La responsable de esta publicación sigue pendiente de las noticias relativas a la situación personal y profesional del Señor Gerard Mortier, Director Artístico del Teatro Real de Madrid y publica esta información alusiva, a la vez que aprovecha la oportunidad para desearle a Monsieur Mortier una pronta recuperación y lo mejor para su carrera en el mundo de los grandes coliseos.
Alicia Perris
Alicia Perris
El Azote del patio de butacas
El director artístico del Teatro Real, en tratamiento por un cáncer, abre el debate por su sucesión en 2016. Pero la decisión está casi tomada: será un español. Así es la trayectoria y la herencia en ‘l'enfant terrible’ de la ópera actual
El director artístico del Teatro Real, en tratamiento por un cáncer, abre el debate por su sucesión en 2016. Pero la decisión está casi tomada: será un español. Así es la trayectoria y la herencia en ‘l'enfant terrible’ de la ópera actual
Daniel Verdú Madrid
Gerard Mortier, durante su etapa como director de
la Ópera de París en 2007. / Marion Kalter
Gerard Mortier
(Gante, 1943) forjó su cultura musical a bordo de un viejo coche que conducía
cada fin de semana hasta Colonia o Düsseldorf. Recorría 300 kilómetros de ida y
otros tantos de vuelta por la noche para empaparse del gran repertorio
operístico que en Gante, la ciudad donde sus padres regentaban una pastelería,
no podía escuchar. “La Ópera Real de Gante es un escándalo cultural flamenco”,
escribió ya a los 27 años dando tempranas muestras de su gusto por el
conflicto. Las fronteras —menos aún la de Alemania— no eran obstáculo. Su
educación jesuítica, suele contar, le permitió perseverar siempre en lo que
considera lo más importante: el estudio y el trabajo. Incluso ahora, en pleno
tratamiento de un cáncer que le retiene en una clínica de Alemania, sigue
extremadamente preocupado el desarrollo del proceso que desembocará
próximamente en el nombramiento de su sucesor al frente del Teatro Real. Tras la publicación de una entrevista
con EL PAÍS esta semana donde lo explicaba, a muchos les resulta
incomprensible que en su situación gaste energías en este asunto. Es al revés.
Le da fuerza.
Procedente de la Ópera de Nueva
York, donde dio un portazo antes de tomar posesión cuando el
presupuesto se redujo casi a la mitad de lo prometido (de 60 a 36 millones de
euros), Mortier afronta este año su cuarta temporada al frente del coliseo
madrileño (que le ofreció los recursos que le negaban en Nueva York). A dos
años de su despedida, asegura que había consensuado abrir un proceso de
selección del nuevo director. Iban a ponerse sobre la mesa los nombres de seis candidatos
internacionales propuestos por él, así como otros del ministerio de
Cultura. A finales de agosto, días después de su operación, supo por el
presidente del Patronato del Teatro Real de Madrid, Gregorio Marañón, que el
sucesor sería un español. El director del Liceo, Joan Matabosch, es el mejor
situado. La decisión, según fuentes del Patronato y del Ministerio de Cultura,
está muy cerca de consumarse. El pasado mayo, según ha podido saber este
periódico, el director general del INAEM, Miguel Ángel Recio, aseguró delante
de otras personas que no iban a permitir que Mortier pilotase su sucesión. Y él
lo tiene bastante asumido. La temporada que arranca ya está cerrada. De
momento, dice, esperará.
Michael Haneke
El público no siempre quiere a Mortier allá donde va, pero suele
echarle de menos. Esa es la relación que mantiene a menudo con el patio de
butacas. Le pasó en Salzburgo,
donde la violenta renovación que emprendió comenzó con el rechazo público de
algunos círculos de su predecesor, Herbert von Karajan, y terminó con una
oferta de renovación después de diez años por cinco más (que rechazó). La
revolución se fraguó desde la programación y los artistas —se apostó por
repertorio moderno como un San Francisco de Asís de Peter Sellars o Desde
la casa de los muertos, con escena de Eduardo Arroyo y la batuta de Claudio
Abbado— hasta la bajada de precios y cambio del sistema de abonos para atraer
al público más joven. Desató la polémica. Se enfrentó al ultraderechista Jörg
Haider. Pero todavía le añoran. O en Bruselas, donde convirtió la Monnaie, un
teatro de quinta división, en un faro cultural europeo. Incluso en París, donde
acabó enfrentado a un amplio sector de los círculos operísticos, pero también
reconocen que nada ha vuelto a ser igual desde entonces. Stéphane Lissner, por
cierto, tiene la difícil misión en 2015 de hacerle olvidar.
