lunes, 26 de septiembre de 2022

ÓRPHÉE, ÓPERA DE PHILIP GLASS. ESTRENO EN LOS TEATROS DEL CANAL DE MADRID: “DU CÔTÉ DE CHEZ COCTEAU”

Orphée, de Philip Glass, sobre el libro homónimo de Jean Cocteau, Teatros del Canal, Sala Roja. 24 de septiembre de 2022.

Te entrego el secreto de los secretos: los espejos son las puertas por las que la muerte viene y va. Mírate toda tu vida en un espejo y verás la muerte afanándose como las abejas en una colmena transparente”. Jean Cocteau

Reparto:

Orphée, Philip Glass. Edward Nelson, María Rey-Joly, Mikeldi Atxalandabaso, Sylvia Schwartz, Pablo García-López, Karina Demurova, Emmanuel Faraldo, Cristian Díaz, David Sánchez, Tomeu Bibiloni, Alejandro Sánchez. Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección musical: Jordi Francés. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos.

En una coproducción con el Teatro Real, se conmemora el 85 aniversario de Philip Glass, compositor que compone la partitura del Orfeo de Jean Cocteau (de 1950), recreación a su vez de la mitología griega y su parcours por épocas, autores, escenarios y meridianos, también geográficos.

El director de escena y figurinista Rafael Villalobos traslada el mito de Orfeo al Nueva York de la década de 1990 y exhibe un escenario vacío, doloroso en lo visual, frío, casi en blanco y negro como en general el vestuario de los cantantes, donde irradia casi constantemente una pantalla de televisión y un juego de espejos imaginario. Se trata de una figura objetal que frecuenta a menudo el opus de Jean Cocteau (en “La Bella y la bestia” el objeto-llave es una rosa robada).

La puesta en escena se apoya en el juego de luces y sombras y en una labor concienzuda física y expresiva de los cantantes a quienes se les exige, además de la lógica prestación sonora, una actitud corporal y participativa teatral tanto grupal como individual. No se trata de roles que pueda enjuagar solamente una voz afinada y con técnica, en realidad.

Lo acompañan en esta gesta el diseño de escena de Emanuele Sinsi, la iluminación, de Irene Cantero y el diseño videográfico, de Cachito Valdés. El director sevillano ha contado también con la participación de Javier Pérez en la dirección de movimiento escénico. Notable la función de la fonetista o el fonetista, si lo/la hubo: acertada la pronunciación francesa porque se trata de un idioma complicado para el canto (y pocas veces suena, a pesar de los esfuerzos, precisa)

Estrenada en 1993 en el American Repertory Theater de Cambridge, Massachusetts, contó en la producción en el Teatro del Canal, Sala Roja, con la dirección musical de Jordi Francés al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real, quien realizó un esfuerzo, muy conseguido por cierto, de concertación y desciframiento de una propuesta que es escénica, plagada de códigos y espacios ambiguos, como la personalidad de los propios personajes, donde cada uno de ellos fuerza y va más allá de los papeles estáticos del mito clásico o de los compositores como Monteverdi o Glück, tradicionalmente apegados al núcleo de la narrativa primigenia.

La orquesta, efectivamente, suena muy bien, encaja en el todo como un guante y proyecta un rol de mediador entre la escena, las voces y el relato complicado y nada evidente con que Cocteau descifra o intenta simbolizar o sublimar su universo de pérdidas y contradicciones ( el aborto de un hijo suyo con una de sus de varias parejas, la actriz y modelo Natalie Paley, el suicidio de su padre, o la muerte con 20 años de Raymond Radiguet, una de sus grandes pasiones, a los veinte años, autor del inolvidable “El diablo en el cuerpo”, que inmortalizaron en el cine Gérard Philipe en el doble del autor como protagonista y Micheline Presle (1947), firmada por Claude Autant-Lara.

Es bisexual por tanto, también dibujante, escritor, cineasta, un verdadero perverso polimorfo que escribiría Sigmund Freud, dotadísimo para la imaginación y el diseño de grandes territorios oníricos y simbólicos. Su adicción al opio y otros paraísos artificiales, pura tradición francesa a la Rimbaud, Verlaine o a la Baudelaire, lo sumió en constantes dependencias, que no le impidieron organizarse una cosmografía y una obra repleta de significantes y significados (puro Ferdinand de Saussure), llena de éxitos y reconocimientos.

