Juan Diego Flórez, Tenor, Vincenzo Scalera, Piano. Selección de canciones y arias de Gioachino Rossini, Gaetano Donizetti, Giuseppe Verdi, entre otros. Teatro Real, Madrid, domingo 12 de septiembre
“Dilegua, o notte, tramontate, stelle(bis), all´alba vincerò, vincerò,
vincerò” . Giacomo Puccini, Turandot.
Foto: Juan Diego Flórez, Homepage
Programa
Primera parte
Franz Schubert
"An Sylvia"
"An die Musik"
"Serenade"
Vincenzo Bellini
"Malinconia"
"Per pietà, bell'idol mio"
"La ricordanza"
Gioachino Rossini
Dans sibérienne, piece for piano n.12, de Péchés de vieillesse (piano solo)
“Deh! Tu m’assisti amore”, de Il signor Bruschino
“La speranza più soave” de Semiramide
Segunda
parte
Paolo Tosti
"Sogno"
"Seconda mattinata"
"Aprile"
Gaetano Donizetti
"Inosservato penetrava... Angelo casto e bel", de Il Duca d'Alba
Vincenzo Bellini
Largo e tema in fa minora (piano solo)
Giuseppe Verdi
"Je veux encore
entendre ta voix", de Jerusalem
Giacomo Puccini
“Torna ai felici dì”, de Le Villi
Lucido y sorprendente repertorio el que escogió el tenor peruano para esta nueva presentación en la capital española. La última, anterior, probablemente en el Auditorio Nacional, donde aprovechó para colocar, debajo de los bancos del coro, a alumnos de la Escuela de Canto de Madrid con su director y alguna periodista no incluida en la lista oficial de acreditados al concierto que se hubieran quedado fuera de no ser por esta generosa ocurrencia. Pensar en los que no acceden a sus espectáculos, muchas veces por cuestiones crematísticas, también aquí, forma parte del universo Flórez, que podría aprovechar su fama, para olvidarse de los menos favorecidos, todos. No es el caso.
A pesar de actuar bajo el patrocinio de una marca de lujo, su
referente planetario es la fundación en su país natal, en 2011, Sinfonía por el Perú, un proyecto de
prevención e inclusión social para niños y jóvenes en situación de riesgo y
vulnerabilidad.
Juan Diego Flórez ha sido profusamente condecorado, pero en el
escenario en esta velada aparece con un sencillo traje gris sport de calle,
zapatos muy usados corrientes, nada de charol esta vez, chaleco breve, camisa
blanca sin corbata, como su acompañante, Vincenzo
Scalera, vestido de la misma manera.
Gran lleno en el coliseo capitalino. Dos filas suplementarias
permiten ampliar el patio de butacas, donde muchos invitados de los sponsors,
prefieren lucirse que atender al concierto, compartir una copa en el largo
entreacto ad hoc y eso sí, olvidarse de ajustarse la mascarilla como es debido.
Afortunadamente, Flórez sigue a su aire, con lo suyo, que es la música.
Por su parte, nacido en Nueva Jersey, Vincenzo Scalera, de origen ítalo-americano, se graduó en la
Manhattan School of Music y trabajó como director asistente de la New Jersey
State Opera. Siguió estudiando en Italia y en 1980 se unió al Teatro Scala de
Milán como coach y pianista, además de ser director asistente de Claudio
Abbado, Riccardo Chailly, Giannandrea Gavazzeni y Carlos Kleiber, entre otros. Acompañó
a cantantes como Carlo Bergonzi, Montserrat Caballé, Piotr Beczala o Sandra
Radvanovsky, José Carreras, y Leyla Gencer, entre muchos otros.
Grabó varios discos junto a celebridades de la lírica: Sumi Jo-La
Promessa, Renata Scotto en Complete Songs of Verdi, Carlo Bergonzi in Concerto y en Art of Bel
Canto-Canzone y The Comeback Concerts of José Carreras. También grabó junto a
Carlo Bergonzi el video-concierto titulado Bergonzi Celebrates Gigli, que
abarca el repertorio que interpretaron juntos en un aclamado recital en 1985 en
el Carnegie Hall. Es también un reconocido clavecinista, y artista de la firma
Steinway e integra el staff de la Accademia d’Arti e Mestieri del Teatro alla
Scala.
