliapin, pero la partitura resiste al tiempo y sufrió las
influencias de ‘El anillo del nibelungo’, que había visto en Bayreuth el
compositor en su viaje de novios, y utiliza el novedoso método de orquestación
wagneriano.
El director de escena, Alfonso Romero, ha creado una propuesta que conecta pasado y presente, entre el concepto de avaricia como pecado capital y la creptomanía. Se representa la historia en un tríptico medieval que la escenógrafa Carmen Castañón sitúa en el centro de un cajón negro que ocupa el escenario del auditorio y se proyectan también los dibujos a carboncillo del proyeccionista Philipp Contag-Lada.
Las ratas, representadas al comienzo, las inmundicias de las que extra el avaro (con una tradición que va desde La marmita de Plauto, hasta el Avaro de Molière y tantas otras referencias literarias y pictóricas), se plasman junto al supuesto triunfo del personaje, que enarbola, como signo de poder, una corona que le ciñe la cabeza, el báculo religioso y una espada, algunos evidentes símbolos fálicos, porque la riqueza podría tener un valor sublimado erótico sexual claramente fetichista.
El reparto lo encabeza el aplaudido barítono ucraniano Ihor Voievodin en el papel del Barón, con
un instrumento a pleno rendimiento, joven, llena de matices, buena línea de
canto y expresividad, y apabullante presencia escénica, el tenor Juan Antonio Sanabria como Albert, el
hijo del aristócrata, que transmite calor y emotividad a un corazón desgarrado,
el barítono Isaac Galán como El
duque, elegante y afianzado en su traje de tiempo universal, fino y elegante,
en lo teatral y lo vocal, al igual que el tenor Gerardo López como El prestamista, escurridizo y adecuado en las
prestaciones vocales y teatrales, en consonancia con el resto del cast y el
bajo Javier Castañeda como Iván El
sirviente, de evidente lucimiento durante la primera parte.
Presentación y ejecuciones redondas, la de la dirección musical y piano de Borja Mariño y un equipo técnico nutrido, en la dirección (Sonia Gómez Silva), la coordinación de producción de Cristina Martín Quintero, la caracterización de Sara Álvarez y Moisés Echeverría, la sastrería de Isabel Turga, realizado por Gabriel Besa y la escenografía de Miguel Ángel Coso. Pablo Espiga fue el técnico de proyecciones y vídeo.
Mención aparte deben recibir todos aquellos que,
esforzadamente, defendieron la versión en lengua rusa, ya que todos menos el
barón protagonista, no son rusohablantes y la lengua caucásica, no es un juego
evidente ni sencillo para un occidental. A destacar pues el sobretitulado de Estéfano Cerami, la traducción del ruso
del libreto por Amelia Serraller Calvo
y, muy especialmente, a la instructora de ruso, Marina Makhmoutova.
Notas a un programa para recordar y guardar como un ejemplo
de buen hacer y un tesoro, con Marina
Frolova-Walker en las notas ad hoc, además de Alfonso Romero y Marta Rebón.
Un éxito de esfuerzos reunidos y un modelo de la actuación en la gestión
teatral y musical de las joyas de un repertorio sugerente, reconquistado ahora
para todos, ya que hubo funciones escolares y transmisión en streaming. Las audiencias, todas, fascinadas.
Alicia Perris
Cartel de la obra, fotos 1 y 2 de Dolores Iglesias, Archivo F. Juan March.
Foto 3, Julio Serrano
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