Marie, descendiente de
Lucien Bonaparte, había nacido en 1882. Convertida en una rica heredera por
parte de su madre, Marie-Félix Blanc,
que murió un mes después del parto, fue tratada por su padre como un mero
patrimonio.
Este progenitor
ausente, la dejó al cuidado de la abuela paterna, una mujer sin escrúpulos, que
modeló sin duda el corazón y la psiquis de la psicoanalista francesa.
Sufre así las
circunstancias de una infancia de reclusa y una adolescencia dolorosa. Se casa
con un príncipe griego y por este matrimonio se convierte en alteza real en
1907. Descubrirá que su marido, Jorge de Grecia, es homosexual y este hecho
dibujará su futura vida como mujer.
Podríamos preguntarnos
legítimamente cómo Marie pensaba que su frigidez podía “curarse” recurriendo a
sucesivas operaciones quirúrgicas, ella, que, por su parte, se convertiría con
los años, en una sacerdotisa oficiante del psicoanálisis freudiano en Francia.
Desencantada por su
incapacidad para alcanzar el placer sexual de pareja, comenzó a investigar y
fue por esta vía que publicó con el pseudónimo de A.E.Narjani, un trabajo
titulado, “Consideraciones sobre las causas anatómicas de la frigidez en la
mujer”.
Siempre incisiva, hablando
del clítoris, dirá: “Los hombres se sienten amenazados por lo que podría tener
una apariencia fálica en la mujer, éste es el motivo por el que insisten en que
el clítoris sea seccionado”.
Marie, en su ingenuidad
elegida- relacionó la distancia entre el clítoris y la vagina, como
determinantes en el placer femenino, estableciendo diferentes tipos de mujer en
función de su predisposición al goce sexual.
Esta Bonaparte, que
nació en una era donde el placer de las mujeres parecía clausurado o
desconocido, despertó también en Freud el interés por el orgasmo clitoridiano y
vaginal.
El padre del
psicoanálisis-de todos es conocido- subestimaba el orgasmo clitoridiano y consideraba
que el vaginal era más canónico y maduro.
Personalidad
fascinante y complicada, en 1925, insatisfecha de todo, siempre al borde de una
depresión, creyéndose frígida para siempre, va a consultar a Sigmund Freud, del
que conoce las novedosas teorías que algunos criticaron tanto entonces como ahora.
Parece ser que fue a
Marie a quien Freud le hizo esa pregunta que todavía resuena en el mundo de hoy
y más que nunca: “La gran cuestión que nunca ha sido respondida y que yo no he
podido contestar, a pesar de mis treinta años de investigación sobre el alma
femenina, es “¿Qué quieren las mujeres?””.
Aconsejada por René
Laforgue comienza un psicoanálisis y es posible que su destino excepcional lo
deba en parte a este encuentro con el sabio médico de Viena, que hizo bascular
su trayectoria vital.
Marie tiene 43 años y
Freud 70, pero en algunas citas terapéuticas, consigue vencer su desconfianza
para llegar a ser durante catorce años, una de las discípulas más cercanas y
entregadas del padre de la teoría de los sueños.
El análisis va acompañado
de un profundo afecto y con el creador del psicoanálisis se orienta hacia las
causas de su malestar, de su infelicidad y llegará a ser con el tiempo ella
misma una psicoanalista de renombre.
En 1926, cuando
regresa a París, decide consagrarse por completo a defender el psicoanálisis.
Es una de los doce fundadores de la Sociedad Psicoanalítica
de París, mientras sigue tejiendo lazos con el médico vienés, comprando su
correspondencia con Wilhem Fliess.
Cuando los nazis
invaden Austria, se precipita a Viena y organiza la salida del país de su viejo
maestro venerado. Colabora con Anna Freud y su padre para que se instalen en
Londres con cierta comodidad y velará sobre la suerte de la familia hasta la
muerte del patriarca en 1939.
