Orquesta Nacional de España. Seguéi Rajmáninov y Dimitri Shostakóvich. Director David Afkham. Pianista Seong-Jin Cho. Auditorio Nacional de Madrid. Sala Sinfónica, 22 de octubre de 2022
PRIMERA PARTE
Serguéi Rajmáninov (1873-1943)
Concierto para piano y orquesta núm. 3 en Re menor, op. 30 [40’]
I. Allegro ma non tanto
II. Intermezzo. Adagio
III. Finale. Alla breve
SEGUNDA PARTE
Dmitri Shostakóvich (1906-1975)
Sinfonía núm. 12 en Re menor, op. 112, «El año 1917» [42’]
I. La revolucionaria ciudad de Petrogrado. Moderato-Allegro
II. Razliv. Adagio
III. Aurora. Allegro
IV. El amanecer de la humanidad. Allegro
De todos es conocido que el concierto para piano nº 3 en re menor
opus 30 de Serguéi Rajmáninov
(1873-1943), es famoso por su exigencia musical y técnica para el intérprete y
uno de los conciertos para piano más difíciles del repertorio pianístico.
Compuesto en su dacha de Ivánovka, el compositor lo completó el 23 de septiembre
de 1909 y se estrenó el 28 de noviembre del mismo año por la antigua Sociedad
de la Orquesta Sinfónica de Nueva York, con el propio compositor al piano. Como
curiosidad, podría señalarse que el tercer movimiento sigue al segundo sin
pausa, lo que se denomina attacca súbito.
La primera grabación del concierto fue realizada por Vladímir Hórowitz acompañado por la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Albert Coates para la casa His Master's Voice en 1930, aunque una de las grabaciones más famosas y actuales, conocida por su rapidez, es la de Martha Argerich tocando en directo con la Orquesta Sinfónica Alemana de Berlín dirigida por Riccardo Chailly.
Se trata pues de una dura prueba para un concertista joven como el
artista coreano Seong-Jin Cho que tuvo
que defender esta partitura con arrojo, aunque eso sí, muy bien arropado por
muchos de sus conciudadanos, que se acercaron, incluso con niños pequeños al
Auditorio para acompañarlo, uno de las cuales le regaló un obsequio de marca de
lujo y un ramo de flores.
Seong-Jin Cho, activo recitalista, como se escribe en el programa
de mano en papel adjunto al disponible en QR a cargo de Juan Manuel Viana, actúa
en muchas de las salas de conciertos más prestigiosas del mundo como en
Carnegie Hall y en el Concertgebouw de Amsterdam en la serie Master Pianists y
colabora con directores del más alto nivel, como Valery Gergiev (en la
actualidad exiliado de Europa desde la guerra de Ucrania), Esa-Pekka Salonen,
Simon Rattle, Vladimir Ashkenazy, Yuri Temirkanov, Vassily Petrenko, Jakub
Hrusa, Leonard Slatkin y Mikhail Pletnev.
El esfuerzo físico que llevó a cabo fue verdaderamente titánico y es de esperar que su carrera siga refulgiendo como hasta ahora, aunque da vértigo pensar qué hará en los próximos 50 años este genio de la música oriental: probablemente una vez conseguida y más afianzada si cabe la técnica que ya posee, vibrante y eficaz como la de un mecanismo de relojería suizo, tenga que ahondar más en las tradiciones y vibraciones emocionales e idiosincráticas de Occidente. En el calor y el color de la música europea y otras.
Hubo un pequeño “encore” para responder a la salva de aplausos que coronó su actuación donde no se apreció una absoluta colaboración aunque sí más que suficiente, entre la orquesta, su director y el solista, ya que a menudo, la falta de ensayos y la variedad de compromisos de formaciones y de solistas, causan que los “ménage à trois”, no sean al más alto nivel, aunque en este caso sí funcionó y fue reconocido por la audiencia. Pero fue comedido y con bastante contención por parte de todos.
El fragmento extra muy conocido, el Momento musical no. 3 de Schubert en fa menor tal vez recordó el que tocó hace no tanto tiempo Daniel Barenboim en el teatro Colón de Buenos Aires, que comparte como el pianista oriental su residencia en Berlín y está temporalmente retirado por motivos de salud ocasionales.
