viernes, 15 de noviembre de 2019

LA HISTORIA SECRETA DEL CINE DE MAFIOSOS: "EL PADRINO ES LA BIBLIA DE LOS GÁNGSTERES"



ISMAEL MARINERO. EL MUNDO

El estreno de 'El irlandés' resucita uno de los géneros que más obras maestras ha dado a Hollywood

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Fue el cine el que hace casi un siglo se sintió fascinado por la mafia o fueron los gánsteres los que vieron en el séptimo arte una oportunidad de convertirse en mitos? Para los mafiosos, el incipiente Hollywood ofrecía oportunidades inigualables para sus actividades más habituales: el chantaje, la extorsión y el lavado de dinero. Para Hollywood, la mafia era un tema capaz de producir una atracción irresistible, un oscuro espejo en el que se reflejaban sus propios excesos. La relación de mutua fascinación entre la mafia y el cine es un camino de ida y vuelta, cuyo último capítulo, El irlandés, llega a los cines españoles este viernes de la mano de Martin Scorsese.

Desde Malas calles hasta esta adaptación del libro homónimo de Charles Brandt (recién editado por Crítica) que cuenta la historia de un sicario relacionado con el asesinato de Jimmy Hoffa, Scorsese se ha convertido en el mejor retratista posible del oscuro y sanguinario mundo de la mafia norteamericana, incluida su vertiente bursátil en El lobo de Wall Street. Y lo ha hecho fiel a un estilo, con grandiosos planos secuencia y electrizantes bandas sonoras, pero sin perder de vista casos y personajes reales, en un sistema de vasos comunicantes presente desde los inicios del cine.


Así lo afirma Tim Adler, periodista y escritor, que en Hollywood y la Mafia (Editorial Ma Non Troppo) trazó muchos de los paralelismos entre la industria del cine americano y las familias que controlaron durante décadas el crimen organizado en EEUU. «A un nivel muy profundo, la mafia y los productores de Hollywood se reconocieron mutuamente: ese resplandor, esa fanfarronería, esa forma de intimidar a la gente que trabajaba para ellos. Ambos eran, hasta cierto punto, estafadores», señala por correo electrónico.

En los albores de la fábrica de sueños en que se convertiría la ciudad de Los Ángeles, «los jefes de los estudios eran hombres vulgares cuyos sicarios se dedicaban a intimidar a la gente». Existían siniestros personajes conocidos como fixers, que se encargaban, entre otras cosas, de supervisar la vida privada de las estrellas y limpiar su reputación en caso de que algún detalle escabroso pudiera salir a la luz.

También hacían lo opuesto: aprovechaban las debilidades de los actores y actrices para obligarles a aceptar ruinosos contratos o cosas peores. Hablamos de tipos como Eddie Mannix, que trabajó para la MGM y cuenta en su haber con anécdotas tan edificantes como amenazar a una actriz con lanzarla desde lo alto de una noria, abortos forzados y algún que otro asesinato sin resolver.

Como revela Adler, la mafia llegó a controlar instituciones como los sindicatos de proyeccionistas, técnicos de iluminación y extras, a través de gánsteres como Bugsy Siegel o Willie Bioff, capaces de paralizar cualquier producción si los estudios no cumplían sus exigencias. Aunque la mafia italoamericana ha perdido buena parte de la influencia y el poder que llegó a ostentar dentro del crimen organizado en EEUU, su ejemplo ha seguido presente en el modus operandi de algunos productores. El mejor ejemplo posible es el de Harvey Weinstein («Soy el puto sheriff de este puto pueblo»), que el propio Adler tuvo el dudoso placer de conocer: «Es la única persona que he conocido que hizo que las palabras 'encantado de conocerte' sonaran como una amenaza».
El periodista Íñigo Domínguez, corresponsal en Italia durante casi 15 años y autor de Crónicas de la mafia y Paletos salvajes (ambos editados por Libros del KO), también ha explorado muchos de los subtextos y derivaciones de ese matrimonio de conveniencia entre el cine y la mafia. «Hollywood se fijó en la mafia desde el cine mudo, porque era un problema que estaba en la calle y en los periódicos, que por aquel entonces vendían muchísimos ejemplares», explica por teléfono. «Las páginas de sucesos estaban llenas de ametrallamientos, ajustes de cuentas y figuras como Al Capone. Era un fenómeno criminal que despertó una alarma social, un ingrediente muy apetecible para hacer películas taquilleras».

