ISMAEL MARINERO. EL MUNDO
El estreno de 'El irlandés' resucita uno de los géneros que más
obras maestras ha dado a Hollywood
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Fue el cine el que hace
casi un siglo se sintió fascinado por la mafia o fueron los gánsteres los que
vieron en el séptimo arte una oportunidad de convertirse en mitos? Para los
mafiosos, el incipiente Hollywood ofrecía oportunidades inigualables para sus
actividades más habituales: el chantaje, la extorsión y el lavado de dinero.
Para Hollywood, la mafia era un tema capaz de producir una atracción
irresistible, un oscuro espejo en el que se reflejaban sus propios excesos. La
relación de mutua fascinación entre la mafia y el cine es un camino de ida y
vuelta, cuyo último capítulo, El irlandés, llega a los cines españoles este
viernes de la mano de Martin Scorsese.
Desde Malas calles hasta esta adaptación del libro homónimo de
Charles Brandt (recién editado por Crítica) que cuenta la historia de un
sicario relacionado con el asesinato de Jimmy Hoffa, Scorsese se ha convertido
en el mejor retratista posible del oscuro y sanguinario mundo de la mafia norteamericana,
incluida su vertiente bursátil en El lobo de Wall Street. Y lo ha hecho fiel a
un estilo, con grandiosos planos secuencia y electrizantes bandas sonoras, pero
sin perder de vista casos y personajes reales, en un sistema de vasos comunicantes
presente desde los inicios del cine.
Así lo afirma Tim Adler, periodista y escritor, que en Hollywood y
la Mafia (Editorial Ma Non Troppo) trazó muchos de los paralelismos entre la
industria del cine americano y las familias que controlaron durante décadas el
crimen organizado en EEUU. «A un nivel muy profundo, la mafia y los productores
de Hollywood se reconocieron mutuamente: ese resplandor, esa fanfarronería, esa
forma de intimidar a la gente que trabajaba para ellos. Ambos eran, hasta
cierto punto, estafadores», señala por correo electrónico.
En los albores de la fábrica de sueños en que se convertiría la
ciudad de Los Ángeles, «los jefes de los estudios eran hombres vulgares cuyos
sicarios se dedicaban a intimidar a la gente». Existían siniestros personajes
conocidos como fixers, que se encargaban, entre otras cosas, de supervisar la
vida privada de las estrellas y limpiar su reputación en caso de que algún
detalle escabroso pudiera salir a la luz.
También hacían lo opuesto: aprovechaban las debilidades de los
actores y actrices para obligarles a aceptar ruinosos contratos o cosas peores.
Hablamos de tipos como Eddie Mannix, que trabajó para la MGM y cuenta en su
haber con anécdotas tan edificantes como amenazar a una actriz con lanzarla
desde lo alto de una noria, abortos forzados y algún que otro asesinato sin
resolver.
Como revela Adler, la mafia llegó a controlar instituciones como
los sindicatos de proyeccionistas, técnicos de iluminación y extras, a través
de gánsteres como Bugsy Siegel o Willie Bioff, capaces de paralizar cualquier
producción si los estudios no cumplían sus exigencias. Aunque la mafia
italoamericana ha perdido buena parte de la influencia y el poder que llegó a
ostentar dentro del crimen organizado en EEUU, su ejemplo ha seguido presente
en el modus operandi de algunos productores. El mejor ejemplo posible es el de
Harvey Weinstein («Soy el puto sheriff de este puto pueblo»), que el propio
Adler tuvo el dudoso placer de conocer: «Es la única persona que he conocido
que hizo que las palabras 'encantado de conocerte' sonaran como una amenaza».
El periodista Íñigo Domínguez, corresponsal en Italia durante casi
15 años y autor de Crónicas de la mafia y Paletos salvajes (ambos editados por
Libros del KO), también ha explorado muchos de los subtextos y derivaciones de
ese matrimonio de conveniencia entre el cine y la mafia. «Hollywood se fijó en
la mafia desde el cine mudo, porque era un problema que estaba en la calle y en
los periódicos, que por aquel entonces vendían muchísimos ejemplares», explica
por teléfono. «Las páginas de sucesos estaban llenas de ametrallamientos,
ajustes de cuentas y figuras como Al Capone. Era un fenómeno criminal que
despertó una alarma social, un ingrediente muy apetecible para hacer películas
taquilleras».
