"GIOCANDO CON ORLANDO" (Rastros, memorias, lectura del "Orlando Furioso" de Ludovico Ariosto).
TEATROS DEL CANAL. SALA VERDE. 31 DE OCTUBRE 2019, A LAS 20 HORAS
Espectáculo en italiano con sobretítulos en español
Nuovo Teatro de Marco Balsamo
Adaptación teatral y dirección: Marco Baliani
Interpretación: Stefano Accorsi
Escenografía: Mimmo Paladino
Vestuario: Alessandro Lai
Iluminación: Luca Barbati
“Le donne, i cavallier, l’arme, gli amori,
le cortesie, l’audaci imprese io canto,
che furo al tempo che passaro i Mori
d’Africa il mare, e in Francia nocquer tanto,
seguendo l’ire e i giovenil furori
d’Agramante lor re, che si diè vanto
di vendicar la morte di Troiano
sopra re Carlo imperator romano.
Dirò d’Orlando in un medesmo tratto
cosa non detta in prosa mai, né in rima:
che per amor venne in furore e matto,
d’uom che sì saggio era stimato prima”.
(Incipit Orlando furioso)
“El” Orlando furioso” y la “Divina Commedia” de Dante son los dos enormes
legados de la literatura italiana. Libro
de libros, la obra de Ariosto sorprende al lector por su fuerza, por su riqueza
imaginativa y por el magma de personajes y de circunstancias que en ella se
mueven sin aparente coordinación, pero a la vez brillante y engañosamente
entramados. Esta obra -en el fondo cercana a lo dramático, y no a lo épico como
frecuentemente se piensa-, comparte por igual el fragor de lo bélico y la
delicadeza de lo amoroso, los dos grandes temas del libro. De un belicismo
propio de las batallas entre cristianos y moros en tiempos de Carlomagno, pero
también de esas otras batallas de amor, interminables y múltiples, que
desencadena la bella y esquiva Angélica”, escribió Antonio Colinas, en El
Cultural, hace años.
Basado en La chanson de Roland, poema caballeresco francés, el Cantar
de Roldán, (Orlando), es un poema épico de caballería, uno de esos tratados que
tanto influiría en el Quijote cervantino y en el universo operístico del
barroco. Fue escrito por Ludovico Ariosto y la redacción definitiva se publicó
en 1532.
El poema, amplio, generoso, se compone de cuarenta y seis cantos
escritos en octavas (38.736 versos). Allí se entremezclan personajes del ciclo
carolingio, algunos del ciclo bretón (gruta de Merlín, visita de Reinaldos de
Montalbán a Inglaterra) e incluso algunos seres inspirados en la literatura
clásica griega y latina. Ya veremos cómo el actor italiano, aprovecha el
Orlando, para “jugar” también con la Odisea de Homero y el Purgatorio del
Dante.
Se trata, de acuerdo con el autor ferrarés, de una continuación del
“Orlando enamorado” de Matteo Maria Boiardo. Allá donde dejó éste inacabada su
obra, la derrota del ejército de Carlomagno en los Pirineos por los moros, es
donde arranca Ariosto la suya.
Cuando reincorpora los personajes de su predecesor, dedica una o
dos octavas a resumir las aventuras narradas por Boiardo en el “Enamorado”. A
pesar del nombre que da título a la obra, Orlando (o Roldán, si se prefiere) no
es el protagonista absoluto del poema, sino uno de los personajes principales
que aparecen en él: el gran libro de aventuras es un continuo entrelazarse de
historias de distintos personajes que van apareciendo y desapareciendo en la
narración, encontrándose y distanciándose, según le plazca a Ariosto.
Es posible que esto sea una causa de desconcierto para el lector
poco avezado o el habituado en nuestros días a la linealidad de las series de
televisión o los telediarios.
A pesar de la sempiterna recomendación de los clásicos (Aristóteles
en su Poética, lo explicó muy bien y casi todos los autores que vinieron
después), no existe unidad de acción. Pero aunque incluso un resumen comprensivo sería
muy largo, pueden establecerse tres puntos en torno a los que gira el magnífico
fresco de Ariosto: el tema épico representado por la lucha entre moros y
cristianos y los distintos combates que protagonizan entre sí los héroes del
poema.
El tema amoroso cuya figura central es Angélica y el secundario más sobresaliente Orlando. Y el tema laudatorio de exaltación de la Casa d'Este, señores de Ferrara en tiempos de Ariosto. El conjunto, por lo tanto, está dedicado por Ariosto, como era habitual en tiempos de magníficos mecenas, “allo Ilustrissimo e Reverendissimo Cardinale donno Ippolito da Este, suo signore”.
“Os plegue, hercúlea prole generosa,
adorno y esplendor
del siglo nuestro,
Hipólito, aceptar
esto que osa
y daros sólo alcanza
un siervo vuestro”. (Orlando furioso, I, 3, vv. 1–4)
No obstante, aunque se trate de un poema épico fabuloso e
inverosímil, el Ariosto salpica el texto de aventuras que a veces se antojan
casi bufonadas, adecuadamente puestas al día por el montaje que ofrece ahora
los Teatros del Canal en esta producción, fantástica.
