miércoles, 1 de marzo de 2017

MOSCÚ, UNA URBE DE PROPORCIONES ÉPICAS

Solo hay que echar un vistazo al Kremlin, a la Plaza Roja y al metro para entender las dimensiones de la capital rusa. Una ciudad tan cosmopolita como tradicional, en la que convergen todo tipo de contrastes y que cada vez se abre más al turismo.


Texto | Fotos: Ana María

Todo en Moscú es a lo grande, su superficie, sus monumentos, su sistema de transporte... Como relató Gabriel García Márquez: «Moscú –la aldea más grande del mundo– no está hecha a medida humana. Es agotadora, apabullante, sin árboles. Los edificios son las mismas casitas de los pueblos de Ucrania aumentadas a tamaños heroicos».

Mucho ha cambiado desde que el escritor colombiano pisara la capital de la entonces Unión Soviética en 1957. Esta urbe se ha modernizado, se ha abierto al turista y se ha consagrado como todo un destino cultural, pero lo que aún permanece, es esa sensación de inmensidad que la rodea.

Es una ciudad complicada que hay que tomarse con cuidado, pero que ofrece al viajero la posibilidad de asombrarse varias veces en una misma visita. Alegre, colorida y bonita. También radio concéntrica, en la que el casco antiguo tiene 1.000 km2 y por el que circulan unos 5 millones de coches particulares. Con solo esos dos números queda claro que el metro es el medio de transporte más idóneo, y aunque todas sus indicaciones están escritas en cirílico, la belleza de sus más de 200 estaciones merece la visita.

El metro transporta más de 9 millones de personas al día, el tiempo entre trenes nunca es mayor a dos minutos y tres de sus estaciones son Patrimonio de la Humanidad. Con el ánimo de conocer y no de transportarse, hay que escoger la línea marrón, porque es circular y tiene menos pierde, y parar en la famosa Kievskaya, una de las más lindas de esta línea, con grandes mosaicos enclavados en mármol blanco, que conmemoran la unidad ruso-ucraniana.
El esplendor del imperio
Tanto como las estaciones del metro, el Kremlin encierra en su fortaleza incontables acontecimientos históricos y todo el esplendor del imperio ruso. Una sinfonía de colores y formas arquitectónicas que conviven en armonía. Palacios, templos y tesoros se esconden tras los ladrillos rojizos de la muralla, en la que sobresalen monumentales y dispares torres, la más alta de 82 metros. Un día entero puede ser poco para ver todo lo que su interior tiene para ofrecer: tres catedrales, la de la Asunción coronada por brillantes cúpulas doradas, un museo militar y otro de diamantes, además de la gran torre del Campanario de Iván el Grande, en la que se alberga una campana de 64 toneladas. Sin contar los edificios del poder político ruso, la residencia del presidente y el moderno edificio del Senado.
Extramuros de la fortaleza se alza la incomparable Catedral de San Basilio, célebre por sus cúpulas de brillantes colores y en forma de cebollas, y sin duda uno de los símbolos más representativos del país europeo. Este templo ortodoxo, convertido hoy en museo, es el que se roba las primeras miradas dentro de la inmensa explanada de la Plaza Roja.

En el siglo XIV esta enorme superficie adoquinada (400 metros de ancho por 150 de largo) servía como plaza central de mercado, y poco a poco se convirtió en el lugar preferido de los zares para proclamar sus victorias y anunciar al pueblo nuevos decretos, o para celebrar ceremonias y desfiles militares durante el periodo soviético. Hoy es un gran espacio tomado permanentemente por turistas de todo el mundo, que al anochecer despliega un entramado de luces que la hacen ver aún más inmensa y que alberga en uno de sus costados el Mausoleo de Lenin, en el que se expone públicamente su cuerpo embalsamado.
Excesos y lujos
A todo el frente del Kremlin, flanqueando uno de los laterales de la Plaza Roja, se alza imponente el edificio de los almacenes GUM, tres enormes pisos de tiendas cubiertas por un impresionante techo de cristal, que vale la pena fotografiar. Louis Vuitton, Dior, Burberry, Gucci, Hermes... Este gran centro comercial es todo un derroche de lujo. Pero no se preocupe si su bolsillo no le da ni para mirar la vitrina de estas tiendas, también hay otras más asequibles como Levi’s o Lacoste, además se puede comer a un buen precio en el Stolovaya 57, al final del segundo piso.
Cuando hablamos de shopping, uno de los placeres de los rusos más acomodados, hay que pensar en el gran Okhotny Ryad, la galería comercial más lujosa de la ciudad y donde se venden algunos de los productos más caros del mundo. Está escondida, en tres niveles subterráneos, bajo una enorme cúpula de cristal y bronce, en la vasta explanada de la plaza Manezhnaya.


Y si el premio a lo lujoso se lo llevan estos centros comerciales, el del exceso se lo lleva Stalin. Tras la Segunda Guerra Mundial, ordenó la construcción de siete rascacielos hermanos, que servirían para la glorificación del Estado Soviético. Aún se imponen en la panorámica de la ciudad, y albergan tres ministerios, dos complejos de viviendas y dos hoteles. Uno de ellos es el Hotel Ukrania, hoy conocido como Radisson-Royal, el mejor hotel de negocios del mundo. En uno de sus pisos más altos y con una de las panorámicas más espectaculares de la ciudad, se impone el Mercedes Bar, con cócteles que recuerdan la marca y con una cocina enfocada en los platos japoneses. Este es uno de esos lugares desde los que se puede apreciar toda la inmensidad de esta histórica urbe.


http://viajes.elmundo.es/2016/09/05/europa/1473068052.html

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