Dramma lirico en prólogo y tres actos. Música de Giuseppe Verdi
(1813-1901). Libreto de Temistocle Solera, basado en la obra de teatro Die
Jungfrau von Orleans (1801) de Friedrich von Schiller. Miércoles 17 de julio,
2019.
Versión concierto
Versión concierto
Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán, el 15 de febrero de
1845
Estreno en el Teatro Real
Ópera en versión de concierto
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Equipo Artístico
Director musical, James Conlon
Director del Coro, Andrés Máspero
Preparadora y apuntadora, Nino Sanikidze
Reparto
Carlos VII, Michael Fabiano
Giacomo, Plácido Domingo
Giovanna, Carmen Giannattasio
Delil, Moisés Marín
Taldot, Fernando Radó
Una de las figuras más icónicas de la Edad Media europea, es sin
duda la de Juana de Arco (en francés: Jeanne d'Arc), también conocida como
Santa Juana de Arco o la Doncella de Orléans (en francés: La Pucelle d'Orléans;
Domrémy, 1412-Ruan, 30 de mayo de 1431).
Una joven campesina francesa que guió al Ejército francés en la
guerra de los Cien Años contra Inglaterra, logrando que Carlos VII de Valois
fuese coronado rey de Francia. Posteriormente fue capturada por los borgoñones
y entregada a los ingleses. Los clérigos la condenaron por herejía y el duque
Juan de Bedford la quemó viva en Ruan, el 30 de mayo de 1431, aunque más tarde
fue rehabilitada y canonizada como santa Juana de Arco. Su festividad se
conmemora el día del aniversario de su muerte, el 30 de mayo, como es tradición
en la Iglesia católica.
Había nacido en Domrémy, un pequeño poblado situado en el
departamento de los Vosgos en la región de la Lorena, Francia, ya con 17 años
encabezó el Ejército real francés. Convenció al rey Carlos VII para que
expulsara a los ingleses de Francia, y este le dio autoridad sobre su ejército
en el sitio de Orléans, la batalla de Patay y otros enfrentamientos en 1429 y
1430. Estas campañas revitalizaron la facción de Carlos VII durante la guerra
de los Cien Años y permitieron la coronación del monarca.
La fama de Juana de Arco se extendió inmediatamente después de su
muerte: fue venerada por la Liga Católica en el siglo XVI y adoptada como
símbolo cultural por los círculos patrióticos franceses desde el siglo XIX. Fue
igualmente una inspiración para las fuerzas aliadas durante la Primera y la
Segunda Guerra Mundial.
Desde hace años es el símbolo de la derecha más ultramontana de
Francia, quien, con los políticos de la familia Le Pen sobre todo, la
consideran ejemplo de patriotismo, defensora a ultranza del territorio francés
contra la supuesta amenaza de Europa y la inmigración y de la identidad gala
más tradicional y conservadora.
En cuanto al rey al que Juana ayudó a coronarse y a vencer a los
ingleses, poco bien puede hablarse de esta figura evanescente y errática en la
política de su tiempo. Carlos VII vivió inseguro. Sus primeros años de vida
dejaron una profunda huella negativa en él; la extraña mortandad entre sus
hermanos mayores, la locura de su padre, el rechazo de su madre; el asesinato,
ante sus propios ojos, de su tío Juan sin Miedo; y la pérdida de sus títulos
tras la firma del Tratado de Troyes, provocaban en él ataques de terror cuando
recordaba su infancia y juventud.
El joven Carlos se desconcertaba ante la vista de extraños, se
tienen evidencias que señalan que si veía a un hombre desconocido mientras comía,
podía pasar todo el rato observándolo sin probar bocado. Ninguna referencia
cercana pues al brioso y decidido monarca
que imagina Verdi, con una música fogosa, fácil pero deliciosa al oído, muy
bien defendida por el tenor norteamericano a cargo de ese papel, Michael
Fabiano.
También este año, el Teatro Real despide su temporada lírica con
una ópera en versión de concierto, protagonizada por Plácido Domingo, con tres
funciones de Giovanna d’Arco, de Giuseppe Verdi, los días 14, 17 y 20 de julio,
que se alternarán con Il trovatore, en escena hasta el 25 de julio.
