Quien está entrevistando a expertos siempre acaba con la sensación
de que en el fondo no tienen ni idea, van a tientas y con mucho cuidado. Pero
cuanto más confusos están los expertos más sabe tu cuñado
IÑIGO DOMÍNGUEZ
Una persona sin
hogar duerme este martes en la salida del Hospital General de Toronto, en
Canadá.OSVALDO PONCE / EFE
Donde vivo hay algunos borrachos oficiales del barrio, señores que
se pasan el día en un banco al sol con una botella de vino, con un gesto de
dignidad en la manera de sentarse. No hacen nada, solo miran a la gente, pasan
el rato. Increíblemente, siguen haciendo lo mismo, solo que ya no pasa nadie,
no pasa ni el rato. “Bebo porque cuando bebo pasan cosas”, decía Scott
Fitzgerald, pero me fascina qué pueden estar pensando, ahora que no pasa
absolutamente nada. Con la epidemia, se ven más que nunca los seres marginales,
y temo que cada vez veamos más, como en una decantación social: solo quedan
fuera los que no tienen casa o a los que nadie va a echar ni de la calle.
“¿Qué?”, le dije a uno al pasar. “Aquí”, me contestó. Más no le saqué. Son los
herederos de Diógenes, ermitaños urbanos, un poco de tabaco les basta.
Hay rasgos suyos, contradicciones con cierto sentido, que me llaman
la atención: son los últimos de la sociedad, viven al día sin saber qué les
depara el mañana, pero nunca ven las cosas en términos prácticos, sino
metafísicos. Al revés que los políticos, que son de los primeros, que tienen la
vida resuelta, o en eso están, y en general se concentran en ver cómo hacen
para ganar las próximas elecciones. Y ya se conforman con medio ganarlas. De
pensar a lo grande, poquito. “Hay más cosas en el cielo y en la tierra,
Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía”, dice una célebre frase de
Hamlet, que suscribirían estos mendigos. Pues bien, por muy preocupados que
estemos, quizá ahora hay cosas más grandes en juego que la propia España o el
sueño europeo, esta esquinita del mundo. Se echa de menos un político que
hable, no ya para su partido o por su país, sino como si fuera un habitante del
planeta Tierra. Y de paso que mientras hable parezca que está pensando, no
leyendo. Macron, Merkel, lo están haciendo.
Es normal que en el pleno del Congreso este miércoles un partido
regional se preocupara por la huerta de Navarra, otro por el turismo en
Canarias. Sonaba raro, pero es lo suyo. También es normal que el supermercado
mande publicidad de robots de cocina y del monopoly (70% de descuento en la
segunda unidad, para qué demonios querrás dos). No van más allá. Hasta asumes
que la portavoz de JxCat insista en que una Cataluña independiente tendría
menos muertos, les sacas de sus pijaditas y tendrían que replantearse su vida,
y ahora no es plan. Pero, ¿hay alguien pensando en el después, más allá de
cuándo van a poder abrir los bares? Porque echas un ojo fuera y se para la
producción de petróleo, la agricultura mundial, de algodón, de carne, de café.
El número de personas que sufren hambre aguda se duplicará a final de año,
según la FAO. Groenlandia se sigue derritiendo. Sin salir de España, millones
de cerezas y espárragos se van a quedar sin recoger. Sin inmigrantes que lo
hagan, los españoles duran un día, acaban deslomados. “Descubres que el suelo está muy bajo”, bromeaba un campesino en una emisora. Podemos seguir
haciéndonos los orejas, pero hay margen para flipar mucho más todavía. Todos lo
intuimos, pero no se habla mucho de ello. Y de esto tiene que haber mil
informes, como los había de la segura amenaza de un virus.
Una compañera está entrevistando muchos expertos y siempre acaba
con la sensación de que en el fondo no tienen ni idea, van a tientas y con
mucho cuidado. Pero cuanto más confusos están los expertos más sabe tu cuñado.
En los chats todo el mundo tiene clarísimo todo, para poder cabrearse con un
móvil (me refiero a las motivaciones, no al teléfono). Hemos necesitado un
susto histórico para el salto antropológico de hablar con el vecino. Si
funciona así, si tenemos que ampliar el perímetro de visión no vamos a ganar
para sustos.
Pero estos días aciagos también tienen sus compensaciones. Gozo
como un gorrino en un barrizal al ver a uno de esos personajes tóxicos del
Brexit, Michael Gove, aquel que dijo que la gente estaba harta de expertos,
comerse sus palabras con gel desinfectante. Ahora es número dos del Gobierno y,
tras pasarse por el arco de Downing Street todas las recomendaciones, está
aislado y se pasa el día llamando a expertos.
En este momento en que se hace tan difícil descifrar lo que te
pasa, lo que nos pasa, he recordado un consejo de Kingsley Amis: “Cuando esa
mezcla inefable de depresión, tristeza, angustia, desprecio de uno mismo,
sensación de fracaso y miedo al futuro empiece a imponerse, recuerda que lo que
tienes es resaca”. Está en su libro Sobrebeber (Malpaso, 2014). En esto de
sobrevivir ahora hay algo de resaca de cómo vivíamos, no de cómo bebíamos, una
resaca mundial, de esas que juras que nunca más vas a volver a salir, solo que
ahora necesitamos pasarla para poder volver a salir.
https://elpais.com/sociedad/2020-04-22/por-favor-algo-contra-la-resaca.html
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