Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Orfeó Català y Cor
de Cambra del Palau de la Música Catalana.
Novena Sinfonía en re
menor, Opus 125 (1824) de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Jueves 16 de marzo, 2017
FICHA ARTÍSTICA
Julianna di Giacomo, soprano
Tamara Mumford, mezzosoprano
Joshua Guerrero, tenor
Soloman Howard, bajo
Orfeó Català (Simon Halsey,
director / Pablo Larraz, subdirector)
Cor de Cambra del Palau de
la Música (Simon Halsey, director)
Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, Gustavo Dudamel, director
PROGRAMA
L. van Beethoven: Sinfonía
núm. 9, op. 125, “Coral”
Allegro ma non troppo, un
poco maestoso
Scherzo: molto vivace.
Presto
Adagio molto e cantábile. Andante
moderato
Presto. Allegro assai
vivace alla marcia
Ode an die Freude
Ya nos los advirtieron en
la información que emitió el Palau de la Música Catalana, porque el programa de
mano del Auditorio Nacional de Madrid no adjuntó notas explicativas al programa:”
La ejecución de la integral de las Sinfonías de Beethoven es algo inédito. Unas
obras que han trascendido como un cuerpo único en la historia de la música;
unas partituras que representaron un nuevo canon, una revolución tan grande que
los compositores posteriores no se atrevían escribir para no ser comparados.
Creaciones tan singulares que, presentadas en bloque, aspiran a ser traducidas
por los mejores intérpretes”.
Siempre habitando los
medios, el director de orquesta Gustavo Dudamel fue noticia por dirigir tan
joven el Concierto de Año Nuevo de la Musikverein en Viena del 1 de enero de
este año, casarse de incógnito recientemente con una actriz española y aparecer
como protagonista y cameo en todos y uno respectivamente de los episodios de la
serie norteamericana “Mozart in the jungle”, que también firmó con Monica
Bellucci varias entregas y hasta con Plácido Domingo y otros famosas figuras.
Una tournée de todas las
sinfonías de Beethoven lo hizo recalar ahora en la capital española, donde no
quedaban entradas desde hacía tiempo para disfrutar del color y el calor de la
Orquesta de Venezuela, fruto de aquellos desvelos que imaginaron una nueva
forma de estudiar, tocar y compaginar el mundo musical con la vida.
Rodeado de una masa coral
impresionante, cuatro cantantes y una orquesta sobrada en número (aunque nunca
es demasiado, el sonido esplendoroso, claro), la novena comenzó como pidiendo
permiso, en un crescendo que llegó a un final de éxtasis, conocido y esperado
por el público de la sala.
Las pausas entre los
tiempos, sobre todo la que muchos de los presentes interpretaron como un
verdadero corte o intermedio en la secuencia del todo, dio ocasión a algunos
para entrar tarde, salir de la sala y toser o hablar, e hicieron esperar al
maestro que, visiblemente molesto, no volvió a tomar la batuta hasta que se
hizo de nuevo el silencio.
Siempre ocurre lo mismo en
el Auditorio Nacional de Madrid, extraño, si se tiene en cuenta que sus
asistentes son veteranos, casi todos poseedores de dorados abonos consuetudinarios
bastante caros y elitistas y- se les supone- melómanos respetuosos del hecho
musical. No parece tener Gustavo Dudamel una química luminosa con este lugar,
al menos no la que solía, en épocas fundacionales, cuando todos, también él,
éramos más jóvenes y entusiastas. Sin embargo, rastreó a la perfección los
temas, las sonoridades, los matices, los volúmenes de una partitura que, no por
ser conocidísima, tiene algo de hechizo y mucho de magia. Es una enorme
declaración de principios, especialmente en estos tiempos atrabiliarios.
Julianna di Giacomo, la
soprano, hizo buen dúo con Tamara Mumford, una mezzo solvente, mientras que de
las voces masculinas, atronó el bajo Soloman Howard, una maravilla, despertando
a los presentes de ese suave vaivén que comenzaba a ascender al paroxismo de
los últimos momentos- largos - de la Novena. La cascada vocal del Orfeó Català
y el Cor de Cambra del Palau de la Música, impresionantes, un desbordamiento de
sentimientos y emociones muy bien transmitidas y compartidas. Aunque la
vestimenta femenina, como de alivio de luto, mejorable.
La ubicación de los instrumentos varió porque
los contrabajos, numerosos, se colocaron reforzando la espalda de las cuerdas y los timbales, muy reconocido, y otras percusiones importantes a la derecha del
director. No leyó partitura el maestro en un podio sucinto y nada barroco, lo
justo para permanecer sobreelevado y ser bien visto por la orquesta y los
cantantes.
No se encontró, tampoco, el
duende, como diría Federico esta vez en el concierto del Auditorio, aunque sí
muchos bravos y aplausos para los músicos, mientras desfilaban a la salida,
como a la entrada de la velada, rostros familiares de la intelectualidad y la
política nacional, siempre puntuales en estas convocatorias.
Por mucho que se agradeció
la prestación de todos, el maestro no concedió propinas y tampoco accedió a
separarse de sus colegas para saludar, un momento, al público que lo aclamaba.
Se volcó en cambio en agradecimientos y reconocimiento para todos y cada uno de
los intérpretes que hicieron posible una propuesta como esta. El final fue una
especie de anticlímax, que llevó a que todos finalmente se convencieran de que
el disfrute y la efervescencia se habían desgraciadamente terminado.
Tal vez consuele en parte
terminar con la cita, clarificadora para todos de posicionamientos y enfoques y
motivo necesario de reflexión, que, debajo de una foto de Gustavo Dudamel abría
el programa de mano: “Como solía decir C.R. James, Beethoven pertenece tanto a los habitantes de las Indias occidentales
como a los alemanes, porque su música forma parte de la herencia de la
humanidad”. Edward Said (Extraído de Cultura e Imperialismo)”.
Alicia
Perris
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