Por contra, el cine italiano tardó una eternidad en prestarle atención a la Cosa Nostra, pese a su creciente influencia en la sociedad desde mediados del siglo XIX. «Cuando el cine empieza a tener éxito en Italia coincide con la dictadura de Mussolini, que impone la censura. Su política oficial consistía en que él había derrotado a la mafia, que ya no existía ni era un problema, con lo cual no se hacen películas sobre ella hasta después de la II GuerraMundial. Y aún así, desde entonces existió un temor a ocuparse del tema porque nadie quería jugarse la vida por meter una cámara ahí».

La omertà se impuso hasta que, tímidamente, cineastas como Francesco Rosi o Alberto Lattuada empezaron a diagnosticar los males de la sociedad a través de películas como El caso Mattei o Mafioso. El punto esencial que marca la diferencia con Hollywood es que, cuando el cine italiano aborda por fin la mafia, "lo hace desde la denuncia, la investigación, el realismo y la batalla civil. Porque quizá era el único enfoque posible. Delata que la percepción del fenómeno es mucho más grave que en Estados Unidos, con plena conciencia de que se trata de un tabú y de un profundo asunto político», señala Domínguez en Paletos salvajes. El último eslabón de esta tradición es El traidor, la magistral película de Marco Bellochio sobre el arrepentido Tommaso Buscetta, que se estrena el 5 de diciembre y muestra en toda su crudeza cómo los Corleoneses, dirigidos por el capo dei capi, Toto Riina, asesinaron a miles de sus rivales y a jueces como Giovanni Falcone.
Sostiene Domínguez que el cine, en cierta medida, también ha servido a la mafia para dar una imagen romántica o idealizada de sus actividades, hasta el punto de que a los propios gánsteres les gusta verse representados en pantalla. «Es un mundo que está en continua reafirmación de su territorio y de su prestigio, y sobre todo de su capacidad de infundir miedo y de intimidar, que es en lo que se basa todo. El cine ha contribuido mucho en ese sentido, aunque no fuera su intención inicial».

No es raro que, en las redadas, la Policía encuentre DVDs de El padrino y de Los Soprano o que en los pinchazos telefónicos a bandas criminales escuchen frases literales de las películas y series. La trilogía de Coppola, piedra Rosetta del cine de gánsteres, tuvo tal influencia que mucha de la tradición mafiosa, como besar el anillo del Don o el mismo término de padrino, proviene de ahí. «El Padrino se convirtió en su Biblia, su Corán, los legitimó en esa idea del honor y la omertá», admite Adler.

'El Padrino' se convirtió en su Biblia, su Corán, los legitimó en esa idea del honor y la omertá
TIM ADLER
La otra clave es la vanidad. Retratos como el de El precio del poder, con Al Pacino convertido en amo y señor de Miami detrás de su montaña de cocaína, «les hacen creerse poderosos, omnipotentes y protagonistas. Tienen un concepto de superioridad, prefieren no estar sometidos a estas mediocridades de la vida de una persona normal, como tener un trabajo o acatar las leyes. Todo lo que alimente esa mentalidad les reafirma y les ayuda en su trabajo de infundir terror, que es de lo que viven». De hecho, uno de los capos de la Camorra de los 90, Walter Schiavone, del clan de los Casalesi, le pasó a un arquitecto el DVD de la película para que construyera una mansión exactamente igual a la de Tony Montana.
Los códigos de honor de ayer ya no sirven para hoy y los referentes cinematográficos también han cambiado. Los conocidos como baby boss, jovencísimos capos que controlan los peores barrios de Nápoles, no se reconocen en las películas de Coppola, De Palma o Scorsese; prefieren las de Tarantino. Como señala Roberto Saviano en Gomorra, libro adaptado posteriormente al cine y la televisión, los chavales encargados de acabar con capos rivales fallaban en muchos de los tiroteos porque sujetaban las armas de lado, imitando a los personajes de Reservoir Dogs o Pulp Fiction.

En la penúltima pirueta de esta estrecha relación, Domínguez recuerda que en el rodaje de Gomorra participaron actores no profesionales y que, poco después del estreno de la película, varios de ellos fueron detenidos... porque realmente pertenecían a clanes mafiosos. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?

https://www.elmundo.es/papel/cultura/2019/11/14/5dcc4624fdddfffd2e8b4609.html

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