Orquesta Nacional de España. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. Domingo 28 de marzo, 2021, 11.30
ELENCO ARTÍSTICO
DAVID AFKHAM,
DIRECTOR, CON LA ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA
PIOTR BECZAŁA, TENOR
MATTHIAS GOERNE, BARÍTONO
REPERTORIO
GUSTAV MAHLER, La
canción de la tierra (versión para orquesta de cámara de Glen Cortese)
I. Allegro Pesante. Ganze Takte nicht Schnell.
"Das Trinklied
vom Jammer der Erde"
II. Etwas Schleichend.
Ermudet. "Der Einsame im Herbst"
III. Behaglich
heiter. "Von der Jugend"
IV. Comodo. Dolcissimo.
"Von der Schönheit"
V. Allegro. Keck,
aber nicht zu Schnell. "Der Trunkene im Frühling"
VI. Schwer. "Der Abschied"
“ Lo que es enfermedad
y lo que es salud, amigo,
no debemos dejar que
lo decidan los pedantes.
Es dudoso que su
ciencia de la vida sea tanta
como ellos pretenden.
No pocas veces la vida
ha recurrido a la
enfermedad y a la muerte con
verdadero goce”.
Thomas Mann
Tiempo de Pesaj para los judíos, de Semana Santa para algunos cristianos. Restricciones y aerta anticovid, para todos.
Una mañana agradable y soleada abre las puertas del Auditorio Nacional, poco poblado, faltan de hecho la ocupación de los bancos del coro, las butacas laterales y de más atrás del primer piso, ha sido contenida la densidad en la platea. Los músicos, guarecidos con mascarillas o protegidos por pantallas de metacrilato, el director, los dos solistas, recuerdan los tiempos pandémicos, aunque los cerebros de los habituales a estas milagrosas propuestas, se han acostumbrado a trabajar holísticamente, para asimilar las disfunciones ambientales, a fin de conseguir un disfrute bastante parecido a la normalidad.
Sería difícil
explicar el sentimiento de pérdida anterior y futura, con el que Mahler compuso
el que fuera su último ciclo de canciones, después de renunciar como director
de la Ópera de Viena, padecer la muerte de su hija mayor y recibir el
diagnóstico de su patología cardíaca que lo arrastraría a la muerte pocos años
después.
Asomado a esta
situación penosa afectivamente, su música transmutó la nostálgica luminosidad
de los versos de La flauta china (traducción al alemán de una selección de
poemas de la dinastía Tang) en un epitafio de imborrable memoria. Probablemente
sea la melancolía una de las mayores preocupaciones del ser humano a lo largo
de la Historia.
El tema, tan
Mahleriano, se encuentra en el meollo de
los problemas con que el ciudadano de hoy debe confrontarse: la medicina, el
arte, la literatura, la filosofía, la psiquiatría, la religión y la teología...
La melancolía ha sido tradicionalmente causa de sufrimiento y de locura, desde
los tiempos de los griegos.
A menudo confundida
con otras patologías, su designación como "enfermedad sagrada"
implica también una dualidad. La melancolía siempre se ha visto envuelta en un
halo de misterio, aunque en estos tiempos se conozca bajo la denominación, nada
romántica, de "depresión".
Sin embargo, siempre
ha estado excluida de las utopías sociales que, desde el Romanticismo al
Posmodernismo, se oponían abiertamente a la "conciencia desgraciada"
y las ideologías de Progreso, que apuntaban a la capacidad productiva del
individuo, prohibían estos raptos de tristeza, por inoperantes y en especial,
el "furor melancholicus".
En la actualidad,
está teniendo lugar una reinterpretación de la actitud melancólica dada por
historiadores como Jean Starobinski o Wolf Lepenies, que observan una toma de
distancia entre la conciencia humana y el "desencanto" del mundo. De todas formas, se trata de una tradición
habitual en el pensamiento y el sentimiento europeos. Reactualizados de una
manera brutal por la pandemia.