Por contra, el cine italiano tardó una eternidad en prestarle
atención a la Cosa Nostra, pese a su creciente influencia en la sociedad desde
mediados del siglo XIX. «Cuando el cine empieza a tener éxito en Italia
coincide con la dictadura de Mussolini, que impone la censura. Su política
oficial consistía en que él había derrotado a la mafia, que ya no existía ni
era un problema, con lo cual no se hacen películas sobre ella hasta después de
la II GuerraMundial. Y aún así, desde entonces existió un temor a ocuparse del
tema porque nadie quería jugarse la vida por meter una cámara ahí».
La omertà se impuso hasta que, tímidamente, cineastas como
Francesco Rosi o Alberto Lattuada empezaron a diagnosticar los males de la
sociedad a través de películas como El caso Mattei o Mafioso. El punto esencial
que marca la diferencia con Hollywood es que, cuando el cine italiano aborda
por fin la mafia, "lo hace desde la denuncia, la investigación, el
realismo y la batalla civil. Porque quizá era el único enfoque posible. Delata
que la percepción del fenómeno es mucho más grave que en Estados Unidos, con
plena conciencia de que se trata de un tabú y de un profundo asunto político»,
señala Domínguez en Paletos salvajes. El último eslabón de esta tradición es El
traidor, la magistral película de Marco Bellochio sobre el arrepentido Tommaso
Buscetta, que se estrena el 5 de diciembre y muestra en toda su crudeza cómo
los Corleoneses, dirigidos por el capo dei capi, Toto Riina, asesinaron a miles
de sus rivales y a jueces como Giovanni Falcone.
Sostiene Domínguez que el cine, en cierta medida, también ha
servido a la mafia para dar una imagen romántica o idealizada de sus
actividades, hasta el punto de que a los propios gánsteres les gusta verse
representados en pantalla. «Es un mundo que está en continua reafirmación de su
territorio y de su prestigio, y sobre todo de su capacidad de infundir miedo y
de intimidar, que es en lo que se basa todo. El cine ha contribuido mucho en
ese sentido, aunque no fuera su intención inicial».
No es raro que, en las redadas, la Policía encuentre DVDs de El
padrino y de Los Soprano o que en los pinchazos telefónicos a bandas criminales
escuchen frases literales de las películas y series. La trilogía de Coppola,
piedra Rosetta del cine de gánsteres, tuvo tal influencia que mucha de la
tradición mafiosa, como besar el anillo del Don o el mismo término de padrino,
proviene de ahí. «El Padrino se convirtió en su Biblia, su Corán, los legitimó
en esa idea del honor y la omertá», admite Adler.
'El Padrino' se convirtió en su Biblia, su Corán, los legitimó en
esa idea del honor y la omertá
TIM ADLER
La otra clave es la vanidad. Retratos como el de El precio del
poder, con Al Pacino convertido en amo y señor de Miami detrás de su montaña de
cocaína, «les hacen creerse poderosos, omnipotentes y protagonistas. Tienen un
concepto de superioridad, prefieren no estar sometidos a estas mediocridades de
la vida de una persona normal, como tener un trabajo o acatar las leyes. Todo
lo que alimente esa mentalidad les reafirma y les ayuda en su trabajo de
infundir terror, que es de lo que viven». De hecho, uno de los capos de la
Camorra de los 90, Walter Schiavone, del clan de los Casalesi, le pasó a un
arquitecto el DVD de la película para que construyera una mansión exactamente
igual a la de Tony Montana.
Los códigos de honor de ayer ya no sirven para hoy y los referentes
cinematográficos también han cambiado. Los conocidos como baby boss,
jovencísimos capos que controlan los peores barrios de Nápoles, no se reconocen
en las películas de Coppola, De Palma o Scorsese; prefieren las de Tarantino.
Como señala Roberto Saviano en Gomorra, libro adaptado posteriormente al cine y
la televisión, los chavales encargados de acabar con capos rivales fallaban en
muchos de los tiroteos porque sujetaban las armas de lado, imitando a los
personajes de Reservoir Dogs o Pulp Fiction.
En la penúltima pirueta de esta estrecha relación, Domínguez
recuerda que en el rodaje de Gomorra participaron actores no profesionales y que,
poco después del estreno de la película, varios de ellos fueron detenidos...
porque realmente pertenecían a clanes mafiosos. ¿Qué fue primero, el huevo o la
gallina?
https://www.elmundo.es/papel/cultura/2019/11/14/5dcc4624fdddfffd2e8b4609.html
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