Luego de la pausa, esta vez una “folie à deux” entre la Orquesta
Nacional de España y su maestro habitual, David
Afkham, interpretando y fascinando con la Sinfonía núm. 12 en Re menor,
op. 112, «El año 1917» de Dmitri Shostakóvich.
La Revolución rusa sorprendió al atribulado Shostakóvich cuando contaba apenas once años de edad. Convertido con los años en una suerte de «compositor oficial» –no por ello inmune al maltrato institucional y a los caprichos de las clases dirigentes al mando del inefable Stalin–, dedicó su decimosegunda sinfonía a esta «gesta proletaria» (”noblesse oblige”, digamos echando un manto de piedad). Estrenada en 1961 en el conservatorio de Leningrado, la obra está teñida de elementos programáticos, autorreferenciales y ecos de canciones revolucionarias lo que la convierte en última gran representante del «clasicismo» sinfónico soviético.
En cuanto a David Afkham, el director, nacido en 1983 en Friburgo, se ha creado una reputación como uno de los mejores entre los “dirigenten” alemanes de los últimos años, con un ramillete de compromisos sinfónicos como director invitado incluyen actuaciones con la Orquesta de Filadelfia, Sinfónica de Montreal, Orquesta de Cámara de Europa y la Filarmónica Checa, y el regreso a las sinfónicas de Chicago y NHK, sinfónicas de las radios de Suecia y Fráncfort y filarmónicas de Múnich y Oslo y también actuaciones operísticas.
Refiriéndonos a la sinfonía de este concierto, en Occidente, después de que la undécima fuera entendida por la crítica como una alusión al levantamiento húngaro de 1956, idea en parte confirmada por el propio autor, la duodécima, aparentemente procomunista, tuvo una recepción más fría. Después del final de la Guerra Fría, la audiencia occidental se mostró más favorable a la partitura, pero siempre ha estado considerada como de menor categoría que otras sinfonías de su autor.
La relación del director en esta composición y siempre con su
orquesta es fluida, podríamos decir que hasta afectiva, como pudo verse en el
reconocimiento de los músicos en las diferentes secciones o el agradecimiento
al concertino de la orquesta nacional, Miguel
Colom Cuesta, en excelente vínculo con el resto de sus compañeros en el
escenario. Con gesto amplio, vestido de gris marengo, Afkham realizó en la
partitura de Shostakóvich, otro despliegue de valentía escénica y musical por
la exigencia de la obra y las implicaciones que pueda tener dirigir a los
compositores rusos. Y lo que podría llegar a evocar ahora para muchos.
Por los sentimientos de los que escuchan esta música casi programática, podrían desfilar la literatura rusa de un Dostoievski, Tolstoi, Turgueniev y el teatro de Chéjov, la poesía de Ajmatova, Pasternak con Lara y su Zhivago, o las grandes extensiones siberianas, los deseos- bien cumplidos de grandeza de Pedro el grande y Catalina de Rusia, ampliando siempre territorios, creando escenarios gigantescos como el Museo del Ermitage o la perspectiva Nevski, para exhibir sus tesoros y sus conquistas.
Tanto Rajmáninov como Shostakóvich son herederos de la 1812 de Tchaikovsky (compuesta para celebrar
la victoria del imperio ruso sobre Bonaparte), de Rimsky-Korsakov y las Danzas Polovtsianas de su Príncipe Igor y el
resto de la literatura musical operística, de sus grandes directores,
compositores e intérpretes, del cine espectacular como “El acorazado Potemkin”,
pero también de sus luchas intestinas, sus gestas y sus ambiciones
territoriales, ya clásicas. Y hasta aquí los halagos y las evocaciones
románticas, que terminan desgraciadamente el 23 de febrero de 2022, víspera del
comienzo de la invasión de Ucrania.
Queda la música, como lenitivo, como esperanza. Habrá que aferrarse
a lo que se pueda después de la visita de un desastre bélico, político y
humanitario que no se conocía desde-probablemente- la Edad Media. Se han
perdido la diplomacia, la moral y la virtus a la que aludían los primeros
romanos, antes de que comenzaran los avatares del Imperio. Así están las cosas…Pero todo es opinable. Esta reseña y el resto, también.
Alicia Perris
No hay comentarios:
Publicar un comentario