La paciente y alumna
escribió: “…Freud tuvo que abandonar la casa donde transcurrió la mayor parte
de su fecunda existencia. La atmósfera nueva, irrespirable para un sabio, que
se abatió sobre su patria vienesa, le obligó a expatriarse para ir a terminar,
rodeado por los suyos, en esta liberal Inglaterra siempre acogedora con los
proscritos y los grandes espíritus. Una vida por entero consagrada a la
humanidad y al saber”.
Durante los años
cincuenta, se opone con energía al ascenso de las teorías de Jacques Lacan y
lucha contra el reconocimiento de su práctica por la Asociación
Internacional de Psicoanálisis.
Esta mujer excepcional
producirá varios tomos sobre la vida y obra de Edgar Allan Poe, sobre la
sexualidad femenina, una teoría de los instintos y traducirá una buena parte de
la obra de Sigmund Freud al francés.
Freud había comprendido
inmediatamente que Marie era alguien en quien se podía confiar. En efecto, sus
relaciones sociales y políticas, su rango de alteza real y su fortuna, procuran
a la causa del psicoanálisis un apoyo sin igual.
En Viena, sigue el
proceso que se llevó a cabo contra Theodor Reik por ejercicio ilegal de la
medicina y leyó lo que Freud argumentó a favor del análisis para los que no eran
de la profesión médica.
Cuando se fundó la Sociedad Psicoanalítica
de París, con la colaboración de Eugénie Sokolnicka, René Laforgue,
Loewenstein, Allendy, Edouard Pichon y otros, se produjeron tensiones
previsibles: médicos-psiquiatras y no médicos, princesa de la familia
Bonaparte, nacionalistas, emigrados, sabios judíos y católicos freudianos
convencidos o médicos más que nada atraídos hacia otros horizontes como Allendy,
arrastrado hacia la astrología y la homeopatía.
Bonaparte se dedica a
investigar sobre cuestiones sociales, bélicas, psicología aplicada y por
supuesto, sexualidad femenina. De estos mimbres saldrá la Revista Francesa de
Psicoanálisis, que fundó con Laforgue, Angelo Hesnard y Edouard Pichon.
Un suceso delictivo de
la época, que suscitó mucha polémica, también interesó a Marie que publicó “El
caso de Madame Lefebvre”, describiendo el crimen edípico de una mujer que
asesinó a su nuera encinta.
Marie Bonaparte llega
a la conclusión de que “el psicoanálisis tiene dos facetas: por una parte la
vertiente clínica…por otra, la psicológica, el inmenso universo de la psicología
y el inconsciente”.
La historia de esta
princesa vio la luz pública debido a la publicación de una autobiografía muy
íntima y de unos cuadernos de infancia de verdad reveladores. De hecho, no es
sorprendente que hubiera decidido como consecuencia de su análisis con Freud,
consagrarse por completo a defender y propagar el psicoanálisis.
Sin embargo, siempre se la asociará a dos hechos relevantes: la salvaguarda de la correspondencia Freud-Fliess y la huída de Freud y parte de su familia (cuatro hermanas quedaron atrás y perecieron en los campos de concentración), gracias a su autoridad, su prestigio, sus relaciones y su dinero.
Sin embargo, siempre se la asociará a dos hechos relevantes: la salvaguarda de la correspondencia Freud-Fliess y la huída de Freud y parte de su familia (cuatro hermanas quedaron atrás y perecieron en los campos de concentración), gracias a su autoridad, su prestigio, sus relaciones y su dinero.
A pesar de que ella consideraba
que padecía una disfunción sexual, tuvo muchas relaciones apasionadas, como con
Rudolph Loewenstein, discípulo del maestro y con Aristide Briand, Primer
Ministro francés.
