Sebastian Spreng Especial/El Nuevo Herald
Nunca
tan vigente el ser o no ser en estos tiempos vertiginosos que impulsan y
obligan a saltar fronteras. A propósito del bicentenario de Verdi no podían
faltar dos recitales que invitan a recordar coincidencias entre sus
intérpretes. Y reaparece la vieja controversia cada vez que Plácido Domingo
canta como barítono y Jonas Kaufmann como tenor verdiano.
No es
preciso recordar que el español es –quizá junto a Callas– el más versátil,
popular y, en definitiva, asombroso cantante lírico del último medio siglo.
Asombro que también aplica a su vigencia y envidiable estado vocal ya pasados
los 70, récord que pocos pueden ostentar. Todoterreno tan irrepetible como
inimitable, el “inoxidable” Domingo parecería querer finalizar su carrera tal
como la empezó, es decir, en la cuerda de barítono de la que pronto se mudó
hacia la de tenor para, sumándole notables condiciones histriónicas, tener
pocos o ningún rival.
Pero
esta suerte de válido retorno a sus raíces no está libre de escollos.
Esencialmente porque Domingo no es un barítono y en consecuencia, el recital
queda en la categoría de lo anecdótico. Sus incursiones escénicas se ven
imbuidas de un oficio y magnetismo capaces de convencer a vastos sectores de la
audiencia pero en disco la situación cambia. Siguen presentes sus “marcas de
fábrica”: admirable línea de canto, fraseo que hace un recitativo tan
importante como el aria, una lozanía vocal que no deja de sorprender sumada a
la expresividad lograda en el Cortigiani o Eri tu. Con todo, no puede
enmascarar ser un tenor tratando de cantar como barítono verdiano.
Si el
público ha disfrutado y aceptado a sopranos que con el tiempo han devenido en
mezzos con variables resultados y en todos los casos para seguir gozando de
artistas de especial calibre artístico; en el renglón masculino no aplican las
mismas reglas. En síntesis, debe verse como un gusto personal que se da el
veteranísimo artista que cuenta con el impecable marco creado por Pablo Heras
Casado y la orquesta de la comunidad valenciana. Ante esta nueva reinvención
del ídolo, la audiencia seguirá dividida por un recital anecdótico como su
imagen que en la portada “parafrasea” al famoso retrato de Verdi firmado por
Boldini
Nadie
esperaba que el cetro de Domingo no recayera en los candidatos promovidos como
tales, menos aún en un tenor venido del otro lado de los Alpes: Jonas Kaufmann,
hasta ahora, su más firme sucesor. Ambos han coincidido en personajes donde
demostraron absoluto dominio –Siegmund, Werther, Lohengrin o Parsifal–; ambos
han transitado caminos opuestos, Domingo incorporó Wagner en su madurez
(intentó Lohengrin en 1968 pero decidió esperar 15 años) como ahora Kaufmann
hace con Verdi.
Aquí
tampoco se está frente al típico tenor verdiano. Quienes critiquen su emisión
poco ortodoxa cuando no poco “italiana”, no podrán negar su soberbia
expresividad y excepcional carga dramática. En ese recorrido por la galeria
verdiana, el menos afortunado es el conde de Mantua seguido por una sucesión de
formidables retratos desde Celeste Aida a Quando le sere al placido, saliendo
también airoso como Don Carlo y Manrico. El muniqués maneja sabiamente una
peculiar combinación de ternura y fiereza gracias a un metal que alterna con
exquisitos claroscuros traducidos en espléndida media voz y pianísimos.
Domingo
se dio el gusto con Tristán, no estará lejos el día en que Kaufmann intente
Otello. Cabe recordar que cuando el español debutó como el moro a los 35 años,
se alzó un coro de voces agoreras –incluida la mismísima Renata Tebaldi
–pronosticando el fin de una carrera. A los 44, Kaufmann espera por la
oportunidad que no tardará en llegar. Mientras tanto, los dos momentos más
reveladores del cedé son Dio Mi potevi scagliar y Niun mi tema, plenos de una
declamación afilada, emoción controlada y apabullante intensidad que en timbre
y color vuelve a evocar a Jon Vickers. Lo acompaña la orquesta del teatro de
Piacenza bajo la dirección de Pier G. Morandi También la lírica vive tiempos
difíciles, osados, irreverentes, fascinantes. Dos artistas en todo sentido
diferentes, y por ende polémicos. Saben mantener en vilo a su audiencia y a
raya a sus detractores. Vuelve a confirmarse el eterno desafío y la acuciante
responsabilidad de ser o no ser.
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