lunes, 23 de noviembre de 2015

USTED, YO, POR CARLOS BOYERO, SOBRE PARIS

En París, esa ciudad tan hermosa de la que nunca he oído renegar a ninguno de sus visitantes, han enviado al cementerio a muchas personas que se supone estaban de acuerdo con la vida, o intentaban estarlo

Lo contaba Brassens, ese escéptico que siempre tenía razón, en plan lírico, sarcástico o realista: “Morir por las ideas, la idea es excelente. Muramos, de acuerdo, pero de muerte lenta. Y a los Piquito de oro que predicáis el martirio, por favor, vosotros primero”. En París, esa ciudad tan hermosa de la que nunca he oído renegar a ninguno de sus visitantes, han enviado al cementerio a muchas personas que se supone estaban de acuerdo con la vida, o intentaban estarlo. O sea, viernes noche, nos hallamos en la calle usted o yo, y si no te acogota la depresión hasta el extremo de que la cama es tu único refugio, o estás seriamente enfermo, o no dispones de un puto euro para acabar el mes, lo más común es que vayas a la terraza de un bar para tomar copas y mirar, solo o en grata compañía, o a ver un concierto, o a un partido de fútbol, o a cenar a un restaurante, o a pasear por una geografía viva esperando ahuyentar provisionalmente a tu soledad o encontrar milagrosamente a alguien.
Y te van a matar, o a herir, o a dejarte tullido en cuerpo y alma, estupefacto, aterrorizado. ¿En nombre de qué agravio, de qué causa, por razones personales o abstractas? No, el comunicado de los killers, alentado seguramente por curas de ese ancestral volcán de sangre llamado religiones, nos asegura que esta bestialidad ha sido perpetrada por soldados del califato, por creyentes que combaten a los cruzados, y que lo han hecho en París porque es la capital que simboliza las abominaciones, el pecado y la perversión. O sea, Yahvé, borrando del mapa a los libertinos de Sodoma y Gomorra. ¿ Y cómo cojones peleas o te guardas de ejércitos anónimos que te asesinan por ser un infiel?
Y escucho las obviedades previsibles, solemnes o enfáticas de la clase política. Y sé que los infinitos muertos en Oriente solo forman parte de la aburrida estadística para Occidente. Pero esos masacrados en París somos nosotros. Y las cosas cambian.


http://cultura.elpais.com/cultura/2015/11/14/television/1447526956_946448.html

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