Plácido Domingo interpreta el papel del viejo pastor Giacomo, al
lado de la soprano Carmen Giannattasio, en el rol titular, y del tenor Michael
Fabiano, como el rey Carlos VII de Francia. Actuarán junto con Coro y Orquesta
Titulares del Teatro Real –Coro Intermezzo y Orquesta Sinfónica de Madrid- bajo
la dirección de James Conlon.
Siguiendo sus pasos desde que estrenaba en el Covent Garden de
Londres La Fanciulla del West, hace décadas, o cantaba como tenor el Don Carlo
de Verdi en el Teatro de La Zarzuela, la estela de Domingo es enorme y se
amplifica a medida que se sigue produciendo en escena.
Todos éramos muy jóvenes
entonces, él menos, pero comenzaban ya los relumbrones de una carrera, donde,
surfeando de la tesitura de tenor a barítono, sigue conquistando los públicos y
casi toda la crítica española e internacional.
Giovanna d’Arco es la séptima ópera del catálogo verdiano y
pertenece al corpus de su primera etapa como compositor, en la que afloran ya
la arrebatadora fuerza dramática de su música y sus hermosas melodías, pese a
las limitaciones del libreto de Temistocle Solera, con el que Verdi había
trabajado previamente en Nabucco, I lombardi y Attila.
Partiendo de una adaptación
libre (o mejor, libérrima, desarticulada y completamente alejada de la mínima
ambición histórica) del drama de Friedrich Schiller, autor que ha inspirado
también I masnadieri, Luisa Miller y Don Carlo.
La trama de la ópera se vertebra en torno a la indómita
personalidad de Giovanna d’Arco, irreconocible en esta literatura más cerca de
los típicos conflictos verdianos y operísticos en general, que de una de las
figuras más controvertidas de la historia de la Francia medieval que se debate
aquí, entre el servicio a su patria y
sus sentimientos y emociones personales.
Como escribe Ramón Pla i Arxé, el libreto de Giovanna d´Arco, “es
un “excitante recorrido a través de algunos dioramas románticos: cuadros
rurales, pintorescos, batallas cruentas, cárceles, pastores, reyes, prodigios y
milagros”.
Efectivamente y coincidiendo con las palabras del director
artístico Joan Matabosch para el programa de mano de las funciones, “en las
inspiradas, a veces irresistibles arias, dúos, y concertantes de la partitura
que inspiró el texto de Solera, agradecemos que Verdi fuera uno de los grandes
artistas que hiciera suyo el mito” (como G. Bernard Shaw, Arthur Honegger, Paul
Claudel, Roberto Rossellini, Otto Preminger, Robert Bresson, Jacques Rivette o
Luc Besson, cineastas, músicos y escritores. “Todos se han apropiado del mito
de la pobre Juana de Arco”).
Para cerrar su consideración sobre el atrevido Solera, Matabosch
termina: “Aunque también tengamos que lamentar que no recurriera a un
libretista con menos ambición y más talento”.
De hecho, Temistocle Solera (Ferrara, 25 de diciembre de 1815 -
Milán, 21 de abril de 1878), escribió los libretos de algunas de las primeras
óperas de Giuseppe Verdi. También compuso algunas óperas y fue empresario
teatral, concretamente en el teatro Real de Madrid a partir de 1851. Oberto, conte di San Bonifacio, y reiteramos Nabucco, I Lombardi alla prima crociata, Giovanna
d'Arco y Attila. Analizada la propuesta de Solera, se puede concluir que es lo menos
logrado de esta ópera, por hacer un balance diplomático y contenido.
En cuanto al reparto, como siempre es una apuesta segura el
magnífico coro dirigido por el maestro Andrés
Máspero, que canta, con más de 50 voces, como una sola alma multiplicada
siempre en corazón y esfuerzo. Un clásico exitoso y de gran nivel para
funciones que llegan a buen término.
