Por Andrés Valenzuela
Joaquín Salvador Lavado tuvo una extensa y aclamada carrera que lo llevó a recibir distinciones como la Orden Oficial de la Legión de Honor en Francia y el Premio Príncipe de Asturias en España. "Cuando pienso en que voy a abrir el periódico y no van a estar mis dibujos, me da más angustia y sigo dibujando. Es como ese jefe de estación que se jubila, pero vuelve todos los días para ver si los trenes pasan a horario", dijo una vez a Página/12.
Imagen: Leandro
Teysseire
Murió Quino. Es decir: se murió una parte importante de la cultura
argentina. El tipo que reinventó el humor gráfico y que sintetizó las ideas de
una generación. El que educó políticamente desde sus viñetas a capas enormes
del país. El que, preocupado porque su trazo no desviara su camino, calcaba sus
propios dibujos para mantener a su Mafalda idéntica a sí misma. El que, ya con
problemas en la vista y sintiendo que no tenía tanto más para decir, dejó los
lápices a un costado, en un ejercicio de dignidad. El que volvió cuando lo
sintió necesario. El que cuando usaban su nombre o su personaje para sostener
ideas con las que no coincidía, protestaba y plantaba posición. El que prestaba
su figura para sostener cualquier iniciativa que aportara al universo de la
historieta o el humor gráfico. Tenía 88 años y una obra realizada.
Quino nació como Joaquin Salvador Lavado el 17 de julio de 1932, en
Mendoza, esa provincia tan fecunda en artistas gráficos y a la vez tan
habituada a empujarlos a trabajar en otras tierras. Quino no fue la excepción,
sí su exponente más famoso.
Empezó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes provincial con
apenas 12 o 13 años y abandonó a los 17. Sus primeras búsquedas laborales
fueron infructuosas. Al final se afincó en Buenos Aires después de hacer la
colimba y ahí empezó a cambiar su suerte.
Quino publicó su primera página de humor en el semanario Esto Es y
eso le abrió las puertas de otros espacios, incluyendo las populares revistas
Leoplán, TV Guía y Vea y Lea, entre muchas otras. Su primer salto fue cuando
publicó en las fundamentales Rico Tipo y Tía Vicenta, donde ya empezó a
perfilarse como un talento particular. De estos espacios surgió la recopilación
de su primer libro, Mundo Quino. Pero si en el humor gráfico hay algo parecido
a la consagración, le llegó con Mafalda.
Mafalda y la modernización del humor gráfico argentino
Con Mafalda Quino modernizó el humor gráfico argentino, del mismo
modo en que Charles Schulz lo había hecho un par de años antes con Peanuts en
Estados Unidos. De hecho, la tira norteamericana había sido una gran fuente de
inspiración para el mendocino en sus primeros intentos con el personaje. Eso se
nota en los pasajes más tempranos, aunque luego se despega. En uno y otro país,
ambos imponen la fórmula que fue por varias décadas la estructura prototípica
del chiste: tres o cuatro viñetas con remate humorístico, galería de personajes
estable, preponderancia de niños reflexionando como adultos (o mejor que
estos).
En Argentina hay múltiples otros exponentes que derivan de este
esquema, como el Batu, de Tute. Y aunque esa es otra historia, en el país La
ruptura formal llegó de la mano de Miguel Rep, que desdibujó la estructura y
cambió el “chiste” por una posible gama de humores. Las alusiones no son
casuales. Rep fue amigo personal de Quino, quien lo acompañó cuando el de
Página/12 expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes. De Tute dijo que era el más
brillante de su generación.
Mafalda no fue un éxito tan inmediato como parece a la distancia.
Si se piensa en su origen publicitario (un ardid de una marca de
electrodomésticos) o en la materialidad de sus primeras publicaciones,
difícilmente alguien podía pensar que Quino iba a cambiar el humor gráfico
argentino. Esas tiras inaugurales se publicaban en el Primera Plana rodeadas de
los avisos más pintorescos: fúnebres, publicidades y horóscopo. La página que
la cobijaba no era la más prestigiosa del periódico. Pero la niña y sus padres,
primero, la niña y su grupo de amigos después, brillante reflejo de la clase
media progresista argentina de mediados de los años ’60, ganaron aceptación y
popularidad.
El gran salto fue en 1965, cuando el personaje apenas tenía un año.
Quino había abandonado Primera Plana por diferencias con sus directivos y su
colega Brascó le consiguió espacio en el diario El mundo, por entonces uno de
los de más circulación. Fue un fenómeno imparable. En 1966 salió su primera
recopilación en libro, por la Editorial Jorge Álvarez, y la tira continuó hasta
1973. Las siguientes recopilaciones vendrían de la mano de Ediciones de la
Flor.
La relación que Quino mantuvo con la editorial capitaneada entonces
por Daniel Divinsky y su coterránea Kuki Miller dice muchísimo de sus ideas. No
sólo sus libros fueron fundamentales para la consolidación y crecimiento del sello,
sino que los tres forjaron una amistad imbatible. Cuando la pareja debió
exiliarse en Venezuela, Quino siguió publicando con ellos. Amigos en común
llevaban y traían el material de un país al otro.
Quino podría haber optado por cualquier otro sello (ofertas nunca
le faltaron), por una dinámica editorial menos engorrosa o que deparara menos
“sorpresas” desagradables, pero él les fue fiel a toda costa. Ellos le
retribuyeron siempre esa amistad. Miller, por ejemplo, destacaba el carácter
gentil de Quino, aún cuando a veces podía resultar inescrutable para otros. “Es
que como somos mendocinos entre nosotros nos entendemos”, solía repetir
cómplice y con una sonrisa. Divinsky hablaba siempre de él como “Quinito”, con
una ternura inenarrable. Si De la Flor fue fundamental para conservar en el
imaginario lector la obra de los humoristas gráficos de la década del ’60 en
adelante, Quino fue indispensable para que De la Flor misma exisEl legado de
Quino
Lo curioso de todo el fenómeno Mafalda –que se internacionalizó,
tuvo series animadas y en el mundo es sinónimo de humor gráfico argentino- es
que para el propio autor no se trataba de su trabajo más representativo. Él
sostenía que “apenas” había dibujado esa tira durante nueve o diez años, pero
que en cambio había hecho páginas y viñetas toda su vida. Era cierto. Además en
esas páginas sueltas, con personajes sin nombre, el mendocino desplegaba sus
inquietudes plásticas (el chiste del “Guernica” de Picasso “reordenado” es
ejemplar en este sentido) y le permitía ir a fondo con su lectura de las relaciones
de poder, de dominación y de clase que habitan en la sociedad. Si en Mafalda
tiene un peso enorme la coyuntura (esa de “Entonces... lo que me enseñaron en
la escuela...”, al día siguiente del golpe militar, por ejemplo), en sus
páginas hay tiempo para la reflexión y una poética más elaborada.
Quino dio todo. Si queda algún consuelo sobre su partida, es que también se le retribuyó cuanto se pudo. Recibió innumerables premios y homenajes y su sola aparición despertaba aplausos. Umberto Eco observó en un prólogo a la primera edición italiana de Mafalda que su obra era fundamental para entender a la Argentina. No le faltaba razón. Murió Quino. Por suerte dejó un legado para aprender a dibujarnos.
https://www.pagina12.com.ar/295771-murio-quino-el-creador-de-mafalda
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