La noche del 31 de julio, un cuarto de hora después
de las nueve y media, el controvertido músico, cineasta, actor y poseedor de
otras versátiles ocupaciones, Emir Kusturica (pronúnciese Émir Kústuritsa) salió al escenario del Circo
Price de Madrid.
El teatro no estaba lleno pero la pista rebosaba de
gente que ya estaba bailando antes de la llegada del polifacético artista
serbio, nacido en Sarajevo (actual Bosnia Herzegovina) en 1954, ex musulmán
convertido a la iglesia ortodoxa.
Durante los años 80 y 90, a Kusturica se lo
consideró uno de los más proteicos directores de cine, aclamado
internacionalmente y muy premiado, a pesar de que se declaró partidario del
sangriento represor Slobodan Milosevic.
“Guernica” en 1978, “¿Te acuerdas de Dolly Bell?”,
tres años más tarde, “Papá está en viaje de negocios” en 1985, con la que
obtuvo la Palma de Oro en Cannes y nominación para los Oscar en la categoría de
Mejor película Extranjera, jalonan su trayectoria cinematográfica.
“Tiempo de gitanos” de 1989 lo hizo conocido y
reconocido en todo el mundo y también en España donde probablemente el
concierto de ayer también tuviera una importante convocatoria por las redes
sociales.
La película “Undergorund” planteó su visión de la
antigua Yugoslavia desde los comienzos de la Segunda Guerra Mundial a la guerra
de los Balcanes. Una historia trágica y discutida donde las haya. En 2004
reincide en estos temas de la guerra civil de su país con “La vida es un
milagro” y desempeña también papeles de actor en películas tan aclamadas como “La
viuda de Saint-Pierre” de Patrice Leconte o “El buen ladrón” de Neil Jordan.
Una biografía filmada de Diego Armando Maradona y
“Life is a miracle in Buenos Aires” lo vincularon bastante a Argentina, donde
un recital de 2005 fue grabado en CD y DVD.
Su cinta “Gato negro, gato blanco” consiguió además
el León de Plata de la Mostra de Venecia en 1999 y en 2005 se hizo con el
premio Europeo de Arquitectura Philipe Rotthier, por Drvengrad (“Pueblo de
madera”).
El recital en el Price tuvo mucho de un concierto
de rock, con evidentes concesiones a la galería (su utlización de conocidísimos
pasajes de música como La Pantera rosa o
el aria de “Bella figlia dell´ amore” del Rigoletto verdiano, pasando por el Minuetto de
Boccherini y el Bolero de Ravel). Como si tal cosa.
Todo de brocha gruesa, pero con una vitalidad y una
“marcha” que hizo vibrar y bailar a los participantes de la pista e incluso de
las gradas.
Espectáculo compulsivo, intenso, enorme, con una
pizca de desorden, sin embargo los músicos en ese maremagnum de saltos, idas y
venidas por el escenario y estética grunge, saben muy bien a dónde se dirigen.
Kusturica no tiene un rol destacado en el grupo de
los siete Non Smoking Orchestra (que en
realidad no cumplen su palabra), aunque tiene gusto y buen ojo para elegir a
las chicas que vendrán a acompañarlo bailando en el escenario y está claro que
nadie le discute en la formación su condición de líder nato.
Dejan Sparavalo, disfrazado con varias capas de
vestidos, sobre el sexo del cual bromeó el cineasta (era evidente su
adscripción sexual, pero esto también formaba parte del ambiente circense del
espectáculo), toca el violín de maravilla y es responsable en gran medida del
sabor gitano de la música centroeuropea que se escucha. Todo muy sui generis.
La gran duda es si los propios gitanos (no desde luego los españoles porque no
se vio a muchos en la función) identifican este tipo de música y performance
como propia.
La expresión “Fuck you MTV” que casi abrió y cerró
la velada y coreó el público con entusiasmo queda un poco desfasada y no se
comprende del todo, como otras circunstancias de la propuesta de Kusturica. “Un
peu démodé, non?”, como diría a uno de sus alumnos el maestro de canto de la película “Los Chicos del Coro”.
Sea como fuere, ver en escena al responsable
poético y hacedor de películas como “El tiempo de los gitanos”, que se estrenó
la semana pasada como ópera rock en el festival “La Mar de Músicas” de Murcia y
reseñada en este blog y tantas otras obras del más peculiar cine europeo, y a
sus muchachos, valió el esfuerzo de sobrellevar los decibelios y las luces
enfocadas al público algo desbocados. Mereció la pena.
Alicia Perris
Fotos Paco Manzano
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