Solo hay que echar un
vistazo al Kremlin, a la Plaza Roja y al metro para entender las dimensiones de
la capital rusa. Una ciudad tan cosmopolita como tradicional, en la que
convergen todo tipo de contrastes y que cada vez se abre más al turismo.
Texto | Fotos: Ana María
Todo en Moscú es a lo
grande, su superficie, sus monumentos, su sistema de transporte... Como relató
Gabriel García Márquez: «Moscú –la aldea más grande del mundo– no está hecha a
medida humana. Es agotadora, apabullante, sin árboles. Los edificios son las
mismas casitas de los pueblos de Ucrania aumentadas a tamaños heroicos».
Mucho ha cambiado desde que
el escritor colombiano pisara la capital de la entonces Unión Soviética en
1957. Esta urbe se ha modernizado, se ha abierto al turista y se ha consagrado
como todo un destino cultural, pero lo que aún permanece, es esa sensación de
inmensidad que la rodea.
Es una ciudad complicada
que hay que tomarse con cuidado, pero que ofrece al viajero la posibilidad de
asombrarse varias veces en una misma visita. Alegre, colorida y bonita. También
radio concéntrica, en la que el casco antiguo tiene 1.000 km2 y por el que
circulan unos 5 millones de coches particulares. Con solo esos dos números
queda claro que el metro es el medio de transporte más idóneo, y aunque todas
sus indicaciones están escritas en cirílico, la belleza de sus más de 200
estaciones merece la visita.
El metro transporta más de
9 millones de personas al día, el tiempo entre trenes nunca es mayor a dos
minutos y tres de sus estaciones son Patrimonio de la Humanidad. Con el ánimo
de conocer y no de transportarse, hay que escoger la línea marrón, porque es
circular y tiene menos pierde, y parar en la famosa Kievskaya, una de las más
lindas de esta línea, con grandes mosaicos enclavados en mármol blanco, que
conmemoran la unidad ruso-ucraniana.
El esplendor del imperio
Tanto como las estaciones
del metro, el Kremlin encierra en su fortaleza incontables acontecimientos
históricos y todo el esplendor del imperio ruso. Una sinfonía de colores y
formas arquitectónicas que conviven en armonía. Palacios, templos y tesoros se
esconden tras los ladrillos rojizos de la muralla, en la que sobresalen
monumentales y dispares torres, la más alta de 82 metros. Un día entero puede
ser poco para ver todo lo que su interior tiene para ofrecer: tres catedrales,
la de la Asunción coronada por brillantes cúpulas doradas, un museo militar y
otro de diamantes, además de la gran torre del Campanario de Iván el Grande, en
la que se alberga una campana de 64 toneladas. Sin contar los edificios del
poder político ruso, la residencia del presidente y el moderno edificio del
Senado.
Extramuros de la fortaleza
se alza la incomparable Catedral de San Basilio, célebre por sus cúpulas de
brillantes colores y en forma de cebollas, y sin duda uno de los símbolos más
representativos del país europeo. Este templo ortodoxo, convertido hoy en
museo, es el que se roba las primeras miradas dentro de la inmensa explanada de
la Plaza Roja.
En el siglo XIV esta enorme
superficie adoquinada (400 metros de ancho por 150 de largo) servía como plaza
central de mercado, y poco a poco se convirtió en el lugar preferido de los
zares para proclamar sus victorias y anunciar al pueblo nuevos decretos, o para
celebrar ceremonias y desfiles militares durante el periodo soviético. Hoy es
un gran espacio tomado permanentemente por turistas de todo el mundo, que al
anochecer despliega un entramado de luces que la hacen ver aún más inmensa y
que alberga en uno de sus costados el Mausoleo de Lenin, en el que se expone
públicamente su cuerpo embalsamado.
Excesos y lujos
A todo el frente del
Kremlin, flanqueando uno de los laterales de la Plaza Roja, se alza imponente
el edificio de los almacenes GUM, tres enormes pisos de tiendas cubiertas por
un impresionante techo de cristal, que vale la pena fotografiar. Louis Vuitton,
Dior, Burberry, Gucci, Hermes... Este gran centro comercial es todo un derroche
de lujo. Pero no se preocupe si su bolsillo no le da ni para mirar la vitrina
de estas tiendas, también hay otras más asequibles como Levi’s o Lacoste,
además se puede comer a un buen precio en el Stolovaya 57, al final del segundo
piso.
Cuando hablamos de
shopping, uno de los placeres de los rusos más acomodados, hay que pensar en el
gran Okhotny Ryad, la galería comercial más lujosa de la ciudad y donde se
venden algunos de los productos más caros del mundo. Está escondida, en tres
niveles subterráneos, bajo una enorme cúpula de cristal y bronce, en la vasta
explanada de la plaza Manezhnaya.
Y si el premio a lo lujoso
se lo llevan estos centros comerciales, el del exceso se lo lleva Stalin. Tras
la Segunda Guerra Mundial, ordenó la construcción de siete rascacielos
hermanos, que servirían para la glorificación del Estado Soviético. Aún se
imponen en la panorámica de la ciudad, y albergan tres ministerios, dos
complejos de viviendas y dos hoteles. Uno de ellos es el Hotel Ukrania, hoy
conocido como Radisson-Royal, el mejor hotel de negocios del mundo. En uno de
sus pisos más altos y con una de las panorámicas más espectaculares de la
ciudad, se impone el Mercedes Bar, con cócteles que recuerdan la marca y con
una cocina enfocada en los platos japoneses. Este es uno de esos lugares desde
los que se puede apreciar toda la inmensidad de esta histórica urbe.
http://viajes.elmundo.es/2016/09/05/europa/1473068052.html
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