EL tenor Michael Fabiano,
como el rey Carlos VII, recrea un monarca que, afortunadamente, nada tiene que
ver con su original histórico: es apasionado, inteligente, sensible, ama a Juana
y es un apoyo seguro para la Doncella. Fabiano, nacido en Nueva Jersey de
ascendencia italiana tiene un instrumento fluido, franco, tumultuoso, con un
caudal que, por momentos, parece inagotable. Debió ser todavía más recompensado
por los asistentes durante el desarrollo de la ópera, en sus diferentes
intervenciones.
Carmen Giannattasio,
soprano italiana
graduada en el Conservatorio Cimarosa de Avellino presentó un magnífico
vestuario, con joyas rutilantes, lejanos por cierto del que llevaría Giovanna e
incluso los más ricos de aquella Edad Media que imaginamos huyendo de la peste,
las Cruzadas y sembrada de mugre y supersticiones.
La voz, en cambio y su actuación, pudieron mejorarse: falta de
entrega, insegura e irregular en su emisión, y una dicción difícil de entender
por momentos, a pesar de ser italiana, seguramente menguada por la dificultad
para hacerse con una parte vocal que tiene sus exigencias, porque siempre
escribe así el maestro de Bussetto para los cantantes. No convenció, aunque
mejor en los tercetos o con el coro.
Moisés Marín, es un tenor
granadino, alumno del bajo-barítono Carlos Chausson, con una intervención más
corta, que defendió con seguridad y soltura. Muy bien.
Fernando Radó, barítono-bajo
argentino, invitado por Daniel Barenboim para perfeccionarse en Operastudio, tiene
muchos premios y ha paseado roles y teatros en su carrera. Posee un fraseo
atento, una buena expresividad, capacidades musicales evidentes, dicción clara
y cumplió sin problemas, en excelente equipo con sus otros compañeros en el
palcoscenico.
Y finalmente, Plácido
Domingo, ese portento, cuya vitalidad y solvencia han tratado de dilucidar
siempre y en especial estos últimos días, de nuevo, los colegas de la prensa
especializada.
Como Leo Nucci, barítono en origen, Domingo sabe y puede cantar en
las circunstancias que su albedrío y la ocasión le ofrezcan. Se lo vio y
escuchó dispuesto, pendiente, colaborador con la magia coral e instrumental del
conjunto (no por nada, además, ejerce a veces de director musical en muchas
producciones, sabe el oficio, que no tiene secretos para él).
Como dice el refrán castizo: “quien tuvo, retuvo” y Domingo fue uno
de los portentosos 3 tenores que encandilaron al mundo con sus voces y sus
aportaciones felices y festivas. Fallecido Pavarotti, retirado Josep Carreras,
Domingo como en el folklore mexicano, “sigue siendo el rey”. Y como tal, sabe
sus posibilidades, juega sus cartas y tiene sus trucos.
Su actuación y su voz tienen algo de magnético, de facilitación de
una cierta hipnosis colectiva y también de admiración y respeto: se valora lo
que ha sabido hacer con el irreparable paso del tiempo y con las necesidades,
más longevas y elásticas, de hacer posible el disfrute y la producción de buena
música.
A caballo entre el mito y el artista que nunca baja la guardia y
entra en escena para relacionarse con el público con ojo de rapaz, omnisciente
espectador de todo, volverá “si la salud vocal se lo permite” la temporada que
viene, para cerrarla en el papel de Germont de Traviata.
Last but not least, el maestro James
Conlon, asiduo en el Teatro Real, posibilitó con su batuta una concertación
inteligente y constante de instrumentos y voces, sin convertir esta partitura
joven de Verdi en una experiencia que podría derivar en lo fácil y ramplón de
una sucesión de intervenciones corales y de arias, dúos, tercetos, enlazados
sin gracia.
No resbaló en la tentación de una música simplista, comodona y de
lectura rápida, para dar cuerpo a este verdadero paquebote armónico y sentido,
en el que todos los participantes confluyeron para lograr una velada de éxitos
y aplausos. Giovanna d´Arco, tout à fait! Volvemos, todos, en septiembre…
Alicia Perris
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