Cuando ‘La Anunciación’ de Fra Angelico se reveló, Florencia no se
había aún repuesto de la peste
MANUEL VICENT
'La Anunciación'. Fra Angelico. |MUSEO NACIONAL DEL PRADO
Se llamaba Guido, hijo de Piero, nació cerca del castillo de
Vicchio, en el alto valle del Mugello, próximo de Florencia, alrededor de 1400.
A los 18 años tomó los hábitos de la Orden de Santo Domingo con el nombre de
Giovani da Fiésole. Los románticos del siglo XIX lo consideraron un pintor
místico, siempre absorto en visiones inefables, lleno de amor y de sabiduría.
Debido a eso fue merecedor del nombre de Fra Angélico. Murió con 55 años.
Recuerdo el vahído estendhaliano que, en mi primer viaje a
Florencia, me produjo la visita al convento de San Marco. En el refectorio
menor está el fresco de la Última Cena de Ghirlandaio. Sobre un mantel blanco,
entre vasos de vino, panecillos y cuencos de cerámica, hay diseminadas gran
cantidad de cerezas, que le dan un aire de primavera al ágape. El Maestro tiene
a los discípulos alineados, a derecha e izquierda, detrás de la mesa, con el
bello Juan dormido en su regazo, a quien parece estar acariciando con mano
dulce los rizos de oro. Sólo Judas se halla sentado enfrente del Maestro
dispuesto a mojar el pan en el mismo plato para solventar sus diferencias.
Detrás de Judas hay un gato en el suelo mirando hacia el espectador. ¿Qué hace
un gato en esta Última Cena de Ghirlandaio? Tal vez espera que algún comensal
le eche siquiera una miga de pan, que en este caso sería ya el cuerpo de Dios.
No es el único enigma. En esta pintura de Ghirlandaio resulta evidente que el
tercer discípulo contando por la derecha es una mujer tocada con un manto rojo,
lo mismo que Juan es también una figura ambigua envuelta en delicados tonos
azules.
Pero en aquella visita sentí aun más emoción al entrar en la
pequeña y austera celda, que ocupó Fra Angélico en la primera planta del
convento durante el tiempo en que por encargo de Cosme de Médicis tuvo que
decorar con frescos de escenas bíblicas los aposentos de los frailes. La celda
de Fra Angélico estaba cerca de la que, años después, ocuparía Savonarola, el
impulsor de la hoguera de las vanidades, el azote de vicios ajenos, el que
gozaba del refinado placer de amenazar a los poderosos con el castigo eterno,
hasta que el papa Alejandro VI le dio a probar su propia medicina. Lo prendió,
lo condenó a garrote vil y después arrojó los despojos a la hoguera.
La última vez que estuve en el Museo del Prado hube de abrirme paso
entre cogotes hasta llegar al cuadro de La Anunciación, de Fra Angélico, en el
que, después de una restauración minuciosa, ha aparecido el milagro de todas
las luces puntillistas de oro miniado. Ahora el Prado está cerrado a causa de
la peste. Toda la belleza se halla envuelta en ese silencio que existe a veces
entre dos acordes en una pieza musical. Puede que desde alguna ventana penetre
en el interior del museo un rayo de sol como el que atraviesa el pórtico de La
Anunciación de Fra Angélico ante la visita del ángel.
El cuadro, de 194x194 cm, sobre tabla fue pintado al temple y pan
de oro en 1426 para la iglesia del convento de santo Domingo de Fiésole. Los
frailes lo vendieron a Mario Farnese en 1611 para reparar el campanario.
Después este príncipe lo regaló al duque de Lerma, valido de Felipe III, y fue
depositado en la iglesia de los dominicos de Valladolid, panteón de la Casa de
Lerma y a raíz de la caída en desgracia del valido, el cuadro pasó al convento
de las Descalzas Reales de Madrid donde permaneció hasta mediados del siglo
XIX. Allí en el claustro alto lo descubrió el pintor Federico de Madrazo,
director del Prado, quien consiguió que la priora del convento transigiera en
cederlo al museo el 16 de julio de 1861. Las monjas algunas veces lo han
reclamado y han conseguido tenerlo en su capilla para rezar ante la Virgen y no
parece que sea mayor el fervor de sus rezos que el amor que las monjas ponen en
cultivar los frutos y verduras de su huerta, dignas de aparecer en el jardín
del cuadro.
El haz de luz que desde la altura atraviesa el pórtico hasta
iluminar el regazo de la Virgen está compuesto por innumerables filamentos
realizados con microscópicos puntos de oro por donde se desliza la paloma del
Espíritu Santo. De hecho, Fra Angélico se adelantó a Max Planck a la hora de
descomponer la luz en fotones. Puntos en lugar de pinceladas, así fue el
puntillismo del neoimpresionista George Seurat en 1884, una conquista que
siglos antes había alcanzado Fra Angélico con amor y sabiduría e infinita
paciencia. Cuando esta Anunciación se reveló, Florencia no se había repuesto
todavía de la peste negra que trajeron las pulgas de las ratas por la ruta de
la seda. Pienso que lo primero que voy a hacer cuando se levante la peste será
volver al Prado para contemplar de nuevo ese rayo de oro de Fra Angélico como
una forma de quedar totalmente purificado y demostrarme a mi mismo que sigo
estando vivo.
https://elpais.com/cultura/2020-03-27/cabalgando-un-rayo-de-oro.html
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