La iconografía de la
melancolía es fértil y rica: a través de ella se expresan muchos sentimientos,
como la dulzura, la violencia, la postración o la furia, la ensoñación, el
abatimiento o la desesperanza. Todo este ramillete de afectos y emociones, se
vuelca en el testamento compositivo y vital de Mahler, también en esta Canción
de la Tierra, diálogo entre una especie de depresión subclínica y la tendencia
más solar del Eros del compositor, también presente.
No fue el único
sabio el compositor austríaco en darse a estos pensamientos, ya que todo el fin
de siglo vienés, con su suicidios, sus elucubraciones, el brillo de su Arte y
su Literatura, están abocados a declinar el final del Imperio Austrohúngaro en
1918 y a lo que ciertos escritores definieron como “la maladie viennoise”, ese
malestar, ese Sensucht, también mencionado en el texto de la Canción de la
Tierra.
Como glosa el
programa de mano, bien construido, aunque no disponible en papel, “La
editorial Insel había publicado una encantadora antología de poemas orientales
titulada Die chinesische Flöte (La flauta china), compilada por el poeta y
traductor alemán Hans Bethge (1876-1946). Se trataba de una paráfrasis de los
textos de diversos poetas chinos pertenecientes a un gran arco temporal:
Tschang-Tsi, MongKao-Jen, Su-Tong-Po, Tschan-Jo-Su, Wang-Wei, Li Bai —este
último también conocido en Occidente como Li-Tai-Po—, entre otros. Theobald
Pollack, viejo amigo del padre de su esposa, regaló al compositor un ejemplar
de la publicación; sentía por él un gran afecto y pensó en reconfortarlo. «A
Mahler le gustaron mucho y los reservó para usarlos en el futuro», narra Alma
—y a ella, cuenta en Mi vida, le «entusiasmaron»: «Y se los leí una y otra vez
a Mahler hasta que extrajo de ellos La canción de la tierra»—“.
A pesar de que los
fragmentos enumerados constituían un corpus sinfónico, Mahler decidió no dar el
número nueve, algo nefasto en la tradición de los compositores, por lo que lo
tituló Das Lied von der Erde, Eine
Symphonie für eine Tenor und eine Alt —oder Bariton— Stimme und Orchester.
El responsable de
esta matinée, David Afkham, alemán,
de origen persa, es director titular y artístico de la Orquesta y Coro
Nacionales de España desde septiembre de 2019, tras su mandato como director
principal de esta institución desde 2014. A lo largo de estos años, ha
presentado ambiciosos programas como los Gurrelieder de Schönberg, la
Sinfonía núm. 6 de Mahler, la Sinfonía núm. 9 de Bruckner, la Sinfonía
fantástica de Berlioz, el Réquiem de Brahms, La creación de Haydn, así como
también representaciones semiescenificadas de El holandés errante, Elektra,
La pasión según San Mateo, El castillo de Barbazul y Tristán e Isolda.
Matthias Goerne es uno de los cantantes que más frecuenta el Teatro de la Zarzuela
de Madrid, en su labor de liederista, aunque esta vez lo reencontramos en otro
escenario. De hecho, la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, supone un reto
para los cantantes, acostumbrados a un templo más recoleto y recogido como el
de la calle Jovellanos de la capital española.
Ha colaborado con
las orquestas, directores y pianistas más importantes del mundo. Proveniente
de Weimar (que no es un mal lugar para nacer si uno se dedica a la lírica), estudió
con Hans-Joachim Beyer en Leipzig y más tarde con Elisabeth Schwarzkopf y
Dietrich Fischer-Dieskau.
Ha cantado en los
principales teatros de ópera del mundo, como el Metropolitan Opera de Nueva
York, el Royal Opera House Covent Garden, el Teatro Real de Madrid, la Ópera
Nacional de París y la Ópera Estatal de Viena. Sus roles van desde Wolfram,
Amfortas, Wotan, Orest y Jochanaan hasta los papeles principales en Bluebeard
's Castle de Béla Bartók y Wozzeck de Alban Berg. Habituado pues, está a la
música contemporánea y a lo más exigente de la tradición wagneriana y germanohablante
del entorno.
