sábado, 18 de marzo de 2017

GUSTAVO DUDAMEL CON LA NOVENA DE BEETHOVEN EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID

Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Orfeó Català y Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana.
Novena Sinfonía en re menor, Opus 125 (1824) de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Jueves 16 de marzo, 2017


FICHA ARTÍSTICA
Julianna di Giacomo, soprano
Tamara Mumford, mezzosoprano
Joshua Guerrero, tenor
Soloman Howard, bajo
Orfeó Català (Simon Halsey, director / Pablo Larraz, subdirector)
Cor de Cambra del Palau de la Música (Simon Halsey, director)
Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, Gustavo Dudamel, director

PROGRAMA
L. van Beethoven: Sinfonía núm. 9, op. 125, “Coral”
Allegro ma non troppo, un poco maestoso
Scherzo: molto vivace. Presto
Adagio molto e cantábile. Andante moderato
Presto. Allegro assai vivace alla marcia
Ode an die Freude

Ya nos los advirtieron en la información que emitió el Palau de la Música Catalana, porque el programa de mano del Auditorio Nacional de Madrid no adjuntó notas explicativas al programa:” La ejecución de la integral de las Sinfonías de Beethoven es algo inédito. Unas obras que han trascendido como un cuerpo único en la historia de la música; unas partituras que representaron un nuevo canon, una revolución tan grande que los compositores posteriores no se atrevían escribir para no ser comparados. Creaciones tan singulares que, presentadas en bloque, aspiran a ser traducidas por los mejores intérpretes”.
Siempre habitando los medios, el director de orquesta Gustavo Dudamel fue noticia por dirigir tan joven el Concierto de Año Nuevo de la Musikverein en Viena del 1 de enero de este año, casarse de incógnito recientemente con una actriz española y aparecer como protagonista y cameo en todos y uno respectivamente de los episodios de la serie norteamericana “Mozart in the jungle”, que también firmó con Monica Bellucci varias entregas y hasta con Plácido Domingo y otros famosas figuras.
Una tournée de todas las sinfonías de Beethoven lo hizo recalar ahora en la capital española, donde no quedaban entradas desde hacía tiempo para disfrutar del color y el calor de la Orquesta de Venezuela, fruto de aquellos desvelos que imaginaron una nueva forma de estudiar, tocar y compaginar el mundo musical con la vida.
Rodeado de una masa coral impresionante, cuatro cantantes y una orquesta sobrada en número (aunque nunca es demasiado, el sonido esplendoroso, claro), la novena comenzó como pidiendo permiso, en un crescendo que llegó a un final de éxtasis, conocido y esperado por el público de la sala.
Las pausas entre los tiempos, sobre todo la que muchos de los presentes interpretaron como un verdadero corte o intermedio en la secuencia del todo, dio ocasión a algunos para entrar tarde, salir de la sala y toser o hablar, e hicieron esperar al maestro que, visiblemente molesto, no volvió a tomar la batuta hasta que se hizo de nuevo el silencio.
Siempre ocurre lo mismo en el Auditorio Nacional de Madrid, extraño, si se tiene en cuenta que sus asistentes son veteranos, casi todos poseedores de dorados abonos consuetudinarios bastante caros y elitistas y- se les supone- melómanos respetuosos del hecho musical. No parece tener Gustavo Dudamel una química luminosa con este lugar, al menos no la que solía, en épocas fundacionales, cuando todos, también él, éramos más jóvenes y entusiastas. Sin embargo, rastreó a la perfección los temas, las sonoridades, los matices, los volúmenes de una partitura que, no por ser conocidísima, tiene algo de hechizo y mucho de magia. Es una enorme declaración de principios, especialmente en estos tiempos atrabiliarios.
Julianna di Giacomo, la soprano, hizo buen dúo con Tamara Mumford, una mezzo solvente, mientras que de las voces masculinas, atronó el bajo Soloman Howard, una maravilla, despertando a los presentes de ese suave vaivén que comenzaba a ascender al paroxismo de los últimos momentos- largos - de la Novena. La cascada vocal del Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau de la Música, impresionantes, un desbordamiento de sentimientos y emociones muy bien transmitidas y compartidas. Aunque la vestimenta femenina, como de alivio de luto, mejorable.



 La ubicación de los instrumentos varió porque los contrabajos, numerosos, se colocaron reforzando la espalda de las cuerdas y los timbales, muy reconocido, y otras percusiones importantes a la derecha del director. No leyó partitura el maestro en un podio sucinto y nada barroco, lo justo para permanecer sobreelevado y ser bien visto por la orquesta y los cantantes.
No se encontró, tampoco, el duende, como diría Federico esta vez en el concierto del Auditorio, aunque sí muchos bravos y aplausos para los músicos, mientras desfilaban a la salida, como a la entrada de la velada, rostros familiares de la intelectualidad y la política nacional, siempre puntuales en estas convocatorias.
Por mucho que se agradeció la prestación de todos, el maestro no concedió propinas y tampoco accedió a separarse de sus colegas para saludar, un momento, al público que lo aclamaba. Se volcó en cambio en agradecimientos y reconocimiento para todos y cada uno de los intérpretes que hicieron posible una propuesta como esta. El final fue una especie de anticlímax, que llevó a que todos finalmente se convencieran de que el disfrute y la efervescencia se habían desgraciadamente terminado.
Tal vez consuele en parte terminar con la cita, clarificadora para todos de posicionamientos y enfoques y motivo necesario de reflexión, que, debajo de una foto de Gustavo Dudamel abría el programa de mano: “Como solía decir C.R. James, Beethoven pertenece tanto  a los habitantes de las Indias occidentales como a los alemanes, porque su música forma parte de la herencia de la humanidad”. Edward Said (Extraído de Cultura e Imperialismo)”.

 Alicia Perris

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