Luis Racionero. Por Luis antonio de Villena. Quique García
Luis Racionero fue buen amigo mío desde que me lo presentó Fernando
Savater, en 1978. Pero fuimos íntimos durante su estancia en París -que yo le
mostré, en parte- como director del Colegio de España, y luego en Madrid, como
director de la Biblioteca Nacional, que me mostró a fondo, durante el Gobierno
de Aznar. Quien quiso ser diputado -sin lograrlo- de una Esquerra Republicana
entonces devaluada terminó en el lado más liberal y culto del PP.
A Luis Racionero le gustaba mucho el refinado buen vivir, desde los
buenos vinos, las mujeres mulatas o los bellos libros antiguos. Hablar con él
era siempre un placer delicioso y más si había une coupe de champagne.
Psicodélico que vivió la California contracultural de los finales 60, amaba el
taoísmo chino, la cultura clásica, la Edad Media trovadoresca, el gran
Renacimiento y las luces de la Ilustración. Era un buen escritor (novelista)
pero mucho más un ensayista, según algunos algo superficial, pero de ideas muy
originales. Caso de Del paro al ocio (1983), espléndida idea que nuestra
poquedad no hizo cierta. Ese libro marcó una época, como El Mediterráneo y los
bárbaros del norte (1985), que yo presenté en Madrid (asistió Serrano Súñer).
Como novelista breve, inicialmente en catalán y más cada vez en español, acaso
Racionero -sobrado de cultura- no acertó en sus proyectos. Su novela Cercamon
(1984), sobre el trovador de igual nombre, postulaba que Cataluña, en la Edad
Media, unida a las zonas francesas de lengua d'òc, podía haber sido un gran
país. Pero no se hizo, no existió y ahora era algo anacrónico. Cuando el libro
se publicó en español pocos años después como El país que nunca existió tuvo
menos éxito. Había escrito Racionero un librito sabio sobre Leonardo, y lo
quiso volver novela en París. Me consta que trabajó mucho ese libro (él, que
tendía a la indolencia) teniendo como modelo a Yourcenar. Así nació -yo lo iba
viendo- su novela más ambiciosa sobre el de Vinci. Se llamó Ostinato rigore,
título leonardesco, que la editorial (no siempre acierta) le obligó a cambiar
por el muy vulgar La sonrisa de la Gioconda (1998). Fue una pena, aunque
obtuviera el premio Azorín, del que yo era jurado.
Gran enamorado de las mujeres sin desechar nada, terminó
desengañado de sus esposas (entre ellas la doctora Elena Ochoa, muy cordial),
porque según él todas le fallaron o le abandonaron. Así es que concluyó
prefiriendo, años atrás, el eros ocasional o un sibarítico eros mercenario.
Creo que retornado a Barcelona, y a su casa familiar de Urgell, en 2005, se fue
retirando de la literatura, no sin cierto desengaño. Había triunfado antes,
pero no era lo que él quería. Escribía ocasionalmente de fútbol y de cultura en
La Vanguardia, su periódico. Muy catalán prefería, desde años antes, escribir
en español. No lo he visto en sus dos últimos años, pero mi recuerdo de él y de
su lectura, es luminoso y gozoso, epicúreo. Fue un buen amigo a quien he echado
de menos. Culto, sabio, muy lector y un amante de todas las libertades de la
vida. Odiaba lo políticamente correcto, como debe ser. Amigo.
https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2020/03/09/5e652b24fdddff530d8b469e.html
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