Por otra parte, en lo que se refiere al compositor de esta partitura, Glass, se da la circunstancia de que cuatro décadas después del estreno de este filme legendario, la muerte de la artista multimedia Candy Jernigan, compañera del compositor norteamericano, “lo impulsó a emprender este doble homenaje, apropiando y transliterando las piezas cinematográficas en tres óperas profundas que reflexionan sobre la muerte y la transformación del individuo”, según reza el programa de mano y las notas ad hoc on line, ausentes físicamente en la sala.

El mundo de Cocteau y su fantasmagoría, no corresponde al tradicional emparejamiento órfico, sino que aquí, Euridice se vincula emocionalmente a Heurtebise, en realidad un trasunto de Caronte, la figura mitológica, que, de hecho, rema en el escenario, revisitando el traslado de los muertos de una orilla a la otra de la laguna Estigia, con el pago de dos monedas que cubrían los ojos de los fallecidos, rito mantenido hasta bien entrado el Renacimiento). Para decirlo de una manera de los años sesenta, es una “swinging mytholgy” (una mitología con cambio de parejas…)

Orfeo se deja seducir y enamora a una mensajera del consejo que decide la vida y la muerte de los vivos, es una Parca a cuya función no acaba de adaptarse, tan prisionera de las pasiones como él mismo. Hay otros papeles siempre como figuras- nexo en la acción y en el canto, no hay coros, pero la música de Glass, contrariando los prejuicios contra las supuestas extravagancias atonales y otras de lo contemporáneo, hipnotiza por momentos, se deja fluir. Hay una utilización de los glockenspiel (no se ve la orquesta, en un foso pequeño fuera de la vista del público), la percusión y los modos mayores que viste con facilidad la partitura, otorgándole flexibilidad. Exigida para los cantantes, sobre el final hay un perfume schubertiano y casi conventual, litúrgico, muchos menos dramático del propio relato del escritor francés.

Así pues, en una obra en que, además, el artista no deja de preguntarse por la génesis , la continuidad y la perpetuación de su propia creación, como en la ópera de Glück, “Che farò senza Euridice? pues, que podríamos traducir por “cómo manejarse en este bosque lleno de aristas sin perder el norte?”

Disfrutando de una sala casi al límite de aforo, con un público entusiasmado que aplaudió mucho agradeciendo el esfuerzo de todos y con un cast que, y esto es muy difícil, tuvo unas prestaciones, sino iguales, muy cercanas a unos mínimos muy máximos en la interpretación y el desarrollo vocal.

Hablamos del barítono Edward Nelson como Orfeo, exigente con la actuación y solvente, la soprano Sylvia Schwartz como Eurídice, que tiene a la audiencia acostumbrada a la excelencia (es rigurosa, no comete errores, pero sabe ser tierna y conmueve),  la también soprano María Rey-Joly, generosa en todo, vestida en negro de gobernanta  en el rol de la princesa, con su excelente técnica y seguridad de siempre, el tenor Mikeldi Atxalandabaso, Heurtebise, un rol complejo que viste como un guante, sin fisuras, cómodo en el desempeño resbaladizo de un barquero al que rinden sus buenas intenciones, el tenor Pablo García-López, entregado y disponible, con un instrumento fresco y adecuadamente preparado, como Cégeste, el reportero y Glazier. La mezzosoprano Karina Demurova, Aglaonice, también de “madame” en ese eterno juego de garitos en que se fija a menudo la constelación exquisita pero también canalla de Cocteau y “last but not least” (en el cierre, pero no los menos importantes), muy bien situados en el conjunto de un reparto como se dijo, complicado de conseguir, los bajos Cristian Díaz, el poeta, y David Sánchez, el juez.

Las dos instituciones implicadas en esta co-producción, de Orphée, “se unen a la conmemoración del centenario de nacimiento de María Casares, la legendaria actriz gallega que protagonizó la trilogía fílmica de Jean Cocteau. Exiliada en Francia por la Guerra Civil Española (su padre, Casares Quiroga fue una destacadísima figura durante la II República), se convirtió en la predilecta de grandes nombres cinematográficos como Robert Bresson, Marcel Carné y el propio Cocteau, además de primera figura de la Comédie Française y del Teatro Nacional Popular”.



Esta cronista la conoció en su camerino cuando, protagonista de El Adefesio, de Rafael Alberti, al principio de la Transición, le firmó un disco grabado con Gérard Philipe. Todavía la acompaña, el recuerdo del impacto de la presencia de una actriz deslumbrante. Duchesse San Severina, Je vous salue encore!

Alicia Perris

Fotos del espectáculo, Pablo Lorente

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