El director de escena Bob Wilson
le conoció durante el periodo austriaco y todavía recuerda las dificultades del
primer momento. “Fue complicado llegar y encontrar la herencia conservadora de
Karajan. La gente quedó muy impactada con su programa de música moderna. Pero
en un año o dos, estaba sold out. Betty Freeman
iba a Salzburgo a ver esos montajes, no a Mozart. Encontró un nuevo público, y
creo que estaba haciendo eso también en Madrid”, explica por teléfono. Wilson
cree que no será fácil reemplazarle. “Habrá que buscar al más cualificado, sea
español o de Nueva Zelanda. El Real nunca había tenido esta proyección e imagen
internacional. Hay que pensar a lo grande, y no de una forma provinciana”. Algo
muy parecido opina el crítico británico Norman Lebrecht, que
advierte de la posibilidad de degradar el nivel internacional del Real si no se
estudia la lista de Mortier.
Gerard Mortier y Peter Sellars. / marion kalter
Su labor también ha sido muy discutida en Madrid. La prensa ha
especulado periódicamente sobre una inminente espantada. Se ha enfrentado al
Gobierno Regional, a parte del Patronato y al sector del público de gusto más
conservador. Se le ha acusado de cierto autoritarismo intelectual y de falta de
flexibilidad con el repertorio para contentar a un auditorio más tradicional.
Él se revuelve: la ópera no puede ser solamente un entretenimiento, no consiste
en ir a pasar el rato. Algunos le han reprochado también su reiterada apuesta
por los valores seguros de su carrera (San Francisco de Asís, La
clemenza di Tito, El caballero de la rosa…). Y al final, la crítica
más extendida ha sido la de pretender imponer sus gustos. Él matiza la frase:
“No son gustos, son convicciones”. En el debe, y a diferencia de lo que logró a
su paso por la Monnaie de Bruselas
—donde consiguió en 10 años 14.000 abonados—, la ocupación ha descendido.
Aunque también lo ha hecho la media de edad.
Una de las primeras decisiones que tomó al llegar a Madrid fue
prescindir de un director musical fijo (hasta la fecha ese puesto lo ocupaba
Jesús López Cobos). “Las orquestas de ópera funcionan mejor con un amante que con
una esposa”, proclamó. Primera polémica. Con el tiempo, la renovación de un 20%
de los puestos y solventes actuaciones como la Elektra que dirigió
Semyon Bychkov, han demostrado que fue un acierto. La orquesta es
hoy, sin ninguna duda, mejor. Próximamente Riccardo Muti se la llevará al
Festival de Rávena bajo sus órdenes. Y algo parecido sucedió con el coro,
renovado al 100% a su llegada y convertido en un puntal del teatro.
Gerard Mortier con algunos miembros de La Fura
dels Baus en el velódromo de Anoeta en 1999.
La meticulosa planificación de los ensayos aprendida de su maestro
Christoph von Dohnány ha introducido muchos cambios en la manera de trabajar.
Obras como Wozzeck han tenido 22 sesiones de preparación. A muchos no
les gusta ese método. Es más exigente. El éxito, suele resumir con la célebre
frase, “no es fruto de la inspiración, sino de la transpiración”.
Su idea original de tender puentes con América Latina a través de
coproducciones y exportaciones, en cambio, es quizá el mayor fracaso de su
etapa en Madrid. Mortier quería una ópera iberoamericana como alternativa al
poderío centroeuropeo. Un puente creativo de ida y vuelta con las capitales
latinoamericanas. Pronto se dio cuenta de que la reciprocidad económica no era
viable con los arruinados teatros suramericanos. A cambio, ha conseguido
convertir al Real en un teatro exportador con títulos como Ascenso y caída
de la ciudad de Mahagonny
(Bolshói),
Così fan tutte (Monnaie), C(h)oeurs (Ámsterdam, Monnaie) o Vida
y muerte de Marina Abramovic (Nueva York, Toronto, Ámsterdam…).
