Dirección: Jimmy Chiang,
obras de Gallus, de Kerle, Fux, Hasse, J.S.Bach, J. Haydn y W. A. Mozart
(primera parte) y J. Strauss, Weelkes, Morley, Haydn, Wirth (arreglos), A. Dvorak,
Z. Kodály, R.Schumann, J. Strauss (hijo) y J. Lanner (segunda parte). Auditorio
Nacional de Madrid. 28 de septiembre de 2016.
Es un grupo de voces
blancas con una tradición épica en la historia de los grupos vocales en el
mundo: Han cantado en la Capilla Imperial de Viena desde 1296, luego en 1498 Maximiliano
I trasladó su corte a la capital austríaca, donde fueron llegando un ramillete
de compositores e intérpretes que hoy forman parte de la trayectoria de la
música europea y universal: M. Haydn, Schubert, que fueron Niños Cantores, pero
también Bruckner, Mozart, Salieri, el otro Haydn, Joseph por citar a algunos de
los más renombrados.
Ya es tradicional en esta
formación el concepto de viaje y representaciones constantes por parcelas del
grupo de Niños y así, desde 1926, han realizado cerca de mil giras en casi cien
países distintos, llegando a alcanzar la cifra de veintisiete mil conciertos.
Una especie de movimiento perpetuo es
parte sustancial de esta organización casi perfecta, que funciona y ha
funcionado siempre como un aparato de altísima precisión.
En la actualidad cuenta con
alrededor de cien cantantes, entre los 9 y 14 años, aunque algunos parecen
sensiblemente más pequeños por su apariencia y complexión, divididos en cuatro
coros.
Ellos comparten espacio y
tiempo con la Filarmónica de Viena y el Coro de la Ópera Estatal de la misma
ciudad, cantan todos los domingos en misa en la Capilla Imperial, como suelen desde
1498 y tienen una sala de conciertos propia, la Muth. Su seducción puede
compararse, en otro campo, a la que producen las actuaciones de la Escuela
Española de Equitación o la Cripta de los Capuchinos, o el Prater, verdaderos
“must” de un recorrido epidérmico por la capital de Sissi y Francisco José.
Tienen un buen número de cds
y dvds, desde hace décadas y francamente, siempre es un hallazgo poder
escucharlos, aunque en Viena no es fácil conseguir un lugar los domingos desde
donde, como simples turistas, podamos oír y ver algo.
Para la primera parte de la
velada escogieron un repertorio que supone un gran despliegue de autores y
composiciones clásicas, muchas en latín medieval, sobre todo para niños
pequeños, a quien les resulta obviamente más lúdico cantar las tradicionales
partituras de la música vienesa que también descubre puntualmente la
Musikverein en su Concierto de Año Nuevo anual. Pero hay un intento de
demostrar que pertenecer a esta formación no es un mero pasatiempo de infantes,
sino un compromiso que llega a la ejecución y comprensión de todo tipo de repertorios
(clásico y locales, venidos de todas las tierras del fenecido Imperio
Austrohúngaro).
Jimmy Chiang, es el maestro
que los trajo a Madrid, porque tienen varios. Nació en Hong Kong, pero está
compenetrado como un guante con las tradiciones musicales de la música
occidental y es un gran pianista, que, a la vez que dirige a los Cantores,
disfruta y se explaya por el teclado con un gusto y una musicalidad que
transmite a los pequeños, para conformar un todo fantástico y sorprendente.
Trabaja con los Niños Cantores desde 2013 y los lleva con versatilidad, gesto
amable y divertido, pero con absoluto rigor y disciplina.
Para el concierto en el
Auditorio los Niños hicieron su entrada por el patio de butacas en vez de por
el escenario, sorprendiendo al público, que pudo deleitarse, con una sugerente
bruma de colonia infantil de recién bañados a su paso. Vestidos con su uniforme
de marineros, representando a un país que tan lejos está del mar, del que
siempre ha tenido la nostalgia o la potestad a distancia (sus antiguos
territorios en la actual Italia por ejemplo, le daba la opción de salir a
navegar por el mundo), su trayectoria nos retrotrae inevitablemente a los
viejos aromas del Imperio Austrohúngaro y a las músicas y folklore de sus
innumerables regiones multiculturales, antes de que el resultado de la primera
Guerra Mundial, lo barriera para siempre.
Con ellos se vuelve a Schönbrunn
y los palacios, y los fiacres, rodando con repetido tintineo por las calles
donde se entrecruzan los cafés y la Sacher Torte, los edificios que vieron
reinar a María Teresa y desperezarse a sus atrabiliarias hijas, María Antonieta
y la reina Carolina, que destrozó la República Partenopea. Es también la
textura de Freud y su interpretación de los sueños, y la herencia napoleónica
con el Aguilucho y su malhadada suerte con su madre, la reina-rehén del corso,
que lo dejó abandonado a su suerte para
instalarse en Parma, en el ocaso de Waterloo.
Nostalgia, antiguas
nostalgias y una ternura única transmiten estos niños que siempre ponen cara de
atención, por momentos se pierden y olvidan las letras de alguna rara
partitura, recuperan el hilo, bostezan y hacen una mueca inevitable. Están
viviendo todavía la época dorada en que la vida no les ha robado el fiato
instintivo, ni la comunicación con el agua que recuerda el útero materno, y así
respiran como peces, con unas branquias privilegiadas donde no existe el
esfuerzo que años después tienen que llevar a cabo los cantantes para colocar
la voz.
Existe una excelente
relación de trabajo con el director Chiang, pero con una absoluta dedicación a
sus indicaciones. Siempre conmueven por su edad, por sus mohines, por su
esfuerzo, por esas horas en que en Viena seguro estarían durmiendo y aquí
actúan, desgranando a hurtadillas un remedo de cansancio. Mirándolos cantar se
comprueba que se trata de un arte efímero y sutil, como la propia e inevitable
madurez posterior de sus voces. Es un privilegio caduco, excepcional y
fascinante compartir por un tiempo su espacio sonoro y vital.
Regalaron bises (no faltó
la inefable Marcha a Radetzky con sus guiños al público) y muchos aplausos. Colegios
de niños locales entre el público, que se portaron mejor que los mayores. Como
es habitual en el Auditorio, falta educación para los conciertos o educación en
general: se llega tarde, se entra, se sale en medio de la ejecución, se caen
los programas con estrépito amplificado, se tose sin parar, se hacen todo tipo
de ruidos. No basta solo con tener tiempo y dinero para acudir a las veladas de
música o vivir en la cercanía chic del centro capitalino o tampoco gastarse una
pequeña fortuna en abonos. Hay que aprender de una vez por todas a saber estar…
Los Niños Cantores
fueron (menos mal) los auténticos y
últimos protagonistas de la noche y son mágicos.
Alicia Perris
Fotos: Julio Serrano Ruano
No hay comentarios:
Publicar un comentario