En esta ocasión, como solista, interpreta en la primera parte de
Rossini Péchés de vieillesse (Danse Sibérienne, no. 12), con un acentuado sabor
eslavo y en la segunda el Largo en Fa menor de Bellini. La compenetración de
Scalera con su instrumento es nítida. Sus picados, los arpegios, la posición,
la relajación que infunde al sonido, cristalino y el exquisito y respetuoso uso
del pedal y la mano izquierda, potente, hacen del artista repertorista un
ejemplo de saber tocar.
La representación aparece en principio imbuida de una veladura
melancólica, con tres Schubert que el público aplaude indebidamente en cada
entrega, interrumpiendo la concentración y el clima recogido y atento de la
escucha. El tenor alza una ceja mirando a su acompañante y continúa. Hay un
perfume de conservatorio antiguo y canónico en la evocación onírica de la
Serenade del gran compositor para piano vienés.
Bellini le permite seguir acunando como en varias berceuses reiteradas, una cadencia interminable de suavidad y ligereza, pero a cada fragmento, aparte de sus agudos, escalofriantes y muy glosados por la prensa del foro, le dedica toda su sensibilidad y su capacidad expresiva, únicas. La verdad es que el tenor belcantista desvela una notable sabiduría y experiencia, al comenzar in crescendo con unas obras que le permiten ir calentando la voz, poco a poco, para terminar en las propinas, con un festival de melodías no por muy conocidas, menos esperadas. Mucho modo mayor, luminoso, solar, a pesar de la introspección o modos menores con resolución en mayor. Difícilmente mejorables su Signor Bruschino (“Deh! Tu m´assisti amore”y “La Speranza più soave” de la Semiramide.
Luego de la pausa, tres canciones de Paolo Tosti, deliciosas,
cantadas por Bergonzi y José Carreras entre otros en su día, Il Duca d´Alba
(“inosservato penetrava…Angelo casto e bel” de Donizetti, entroncando con su
filiación más natural, la del bel canto y habiendo dado pruebas hasta el
momento, de su facilidad para interpretar en alemán, italiano al que seguirá su
Verdi en francés (“Je veux enconcre
entendre ta voix”, de Jerusalem), seria y solemne, recogida.
Foto, Julio Serrano
No fueron bises sino encore y encore los extras que el tenor dedicó al público, siete, ocho, en un recital de casi dos horas, programado en principio “para hora y 35 minutos, incluyendo una pausa” con su guitarra y de nuevo con Vincenzo Scalera.
Foto: Julio Serrano
El tenor sudamericano siempre termina sus prestaciones acompañado
de su guitarra, ya más relajado y en otro nivel. Y así se fueron cosiendo Core
‘ngrato (en dialecto napolitano, muy conseguido) de Salvatore Cardillo, con
texto de Riccardo Cordiferro, también conocido por las primeras palabras,
“Catarì, Catarì”, y un “medley”, (según explicó el cantante) con las
consagradas “María sueños”, “Fina estampa” y “La flor de la canela” de Chabuca
Grande y el “Currucucú” de Tomás Méndez, fiato mágico (“que si no lo canto, me matan”). Después
un inspirado “Pour quoi me réveiller” del Werther, “La donna è mobile” de Rigoletto, con el doble
comienzo tradicional, el “Nessum dorma” del Turandot pucciniano y “Una furtiva
lacrima”, del Elixir. Tutto Pavarotti.
Los presentes aplaudieron mucho, es lógico, porque un concierto de
Juan Diego Flórez es un regalo que se recibe ya fantaseando cuándo volverá a
repetirse. Un privilegio.
Y aparte de su inconmensurable talento, su emocionalidad y empatía
cuando dice, “Sinfonía por el Perú me
recuerda cada día cómo la música no solo cambió mi vida, sino la de miles de
niños, ofreciéndoles un nuevo futuro lleno de esperanza”. Claro, y es muy
probable que escuchándolo, desde algún rincón
de otra galaxia Luciano se congratule por esta música, por este canto,
por esta belleza y sonría, como solía hacerlo, siempre escoltado y engalanado con
uno de sus maravillosos pañuelos de seda.
Alicia Perris
"Encores" de música hispanoamericana (peruana y mexicana) fuera de programa del concierto de Juan Diego Flórez en Madrid, 12 de septiembre de 2021
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