miércoles, 15 de agosto de 2012

LOS CAMONDO Y SU NOSTÁLGICA TRAYECTORIA


DE SEFARAD A PARÍS: EL TRASFONDO DEL ESPEJO DE LOS FINZI CONTINI 


Sus historias, una real y otra novelada por Giorgio Bassani, el escritor judío de Ferrara, se parecen hasta el desasosiego. Coinciden por momentos como calcadas una de la otra, pero son muy diferentes. Aunque los personajes se corresponden. En el final temporal, agónico, se entrelazan y se sueltan, dejando un aura de nostalgia y pérdida, recobrada sólo en la posibilidad- escasa- de la memoria de los que los conocimos por la historia o la literatura y los recordamos y revivimos por afinidad o por identificación.

Porque ambos periplos son avatares vitales enhebrados por la plenitud y la desesperanza, a menudo los mimbres con los que se tejen el desarraigo, el extrañamiento de una tierra natal y el abandono de lo que queremos al emigrar. Trasladamos los objetos, los recuerdos, las vivencias, pero nos dejamos el alma, a veces la supervivencia por el camino.
Los Camondo abandonaron España en los crudos momentos en que el poder centralizador de los reyes Católicos intentó alrededor de 1492, diseñar una España sin fisuras. No quisieron enajenar su judaísmo y comenzaron una aventura que los llevó por Venecia, Trieste, Viena, Chipre y el Imperio Otomano.

Los que fueron conocidos como “Los Rothschild del Este” y sus familias, recalaron por fin en París, en busca de una tierra de promisión donde ser felices. Conocieron el éxito social y la riqueza, pero su dinastía se extinguió para siempre, en la trastienda sangrienta de Auschwitz.
Jaim inició la saga de una familia compleja y fascinante en Estambul, pero fue su hijo Isaac, el que forjó la fortuna familiar, aunque no dejó descendientes. Su hermano Abraham abrió numerosas empresas en Galata y Üsküdar y gozó de la confianza del Sultán Hamit II, financiando al Imperio Otomano durante la Guerra de Crimea y asistiendo a los esponsales entre Elizabeth de Austria y Francisco José, el heredero del Imperio Austrohúngaro. En 1867, Abraham Camondo, que gozaba también de la confianza del rey Emanuel II de Saboya, de Italia, fue ennoblecido por este monarca, recibiendo el título hereditario de conde.
Mecenas desde siempre, organizador incuestionable de la comunidad judía y otras de su entorno, su mesa siempre estaba abierta para todos y su capacidad de anfitrión era proverbial.

Sin embargo, su espíritu generoso y libre, comenzó a traerle problemas con otros miembros más ortodoxos de la comunidad, de modo que sus hijos, Nissim y Abraham, decidieron emigrar a Francia.
Lo que encontraron no fueron facilidades, Destrozada por la derrota en la guerra FrancoPrusiana, Francia había abandonado el Ii Imperio y a Napoleón III y se aprestaba para enfrentarse a los desafíos del fin de siglo sin equipaje moral ni político ni económico. El antisemitismo hacía mella en una de las otrora sociedades más avanzadas de Europa. 
Los escritos de Edouard Drumont o de Auguste Chirac envenenaban la percepción social que había de los judíos en Francia y pronto estallaría la concreción de ese malestar hacia quienes se veía como la causa de todos los males en territorio francés: el affaire Dreyfus.
Los Camondo donaron al estado francés grandes colecciones de arte, la primera vez en 1911, la segunda, de Moïse en 1935 y Nissim de Camondo, joven piloto de 25 años, perdió la vida en Lorraine, durante los combates aéreos de la Primera Guerra Mundial.
Moïse se había casado con otra aristócrata del momento, Irene Cahen d´Anvers, que le dio dos hijos, el citado Nissim y Béatrice, que murió con su maridos y sus dos hijos en los campos de concentración, cerrando la última puerta de una dinastía extinguida para siempre.
 Béatrice se había casado con Léon Reinach, en 1919. Descendiente de otra familia judía bien situada, era músico y compositor, hijo también de emigrantes alemanes a Francia. Su padre Teodoro era un intelectual distinguido, destacado investigador y escritor. Salomón Reinach, por su parte, era políglota, historiador y arqueólogo. Léon y Béatrice tuvieron dos hijos, Fanny y Bertrand, que fueron ejecutados en 1944, aún niños por ser judíos, en los campos de concentración, igual que sus padres.

El conde Moïse de Camondo había muerto ya en 1935, profundamente herido por la muerte de su único hijo Nissim, en la creencia de que buena parte de su transmisión familiar y social había quedado rota por la guerra y la desgracia. Afortunadamente para él no tuvo que asistir al último y nefasto acto que consagró el fin de su dinastía y las aspiraciones a la continuidad que tanto había acariciado.