Sin traicionar la tradición de los grandes libros de la literatura
italiana, se introducen comentarios que actualizan para el lector de hoy poco
avezado aquellas narrativas y facilita el seguimiento del verso en octavas, al
tiempo que demuestre la plenitud y vigencia de la creación de Ariosto.
Stefano Accorsi, famoso actor italiano y conocido en España por su
serie “1992, 93 e 94”, nació en Bolonia en 1971. En 1993 se graduó y entró en
la Compañía del Teatro Stabile de esa ciudad. Al año siguiente consiguió la
popularidad con una serie de anuncios de helados Maxibon, la broma en Inglés
Pidgin. En 1996 con la película de Jack Frusciante basada en la novela de
Enrico Brizzi, comenzó una carrera cinematográfica brillante. También es
importante el año 2001, en el que interpretó en la película de Gabriele Muccino
“The Last Kiss”, junto con Giovanna Mezzogiorno y Stefania Sandrelli. En 1999
ganó el Premio David de Donatello de la película de Luciano Ligabue,”
Radiofreccia”. En 2002, la Copa Volpi en el Festival de Venecia, al mejor actor
en la película "Un viaje llamado amor". Ha participado en más de treinta películas, a las órdenes de distintos directores italianos y extranjeros.
En “La jeune fille …”(2008) de Gilles Legrand, filma por primera
vez con su compañera de vida durante unos años y dos hijos, Laetitia Casta. En
2008 volvió a actuar en el teatro en el papel de un sacerdote acusado de
pedofilia, en el drama, del Premio Pulitzer,” La duda”, dirigida por Sergio
Castellitto. Durante el Festival de San Remo de 2009, en la tarde del miércoles
18 de febrero, el aniversario del cumpleaños del cantante genovés y compositor
Fabrizio De André, cantó junto con el PFM y otro actor, Claudio Santamaria, la
famosa canción "Bocca di Rosa".
La producción que viene de la mano de Stefano Accorsi y
colaboradores (o al revés, da igual, porque se trata de un proyecto coral y
compacto, eso se percibe), es “sencilla” pero muy eficaz y sugerente. Con una
escenografía basada en pequeñas escaleras que el actor sube y baja
infatigablemente, pocos elementos más y un fondo de caballos de color y
encabritados minimalistas, que una iluminación inteligente, va cambiando de
color, adaptándose a cada corte de escena y dándole movimiento al conjunto.
El esfuerzo corporal del actor es inmenso. Su estado físico,
envidiable. Sin que exhiba, como ocurre a veces en los actores y actrices de
Hollywwood y otros lugares con modelos afines, pectorales potentes o bíceps
sobredimensionados, se aprecia su cercanía de la natación o de unos ejercicios
respiratorios (¿yoga, Pilates?), que le permiten un fiato prodigioso, como si
fuera un cantante de ópera wagneriana. Tal vez sea la maravillosa y potente gastronomía
italiana…
No deja de incluir en su trasiego lingüístico y corporal, gestos y
expresiones que se ven a menudo en la Commedia del Arte veneciana, en el teatro
de los puppi sicilianos, en Goldoni, y entonces la atmósfera se llena de sus “Uhhh…”
y de sus “ups”, en el más puro dialecto romanaccio actual, bufonesco y cálido.
La expresividad es total, la seriedad de la frase caballeresca
interminable se entremezcla mágicamente y con elegancia con las alusiones
cómicas a Circe, la maga que se enfrenta a Odiseo en el poema de Homero o
cuando, simulando un “sbaglio”, continúa il racconto con el comienzo del Inferno
de la Divina Commedia del Dante:
«Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita.»
Y tan contento con la travesura. El público se ríe, reconociendo y
aplaudiendo la ocurrencia, porque los presentes, muchos de ellos
italianoparlantes, están versados en las obras de la creación escrita italiana,
en sus autores y en sus citas, que manejan habitualmente desde la escuela primaria.
Que alguien nos refresque la memoria o quite el polvo a nuestros
clásicos, tan frecuentados en tiempos mejores, no tiene precio y sí un eterno
agradecimiento para quien lleva a cabo esta epopeya prometeica. Porque somos
nuestros clásicos y todas las geografías que con ellos escalamos en muchas
etapas de formación o en nuestro tiempo libre.
Como dijo Raúl del Pozo, comunista de El Mundo: “Los
clásicos son nuestros contemporáneos. Y están a la altura de un clic. Ahí sigue
Virgilio. O la cumbre, Homero. ¡Qué se va a escribir después
de Homero, si lo hizo todo?! El “Orlando furioso” de Ariosto, claro.
Puro Renacimiento y Humanismo, eternos…
Nuevo Brancaleone, eterno paladín de imposibles y fantasmagorías, como
aquel a quien dio palabra y cuerpo en varias películas el mítico Vittorio
Gassman, Stefano Accorsi terminó
cansado su representación pero se lo recompensó como era necesario: con una lluvia de aplausos y bravos. Se retiró
enseguida del escenario, pero la estela de lo que contó y fue, esa noche, quedan
para el recuerdo.
Alicia Perris
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