Bob Wilson
La mano izquierda no es una de las virtudes de Mortier. Para él, en la
ópera muy poco es negociable, no existe la diplomacia. A los 14 años, quemó el
disco preferido de Johnny Hallyday de su hermana cuando vio que esta jugueteaba
con su preciada grabación del Anillo. Devuelve los golpes. Y le cuesta
ocultar un cierto desprecio por la inteligencia menor. El idioma y su
manifiesta falta de delicadeza en algunos temas le crearon problemas con los
cantantes españoles nada más llegar. “Cantan Verdi como Puccini y el estilo
mozartiano es muy malo”. Se armó. Muchos intentaron convertirlo cuestión nacionalista.
Pero en el arte, el mejor pasaporte es el talento. Kraus, Carreras, Plácido,
Aragall, Joan Pons, Caballé, Berganza o Victoria de los Ángeles cantaron por el
mundo sin que nadie les inquiriese por su nacionalidad. Y la nueva generación
de cantantes está lejos de esas figuras. El supuesto desprecio a lo español,
además, choca con el recuerdo de un Mortier apadrinando a la Fura dels Baus con
La condenación de Fausto, encargo que inauguró su periplo en Salzburgo.
O su colaboración con el compositor Mauricio Sotelo (que estrenará El
público la temporada que viene en el Real) y su obsesión por el flamenco.
Incluso la apuesta por cantantes como María Bayo y Carlos Álvarez.
La prensa y el público han repartido el elogio y la crítica estos tres
años. Desde la absoluta demolición de C(h)oeurs, estrenada el pasado
marzo —el rechazo a esta nueva producción, creada por Alain Plattel, fue una de
las mayores decepciones personales de Mortier en Madrid— al encumbramiento del Così
fan tutte, que dirigió Michael Haneke. Un hito artístico y mediático que
atrajo la atención de toda la prensa internacional y que pone en valor una de
las principales cualidades del gestor belga: su relación con los artistas y la
capacidad de persuadirles. Aunque fracasase, eso sí, intentando embarcar a
Pedro Almodóvar en uno de sus proyectos.
Haneke, en cambio, uno de los cineastas e intelectuales más
importantes del mundo, solo se fía de él para crear una ópera. “Me da la
posibilidad de trabajar con una seriedad verdadera, y no como es costumbre en
la ópera: poco tiempo, cambio de cantantes constante… Es terrible, no es la
manera en la que quiero hacerlo. Con Gerard no es así. Él es un amigo de los
artistas, y eso es importantísimo para trabajar”, explica el director austríaco
por teléfono. Haneke ha abordado ya dos óperas de Mozart con Mortier: Don
Giovanni y Così fan tutte. Actualmente, explica, se encuentra
escribiendo el guion de su nueva película. Si se mete otra vez en líos
operísticos, dice, “solamente será con Mortier”. “Entiendo su carácter
perfectamente. Cuando se ama algo, estás forzado de vez en cuando a ser
polémico y a pelear con la gente que impide que se pueda trabajar con
seriedad”.
Gerard Mortier no ha gozado en Madrid del favor de políticos de ningún
signo, artistas, programadores o colegas de profesión. Más allá de permitir que
alguna gran estrella, como Riccardo Muti, viniese al Real con obras menores
como I due Figaro, no ha politiqueado ni un ápice con su proyecto. Hoy
ya no le quedan apoyos institucionales. Su único respaldo hasta la fecha era el
presidente del Patronato, Gregorio Marañón. La relación se ha enfriado. Pero él
vino a Madrid a desarrollar una idea, no a buscar amigos. Y eso, cree, es lo
único que le queda. Por eso, desde la distancia, enfermo y con todos los
elementos en contra, todavía está dispuesto a dar la batalla por su legado.
Debieron imaginarlo quienes le contrataron.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/09/07/actualidad/1378571619_093609.html
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