“The Giacomo Variations”, basada en “L´histoire de
ma vie” de Giacomo Casanova y en escenas de las óperas de W.A.Mozart (1756-1791) y Lorenzo da Ponte (1749-1838).
Reparto: John Malkovich, Giacomo 1. Ingeborga
Dapkünaitè, Elisa 1, Giacomo IV, Bellino, Henriette, Lucrezia. Sophie Klussmann,
Cécile, Despina, Giacomo III. Florian Boesch, Giacomo II, Conte, Conde
Waldstein, Duque de Matalone, Conde Branicki. Orchestre Wiener Akademie. Martin
Haselböck, director musical, Michael Sutrminger, director de escena. Jueves 9
de agosto de 2012. Palacio de Festivales. Santander.
El actor John Malkovich, el recordado Valmont de
“Las amistades peligrosas”, película basada en la novela de Choderlos de
Laclos, el escritor del siglo XVIII francés, dejó para el recuerdo en el verano santanderino, una única actuación
con una ópera de cámara en dos actos, titulada “The Giacomo Variations”. El día
anterior, en la mañana del 8, se había llevado a cabo también una rueda de
prensa para presentar la propuesta músico-teatral.
La obra gira alrededor de una adaptación de las Memorias
de Casanova, interpretado alternativamente por Malkovich y el barítono Florian
Boesch, que le dobla la voz al actor de Hollywood. Malkovich, que luce una piel
maravillosa y además canta, hace disfrutar al público de un inglés portentoso,
claro, envuelto en una trama previsible pero que enlaza escena tras escena para
volvernos a hacer revivir lo que todos sabemos de Casanova: un rendido
perseguidor de mujeres, carnal y filibustero, enamorado del amor.
Nada más lejos del Don Juan español, este viajero,
diplomático y embaucador veneciano. Casanova
ama pero no destruye a las mujeres aunque tampoco las conserva. Las
reflexiones no van en esta obra por la recuperación proustiana del recuerdo
gracias a la magdalena de Tía Léonie, sino más bien a todo lo contrario: la
ópera se erige como un enorme cuestionamiento desgarrado sobre el olvido. Y la
pérdida irrecuperable del sentimiento del amor.
Segundo proyecto común del actor norteamericano y
el director de escena Michael Sturminger, después del éxito internacional de
“The infernal comedy”, el proyecto cuenta que, “en algún momento durante estos
encuentros, lleno de deseo y pasión por muchas mujeres, Casanova tiene que
enfrentarse a su mayor temor: morir sin haber descubierto el sentido de su
existencia”. Podríamos preguntarnos por nuestra parte: ¿es que acaso lo hay?
Malkovich como actor, productor y director es uno
de los grandes iconos de la meca del cine y muy a menudo se compromete con
empresas humanitarias o que denuncian situaciones de injusticia, como el
documental Which way home, de Rebecca Cammisa, que cuenta la historia de los
niños que cruzan la frontera de Mexico a Estados Unidos.
Esta velada va más en la línea del “divertimento”,
aunque no exento de un trasfondo filosófico, como corresponde a una producción
del Siglo de las Luces, sobrepasado por la preocupación por el Hombre y sus
circunstancias.
La escenografía y los decorados, inmensos vestidos
de época, que, ¡oh metáfora! se abren por el centro, evocando una gigantesca
vagina que permite el movimiento de los personajes y el despliegue del
argumento.
Ajustada y agradable la voz de Florian Boesch,
apropiada y segura la de Sohie Kaussmann. Ingeborga Dapkünaitè choca por su
parte con la plasticidad frágil de un Casanova envejecido pero lleno de
ternura. Su composición es poco flexible y bastante rígida. Por momentos se
produce como un mero figurín. El todo sin embargo es excelente, evocador y la
orquesta de la Wiener Akademie bajo la batuta de de Haselböck suena de
maravilla, como si fuera una sinfónica.
Del “Cosa sento” de las Bodas, a la Sinfonía
“Praga”, al “Andante amici” y “Amanti costanti” de la misma ópera, pasando por “Madamina,
il catalogo è questo”, del Don Juan, la velada – y la propia vida- podrían
resumirse en las palabras que no deja de repetir Casanova durante toda la
noche: “Abramos otra botella de champán”. Y, esta vez en español, “Viva la
libertad”. Y también y con descaro aquí y allí: “pensiero, cazzo, minchia…”. Se
espera una sonrisa, las risas francas del público, pero no llegan. No les
resultan graciosas las “palabrotas” desgranadas como una provocación infantil o
no las entienden. Peccato!
Se trata de un hecho teatral interesante, una ópera
vocalmente bien planteada y el poder disfrutar de un actor que nos ha brindado
con su cine y con su trayectoria, momentos para la pasión y el gran arte.
Malkovich viste como nadie sus preciosas chaquetas
bordadas en color blanco y azul foncé, cubiertas de pedrerías. Las medias
blancas y los zapatos de tacón resaltan unas piernas potentes y seguras,
demasiado fuertes quizás para un viejecito que se asoma al final de su vida.
Las pelucas que manipula y se pone ocultan una calva provocadora.
El público fue entusiasta, pero sin excesos. En las
primeras filas se disfrutó hasta del perfume de los cortinados y las poltronas
y “bureaux” dieciochescos. Alguna ex actriz de Almodóvar cruzaba cansinamente
la platea antes de comenzar la función. En la sala, vestimentas variopintas de
verano y media estación, aunque fuera los treinta grados a la sombra y la
humedad derretían el ambiente.
Y en algún lugar de Europa, ensimismado y
compungido por la crisis, Giacomo Casanova se vuelve a preparar para seguir el
viaje. Y continúa saludando desde el fondo de su berlina, mientras se quita,
pomposamente y siempre fiel a sí mismo, un sombrero engalanado de plumas. Y
fantasea. Y, pese a todo, recuerda.
Última licencia poética: le debía estas líneas a Malkovich y a Giacomo. Cada vez que voy a Venecia la "casualidad" hace que dé vuelta a una esquina y me encuentre una y otra vez con la inscripción: "Aquí vivió Giacomo Casanova". Es magia.
Alicia Perris
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