Esta Bonaparte
proteica, en cuyas venas late la sangre alborotada de una dinastía única, tiene
sus propias ideas sobre la psicología: “El sueño no es profético, como se quiso
creer durante mucho tiempo, pero revela las profundidades más ocultas de
nuestro carácter, así como nuestros más secretos instintos…La psicología no se
fundó realmente hasta el día en que Freud le añadió la ciencia del
inconsciente, de todos esos oscuros movimientos que se agitan en el fondo de
nosotros mismos y nos gobiernan sin que lo sepamos.
El psicoanálisis ha
explicado por lo tanto no sólo el enigma de las neurosis y de los sueños, sino
que ha lanzado una mirada nueva sobre la génesis de todas las grandes creaciones
psíquicas del hombre: la religión, la cultura en general, la moral.
El gran descubrimiento
científico de Freud está además consignado en los doce gruesos volúmenes de sus
obras completas”.
Sin embargo, Sigmund
Freud no era un pensador optimista. En 1930 había escrito ya a Oscar Pfister:
“Cuando dudo de que la humanidad esté llamada a alcanzar una gran perfección
por la cultura, cuando percibo en su existencia una lucha perpetua entre el
Eros y las pulsiones de muerte, no pienso que se trate de la expresión de
algunas de mis propias características innatas o de mis disposiciones
emocionales adquiridas…
El instinto de muerte
es para mí no una necesidad esencial, sino simplemente un postulado
inevitable…Podría decir también que contraje un matrimonio de conveniencia con
mis sombrías teorías, mientras que los demás viven con las suyas una relación
de amor…”.
En 1953 se publicaron
los dos primeros tomos de sus memorias, “Detrás de las ventanas” y “La llamada
de la vida” y en 1959, “Vitalismo y psicosomática”. Su marido, y “viejo
compañero” a pesar de todo, había muerto en 1957 y la vida de María se apagó el
21 de septiembre de 1962, en Saint Tropez, de leucemia.
Catherine Deneuve fue
Marie Bonaparte en dos episodios para televisión dirigidos por B. Jacquot, de
tres horas, que subyugaron a los franceses. La diva del cine galo expresó sobre
esta experiencia: “Es una heroína que se me ajusta como un guante…Su búsqueda
de libertad es sorprendente para su entorno y su época. Vivía en la generosidad
y en la desmesura, una mezcla de voluntad, de inteligencia, de obstinación, de
realismo y de impulsividad”.
Celia Bertin escribió también
páginas bellas y lúcidas sobre Marie. Otros investigadores, médicos, la han
descrito como parte del “trío psicoanalítico francés”, junto con Sophie
Morgenstern y Eugénie Sokolnicka.
Por su parte, Élisabeth
Roudinesco, especialista en la historia del psicoanálisis, la define muy bien: “Tiene
una dimensión dual. Sus gustos literarios subrayan su conservadurismo: no
entendió nada del surrealismo, ni de Proust, pero es moderna en sus
aspiraciones de mujer libre, en sus exploraciones sexuales…”.
Personaje mítico donde
los haya, mujer excepcional, combate en una época de oscurantismo que relega al
universo femenino a un modelo único de maternidad o acompañamiento del hombre.
En este marco histórico y social, Marie
reclama su derecho a la felicidad y al placer.
Sobre ella, alguien
escribió: “No conquistó imperios, ni llevó a cabo golpes de estados como
Napoleón I, pero fue sin duda después de él y de Napoleón III, la más célebre
de los Bonaparte”. Tal vez la última…
1. Bertin C. La
dernière Bonaparte. París: Librairie Académique Perrin; 1982
2. Bourgeron P. Marie
Bonaparte. París: Presses Universitaires de France; 1997
3. Roudinesco É. La
batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Francia 1.Madrid: Fundamentos, 1993
4. Bonaparte M. Edgar
Poe, sa vie, son oeuvre. Étude analytique, 3 vols. París: PUF; 1958
5. Bonaparte M. La
sexualidad de la mujer. Buenos Aires: Hormé, 1961
Alicia Perris
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