En cuanto a la
prestación de la orquesta, el director al mando y los solistas, se podría decir
que Afkham posee una solvencia que
convence esta vez a la formación, más reducida en número que las habituales que
recrean Mahler, con lo cual se consigue una armonía e intimidad características
muy apreciables en el marco del esta sinfonía en la más pura tradición del
lied.
Consigue un sonido
rico, con marcados volúmenes sonoros, brillantes y también delicadeza
atmosférica para retratar los diferentes estados de ánimo que va glosando el
texto y la compleja partitura del compositor vienés.
Fue muy aplaudido
porque el público valoró seguramente la configuración musical de la orquesta
pero también esa forma de modestia tan suya que conectó bien con los
intérpretes vocales y los músicos. Realizó una labor de concertación excelente.
Además, se trata de un músico comprometido con la realidad social y política de
los tiempos que le toca vivir.
Matthias Goerne no tenía una buena mañana de domingo para el recital, además de que la voz no suele beneficiarse de las primeras horas del día para calentarse y templar una emisión rotunda. Parecía afectado por una alergia o un catarro, a pesar de lo cual, en ningún momento se resintió su canto, aunque se llevara a menudo la mano a la nariz, origen tal vez de su malestar pasajero, como para comprobar que todo marchaba según lo previsto.
A medida que
avanzaban las canciones, su instrumento se estabilizó en una fase de limpieza y
claridad vocal, aunque el barítono en todo momento mimó su voz, para no
forzarla ni resentirla. Primaron la expresividad, una técnica trabajada, unos
agudos en falsete y la conectividad con una obra que en cierta forma representa
a compositores con los que está acostumbrado a dialogar. Fue muy aplaudido,
porque Goerne cantó y defendió su hacer no solo con la voz, sino también con un
ejercicio corporal desenvuelto, que lo ayudó en todo momento a desplegar una emisión
más segura y más franca.
Piotr Beczala, el tenor, es en parte todo lo contrario: posee una seguridad
castrense. Llega, canta, recibe los aplausos y sigue tal cual. Más crítico, su
conexión con el público reluce a través de una calidad vocal intachable, porque
tiene una garganta en estado de gracia, fresca, sana, y un temperamento, dentro
de su hidalguía marcial, completamente entregado a la causa de su música. Se
trata de un carácter práctico, al que le gusta que cada uno desempeñe el rol
que le toca en un concierto, como ha demostrado y especificado a lo largo de
sus 25 años de carrera, con la que continúa como si nada. Tiene una emisión muy
agradable, melodiosa, suave y susurra por momentos las interpretables frases de
esta cuasi-sinfonía de Mahler, sin renunciar a unos agudos de bandera, siempre
bien contextualizados, en su lugar. Excelente y compresible dicción,
transparente.
Tesituras y personalidades diferentes pero complementarias las de Goerne y Beczala, que forman un trío eficiente con el maestro Afkham, para desencriptar con éxito la partitura y el mensaje atribulado del compositor. Muy cool.
Hablando de
oraciones, se escucha como una letanía” Dunkel ist das Leben, ist der Tod”,
(“Sombría es la vida, también lo es la muerte”, y en la primera parte, “Das Trinklied
vom Jammer der Erde” (“Canción báquica por la miseria de la tierra”), luego en
la sección cinco, una inspiración algo más lúdica y febril, “Last mich
betrunken sein” (“Dejadme ser un borracho”).
Y una retahíla,
hasta 6 veces pronunciada, como un anuncio esta vez más funesto: “Ewig, ewig…”
(“Eternamente…eternamente”). Fantastisch, sehr gut! (¡Fantástico, muy bien!).
Alicia Perris