Viernes 27 de julio, con The Copper Bottom Band
Mira que me costó arrancarme del cerebro y las
tripas esta reseña. ¡Hay que ver qué cosas! ¡Cómo cuesta ponerle nombre a lo
evidente! Y recortar, para compartirlos, trozos de emoción y de memoria. A ellos, les espera
una gira internacional.
Había una expectación tremenda y no defraudó. El
Teatro Circo Price había colgado con orgullo su cartel de “No hay localidades”.
Con una puntualidad británica (salvo los tres minutos “académicos”, como diría
un argentino), Hugh Laurie hizo su entrada en el escenario acompañado por una
ovación y otras muestras de admiración entre las cuales, fueron las menos
apetecibles las cámaras fotográficas, teléfonos móviles y todo de tipo de artilugio tecnológico que sirviera
para perpetuar el momento: El Doctor House, perdón, Hugh Laurie, el actor
inglés de series cómicas y películas como “Los amigos de Peter”, había llegado
a la ciudad.
Con un vasito de whisky en la mano, una leve cojera
para hacer el guiño de rigor y dejar creer a todos que, efectivamente, el de la
guitarra era también él y el otro, enseguida se puso a la tarea.
Cantó muchas canciones y cada vez que las anunciaba
comenzaba con un didáctico: “This is a very old tune”…
Sus músicos lo siguieron con una entrega absoluta y
a cada uno le dejó su momento de gloria, para que se luciera de forma singular
y conectara con el público, que conocía y seguía todas las propuestas, incluso
la recordada “Unchain my heart”, de Joe Cocker, que también tuvo su relato ad
hoc. La mitad de la colonia británica de Madrid estaba presente.
El inglés de Laurie es glorioso, de esos que en
realidad no existen o uno espera encontrar en la BBC o en un laboratorio de
clases del idioma del imperio, o en los discursos de apertura del parlamento de
la reina Isabel. Puro Cambridge trasmutado en una musicalidad deliciosa, para
rastrear las huellas de autores como Mahalia Jackson, Ray Charles, Turner
Layton o Jimmy Rogers, entre otros.
En los pasillos del teatro se vendían sus
grabaciones, pero el directo fue mucho más impactante: hubo éxtasis en el
público y una entrega de los músicos del ya desaparecido personaje televisivo
del médico ácido y singular que solo cura a los pacientes si éstos se hacen
responsables de su capacidad para vivir o de su muerte.
Un repertorio completo de instrumentos, permite al
conjunto desplegar clarinetes, mandolinas, armónicas y plasmar junto a Laurie,
un monumento sonoro que se concentra en un piano, que, a pesar de no ser
desgraciadamente un Steinway & Sons, saca lo mejor de su madera en las
manos de este actor de lujo metido a cantante y animador escénico.
Hubo un recuerdo para su profesora de música,
cuando tenía 6 años y solo le dejaba interpretar melodías que odiaba, mientras
su preferida quedaba relegada en el libro de partituras. ¿Quién no tuvo una
joya así en algún momento de su vida? Las experiencias de Laurie son
fervorosamente compartidas.
Hubo muchos saltos y giros y movimiento en el
escenario. El actor-cantante iba vestido de riguroso traje azul con corbata
como el resto de los músicos y una camisa color mostaza, mientras que la
cantante que lo acompañaba, una hermosa voz negra de esas de New Orleans o del
sur sur americano se desplegaba como una bandera de caoba aguardentosa al
viento, enfundada en un conjunto de noche, negro.
En mitad del concierto alguien trae otra ronda de
whisky para los artistas pero Laurie se apresura a insistir en que es solo "apple juice". Y la velada se sigue desenvolviendo con una precisión
de relojería, pero no se ve nada de los entresijos y el mecanismo interno de
esta maravillosa maquinaria: solo el goce del sonido y la fantástica voz de
Laurie encendiendo el teatro. Todo cool, muy cool. Y envuelto para el regalo
vibrante y duradero de lo que se disfruta en una sola noche de pasiones. “Let
them talk!”
Alicia Perris
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