El arte sonoro
La entrada del así llamado
"arte sonoro" en los museos ha supuesto una novedad en espacios que
se habían mantenido más o menos inalterados –en términos visuales– hasta casi
los años 60 del pasado siglo. Y, al igual que en el caso de la musealización
del videoarte, también el sonido y su exposición han presentado verdaderos retos
para los ámbitos tradicionales del arte, que han debido plantearse cómo
"afinar" (parafraseando el célebre The Tuning of the World de R.
Murray Schafer) sus espacios de colección y exposición. Porque cuando aquello a
exponer es el sonido como tal (y no simplemente la instalación con sonido, la
música interpretada o la música experimental), tanto la determinación y
elección de las obras como el tratamiento de los espacios donde tienen lugar
las prácticas sonoras deben fundamentarse en un concepto del sonido distinto al
definido por la ciencia acústica o por la musicología.
En las tres últimas
décadas, el sonido presentado, usado, evocado o articulado en el medio
artístico ha confluido en el aglutinante anglosajón Sound Art (y también en el
alemán Klangkunst, con un significado algo distinto), y el así llamado arte
sonoro ha ido consolidándose casi como una nueva categoría artística, gracias a
exposiciones monográficas en museos y galerías, a la aparición de bibliografía
especializada, el desarrollo de estudios específicos en el ámbito académico y
la aparición de nuevas disciplinas relacionadas con el arte sonoro, como los
llamados Sound Studies, la réplica sonora a los relativamente recientes Visual
Studies.
En proporción, la atención
que se le ha prestado al arte sonoro en España y en todo el mundo, tanto desde
el punto de vista del coleccionismo como desde el de las exposiciones, es aún
escasa. A pesar de que acontecimientos centrales (e históricos) para el arte
sonoro en nuestro país como Los Encuentros de Pamplona de 1972, de algunas
exposiciones recientes o de fenómenos como el pionero programa de radio Ars
Sonora, dirigido hasta 2008 por José Iges o publicaciones como MASE (en sus
ediciones de 2006 y 2014) o La mosca tras la oreja, de Llorenç Barber, testimonian
el interés por el sonido en el arte, es obvio que la plástica e incluso el arte
conceptual y el videoarte han ganado más rápida y fácilmente el favor de las
instituciones.
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