Así habló Mishima en la última entrevista, que
ahora publica Alianza Editorial, como un presagio de su suicidio por el ritual
del 'harakiri'.
Este miércoles se cumplen 45 años de la muerte del
escritor japonés, que creyó hasta el final en una nación fuerte e imperialista.
P. UNAMUNO
Si vivir una posguerra no es fácil para ningún
país, la que sufrió Japón tras
la derrota en la II Guerra Mundial presentó
un plus de impacto emocional. Dos bombas atómicas lanzadas sobre su territorio,
la humillación de ver por primera vez en su historia al invasor en sus calles
y, por último, el muy simbólico derrumbe del mito del emperador fueron heridas
abiertas que tardaron décadas en sanar.
Actitudes como la de Yukio Mishima, defensor acérrimo de la figura imperial como
auténtico dios vivo y de un militarismo de corte nacionalista y romántico,
contribuían a exacerbar el malestar de aquellos japoneses que habían sufrido en
carne propia el desastre de la guerra. Y el suicidio ritual del escritor, hace
hoy 45 años, volvió a sacudir a la sociedad japonesa por mucho que en 1970 la
posguerra pareciera ya asunto zanjado.
Alianza Editorial publica, coincidiendo con
este aniversario, un libro que recoge por primera vez en español la última de
las entrevistas concedidas por Mishima, apenas unos días antes de llevar a cabo
un harakiri largamente
meditado y hasta anunciado por los personajes de sus novelas desde hacía dos
décadas. Su interlocutor es el reconocido crítico literario Takashi Furubayashi, de formación
marxista y muy crítico con las posiciones del novelista, con quien discute -a
su manera muy japonesa y formal- y a quien deja continuas alusiones, más o
menos veladas, a su próxima salida de escena.
No menos de seis veces le dice Mishima que está
preparando algo sonado. Las formulaciones varían según el momento de la
conversación: "Espere y verá
lo que hago", "Me hallo al borde del momento de mi vida en que
todas las patas de la mesa han desaparecido", "Estoy agotado" son algunas de ellas. También:
"Si verdaderamente mi lógica no se sostuviera en una experiencia original,
si simplemente flotara en el aire, mi estética sería una gran mentira".
El artista en busca de absolutos, nostálgico de un
pasado glorioso, que ve en la adopción en su país de la democracia y del modelo
socioeconómico occidental una derrota degradante, introduce además el elemento
esteticista tan hondamente arraigado en su ideario y en su obra. "Uno puede morir incluso a los 18 años.
Sólo entonces se consigue la perfección. A mi parecer, vivir sin hacer
nada, envejecer lentamente, es una agonía, es desgarrarse el propio cuerpo.
Todo esto me ha llevado a pensar que, como artista que soy, debo tomar una
decisión", le dice al crítico.
A Furubayashi, que mira con confianza el futuro de
un Japón más libre y felizmente a salvo de tentaciones militaristas, le cuesta
entender que un escritor del siglo XX defienda postulados propios de los poetas
soldado del Siglo de Oro español y entone una alabanza de la fuerza de raíces claramente 'nietzscheanas'.
"Vivimos en una época en la cual es la fuerza la que es maltratada",
señala Mishima, para quien la implantación del Estado del Bienestar sólo revela
que Suecia es "un país afeminado que vive en el relativismo".
En lo que concierne a la figura del emperador,
Mishima rechaza "frontalmente el anuncio de su conversión en ser humano
-llamémoslo así- que realizó cuando acabó la guerra". Su obsesión es que la institución imperial
renazca según los ideales que él defiende, es decir, debidamente restituida a
su condición divina.
Belleza, erotismo, muerte
Autor de 257
obras -incluidas 18 obras de teatro y una película- en sus 45 años
de vida, Mishima confiesa en la entrevista que en su fuero interno
"belleza, erotismo y muerte se hallan en la misma línea". De forma
análoga, considera que "el
emperador es necesario como símbolo del absoluto" y que
"el encuentro con el absoluto es (...) la muerte. No hay más", lo que
viene a ilustrar el complejo tejido de asociaciones en que se mueve el mundo
interior del escritor.
En el plano literario, nuestro hombre afirma
sentirse como Petronio, el
autor del 'Satiricón', en el sentido de que "los escritores que conocen la
lengua japonesa han llegado a su fin" con la generación a la que él
pertenece. "A partir de
ahora, ya no tendremos autores que lleven dentro de su cuerpo la lengua de
nuestros clásicos. El futuro será del internacionalismo", indica
Mishima, anhelando siempre un pasado mejor.
Algunas de sus afirmaciones resultan difíciles de
digerir en días como los que vivimos. Perpetuo perseguidor de la pureza, el
escritor afirma odiar guerras como la de Vietnam, que se libra todavía en el
momento de la entrevista, porque en ellas"se mata indiscriminadamente, sin importar que se trata de mujeres o
niños". Hasta aquí bien, pero continúa: "Es sucio; y yo odio
la suciedad. Pero cuando hablamos de un acto bello, aunque sea terrorista, yo
lo apruebo. El ser humano tiene
que ser fuerte".
Furubayashi no puede dejar escapar la oportunidad
de preguntarle por su Sociedad del Escudo (Tatenokai en japonés), una asociación paramilitar privada,
formada por un centenar de estudiantes voluntarios y financiada por ocho
millones de yenes salidos del bolsillo del propio Mishima. Éste defiende que se
trata de un grupo de chavales ejemplares a los que ha salvado de la
degeneración de la juventud de su tiempo, y el crítico le pregunta, con la
formalidad acostumbrada, si esta milicia privada no acabará preparada "para ejercer un verdadero
militarismo".
Aquí es donde Mishima le pide al entrevistador que
le conceda "un poco de tiempo". "Comprenderá que nada de eso va
a ocurrir", le advierte. Lo que va a ocurrir es que, pocos días después de
la entrevista, el 25 de noviembre
de 1970, Yukio Mishima y otros cuatro miembros de la Tatenokai entran en
el campamento Ichigaya de Tokio y
atan al comandante a una silla después de cercar su despacho con barricadas. A
continuación, Mishima arenga desde un balcón a los soldados para que se alcen
en armas y devuelvan al emperador a la posición que merece.
Incapaz de hacerse oír, regresa al despacho y
lleva a cabo su 'seppuku' (decapitación). El soldado encargado del final que
prescribe el ritual no puede completar la tarea, que sí termina otro miembro
del grupo. El marcial Mishima sí había cumplido con su deber al componer su 'jisei no ku', el poema escrito por
uno mismo cuando se acerca la hora de morir, antes de su entrada en el
campamento.
http://www.elmundo.es/cultura/2015/11/25/565506a0268e3ea1198b4644.html
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