EL ARTE: UNA FORMA DE EXPRESIÓN Y SOBRE TODO DE CONSUELO

Moïse de Camondo, concentra en el Hotel que lleva su nombre, junto al mítico Parc Monceau, buena parte de su trayectoria vital cuando estaba lleno de proyectos y posteriormente, cuando estallan su nostalgia y su duelo ante la definitiva pérdida del hijo y heredero.
En este marco excepcional se enmarcan colecciones prestigiosas y únicas, pero también, el testimonio de una mansión habitada y vivida durante los primeros años del siglo XX.

La vocación de Moïse se plasma en la elección del siglo XVIII y de esta época consiguió reunir una sorprendente colección de muebles, cuadros y diversos objetos de arte de gran valor.
El arquitecto René Sergent fue el responsable de construir un espacio que evocaba el Petit Trianon de Versalles, para que abrigara esta propiedad artística elegida y cuidada con una dedicación absoluta.
EN 1935, año de su muerte, el mecenas sefardí cuyas pupilas seguían emocionadas reflejando los colores del Bósforo y el Cuerno de Oro al amanecer, cedió el hotel y sus colecciones al Museo de Artes Decorativas, perteneciente al estado francés.
El museo se inauguró en 1936 y su visita se convierte en una experiencia casi milagrosa, mística, porque las habitaciones, el parque y el entorno interior y exterior que bordea el hermosísimo parque dan la impresión de mantenerse inviolados y conservados a la perfección, a pesar del inevitable paso del tiempo. Siguen vivos de alguna manera los antiguos habitantes del lugar y un perfume a vida se respira aunque con una nostalgia otoñal en medio de la belleza y el encanto de las estancias.
Manifestaciones de la modernidad, en el Hotel de Moïse Camondo se rindió culto al progreso y a una habitabilidad confortable nada austera, aunque tampoco ostentosa: los cuartos de baño, las cocinas, las escaleras interiores dan cuenta de una cotidianeidad que emociona y trasmite la magia de los encuentros perdidos en la vorágine de la historia de esta familia.
Boiseries finísimas, péndulos, barómetros, luces, jarrones y muebles, se exhiben bajo el reflejo de un bronce dorado. El servicio de mesa de plata Orloff encargado por Catalina II de Rusia al orfebre Roettiers y las piezas de porcelana llamada “Buffon”, con decoración de pájaros de Sèvres realizadas en 1870, son algunas de las joyas de este palacio destinado a ser disfrutado y compartido si hubiera gozado de un destino más benevolente.

Pierre Assouline, en su libro “Le dernier des Camondo” (Ed.Gallimard), reflexiona sobre el universo perdido de los Camondo (a menudo revisitado por Marcel Proust en su visión caleidoscópica del gran mundo parisino fin- de- siècle), como el de una de las grandes familias judías desconocidas. “Del mismo modo que han sido obviados los Pereire, los Rothschild, los Cahen d´Anvers o los Fould”.
Para quienes aman el libro de Assoouline, “éste tiene el gran mérito de resucitar una época cuyo recuerdo ya no existe, incluidas las memorias judías parisinas”, a pesar de la renovación actual de esta comunidad en sus manifestaciones artísticas, sociales y hasta gastronómicas en los espacios tradicionales que habían habitado durante muchos años.
Habría que dedicar un pensamiento inevitable al trágico final de una trayectoria familiar y dinástica- la de los Camondo- que a pesar de un florecimiento inicial espectacular (que algunos observadores poco sensibles llamarían “éxito”) acabó engrosando la lista de los desaparecidos de la “petite-grande histoire” de Francia.
Suena a conocido, a “déjà vu”. Por eso la comparación con el Jardín de los Finzi Contini, de Bassani, especie de microcosmos donde parece que las incidencias de una historia amarga no pueden penetrar. 

Locus amoenus que se acaba y arrastra consigo los designios de unos seres privilegiados, sensibles, espléndidos, clausurando finalmente en el horror y la muerte,  el futuro de una comunidad –la sefardí- y de un pueblo –el judío-y de sus integrantes.
Siguiendo con las referencias latinas- toda una tentación para los historiadores improvisados y los psicólogos a medias ortodoxos de siempre- hubo “carpe diem” pero al final llegó la hora de recoger velas y los dioses decidieron, poco generosos, castigar con ferocidad a los humanos, enlutándolos con la contemplación de todos los paraísos que, una vez más, habían perdido o les habían sido arrebatados.

Bibliografía:

Pierre Assouline: Le dernier des Camondo, Gallimard, París, 1997
Filippo Tuena, Le Variazioni Reinach, Rizzoli, Milán, 2005    
Nora Seni et Sophie le Tarnec. Les Camondo ou l´éclipse d´une fortune. Hebraïca. Actes Sud, Paris, 1997.
Exposición en el « Musée d´Art et d´Histoire du Judaïsme » :
« Les Camondo, philanthropes et collectionneurs, de Constantinople à Paris), del 16/XI/2009 al 7/3/2010 en 71, rue du Temple, Hôtel de Saint-Aignan, París.

La autora agradece una vez más al Museo de Artes Decorativas de París y al Museo Nissim Camondo su generosa cooperación y disponibilidad y la cesión desinteresada de su material fotográfica.

Alicia Perris

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